San Francisco nos recibió de tarde, detrás de las traicioneras montañas californianas. Lo más pintoresco y llamativo de esta ciudad es el pronunciado relieve que tiene. Al igual que nuestro pasaje por los pueblos antes de llegar, San Francisco es una continuidad de calles súper empinadas, con pendientes de anda a saber de cuantos grados, que hacen rugir los motores y ofician de montaña rusa en las bajadas, generando siempre una sorpresa detrás de cada colina.
Atrás quedó el Estado de Nevada y nuestro fugaz paso por Las Vegas, donde en lo personal me hubiese gustado poder estar al menos una noche más, viviendo ese bizarro fenómeno en el medio del desierto, donde nuevamente volví a pensar en La Habana, cuya comparación con la ciudad de las luces de neón es inevitable. Es que nuestro pasaje por la ciudad del pecado fue tan mínima como lo era la visita guiada de Cuba con Yamiles exigiéndonos el quiebre del cuello hacia un lado y otro de manera mecánica. Una demora aquí, una demora allá nos hizo salir tarde de Phoenix y llegar más tarde aún a Las Vegas, muertos, liquidados de la ruta, mal dormidos con ganas de un hogar. Este concepto, el de hogar, ha tenido un cambio significativo para nosotros sobre el cual me gustaría detenerme un poco. Lejos de buscar la casita con techo a dos aguas, chimenea, estufa prendida con un limonero en frente, el hogar en nuestro contexto se reduce a una cama horizontal y una ducha o alguna mesa donde apoyar los panes para hacer los refuerzos. En su defecto, un hogar es cualquier lugar donde nos quedemos más de cierta cantidad de horas. Es común a esta altura llamar "casa" al lugar de turno donde nos quedemos aunque sea una noche. Por ejemplo, estando en el centro de San Francisco, una típica conversación puede ser la siguiente:
- Che, después de acá a donde vamos?
- Y, para mi pasamos por casa, nos pegamos un baño y vamos a hacer los mandados.
Es hasta confuso el proceso mental por el cual pasamos, ya que como es una propiedad intrínseca del hombre, uno siempre busca apropiarse del espacio que habita, virtual o físicamente. Pues este proceso es muy acelerado en nuestro caso ya que vagamos como gitanos por el mundo, ya que apenas nos empezamos a acostumbrar a un lugar, a su mugre, a sus arañas, a su water hediendo o al mal humor de su recepcionista indio con olor a ajo, tenemos que "armar" la valija y salir hacia el próximo destino. Digo "armar" entre comillas ya que básicamente se trata de meter todo lo que se sacó de nuevo tratando de que la valija cierre.
Pues el hogar en las Vegas fue fugaz, ya que llegamos pasadas las 22hs, muertos y bajoneados porque varios amigos, incluyendo la sacarocracia nos habían dicho que la movida en la ciudad del pecado era del medio día hasta temprano en la noche. Para nuestra sorpresa, la noche estaba que ardía en las calles. Llegamos a casa, dejamos las cosas y salimos a dar una vuelta en la camioneta, con una pinta envidiable, de chancletas, pantalón deportivo, gorros, trapos colgando...impresentables ante esa multitud recontra producida en las calles de Venturi. Yo miraba por la ventana las bellas muchachas desfilar por las avenidas, y las veía inalcanzables como el pan que causó todos los desmanes de Jean Vaaljean. Como ese pan tras la vidriera, las hermosas rubias estaban del otro lado del vidrio de "la Homeless" (nuestra camioneta). Dimos unas vueltas y fuimos testigos de la extravagancia y terrajada de la ciudad, iluminada, tentadora, donde la gente tomaba cerveza en las calles, y nosotros teníamos que comportarnos porque debíamos manejar al otro día. Nuestros ojos fueron testigos de la mini estatua de la libertad superpuesta con un mini parque de diversiones, un mini Empire State en un revuelto de gramajo edilicio inmundo e innecesario. Más adelante estaba la mini torre de Eiffel, el hotel Luxor con sus réplicas egipcias y después una vidriera gigante con gatitos bailando en el caño a donde inevitablemente, iban a parar nuestros ojos. Resolvimos ir a casa, pegarnos un bañito y volver a romper la noche, pero el copiloto de turno no se enteró que el destino que estaba en Conchita no era el hotel, por lo que estuvimos dando vueltas por las complejas calles de Las Vegas al menos una hora y pico más, que era lo que nos hacía falta para quedar definitivamente muertos y sin ganas de mover un dedo. Llegamos al hotel y palmamos, tristemente, vergonzosamente sin poder desmentir el mito de que Las Vegas muere después de las 12 de la noche, pues los que morimos a las 2:00hs fuimos nosotros.
