Por qué no empezar las cosas desde el final, desde las conclusiones para pasar a los motivos después? Me animo a afirmar, que esta decisión fue de las mejores que he tomado en los últimos años, un acierto total que espero no tenga repercuciones a nivel sanitario, pero eso no hay forma de saberlo. Lo que sí les puedo decir, para pasar a explicar luego el porqué, es que mi instinto no me falló, y que sin dudas para mi, este fue desde el comienzo "El destino del viaje", y hasta ahora, lo viene siendo.
Aterrizamos en Tokyo, en el aeropuerto de Narita luego de casi doce horas de vuelo desde Los Angeles, todos los que quedábamos, aquellos que nos quedamos en el archipiélago e incluso aquellos compañeros que optaron por otros países alternativos como Vietnam o Corea. El aeropuerto de Narita fue lugar de abrazos con aquellos con los que compartimos tantos momentos en el último mes de quienes nos separamos por un par de semanas, pero como expliqué antes, la noción del tiempo para nosotros es absolutamente diferente al que estamos acostumbrados. Dos semanas para nosotros, equivalen a la actividad que mantendríamos en un período de tiempo mucho mayor en nuestras vidas cotidianas, quisás meses o incluso años, dependiendo de la vida de cada uno. Pero el no vernos por dos semanas, significa no haber compartido una infinidad de recuerdos que alcanzan para toda la vida. Y así fue, abrazos, despedidas, algunos llantos incluso de aquellos que optaron por no quedarse en Japón pero que tuvieron que pasar por acá de todos modos. Algunos nos quedamos y otros siguieron para hacer la conexión con algún otro vuelo.
No habían pasado ni dos horas desde nuestra llegada que me di cuenta de que estaba absolutamente enamorado de este país, cuyos detalles encontrarán a lo largo de ésta y las próximas crónicas.
Luego de las despedidas vino la aventura, con nuestras valijas y unas direcciones en un papel, comenzamos a movernos como cavernícolas en un mundo desarrollado, con menos ventajas que en los países anteriores, buscando letreros con letras conocidas para intentar deducir hacia donde ir. Así fue, que preguntando y mirando mapas indecifrables conseguimos tomarnos los trenes necesarios para llegar hasta Osaka, donde me encuentro hospedado.
Maravillado, mirando hacia los costados con los ojos aún semi abiertos después de la ciesta de tres horas en el tren, me doy cuenta de que hace más de veinticuatro horas que estoy viajando y deseo llegar al hotel, pero no dejo de maravillarme con la cantidad de japonesas hermosas que me cruzo y me pregunto: - ¿Cómo carajo fue que nadie me dijo que las ponjas estaban tan divinas?
Llegamos al hotel, y de entrada el choque cultural se hace evidente. Nos tenemos que descalzar, y mientras me mareo con el olor a pata de mis compañeros viajeros me acuerdo de mi infancia en Irán, sacándome los zapatos para entrar a la casa y jugar toda la tarde sobre una suave y cálida alfombra persa. Pero esto es otra cosa, esto es Japón y la burocracia de la higiene es todo un tema. Nos tenemos que descalzar, ir hasta unos lockers, dejar el calzado, sacar la llave y entregarla en recepción para recibir la llave de otro locker donde podemos guardar las mochilas y demás pertenencias personales. Me sorprendo cuando el concerge me dice que nos tiene que dar la llave de otra habitación para que guardemos las valijas ya que las mismas no entran en los hangares donde están nuestras camas. Y ahí vamos, una fila de vikingos uruguayos, ruidosos, gritones, exitados, subiendo por las escaleras arrastrando las valijitas, valijas y valijotas hasta llegar al tercer piso donde reposan en una orgía, una arriba de la otra. Bajo hasta el segundo y veo los cartelitos que nos pusieron en español..."no abra una puerta" (Don´t open the door) y leo las indicaciones que nos dieron impresas donde los varones vamos en el segundo piso y "las hembras" (aguante el traductor de google) van en el subsuelo, como corresponde. Bajo la escalera y paso por el piso 2, donde hay un área de servicio, con una especie de cantina, mesitas, un jardincito japonés al fondo y un tufo insoportable mezcla del olor de la cocina, predominantemente ajo, con el olor a pucho de los ponjas y un olor a tercer tiempo importante. Pero el paso por ese sector es veloz por suerte, y apenas paso por ahí doblo y paso una entradita, cuando de repente de reojo veo una pantallita en la pared. Giro la cabeza y veo un afiche debajo de la pantalla, lleno de chinitas (insisto, cualquier persona de ojos rasgados de estos lares se define como chino) en tetas. Pero lo mejor está en la pantalla, donde se está exhibiendo una porno japonesa, con una chinita sometida con un chino atrás... una cara de sufrimiento contra una de goce, definiendo los roles sexuales de ambos sexos por estas latitudes. Será una erótica pienso, pero no, no es como las de "The Film Zone" donde Emanuelle se balancea sin gracia sobre un caballero cuyo pene seguramente está a unos treinta centímetros de la vulva de ella. No señor, esto es porno de lo más duro, y dos segundos después hay un primer plano de la china con el pene en la boca. ¿Y esto? Ah, andá a entender a los ponja... los tipos te ponen una porno en el pasillo del hotel, pero solo en el piso de los hombres, lo que ha llevado que la mitad de las mujeres de nuestra generación se cuelen hasta la entrada solo para ver un poco de porneta barata. Es que se ve que así funciona esto, nosotros tenemos derecho a masturbarnos y ellas no!
