En todos hay un escritor. Por más escondido que este se encuentre. Algunas veces se manifiesta y quiere ser la voz de muchas voces y la de uno mismo. Ser testigo y narrador de nuestra historia, amigo y enemigo de nuestros miedos y alegrías, tratar a la realidad como una igual, subyugar lo indomable y liberar lo oprimido. Combatir la intolerancia en una guerra sin cuartel a palabra suelta. Desafiar a nuestra propia inteligencia y re-definir las reglas en las cuales se basa nuestra ya tan reestructurada sociedad. Pero lo más importante sea, tal vez, la indescriptible sensación que nos produce, el dibujar con nuestras palabras en la imaginación de otros.

Bienvenidos.

C.A.

lunes, 18 de julio de 2011

Una noche en Varanasi


La entrada a India fue un golpe duro. Nuestra primer ciudad, Varanasi, nos recibió de tal modo que ni ganas de escribir chistes tengo. Tenía pensado escribir con respecto a Apu y su encuentro con sus pares en su tierra natal, pero sinceramente no me dan ganas de hacerlo, pues el tono con el que me quiero expresar está a años luz de pretender causar gracia.

Pasamos una sola noche en la ciudad más sagrada de los hindúes, su Meca, su Jerusalén. Una ciudad con más de tres millones de habitantes, con ya no recuerdo cuántos miles de templos hinduistas, cientos de mezquitas y unas cuantas iglesias, que recibe entre tres y diez mil peregrinos de toda la India cada día, pero la sensación que me quedó en esta ciudad está lejos de ser con un enfoque espiritual. Aquí nuestro efecto en masa fue más contundente que nunca y los tiempos fueron tan breves y veloces que varios de nosotros entramos en una especie de estado de shock. Cuando nos tomamos el vuelo de Katmandú a Varanasi, pensé que no iban a producirse grandes cambios, ya que según mis preconceptos, Nepal era un agregado de India, una extensión más del gran país asiático, pero la realidad me mostró otra cosa. La llegada al aeropuerto, la migración y la movida de las valijas ya es costumbre a esta altura, como ir y pagar un boleto en el Copsa. Tomarnos un vuelo, llegar a tiempo al aeropuerto, bajar, subir, volar, aterrizar... son acciones que repetimos con frecuencia y que a veces nos hacen sentir que estamos en un trámite, sin darnos cuenta que entre vuelo y vuelo estamos cambiando de país. Pues esta tele transportación nos llevó nada más que cuarenta y cinco minutos, lo cual obviamente aumentó esa sensación haciéndome creer que aterrizaría en un lugar igual al último donde había estado y donde tan a gusto me sentí.

Los paisajes eran diferentes a los anteriores, y si bien en Nepal hay mucha pobreza, la sensación que me quedó fue muy diferente, menos amarga que en Varanasi. El camino del aeropuerto al hotel fue drástico, mirando por la ventana del ómnibus que recorrió zonas de una pobreza extrema, de la cual creo que bien o mal todos éramos conscientes, pero que no estábamos preparados para ver de manera tan directa. Me quedó clarísima la diferencia entre ver una foto, leer un libro, escuchar una anécdota o incluso ver una documental, con el hecho de estar ahí, ver y vivir todo en tiempo real sin que nadie te enfoque o desenfoque un evento específico o una situación determinada. Cansados, llegamos al hotel, habiendo visto mucha gente durmiendo en las calles literalmente, en el asfalto, despatarrados, cadáveres de animales mutilados tirados por ahí, precarias viviendas que se caían a pedazos sostenidas por apenas una mínima y efímera estructura mientras a mi me venían a la mente charlas y power points del taller sobre arquitectura efímera, rostros que reflejaban la carga de una vida dura y cruel, y a su vez, cientos de manos que se sacudían con entusiasmo para saludarnos en nuestra llegada como si se tratara de un cuadro de fútbol o una delegación famosa. Las sensaciones fueron muy extrañas y mientras yo iba tratando de procesar todo aquello, paradójicamente en mis auriculares sonaba "What a wonderful world" de Armstrong cuando llegamos al hotel. La llegada fue veloz, esperamos un rato, muertos de calor, con 35 grados húmedos que nos abrazaron desde la bajada del avión. Apenas me dio para darme una ducha y cuando bajé me di cuenta que era el último que quedaba en el hotel, ya que el resto se habían ido a ver la ceremonia vespertina a orillas del Ganges. Un pibe flaco, casi desnutrido me estaba esperando en un carrito tirado por una bicicleta, al cual me subí junto a uno de los guías locales nos llevó hasta el lugar pactado. En el trayecto, fui testigo de un tráfico equivalente a varias veces lo visto en Katmandú, inmersos en un caos total y desquiciante, con más bocinas que nunca, finitos que terminaron en pequeños choques con otros transportes similares o con motos, y una multitud infinita moviéndose como podía en las calles de la ciudad. El calor asfixiante se complotó con la mugre citadina para llenar la atmósfera de un olor putrefacto que junto al polvo flotante me hicieron arder los ojos y la garganta. 

