
Llegamos a Rusia en un episodio lamentable. Me siento con la responsabilidad de comentarles lo siguiente ya que hasta ahora siempre he compartido lo bueno y lo malo de este viaje, pues me siento en la obligación moral de hacerlo, siempre desde mi punto de vista lo cual a pesar de intentar ser objetivo cuenta siempre con la subjetividad propia del ser humano claro está.
Año tras año cientos de estudiantes de arquitectura realizan el sueño de cualquier persona, viviendo en carne propia una experiencia que no admite adjetivos, pues espectacular, maravilloso, increíble no llegan a describir ni una centésima parte de lo que en realidad describiría este viaje. Como sucede siempre, en un grupo tan grande hay todo tipo de personas y todo tipo de comportamientos, y siempre están aquellos que se creen más vivos que los de más y que no tienen ningún tipo de consideración hacia nada ni nadie, o aquellos que simplemente les importa muy poco el impacto que puedan generar sus acciones hacia otros grupos humanos por fuera de su generación de viaje, esos que el Toto llamaría Los Inadaptados de siempre. Debo confesar que muchos de estos personajes son amigos míos, conocidos cercanos o simplemente compañeros, pero no puedo dejar de repudiar sus actitudes, absolutamente egoístas y desconsideradas hacia los demás compañeros y sobre todo hacia aquellos que viajarán en los siguientes años. Estas actitudes no son propias solamente de nuestros grupos de viaje, sino que a mi entender describen nuestra idiosincrasia y nuestra manera de vivir a diario en nuestro bendito Uruguay, siempre intentando ventajear al otro, siempre en la chiquita, tan lejos de aquella sociedad japonesa que tanto me cautivó hace ya algunos meses donde cada quien funciona en beneficio del colectivo, logrando el bienestar individual a partir del bienestar grupal. Pues entiendo que si cada uno trabaja para el colectivo se logran resultados mucho más contundentes que intentando salvar cada uno su pellejo. De esta manera, en vez de estar uno trabajando para uno mismo, hay muchas personas trabajando para uno, pero claro, todo esto se entiende en un contexto donde haya una conciencia colectiva que nuestra sociedad no tiene.
Hoy en día, hay más campings en Europa que no admiten uruguayos que aquellos que sí lo hacen. Es vergonzoso llegar a un camping del primer mundo y que por el mero hecho de presentar un pasaporte que diga República Oriental del Uruguay la amable cara de la señora que te atiende se transforme en un ceño fruncido que no te permite el ingreso al lugar. Esto ha sido el resultado de años y años de pendejadas de adultos que se supone que tienen uso de la razón, pero que sin embargo han hecho cualquier tipo de idioteces y han roto cuanta regla se les ha presentado, robando en supermercados, yéndose sin pagar de los campings, armando fiestas cuando se sabe que en estos lugares la gente va a descansar y no a realizar eventos, y así un sinfín de actos más o menos serios, más o menos graves que han hecho quedar a nuestro paisito como el peor de todos.
La tarde antes de partir desde Helsinki hacia San Petersburgo Marcel nos explicó con precisión los detalles del cruce de fronteras, detallando los aspectos logísticos y los controles de la aduana rusa, pidiendo por favor que a nadie se le ocurriera cruzar ningún tipo de estupefacientes por el rigor ruso en cuanto a los controles.

Llegar a San Petersburgo implicó hacer un giro de ciento ochenta grados en nuestras cabezas con respecto a las ciudades europeas que veníamos visitando. Lo mismo sucedió en Moscú, donde pasamos de ver aquellas estrechas calles de adoquines a enfrentarnos a la escala rusa, magnánima, gigante, amplia, rusa, bien rusa.


