En todos hay un escritor. Por más escondido que este se encuentre. Algunas veces se manifiesta y quiere ser la voz de muchas voces y la de uno mismo. Ser testigo y narrador de nuestra historia, amigo y enemigo de nuestros miedos y alegrías, tratar a la realidad como una igual, subyugar lo indomable y liberar lo oprimido. Combatir la intolerancia en una guerra sin cuartel a palabra suelta. Desafiar a nuestra propia inteligencia y re-definir las reglas en las cuales se basa nuestra ya tan reestructurada sociedad. Pero lo más importante sea, tal vez, la indescriptible sensación que nos produce, el dibujar con nuestras palabras en la imaginación de otros.

Bienvenidos.

C.A.

miércoles, 25 de mayo de 2011

Sacarocracia en Chicago...El hotel Tokyo...Nostalgia de otra temperaturas


Si Yamiles supiera que después de varias semanas aún seguimos citándola indirectamente, no lo creería jamás. Desde nuestra estadía en La Habana, pasamos a hablar de la sacarocracia, haciendo referencia a Salvador y Adriana, el equipo docente al cual nos hemos apegado conquistando así el primer lugar como "la camioneta de los alcahuetes de los docentes". De hecho, ahora en Chicago nos estamos quedando en la misma habitación con ellos. La cuestión es que Yamiles, la guía que nos llevó al tur pedorro del primer dia en La Habana, sí, aquella que nos insistía en lo que debía hacer un turista y lo que debía hacer un cubano, pidiéndonos que no nos involucráramos con el populacho, sino que nos dedicáramos a comprar habanos, ron y café, que miráramos a la derecha, a la izquierda, a la derecha para volver a mirar hacia la izquierda, fue quien empleó el término sacarocracia para referirse a los ricachones que habían construido el barrio de los privilegiados en La Habana, esa gente era la aristocracia azucarera. Pues desde entonces, Salvador y Adriana son la sacarocracia, más Salvador que Adriana, pero bueno, ambos son los que tienen quesito magro, mermelada sin azúcar, comen sushi, durmieron en un apartamento de lujo en Nueva York mientras nosotros estábamos en hostales, etc., etc.
Pues como les comenté, en este momento (mientras escribo, ya que seguramente cuando envíe esta crónica estaremos en otro lado) estamos hospedados en el Hotel Tokyo, en la ciudad de Chicago junto a Popi, Lilou, La Negra, Marto, Maina, Adriana y Salvador. Este hotel, a diferencia de aquel de Nueva York fue reservado por Adriana en Montevideo, ya que ella había estado acá en el 2007, cuando viajó como estudiante. Se trata de un hotel totalmente descontextualizado de su entorno, centro de Chicago. Está estratégicamente ubicado, cerca de todo, pero tiene algunas particularidades. Por ejemplo, en todos lados hay moquet, una moquete inmunda, sucia, mugrienta, hedionda, del año del jopo que lo único que hace es acumular mugre y olores diversos, especialmente el que está en el ascensor. El ascensor, es lento, lentísimo y sus paredes están cubiertas con tablones enormes de madera que cuelgan de la parte alta, absolutamente mugrientos, con algunos grafitis, con requeches de MDF. La puerta del ascensor, está toda manchada, como chorreada con algún líquido que vaya a saber uno de donde salió. Pero lo mejor, son los personajes que habitan el hotel y sus recepcionistas. Uno de ellos es John, el pata de palo. Un caballero con gorrito de almacenero, un buzo ancho y largo, unos lentes rotos pegados con cinta adhesiva, barba blanca, mirada pérdida, pantalones anchos y manchados y lo fundamental, una pata de palo. Mientras describo esto, me estoy enterando del quilombo que hay en el paisito, con el tema de la ley de caducidad, y los comentarios que llegan son: "menos mal que están lejos y no están acá porque esto es un quilombo bárbaro". Y si, definitivamente estamos lejos, en el hotel Tokyo, con el pata de palo que es muy amable, y su asistente, que es una mezcla de niño adulto (debe tener unos cincuenta pirulos), siempre sonriente mostrando su falta de dentadura, nos pide todo en un amable español. Los huéspedes, son todos hombres viejos y solos, con caras de locos, que vaya a saber uno qué historia traen atrás. Pues acá estamos nosotros, en lo que Adriana llamó "Penthouse" y la señora que atendía se atrevió a corregir contestando "The Studio". Pues sí, estamos en una de las habitaciones de arriba del hotel, una mezcla de templo medieval con la casa del Zorro, donde uno espera que en cualquier momento salte el sargento García del entrepiso. Lo cierto es que acá entramos los ocho, y no hay SACAROCRACIA que valga. En la cama de dos plazas (que en realidad entran tres) de abajo dormimos Marto, Salvador y yo y es inevitable que uno se asuste a las 3 de la mañana cuando de repente abre los ojos y encuentra a alguno de los otros a 5cm de su cara, pero dormimos bien y la cama es cómoda. Claro, las fundas de las almohadas tienen un bordado de los juegos olímpicos de "Atlanta 96", pero a quien le importa? Tampoco importó tanto en un principio que la bañera se inundara al bañarse uno, y que el agua llegara hasta las rodillas, mirando toda la mugre negra acumulada de vaya a saber uno cuándo. Lo cierto es que ayer Adriana y la Negra se pusieron las pilas y utilizaron los elementos de limpieza que les traje para limpiar todo. Pero más allá de eso, es muy cómodo, espacioso y tiene cocina, lo cual fue fundamental ya que luego de varios días de Mc Mierda, Subway o sandwiches caseros de jamón, queso Chedar (muy barato acá) y mayonesa, fue como una bendición ya que comimos pollo con vegetales al "wok" (como se escribe?), fideos con tuco, churrascos de cerdo con vegetales y Cuscus (imaginense de quien pudo haber sido esa idea...de la sacarocracia obviamente) y otros alimentos riquísimos.