Había tomado un vuelo, me había bajado y sin saberlo me había metido en un horno, estaba liquidado, me había pegado un baño para relajarme y me habían sacado rajando del hotel en un transporte vertiginoso que se escabullía entre todos y todo, donde yo instintivamente trataba de apretar el freno con el pie derecho cada vez que estábamos a punto de atropellar a alguien. Miré atónito hacia mis costados, y me encontré con una realidad que me agarró de sorpresa, pues llegó antes de lo esperado, agarrándome desorientado y sin la preparación mental necesaria. Vi tanta pobreza junta, que no se igualaba con ninguno de los barrios que conozco ni con ninguna de las ciudades donde había estado hasta el momento.

Después de unos minutos me bajé y me dirigí hacia el río donde una multitud interracial me esperaba, con muchos hindúes pero también muchos turistas entre los que estaba la generación de viaje nuestra. Cánticos varios acompañaban inciensos gigantes que echaban humo, mientras las personas iban y venían, acercándose al agua para dejar sus ofrendas y dar las gracias, mientras otros pasaban con sus bandejas con velas pidiéndote una moneda luego de haberte puesto una marca roja en la frente a lo que teníamos que contestar que no a pesar de las repetidas súplicas, ya que ni siquiera habíamos podido sacar plata del cajero. Nos morimos de calor, sudamos, miramos, intentamos sacar algunas fotos y fuimos testigos del acto sagrado donde los hindúes agradecían a sus Dioses y dejaban sus ofrendas en el río para lograr el equilibrio y el bienestar de toda la humanidad, mientras el sudor que corría a mares por nuestros cuerpos se encargaba de borrar la mancha roja en cuestión de minutos. 
 
Después de un rato volvimos cada cual en su cochecito hasta el hotel, donde al bajarme tuve que negarme varias veces ante las súplicas del flaco que me llevó, quien me pedía una propina que yo no tenía. Intentando reponerme al choque inminente que implicaban nuestros movimientos tan rápidos, seguí caminando mientras me pasaban mil cosas por la cabeza, y de repente me encontré con aire acondicionado. Sin darme cuenta había entrado en el hotel. Miré desorientado hacia mis costados, buscando una mirada cómplice que no encontré y me dirigí solo hacia la habitación, en un hotel que nos aislaba del mundo con su aire acondicionado y sus lujos. Llegué al segundo piso, abrí la puerta, me senté en el borde de la cama y me quedé ahí, con la mirada clavada en la pared mientras mi cabeza andaba a mil y me latía el corazón con fuerza. Sin lograr entender mucho bajé y me encontré con las chiquilinas con quiénes fuimos a sacar plata del cajero. Como era de esperar el mismo estaba lleno de uruguayos que nos comunicaron que el cajero no andaba. Seguimos caminando pues hacia la dirección contraria mientras los treinta y cinco grados nos abrazaban y el sudor nos corría a chorros, siendo ya las nueve y media de la noche. Más bocinas y niños de hermosos ojos y caras sucias nos acompañaron, éstos últimos agarrándonos las manos y acariciándonos pidiendo plata, mientras nosotros no sabíamos qué hacer. Me sentí una mierda, mientras caminaba por esas calles buscando un cajero ATM, rechazando a decenas de niños que se me acercaban a quienes no quería sonreír demasiado para no crear falsas esperanzas. Caminaba y veía las caras de mis compañeras que eran las mismas que la mía, de incomodidad. Miraba hacia los costados y veía una vida absolutamente ajena a la nuestra, donde hasta los almacencitos de la ciudad estaban hechos mierda y un ambiente descontrolado y feroz nos rodeaba, con calles en un estado paupérrimo, llenas de basura y bosta además de pozos eternos de agua podrida. Ya con dinero en los bolsillos nos encontramos nuevamente en la aislada cápsula llamada hotel, tratando de llegar antes de que nos cerrara la cocina y una vez más pasamos del exterior real a una cena buffet con aire acondicionado absolutamente contradictoria con el lugar en el que nos encontrábamos y mientras aún me costaba hacer catarsis y creer lo que pasaba esperaba con mi plato en el restaurante, sin poder creer que una vez más se repitiera la escena de todas las mañanas durante el desayuno, donde cien uruguayos se entreveran metiéndose uno delante del otro por llegar primero a agarrar algo de comida, donde muchos se sirven seis o siete tostadas por si las moscas, de las cuales comen dos o tres con suerte. Una vez más pululaban todos, sirviéndose y sirviéndose. Comí lo que llegué a agarrar, estaba muerto de hambre, pero la comida apenas me bajaba por la garganta. Los pensamientos eran los mismos que alguna vez uno se planteó de adolecente: que injusta es la vida, que injusto es el mundo. Como aquellos que están sentados arriba lo tienen todo en cuanto a lo material mientras pueblos enteros sufren de miseria y carencias de todo tipo. Y hacía un pequeño repaso por lo que he visto hasta ahora, desde México, pasando por el American Style of life, Japón y su avance cultural, tecnológico y logístico hasta nuestra querida Montevideo mientras uno de los chiquilines decía que caminando por Varanasi pensaba en lo afortunados que somos nosotros, con lo que no sé si estoy tan de acuerdo y me planteaba nuevamente las contradicciones internas mías. Es que para mi no es necesario ir hasta Varanasi para darse cuenta de lo afortunados que somos muchos de nosotros, basta muchas veces con mirar hacia los costados en nuestra querida Montevideo, pero lo que me golpeó tan fuertemente en Varanasi no fue la comparación con mi vida personal y la de muchos de ustedes, sino que lo que veíamos era la realidad de todo un pueblo, su vida diaria, su verdad, su entorno, y esos niños que nos acariciaban las manos con la mirada desesperada nacen, crecen y mueren en esa verdad. Eso fue lo doloroso, lo que nos impactó tanto creo yo.