Y así, absolutamente sorprendido, sigo mi camino y paso cerca de los baños comunitarios, impecables, limpios, con sus WC que largan chorro de agua caliente para seguir hacia las habitaciones, pero no puedo dejar de pensar en qué carajo hacía una porneta en pleno corredor. Lo más curioso es que tratándose de sexo explícito, sin ningun tipo de pudor, aparece la china bañada en semen, pero a su vez los "genitales" de ambos sexos están apenitas censurados con unos cuadraditos. Esas cosas que solo un ponja podría explicar, no?
Finalmente llego a mi habitación, o mejor dicho a mi hangar. Un lugar con un pasillo, donde nuestros cuartos son como los ataúdes del cementerio central, sí, hablo de esos que están en los muros. Pues sí, me estoy quedando en una cápsula, literalmente hablando. Se trata de un auténtico desafío a la claustrofobia, ya que si mi ojo no se equivoca se trata de unas dimensiones de 2.3 de profundo y un diámetro de 1m, donde está el colchoncito, la almohadita, el acolchadito, un panelcito desde donde se controla el aire acondicionado, el reloj, la alarma y la televisión que suspende del techo de la cápsula. Hay cinco canales, de los cuales dos obviamente son porno, del mismo estilo que el corredor, lo cual hace que a cierta hora las cápsulas vibren un poquito al unísono, luego de unos cincuenta días de viaje para algunos.
Así como el espacio individual es mínimo, los espacios colectivos en el Capsule Hotel son satisfactorios. El hotel nos ofrece una sala con sillones para estar tirados mirando una de las cuatro pantallas posibles: deporte, programa tipo "Juego de la Oca" ponja, película y obviamente una porneta, pero también posee una biblioteca muy útil en japonés, una salita con maquinitas y jueguitos de casino y el mini comedor antes mencionado. Los baños... bueno, son todo un tema. La parte de mingitorios y WC, osea pichí-caca están cerca de los cuartos en el segundo nivel para los varones y abajo para las "hembras" (así aparecían en el folleto explicativo), pero las duchas son colectivas separadas por sexo, todas juntitas sin ninguna separación, con shampoo, jabón y hasta un banquito donde personalmente no pienso apoyar el culito, pero que los chiquilines han usado con gusto. En el mismo espacio el hotel posee una piscina de agua no caliente, sino hirviendo y un jacuzzi además de un sauna.
Como era de esperar, los ponja son raros, pero son lo más interesante que me ha tocado vivir hasta el momento y estoy muy a gusto. Como habrán notado aquí hemos estado bastante al palo, por lo que recién hoy pude escribir algo, ya que estoy sentado, solo en la parte de los sillones y las cuatro teles, porque ayer de alguna manera me infecté o algo pasó con mi pierna izquierda, la cual está desde el tobillo hasta la rodilla, toda hinchada, roja, con ampollas gigantes que cada vez crecen más. Y aquí estoy, esperando la respuesta del peor servicio de asistencia que haya recibido jamás a cargo de los amigos de Assist Card, quienes se han lavado las manos y me tengo que ir yo por las mías, en taxi hasta un hospital para ver qué me pasa.
Los encuentro en el próximo capítulo, adentrándonos más en la cultura nipona y su inigualable población.
Salute!
Ali
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