Sus monumentos son magníficos al igual que sus ciudades, de una escala tremendamente colosal. Esto se combina con la austeridad extrema de los mismos, sus estatuas, monumentos, plazas que combinan una plasticidad exquisita con sus colosales magnitudes y sus expresiones graves, fuertes, impactantes, rusas, bien rusas. Hay un detalle que no es menor, sus memoriales y sus recuerdos tallan en la ciudad una historia dura, cruel y sangrienta, pero siempre desde el punto de vista de quien ganó las batallas, con un aire de grandeza que se hace sentir en una ciudad que a uno lo hace sentirse chiquito, una ciudad que marca su presencia y te hace saber que venís de un pueblito de tres millones a enfrentarte con una fuerza invisible que te aprieta y te hace sentir sus historias.
Sin lugar a dudas el mayor monumento y el mejor museo de historia y arte que tienen los rusos es el Metro de Moscú, el cual escapa totalmente a su función y al concepto de lo que para cualquiera de nosotros sería un metro. Si yo… si yo hubiese sido lo suficientemente inteligente, habría escrito aquella crónica después de Moscú. No puedo permitirme aburrir al lector, si es que aún no lo he hecho, pero el metro de Moscú merecería un capítulo aparte. Se trata de una estructura colosal, para variar, una auténtica ciudad subterránea que funciona muy bien con la lógica de la ciudad superficial, que alberga a millones de personas por día con una frecuencia de servicios temible, pasando un tren de ocho o diez vagones cada minuto y medio aproximadamente en todas las direcciones. Allí se ven también muchas rusas, con sus impresionantes y deseables cuerpos, sus hermosos ojos, exquisitas sonrisas y una elegancia extrema que nos hicieron temblar las rodillas a todos. Para colmo te miran y te mantienen la mirada, muchas veces acompañadas de una sonrisa lo cual en la eterna escalera mecánica del metro de una profundidad casi absurda se vuelve mortal, pues es desesperante ver como una pequeña bestia de un metro noventa te mira y te sonríe mientras sube del lado opuesto cuando vos bajás teniendo en el medio una distancia de varios metros los cuales saltarías si no fuera a ser que perdés tu vida. La rusa… la rusa amigos míos te vuela la cabeza! Como diría el bambino…te maaaaatan!
No sé cómo terminé hablando de las rusas, pero lo cierto es que el metro es un lugar maravilloso, de un lujo increíble en cada una de sus estaciones. Lo curioso es que cada estación es distinta a las otras, cada una con su belleza, su elegancia, su particularidad. Algunas tienen enormes arcadas, otras un cielorraso con impresionantes luminarias, mosaicos que relatan la historia rusa, columnatas, esculturas de todo tipo, monumentos, memoriales, conmemorando a distintos héroes nacionales de todas las épocas. Cada tapa del sistema de ventilación del metro cuenta parte de la historia de la nación, un acontecimiento específico o simplemente tiene la oz y el martillo. Enormes estatuas de bronce muestran a guerreros, perros, futbolistas, heroínas y todo tipo de personajes que forjaron las raíces de la patria. Es que el ruso está muy orgulloso de ser ruso y lo demuestra. Hasta los cables que unen las luminarias están diseñados con una precisión increíble.

El ruso no se ríe, el ruso no llora, el ruso no se expresa. Su idioma es austero como ellos mismos, como sus monumentos, pues es un pueblo que tuvo que sobrevivir, que tiene que sobrevivir, al igual que sus edificios, exponiéndose a temperaturas que van desde menos cuarenta grados Celsius hasta más treinta o más cuarenta! El ruso te habla y pensás que te quiere pegar. Vas al supermercado y la cajera no te sonríe. Te dice algo, pensás que te está retando y ponés cara de pollito mojado, pero después te das cuenta que en realidad simplemente te está ofreciendo una bolsa de plástico.

El ruso, el ruso vive en una mezcla de añoranza, una continua nostalgia del pasado, permanentemente mirando para atrás mientras camina hacia adelante. Añora una grandeza que alguna vez tuvo y la extraña, pero no quiere volver a vivirla, pues ha probado el dulce del occidente, ha sucumbido ante el espíritu del capitalismo y extraña su pasado, pero no puede frenar, quiere seguir. Rusia te cautiva y te invita a quedarte, no te querés ir, cada rincón, cada esquina, cada muro, cada edificio, cada una de las arrugas de sus veteranos tiene una historia para contar.
Ali.
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