Fue con todos esos pensamientos y un cansancio terrible que me acosté, para despertarme a las tres y media de la mañana siguiente, donde por un momento pensé que tenía que pasar a buscar a Ari para ir a trabajar, comenzando mi turno con un "Seiborg Italia Buongiorno...", pero no, me encontraba aún en Varanasi y me estaba por ir a recibir al amanecer a orillas del Ganges. Y así fue, así bajamos los noventa y pico de uruguayos con lagañas en los ojos algunos, con la almohada pegada en la cara otros, una vez más, en patota por las estrechas calles de una ciudad que estaba despertando, no tan congestionada como la noche anterior cuando el flaco casi desnutrido transpiraba a mares mientras me llevaba en el transporte público hasta la ceremonia. Ese flaco, según el guía trabaja unas ocho horas por día, en un laburo tan sacrificado como ninguno, metiendo y metiendo pedal con un par de personas atrás, esquivando gente, autos, motos, bicicletas, de calle en calle, de destino a destino... ese flaco, gana unas quinientas rupias por día, lo equivalente a unos siete dólares lo que lo hace tener un sueldo de una clase media trabajadora en Varanasi. Según el guía, el problema es que estos trabajadores se queman la mayor parte de su sueldo en un vino muy barato y se pasan borrachos su tiempo de descanso, con un vino con muchas impurezas que los va destrozando de a poco bajando gravemente su expectativa de vida. Mientras yo recordaba la versión del guía, me encontré caminando detrás de mis compañeros viajeros, encontrándonos a los mismos vendedores ambulantes de la noche anterior, los mismos niños, las mismas mujeres, las mismas vacas y una ciudad tan extraña para nuestras vistas como para los alemanes rubios y altos que iban un poco más adelante. Fuimos bajando por las callecitas hasta llegar a una de las tantas escalinatas que desembocan en el Ganges, donde muchas canoas nos esperaban. Fue en ese medio de transporte que en grupos de a veinte salimos a recorrer las orillas del río sagrado, presenciando cremaciones y el baño matutino de cientos de indios hindúes que comenzaban la mañana purificándose, y yo que tenía ganas de hacer lo mismo, no encontré donde tirarme ya que la corriente era muy fuerte y nosotros estábamos en la parte profunda. El ambiente era muy particular y nuestros rostros sin sonrisas, concentrados, aún semi dormidos, observando todo aquello que habíamos visto en fotos y que ahora nos tocaba vivir en persona. Y fue ahí que me quedó clarísimo el papel que juega en la vida de estas personas la espiritualidad, sus dioses, sus leyendas, sus reglas y sus creencias, aquellas que se basan en el buen y el mal karma, en la reencarnación y la ayuda de los Dioses para ir al cielo y al descanso eterno. Esa es su vida, y su realidad, sin la cual seguramente todo sería mucho más grave. Pensaba que si ellos vivieran con nuestros valores donde a pesar de que todos lo neguemos nuestras preocupaciones pasan por la comodidad material y por tener el último modelo de "Ipod touch" seguramente tendrían un suicidio en masa, ya que su realidad está muy lejos de esas ideas y esas cuestiones.

Y de este modo, con todos esos pensamientos fue que sentí la necesidad extrema de comenzar a escribir estas páginas, refugiado en el aislado mundo del hotel, con el aire acondicionado al mango mientras el resto del grupo está en el mercado de la seda indio. Sentía la necesidad de pasar todo esto a algún registro escrito, para compartirlo con ustedes, acompañado de artistas varios como el Sabalero y Adriana Varela versionando a Joaquín, mientras sé que esto les va a llegar mucho después ya que desde nuestra salida de Nepal que no hemos tenido ni tendremos acceso a internet. Nos esperan Delhi, Chandigar, Agra y Jaipur en los próximos días, en jornadas absurdamente coordinadas donde pasamos más tiempo arriba de un ómnibus que hablando con la gente, donde nos movemos en patota por aquí y allí, y me voy con una sensación tan amarga como nunca, sintiéndome absolutamente incómodo con el papel de gringo poderoso que ignora al pobre indio por sus propias calles, mientras camino con la Nikon guardada negado a sacar fotos y odiándome a mí mismo.