Atrás quedó Las Vegas, ciudad que nos dio la bienvenida con la policía parándonos en su ruta de acceso aquella noche. El chófer de turno era el Marto, quien había manejado cinco horas por aquella ruta de tierra que les comenté en el relato previo. Fue entrando a la ciudad que en un mini volantazo esquivando vaya uno a saber qué, que sentimos las sirenas y las inconfundibles luces rojas y azules detrás nuestro.
- Dejalo pasar Marto - dijo Popi.
- Me parece que es para nosotros - dije yo - Pará al costado de la ruta.
Paramos, y efectivamente el auto del policía paró atrás nuestro. Todos calladitos, nos dispusimos a esperar. Yo abrí la puerta lateral de la camioneta donde estaba yo, intentando que el policía viniera hacia mi lado para tratar de evitar confusiones idiomáticas, pero cerré la puerta cuando vi la cara de perro malo del milico que me ordenó que así lo hiciera en un tono agresivo y retador. Nos quedamos quietitos hasta que el cara de perro se acercó y le pidió la libreta al Marto. Acto seguido le pidió que bajara. Las risas fueron inmediatas luego de que el Marto saliera de la camioneta. Nos callamos todos de repente para escuchar, pasó un minuto y sentimos la voz de nuestro piloto de turno diciendo: - Bueno, muchas gracias eh? Hasta luego, que pases bien! juajuajua...las risas dentro de la camioneta estallaron. Habíamos pasado el control y seguramente seríamos invitados por el milico a comer a su casa luego por el tono amistoso del Marto.
Y así pasamos de Las Vegas a la aventura por las montañas, para llegar mucho más tarde de lo esperado a San Francisco, donde ya nos habíamos perdido la asamblea de la generación y la visita a la universidad donde nos esperaban para una charla mientras nosotros serpenteábamos en los picos nevados de California. Pero finalmente llegamos a la ciudad de la diversidad sexual, donde las banderas del Estado y el pabellón nacional de las ciudades anteriores fueron sustituidas por una multicolor.
De hecho, una de las particularidades de esta ciudad, al menos midiendo con lo que nosotros vimos, es que los homosexuales son mayoría y el grado de libertad y exposición que tienen es mucho mayor a lo que nosotros estamos acostumbrados. Pero más raro aún es el porcentaje de chinos que hay, entendiendo por chino a todo aquel ser de ojos rasgados que proviene del lejano oriente, sea este coreano, japonés, tailandes o chino chino, como los españoles que son todos gallegos, los argentinos que son todos porteños y los del medio oriente que somos todos terroristas. La cantidad de "chinos" es algo de no creer en toda la ciudad, como también de mexicanos. Lo gracioso es que los "chinos" hablan español, ya que conviven a diario con los latinos. De hecho el barrio en el cual está nuestra actual casa está en una especie de 8 de octubre mexicano, con todos los carteles en español, de paisaje muy similar al de nuestra avenida con tiendas variadas atendidas por chinos hispano parlantes que concentran varios rubros. Por ejemplo, pegado al hotel El Capitán (nuestra morada), hay una peluquería, que tiene una silla de peluquería y un espejo, pero que a su vez arregla relojes y compra oro, además de vender productos de limpieza y chucherías tipo muñequitos y demás elementos inútiles de esos que a la gente le encantan.