Saliendo un poco del hotel Tokyo el cual le recomiendo de corazón a todos aquellos amigos bizarros que tengo, si es que alguna vez vienen a la ciudad de los Vientos, les puedo decir que hasta ahora todo lo que hemos visto en el pais del Tío Sam ha sido más que bueno y a superado todas las expectativas. Chicago es bien distinta a Nueva York, pero igual de aprehensible y vivible, con su retícula absolutamente regulada que hace imposible perderse, pero también menos variada que Nueva York. Tiene un parque espectacular que es el Milenium, con su porotito de metal (así lo bautizamos), sus paredes de ladrillos escupidores y sus miles de tulipanes, además de la obra de Gehry. Obra que imita al Guggenheim de Bilbao, como si algún pinta de Chicago le hubiese dicho al "Paulo Coelho" de la arquitectura: - Hola, nosotros también queremos tener nuestro Guggenheimcito en Chicago, y el gran Gehry se los hizo, sin importar si está descontextualizado y si el techo del escenario que cubre es plano, él les hizo en Guggenheimcito. De ahí la apología con Coelho, otro ladrón de gallinas según mi criterio (pero muy inteligente) que descubrió la formulita con El Alquimista y la repitió a mansalva haciéndose millonario emocionando viejitas por doquier.
Lo que nos pegó fuerte en Chicago fue el frío, frío muy ventoso que nos liquidó e hizo sentir el rigor. Para que tengan en cuenta, no solo hay que ir haciendo el "switch" de la cabeza, de ciudad en ciudad en tan poco tiempo, no solo cambian los paisajes, las costumbres, los colores, los olores, la gente, su comida y un sin fin de cosas más, también el cuerpo se tiene que acostumbrar a los cambios climáticos. Pues pasamos de los 30 grados secos del DF a los 30 súper húmedos de la Habana, siguiendo en Playa del Carmen, para pasar a los 20 de Nueva York, e ir aumentando el cagazo de frío en la ruta hasta llegar a los 7 grados ventosos de Chicago. Pero así como el cuerpo se va a adaptando a los cambios, también lo va haciendo la cabeza y el corazón, con esfuerzo pero se trata de una mutación constante. Son muchas realidades muy diversas en poco tiempo, y cuando uno se empieza a apropiar del espacio, a sentirse como parte del mismo, ya viene un cambio rotundo, y así van transcurriendo los días, hasta llegar a un mes de viaje como es ahora. Un mes que se ha pasado volando, pero de lo intenso que ha sido parece como si hubiese pasado un año desde aquella noche donde los aplausos eufóricos de los estudiantes de arquitectura taparon el sonido de los motores del avión de American Airlines. Hasta los hábitos van mutando y uno se acostumbra también al ritmo de vida, agarrando un mapa del metro apenas llega a una ciudad, acostumbrándose a mecanizarse a levantarse, desayunar y salir con la ilusión de una nueva aventura, de un nuevo día, de nuevos momentos inolvidables, de nuevas emociones, nuevas fotos, nuevas decepciones... La cabecita va laburando, a veces desfasada de la realidad, sigue procesando una ciudad cuando uno ya está en otra. Es que no es fácil pasar de la locura y hermosura de México, son sus altos y bajos, su movimiento, su diversidad, al ritmo de la nostálgica Habana, que va a su ritmo del Malecón, con su lento atardecer, con sus paredes humedecidas y abandonadas, con su alegría y tranquilidad, pacientes y pasivos ante una situación que los va a llevar al cataclismo en cualquier momento, cómodos en su realidad la cual no pretenden cambiar a pesar de quejarse de ella. Pasar de no ver una propaganda que no sea la de los presos en Guantánamo a un lugar absolutamente superficial como lo es Playa del Carmen, una especie del Punta del Este o "La Barra" de México, de consumismo total, de perfección estética en las cuadras donde están hospedados los miles de italianos, suecos y españoles y su México real cinco cuadras más al norte, de aguas cristalinas y hermosos quinchos y boliches en la playa no es algo de todos los días. Y mientras reflexionas haciendo la plancha en el mar del Caribe en Playa Maya, acordándote de aquellos que están en Montevideo, extrañándolos o deseando que pudieran compartir ese momento contigo, pensás también en La Habana y en lo que se viene, que te cambia el ritmo de un segundo para el otro: Nueva York. Y así sucesivamente, cuando te acostumbras al Hostal de repente metes cuatro días de ruta, con Conchita que te habla y te mete el peso: "- A cincuenta metros, vire a la derecha..." y luego de unos segundos se calienta y te mete la fría: "- Manténganse a la derecha y vire a la derecha en la salida 85" para seguir con un "mantengase a la izquierda y luego manténgase a la izquierda por la St Clar Avenu". Porque la pronunciación que tiene Conchita es paupérrima y su tono de actriz porno gallega a veces irrita un poco. Lo que sí, sabés que se pudrió todo cuando tomás una dirección y escuchás a Conchita que te dice: "Recalculo". Ahí,mi viejo sabes que tomaste el camino equivocado y que Conchita está re caliente y te va a hacer recorrer tres kilómetros y doblar en veintiocho rotondas antes de retomar el camino para ir al destino buscado. El viaje es así, el viaje tiene vida propia, es uno que debe adaptarse a él y elegir cual de los miles de caminos que te ofrece tomar.


Hasta la próxima
Ali

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