Mi cámara de fotos estuvo guardada durante varios días, cosa que no sucedía desde que empezamos el viaje, y en mi cabeza hubo muchos replanteos y pensamientos sobre nuestro viaje y su mecánica. Se trató al menos para mi, de una semana de enojos y broncas, de impacto emocional y conflictos con quienes se encargaron de la logística de esta aventura. De hecho, imaginé que no escribiría ninguna crónica sobre estos días pasados, ya que para mi viajar y conocer un lugar va más allá de estar físicamente ahí, implica diversas variantes que constituyen una experiencia fructífera, dependiendo de cada lugar y cada ocasión. Pero acá voy, y les pido disculpas por la carga negativa excesiva.

En total, nuestra estadía en el país de los elefantes duró una semana u ocho días, ya no estoy tan seguro, de las cuales la mayor parte del tiempo la pasamos arriba de un ómnibus. Para no aburrir, les puedo resumir que el mismo día que visitamos el Ganges en Varanasi, partimos hacia Delhi en ómnibus, en un viaje que duró si mal no recuerdo unas nueve horas en un medio de transporte equivalente a los que se contratan para hacer una visita guiada de un liceo por una tarde, pero no con las comodidades necesarias para viajes tan largos, como por ejemplo un baño. Todo ese viaje, fue para pasar una noche y un día en Delhi, para salir nuevamente en el mismo bondi con los mismos guías hacia Chandigarh, donde estuvimos una tarde y una mañana, para emprender otro viaje en el mismo medio de transporte con los mismos guías pasando nuevamente por Delhi siguiendo a Agra, donde llegamos muy tarde de noche para dormir y salir al otro día de mañana al Taj Mahal y un fuerte. Pero no se piensen que nos quedamos en Agra, no señor, pues en la tarde salimos hacia Jaipur donde increíblemente dormimos dos noches! Fue una emoción muy fuerte despertar dos mañanas seguidas en el mismo lugar. Y finalmente desde Jaipur, salimos de mañana para llegar de tarde al aeropuerto de Delhi para culminar nuestra estadía en India. Todo esto, implicó horas y horas de traslado por rutas en pésimo estado, en una lata de sardinas con un chofer indio que obviamente manejó decenas de horas "a lo indio", incluyendo un pequeño choque el segundo día del cual apenas algunos nos percatamos, especialmente yo ya que el espejo del camión con el que chocamos dió contra mi ventana, el resto del ómnibus siguió durmiendo.

Nos encontramos en un país enorme, con distintas etnias y realidades paralelas dignas de descubrir, en un clima duro de soportar que atenta contra todo intento de recorrida comparable a las que mantuvimos en lugares como Nueva York, pero a pesar de todo esto, estoy convencido que nuestra dinámica estuvo muy lejos de aportar algo positivo a nuestro viaje, ya que a mi parecer atentó agresivamente contra el espíritu de este sueño, logrando sacarme de mis casillas y haciendo que pasara a padecer el viaje y llegar al punto crítico de desear que se terminara el destino de una vez por todas. Me encontré en la encrucijada de saber si es mejor visitar tantos lugares sin haber estado allí o si es mejor reducir los destinos y las horas de viaje para dedicarlos a la vivencia real de los lugares.

Lo bueno fue poder ver muy por arriba tres ciudades bastante diferentes entre sí, como lo son Varanasi, Delhi y Chandigarh. La primera, como les conté previamente, fue un impacto duro de digerir para la mayoría de nosotros, tratándose de una ciudad fuera de nuestros cánones, siendo el centro religioso y espiritual hindú, mientras que la segunda, compuesta por la parte vieja y la nueva contrastaba un legado inglés y las entrañas de una ciudad india por naturaleza. Y Chandigarh fue un capítulo aparte, siendo una ciudad creada de cero por Le Corbusier en los años cincuenta, con la estructura urbana de las súper manzanas y toda una lógica de funcionamiento absolutamente contradictoria con el resto de India. Una ciudad que se creó para ser la capital de la región de Punjab luego de que la vieja capital pasara a pertenecer al vecino islámico Pakistán. Allí supimos encontrar lo que podría llamarse la aristocracia india, el chetaje indio, viviendo "a la europea" en una ciudad diseñada por un europeo, donde los locales se enorgullecen de la limpieza de su ciudad, la cual para nosotros es más o menos limpia como cualquier otra ciudad, pero comparado con las auténticas ciudades indias es un ejemplo a seguir en ese sentido. Nuestra visita a Chandigarh de hecho, se debió a la gran expectativa que teníamos todos de ver la ciudad creada e ideada por quien es sin dudas El arquitecto de renombre que formó parte de las vanguardias modernistas de la arquitectura y urbanismo, a quien estudiamos repetidamente en nuestros cursos y a quien admiramos sea cual sea nuestra tendencia arquitectónica preferida. Y la expectativa de poder visitar su ciudad y sus edificios gubernamentales nos hicieron aguantar las horas de ruta a un ritmo que marcaron siempre los guías, donde las paradas duraban lo que a ellos les llevara almorzar o cenar lo cual me llevó a varios conflictos verbales con el jefe a quien tuve que aclarar que no estaba transportando ganado sino gente que lo había contratado. Pues la visita a Chandigarh terminó siendo un fiasco ya que tantos kilómetros solo sirvieron para pasar por uno de los edificios de Le Corbusier al cual ni siquiera pudimos entrar, más que a su terreno y acceder a su techo luego de una hora y media de revisión de la seguridad. Voy escribiendo y voy recordando el porqué no quería escribir esta crónica, ya que me doy cuenta de la carga negativa de la misma, la cual lamentablemente es inevitable pues es el reflejo vivo de nuestra excursión.