Hablando del hotel El Capitán, es una versión san franciscana del hotel Tokyo. Sigo sin entender porqué esa obsesión con la moquet. Estamos hablando de un hotel igual de mugriento que el Tokyo (aquel de Chicago) donde todos los pasillos y las habitaciones tienen una moquet inmunda, con el mismo olor que aquella del ascensor del hotel del pata de palo, lo cual sumado a la baranda a ajo que tiene el indio que te atiende de la humor, se convierte en un combo extraordinariamente desagradable. Ni que hablar que por ejemplo la habitación que nos tocó al Marto y a mí no tiene baño, sino que hay que usar un baño comunitario bastante bizarro, con una bañera y un water, pero sin lavamanos. Entonces, el mecanismo es ir por ejemplo a echarse un caquito en el baño cuya ventana da a un espacio abierto desde donde se absorbe aquello que sale del extractor de algún local de comidas, inundando así el lugar de un constante olor a comida frita mexicana. Luego del caquito, uno no se puede lavar las manos si no va a la habitación donde hay un pequeño y asqueroso lavamanos.
Pero a mi una de las cosas que me preocupa en este país son las canillas o grifos. Al igual que la incógnita que me surge con respecto a la gran diversidad de tipos de enchufes que hay en el mundo, lo cual para mí solo sirven para complicarle la vida a la gente en vez de tener todos, independientemente del país y de la pared el mismo tipo de enchufe, en este país he visto una cantidad extraordinaria de canillas, cada una con una personalidad propia, un funcionamiento propio y sus propias manías. La canilla de la ducha del hotel El Capitán por ejemplo, es un rosetón gigante, de acrílico, donde la lógica diría que hay que girarla hacia los costados y listo, pero no. Luego de varios intentos descubrí que hay que empujarla un poquito hacia fuera y luego hacia arriba, para pasar posteriormente a girarla hacia la izquierda para el agua caliente y hacia la derecha para el agua fría. Y así una variedad increíblemente innecesaria al igual que la mitad de productos que se consumen a diario por estos lares.
Plan de emergencia en Sanfran |
Pasando de cosas profundas a simples banalidades, les puedo decir que mi impresión personal sobre San Francisco ha sido absolutamente negativa. Me encontré con una ciudad obscura y enferma, con un porcentaje increíble de indigentes por doquier. En algunos casos hasta me hizo sentir como en casa. Pero no sé porque los indigentes que veo acá me chocan más que en Uruguay, aun no le he encontrado la respuesta. Lo cierto es que en todas las calles uno se cruza con gente de todas las edades, abandonadas, sentadas en la verdad con sus carteles que explican la razón por la cual son "homeless", y entre esta gente vi muchas chicas jóvenes, de veintipico de años. Pero eso no es todo, la fauna de San Francisco es bastante variada, porque además de los chinos y mexicanos, y además de los indigentes es factor común cruzarse con muchísima gente que está totalmente mal del bocho, gente a la que le faltan varios jugadores y deambulan por la ciudad hablándole al aire, peleándose con algún amigo imaginario o simplemente se sientan a esperar a alguna nostalgia de antaño que pase a buscarlos. Pero esto que les digo no es de haber visto uno o dos casos, les digo que caminando por la calle, por el barrio que sea, estos seres son parte común del paisaje urbano. Y en parte veo una diferencia abismal en el trato que se les da, ya que en nuestro Montevideo un indigente, más comúnmente llamado pichi, es una lacra de la sociedad, un objeto que está pero que todos prefieren no ver e ignorar. Aquí, en la ciudad de San Francisco los indigentes entran y salen a donde quieren, como supimos ver en otras ciudades también. Es común ver uno sentado en un lugar de comidas X, sin consumir nada, simplemente ahí, o durmiendo en el piso de un Mc Mierda, y además los mantiene el gobierno, por ende la gente trabajadora con sus impuestos. Hablando con los lugareños, me di cuenta de que el fatídico y errado Plan de Emergencia era un poroto al lado del programa de este país, donde se le da dinero no a personas que prueben que están por debajo de la línea de pobreza con sus familias, sino simplemente a todos los indigentes, de los cuales la gran mayoría lo gastan en drogas y alcohol. Los lugareños se quejan y aseguran que hay trabajo para todos, pero que los "homeless" cobran de todos modos y a veces entre lo que cobran y lo que piden hacen más plata que un trabajador de las ocho horas.
