En todos hay un escritor. Por más escondido que este se encuentre. Algunas veces se manifiesta y quiere ser la voz de muchas voces y la de uno mismo. Ser testigo y narrador de nuestra historia, amigo y enemigo de nuestros miedos y alegrías, tratar a la realidad como una igual, subyugar lo indomable y liberar lo oprimido. Combatir la intolerancia en una guerra sin cuartel a palabra suelta. Desafiar a nuestra propia inteligencia y re-definir las reglas en las cuales se basa nuestra ya tan reestructurada sociedad. Pero lo más importante sea, tal vez, la indescriptible sensación que nos produce, el dibujar con nuestras palabras en la imaginación de otros.

Bienvenidos.

C.A.

viernes, 30 de julio de 2010

Historia de Amor entre un profesor y un Tupper

HISTORIA DE AMOR Y ODIO ENTRE UN PROFESOR Y UN TUPPER.

Me tenés podrido. Es lo primero que me surge al pensar en vos. No siempre fue así, es cierto, pero hoy quiero decirte que no te aguanto más. Recuerdo como si fuera hace instantes, ese día de principios de marzo cuando en aquel supermercado llegué a la góndola de bazar y por vaya a saber que maldita promoción, estabas en la cabecera luciéndote tal cual vedette. Liviana, delgada, práctica, muy elegante, de curvas voluptuosas y aparentemente perfectas para mi vianda. Te imaginé con el individual y los cubiertos a un costado y el tupper más pequeño de mis galletitas de cereal arriba. El cuadro era tan cómodo, tan útil, tan falso.
Fue lo primero que descubrí cuando llegué a casa. Emocionado saqué de un tirón la faja de cartón que te envolvía, y fui a la cocina a buscar mi vianda para confirmar mi idealizada imagen. Pero mi frustración fue enorme cuando el caprichoso tirador saliente de tu tapa, no permitió que entraras de ningún modo. Me sentí culpable así que cambié mi vianda. Compré una nueva, de esas flexibles que poco parecen conservar, pero mi ceguera era demasiado para darme cuenta de la realidad.
Uno de mis primeros días de trabajo, tuvimos un almuerzo maravilloso. Te tomé entre mis manos, giré rápidamente tu sutil y segura cubierta accesoria para la salida del aire caliente, te puse en el microondas y esperé paciente. Saliste indiferente al acoso de esas onditas y comimos sin problemas. De noche, al lavar la cocina de la cena te incluí para luego guardarte. Era viernes y no nos veríamos hasta el lunes, pero el infierno se desató. Lo que se inició como una normal ubicación de utensilios en su correspondiente lugar se transformó en una pesadilla. No podía ponerte en el sector del placard asignado a los tuppers. Intenté separar por tamaño, pequeños, medianos y grandes, por forma, redondos, y rectilíneos, los más pequeños dentro de los más voluminosos. Subagrupé los largos y los cuadraditos, pero tu siempre tenías algo que no te permitía adaptarte. Con los redondos no te podés ni ver, los angostos no te caben, los profundos son demasiado rebuscados. Tuve que darte un lugar especial, una esquina del placard, mientras tus camaradas se quejaban rebotando cada vez que los acomodaba. No me dejaban cerrar las puertas, se tiraban al vacío con tal de no permitir semejante injusticia. Me las arreglé para superar esa situación y permitirte tamaña exclusividad.
Durante un tiempo alterné mis almuerzos en el comedor o la cantina del liceo de turno pagando los altos precios de lo que otros hacen por uno. Fui a diferentes comercios a mirar casi a escondidas otros tuppers que pudieran superarte y resolver mi ansiedad. Hablé con asesores al respecto y en medio de ya cierta saturación lo vi. Buscando en Internet, en un rincón de la pantalla, casi indistinguible, la foto de lo que sería mi solución. Un set maravilloso de la misma marca de mi anterior vianda que a propósito, para desbancarte de este sucio mercado, trae tres tuppers de diferentes tamaños y con la forma perfecta para entrar superpuestos artísticamente en mi vieja, querida, rígida y plástica vianda.
Hoy después de varios meses, te digo que ya no sos mi tuppercito. Ahora te digo tacho y que mucho de lo que sobre de la salsa lo conservaré en ti y a ti en la fría y eficiente bandeja de mi freezer. Bye bye.
G. Lepore