El colmo de mi desgracia sucedió en Agra, donde preparado con mi mochila para presenciar uno de los edificios más emblemáticos de la arquitectura mundial, equipado con la bandera celeste, las camisetas del bolso y de las Panteras además de todo el kit de muñecos varios, supe llegar solo hasta la puerta de entrada, pues no me dejaron pasar por llevar la netbook conmigo. Así que lo lamento muchachos, pero les debo las fotos en el Taj Mahal.

Y de este modo pasaron los días, sin poder bajarme de la excursión pues se trataba de jornadas maratónicas de ómnibus de ciudad a ciudad, hasta que llegó Jaipur, donde volví a recobrar la sonrisa en cierto sentido, pues me desligué de los guías y de toda la movida en masa de bajar del ómnibus, comer a la volada, hacer pichi, subir al ómnibus, bajar del ómnibus, sacar un par de fotos, subir al ómnibus, dormir, bajar del ómnibus, sacar unas fotos, subir al ómnibus, dormir, viajar horas y horas, bajar del ómnibus... como si de viejitos franceses que contrataron la excursión básica para juntar fotos en un álbum se tratara. Es lamentable ver como la inercia le gana al entusiasmo, y ser testigo del funcionamiento automático de noventa y cinco estudiantes de arquitectura que se conforman con vivir un país como India desde el bondi, desde la ventana donde la máxima emoción fue subir a un elefante o sacar algunas fotos en algún callejón. Pues en Jaipur, cambié la excursión al fuerte a donde se accedía en elefante por una caminata por la ciudad. Ya me había sido suficiente años atrás, subirme a un pobre y maltratado camello en Dubái, viendo como el pobre animal era maltratado y explotado para que un turista de sacara su fotito y le contara a sus papis de la gran aventura.

La jornada en Jaipur no tuvo nada de especial, pero fue el cable a tierra que precisaba, para volver a sentir que estaba cumpliendo el sueño de mi vida, que estaba recorriendo el mundo con mis piecitos, terminando lleno de barro producto del constante chancleteo del cual soy especialista, sin nadie que me dijera para donde mirar ni donde bajar. Jaipur me volvió a dar la seguridad de que quiero conocer el mundo y que quiero ver su gente, por más cruda que sea la realidad que tenemos en frente, pues se trata de eso mismo, y no se puede negarla mirando hacia un costado, o yendo de un templo al otro en un ómnibus con aire acondicionado donde un pinta hace chistes malos o te marca el ritmo. Ésta última ciudad fue más de la vieja India, con sus calles en un estado deprimente, apenas asfaltadas, con charcos de agua fétida por doquier, donde la costumbre de mear parados contra las paredes de las calles principales se vio oficializada con mingitorios en plena vía pública, donde la orina no se va por ductos al alcantarillado, sino que cae ahí no más en la calle. Pasar por estos sectores tiene sus consecuencias olfativas obviamente, que sumadas a los 40 grados Celsius que hizo ese día, me hicieron revolver el estómago en más de una ocasión. Nuevamente las bocinas cobraron protagonismo, y empecé a entender de a poco la cabeza de los indios, con quiénes he convivido en más de una ocasión, a diario atendiéndolos en el trabajo o estando tres meses mano a mano con ellos en mi viaje a Bahrein y Dubai. Entendí porqué hacer fila para ellos no tiene sentido, y que todo lo quieran conseguir a prepo, ventajeándote, intentando seguir siempre el camino ilegal antes que el legal. Vivir, o mejor dicho sobrevivir en ciudades como Varanasi o Jaipur, se logra solo de este modo. Es infantil pretender cruzar una calle de manera ordenada, lo cual seguramente te lleve a estar toda una tarde esperando inútilmente. Hay solo una manera, y es a la india. En nuestro caso, para sentirnos más tranquilos, inventamos una segunda modalidad, la cual consiste en refugiarnos detrás de un puñado de gente autóctona del lugar, corriendo detrás de ellos, manteniendo siempre una distancia prudencial para evitar que nos salpique su sangre en el caso de que los lleven puestos. Vivir aquí implica lo que relato, o en su defecto sería conveniente ser vaca, para poder gozar de respeto y tranquilidad. Nos resulta muy gracioso y chocante ver el caos reinante, donde motos, bicicletas, personas y autos conviven en el caos, donde con tocar la bocina alcanza para que uno siga su rumbo advirtiéndole al resto un "ahí voy" pretendiendo que el otro se mueva o se maneje. En este ámbito, la señora vaca camina lo más pancha entre todo este quilombo, y mientras vos vas caminando, esquivando bosta, charcos, barro, meo indio o incluso algún que otro cuerpo lo cual explicaré más detalladamente, aparece una vaca detrás de un auto y te manda un "muuuuu" con lo cual vos te pegás terrible julepe y saltás dos metros, pues lo último que esperabas es eso.