Además de esto, desde nuestra llegada hemos notado mucha agresividad en todo con respecto a las anteriores ciudades. Es que esto de viajar en tiempos tan breves entre lugares tan distintos te da una capacidad de abstracción y comparación tremenda. Pues desde Nueva York, pasando por los pueblitos de las montañas o del desierto con su gente súper extra amable, a una ciudad como San Francisco es un cambio rotundo. La agresividad, inseguridad y mal humor se huelen en el aire. Falta el verde, falta descongestión en la ciudad misma, falta alegría, pero además faltan lugares donde estacionar la camioneta y sobre todo falta que se pueda doblar en las calles! El 90% de las calles tienen un cartel de prohibido doblar por lo que se nos ha hecho extremadamente difícil economizar tiempo, ya que cada vuelta en auto nos lleva horas.
Pero esto fue lo que vimos de San Francisco, porque sus alrededores, como Sausalito son hermosos y espectaculares. Con calles empinadas al extremo y casitas muy bonitas uno pasa de una vista a otra vista en cuestión de minutos, haciendo el paseo muy agradable, pero difícil de caminar, ya que subir una de estas calles implica un esfuerzo sobre humano.
Lo que sí se está haciendo una constante es encontrar el lugar ideal en cada ciudad para comer. En esta última ciudad la cual estamos abandonando mientras les escribo, nos fuimos un poco al carajo, ya que encontramos el lugar y ya comimos tres veces ahí en dos días! Se trata de Bangkok, un restaurante muy chico pero muy concurrido, de comida tailandesa. Sinceramente nunca imaginé que la comida tailandesa fuera tan deliciosa. En dos de las tres ocasiones pedí platos compuestos por frutos de mar varios con vegetales, fideos y condimentos varios, para chuparse los dedos, muy bien servidos y a un precio muy razonable en estas tierras. Para comparar, un combo en McMierda o Burger King cuesta unos 8 dólares, más impuestos y refrescos medianos se te va a unos nueve dolares y pico, pues el plato más caro de Bangkok que es el salmón cuesta eso mismo. Así que nos hemos partido la boca y le recomiendo a aquellos que vengan a San Francisco, que concurran a este lugar ubicado en Powel Street y O´ferrel. Cuando lleguen digan que van de parte de los enfermos que comieron tres veces seguidas ahí que ellos me pasan una comisión!
Para cerrar les quería comentar que finalmente anoche nos pusimos las pilas y pudimos salir, un ratito ya que con nuestros horarios es imposible agarrar un boliche en yanquilandia por muchas horas, pues todos cierran a las 2:00hs. Pues anoche fuimos a un boliche, el cual obviamente al igual que la gran mayoría era un boliche gay, con dos morenos bailando a lo Britney Spears en una jaula y arriba de la barra, con un montón de "desperdicios" tanto para nosotros como las chiquilinas, achurando en todos los lados, donde yo me quería morir con los minones que estaban juntitas y las chiquilinas con los pibes del boliche. Y así pasó nuestra última noche en San Francisco, divirtiéndonos en un ambiente que no era el nuestro, en una ciudad a la cual jamás volvería por voluntad propia.
Espero no haberlos aburrido. Por acá los dejo, con lo que fue nuestra experiencia detrás de la colina.
Salute!
Ali
No hay comentarios:
Publicar un comentario