Y así fuimos caminando entre las calles de Jaipur, conversando con los niños, sufriendo con algunos otros, cayendo en la cuenta de la diferencia con respecto a Nepal, donde los niños que nos saludaban iban uniformados para asistir a la escuela, mientras que en India la mayoría se nos acercaron en un estado deprimente a pedirnos una moneda o comida. Las realidades son diferentes, algunas más duras, otras más agradables, pero cada una tiene su condimento, siempre y cuando se logre vivir de cerca.

Ali.

martes, 5 de julio de 2011

Smoke, niebla, hollín...no nights (sobredosis de crónicas)



Lo siento amigos, lo siento de verdad. Le hablo a ustedes, a aquellos que me exigieron y pidieron crónicas nocturnas, que hablaran de la otra cara de las ciudades. Pues me he cansado de insistirle a mis compañeros de viaje que vivir la noche de una ciudad es parte de la vivencia de la misma, es parte de su cultura, de su gente, de sus costumbres, de sus fiestas... de sus mujeres, pero haré mis descargos mas adelante!
El pasaje por China me dejó clarísimo que hay una gran diferencia entre ser potencia mundial y ser del primer mundo, definición absolutamente discriminatoria que repudio, pero aplicable en varios casos. Este gigante asiático que se está comiendo al mundo y que tiene a nada más ni nada menos que los Estados Unidos de América de rodillas en unos cuantos asuntos, está lejos de tener el funcionamiento interno de un país primer mundista, no en el sentido economómico, sino en el cultural.
Nuestro pasaje por la ciudad de Shanghai fue fugaz y absurda, pero disfrutable. Entre las miles de cosas que se me ocurren que habría que corregir en el viaje de Arquitectura, está la de moderar los destinos y los tiempos además de recursos. Pasamos varios días en Beining del cual obviamente hay mucho que no llegamos a ver, pero que a mi criterio tuvo bastante menos atractivo que Shanghai. Ésta última, es la ciudad más poblada de China y su centro industrial entre otras cosas y El día que pasamos en ella lo exprimimos al máximo. Se trató de una de esas típicas jornadas de nuestro viaje, donde salimos a las 9:30hs y volvimos a las 23:30hs, habiendo caminado todo el tiempo a excepción de la media hora en que paramos a comer. Es que uno se acostumbra al ritmo del viaje, a su seguidilla de ciudades, al tiempo en los aeropuertos, a la orgaización, al llegar a una meglópoli y en cuestión de horas ubicarse con un mapa y moverse hacia donde se le antoje. Eso fue lo que hicimos esta vez, en una jornada maratónica donde mis compañeras de turno fueron la Negra y Lilou, ya que por diversos motivos todos salimos en grupitos distintos.
Nos topamos con una ciudad por de más interesante y contradictoria, con mucho de la China tradicional combinada con la nueva cara industrial y financiera del país. Los adultos hacen mear y cagar a sus niños en el medio de la vereda al igual que en Beijing, están las típicas callecitas angostas decoradas con los caños que salen de las ventanas de las casas de varias plantas con la ropa colgada oficiando de guirnaldas decorando una galería, debajo de la cual están los típicos puestitos ambulantes que ofrecen desde frutas, pasando por chucherías hasta cajas llenas de agua donde decenas de anguilas, serpientes, peces y ranas pasan sus últimas horas hasta que alguien se decida por ellos. Las bicicletas y motocicletas aprenden de los autos y corren, sin importar si hay algo o alguien delante, limitándose a tocar la bocina para que aquél que se curce en el camino se corra o pague el precio siendo atropellado. Así, uno va caminando por las callecitas, hasta desembocar de repente en una avenida con hermosos canteros que atan la estructura urbana donde emergen los diversos rascacielos, muchos terrajas, otros con propuestas más que interesantes mientras que varios más se están construyendo. Fue ahí que me quedó corto una visita de un día, ya que me hubiese gustado poder empapare más de la vida de una de las ciudades que se está convirtiendo en una de las tantas ciudades globales, esas que no se parecen a ninguna y se parecen entre sí, con la misma lógica, el mismo funcionamiento y la misma estética. Me hubiese gustado saber de la vida de esos peones y albañiles de ojos rasgados que trepan estos andamios que se pierden de vista en el cielo. Me hubiese gustado saber si ellos también son los esclavos modernos de los que supe ver hace unos años en Dubai, donde miles de personas provenientes de India, Bangladesh o Pakistán sufren una versión moderna y legal de esclavitud. Me acordé de la muralla china y lo que pensaba mientras la escalaba, lo mismo que vos Alicia. Pensaba en las vidas que tomó esa muralla, los esclavos que la construyeron con su sangre de los cuales muchos quedaron enterrados en la misma, y me acordaba de las pirámides que visitaremos en breve y quería saber si en Shanghai pasaba lo mismo, siglos después, con más "democracia" y legalidad, sin muertos bajo las piedras pero sí con vidas encadenadas a la miseria y el abuso. Y me acordaba de la Gran Muralla, donde miles de personas pasan a diario sacando sus fotos como lo hicimos nosotros, un evento turístico que se aprecia como una maravilla y que fue la condena de tantos, contrastando en paisaje y forma con esta Shanghai. En esta parte los señores de traje se comportan igual que aquellos de los países occidentales, y los turistas y comerciantes extranjeros polulan entre la multitud que va y viene, pasando por abajo, arriba o al costado de los puentes que unen calles y edificios. Aquí, en el distrito financiero de Shanghai corre un río que ofrece una rambla por la cual todos pasan, especialmente los extranjeros para sacarse la foto con el skyline de la ciudad, que ofrece de ambos lados edificios de interés. Se puede cruzar en un ferry de un lado al otro, intentando hacer una cola innecesaria como en casi todos los ámbitos ya que los chinos se van a encargar de colarse por todos lados pisándote, empujando o metiendo los codos si es necesario, sean adultos o niños, para poder sentarse cerca de la ventana para disfrutar de la vista que ofrece el paseo de un lado al otro.
Lo que no cambió fue el color del cielo, siempre gris, siempre contaminado, siempre nublado, tanto en Shanghai como en Hong Kong el cual les describiré en breve. Después de tanta queja, la madre naturaleza se apiadó un poco de nosotros y nos birndó una pizca de sol cerca del mediodía, para volver a esconderse nuevamente en una región donde no hemos prácticamente disfrutado del sol. La combinación de la niebla, las nubes y el smoke son una alianza común de ver, causando entre otras cosas que uno sienta la garganta más sensible y esté más ronco de tanto respirar hollín. Fueron justamente estos factores que nos hicieron quedar con las ganas de apreciar la ciudad desde lo alto, como ya es costumbre en los sitios que visitamos. Supimos estar en la ciudad gótica en su versión china, con sus rascacielos cuyos coronamientos se perdían en densas nubes que corrían a una velocidad importante, generando así un microclima bastante extraño y atractivo que complotaban contra nuestras intenciones. Luego de haber caminado como unos condenados por toda la ciudad, decidimos que era hora de subir al mirador del "destapador" para poder apreciar la ciudad desde lo alto, en la noche de Shanghai, pero para nuestra sorpresa quien nos recibió en la entrada nos mostró el cartel donde aparecía una carita triste, llorando que decía "visibilidad cero". Nos llamó la atención que no se comportaran igual que las otras torres a las cuales habíamos subido en ciudades como Chicago o Nueva York donde abajo había un cartel que especificaba que nadie se hacía cargo del reembolso en caso de mala visibilidad. Decepcionados sacamos algunas fotos más desde abajo y decidimos que nos merecíamos descansar y darle un pequeño alivio a nuestras patitas las cuales hacía unas once horas nos venían bancando. Así fue que caminamos hacia la terminal del ferry cuando eran las 21:50hs. No me pregunten como, pero se me ocurrió apurar el paso porque supuse que el último barquito saldría en alguna hora en punto y no fuera a ser que esa hora fuera a las 22. Eran las 22:00hs en punto cuando estando a unos cincuenta metros de la terminal vimos que bajaban las persianas, y el pique que nos pegamos invirtiendo los últimos gramos de energía no nos ayudó en absoluto, pues tuvimos que pegar la vuelta, seguir caminando y volver en metro, despidiéndonos de una ciudad bastante más interesante que la anterior, una ciudad que se va para arriba en infraestructura y que presenta intervenciones urbanísticas y arquitectónicas interesantes para el debate. De este modo terminó nuestro paso por la China continental, la clásica, para emprender el vuelo hacia Hong Kong, buscando nuevas aventuras, nuevas anécdotas, comiendo días del calendario con los sentimientos contradictorios de disfrutar cada día al máximo, siendo concientes de que también cada día disfrutado es un día menos que queda para el regreso.
Pasan los días y los grupos cambian, mutan, se agrega gente, se separa gente, y sigo sin encontrar un compañero fiel que esté dispuesto a descubrir la faceta nocturna de las urbes. Muchos me lo han prometido, con falsas promesas de un mañana que nunca llega ya que todas las noches hay distintas excusas. Lo cierto es que no he podido ver la noche de lugares como Shanghai o Hong Kong.
Esta es nuestra última noche en Hong Kong, lugar extraño e interesante, llamativo, lleno de indios donde una vez más fuimos testigos de la incoherencia de la organización del viaje de Arquitectura. Recuerdo los pies innundados en la ducha del hostel de Beijing donde teníamos que subir cinco pisos por escalera para llegar al cuarto compartido por seis u ocho personas y no entiendo cómo unos días después estamos en un hotel cuatro estrellas, sin dudas el más lujoso en el que he estado en mi vida. Sin dudas hay algo que falla, pero bueno, acá estamos, en Hong Kong, con sus treinta y cinco grados espesamente húmedos donde uno es una babosa caminante por las calles, muerto de calor, pegajoso sufriendo los cambios continuos de temperatura al entrar al metro o a cualquier local cerrado donde de repente se está en invierno, en un país donde el derroche energético es cosa de todos los días. El paisaje es muy pintoresco, especialmente si se tiene la vista que tengo en mi habitación con doble cama matrimonial en el piso 57. Edificios exentos aparecen con un fondo montañoso y verde, mientras el río que atraviesa la ciudad separa dos orillas que se unen através de un puente colgante. Dochos edificios tienen una tipología bastante particular, igualitos en tandas diferenciándose una tanda de la otra por el color de la terminación exterior, pero manteniéndose siempre los mismos programas.
Hong Kong nos recibió con lluvia y de hecho los paseos más disfrutables no los pudimos hacer, como por ejemplo subir al pico a observar toda la ciudad o una recorrida aprovechable por el distrito financiero en la isla, el cual se ve perfectamente desde el continente, en la horilla de en frente. Pero sí tuve la posibilidad de tomar una cervecita sentado en la "rambla" continental, observando como se iba oscureciendo el cielo cada vez más mientras entraba la noche y el skyline de la isla se iba prendiendo. A las 20:00hs fui testigo de "La noche de las luces de Coca Cola y Canal 10" de Hong Kong, donde se pasa música y unos locutores presentan de manera breve los edificios de la ribera de la isla mientras estos van prendiendo y apagando las luces en un juego sicodélico muy bien organizado al igual que el derroche atroz de energía. El resto del tiempo, se nos ha ido paveando en la vuelta, conviviendo con una sobredodis adelantada de India cuando aún nos quedan algunos días para llegar a este país, viendo como pasan los días y como muchos de mis compañeros van perdiendo aceleradamente la capacidad de asombro y me siento raro, porque me sigo facinando al igual que el primer día con cada destino.
Y acá me encuentro, en la última noche en esta ciudad cuya noche no pude descubrir a pesar de mis intentos, extrañando a los vagos del Baroffio quienes son los que me agitan en Montevideo para salir mientras yo nunca puedo. Pues aquí los necesitaría, ya que los papeles se han invertido, y mientras no puedo entender como mis pares prefieren mirar Nat Geo en el cuarto o simplemente conformarse con una cerveza en lata en el loby del hotel mientras luchan por conectarse a internet yo me encuentro desesperado por salir y no encuentro con quien. Me he dejado llevar por las falsas promesas y me he desencontrado con aquellos que decidieron salir. Y dejo pasar las horas, sabiéndo que descubrir un país y una cultura se basa tambien en conocer su noche y su movida, más que refugiarse en un hotel de lujo.
Y así se va el último día aquí, luego de un fantástico amigo invisible en un reducido grupo compuesto por el Rolo, Marto, la Negra, Lilou, Popi y quien les escribe, mientras veo las caras largas de mis compañeros de viaje manyas, quienes no dan crédito del papelón de su cuadro y me acuerdo del Edu y de Manu que por años estuvieron callados llamándome para sobrarme cuando Nacional perdía contra algún cuadro que no era Peñarol, y recuerdo cuando me decían: "nosotros vamos a la Libertadores solo si la vamos a ganar". Pero bueno, un saludo para ellos, yo no voy a cometer el error de gozar por partidos en los que mi cuadro no tuvo nada que ver. Otra vez será.
Lo que a mi me queda, es prepararme para Tailandia, un nuevo destino, un nuevo escalón de este sueño donde no hay que caer en la rutina de padecer el viaje lo cual a mi criterio es un sacrilegio y un insulto a todos aquellos que apoyaron esto. Cada destino nuestro es un viaje en sí mismo que se lograría con mucho esfuerzo y meses de ahorro y lucho para no permitir que viajar se convierta en una rutina más que achancha a la gente de la cual escucho quejas absurdas. Los veo y me doy cuenta que no se dan cuenta de lo que están viviendo, y de que han perdido la capacidad de vivir esto como lo que realmente es, una experiencia increiblemente maravillosa y diferente, especial, impagable, imperdible. Estar acá es un privilegio, un sueño... un sueño que tengo la suerte de decir que se me está cumpliendo, día a día.
Salud!