
Veranillo de San Jurgen! Así bauticé yo el equivalente a nuestro veranillo de San Juan en Berlín. Es que aquellos días de calor insoportable que vivimos en Asia quedaron lejos, muy lejos y en las últimas semanas una ola de frío y lluvia nos fue haciendo sentir que mientras ustedes comienzan la primavera, por estos lares nos vamos aproximando cada vez más al invierno. Pues en Berlín no fue así. Una ola de calor nos sorprendió y nos recibió de la mejor manera, volviendo a usar aquellas bermudas que habían quedado olvidadas en el fondo de la valija.
Nos fuimos a tomar el metro y nos sorprendimos al ver que el ingreso es sin ningún tipo de molinete, puerta corrediza o persona de bigote y cara seria en una silla controlando que nadie se cuele. Uno baja la escalera así no más y allí mismo, donde pasan los vagones del metro están las máquinas donde uno compra su billete. Para subir al metro en sí tampoco hay alguien que te controle por lo que es lo más fácil del mundo colarse y no pagar nada, lo cual debe haber sido un paraíso para los uruguayitos que siempre somos más vivos que el resto del mundo (o creemos que lo somos). En nuestro caso optamos por el ticket semanal ya que además de estar convencidos de que si nadie aporta el sistema, el mismo se cae, y recordar que por algo nuestros países tercermundistas están como están, supusimos que si es tan fácil colarse las consecuencias de ser agarrado infraganti pueden llegar a ser bastante graves.
Salimos del metro en un día soleado. Íbamos Ceci, Marto, Chino, Rolo y yo. El primer almuerzo fue obviamente un pancho-chorizo alemán en la calle y mientras íbamos caminando por la Alexanderplatz pasamos por un barcito cuyas sillas en la vereda contaban con algunos veteranos que sentados tomaban enormes jarras de cerveza mientras sus miradas se perdían en el horizonte, revolviendo seguramente el baúl de recuerdos de una juventud que vivió épocas que marcaron la historia de la humanidad. El chino miró el bar y me miró. Adentro, una señora de un porte importante nos miraba desde el otro lado de la barra. Junto a ella estaban los enormes barriles de cerveza y una decoración bien alemana.
- Pah, como estaría para tomarse una cerveza tipo estos viejitos alemanes. Algún día habría que hacerlo – me dijo el Chino.
- Algún día? Y por qué no ahora? – contesté yo.
- Ahora?
- Sí, claro, ahora. Por qué no? Si estamos en Berlín!
- Sí, pah, sí. Dale, grande Aliiiiciiiiito!
Y ahí estaban los tipos, sentados en una peatonal en Berlín, empinando una jarra de cerveza alemana, comiendo panchos y planificando una nueva jornada, en una nueva ciudad, recordando la subida y la bajada del Púlpito cuando transpirados y mojados por la lluvia, luego de casi cuatro días sin bañarnos emprendimos un camino que nos llevó casi diez y nueve horas arriba de la camioneta hasta llegar hasta Estocolmo, recordando que hace cinco meses que salimos del aeropuerto de Carrasco, cinco meses de aquellos apretados abrazos con la familia, de aquellas “últimas cervezas” con los amigos.
Berlín resultó ser diferente a otras ciudades donde hemos estado y parecida a su vez a algunas otras. Sin dudas que su fuerte es la carga histórica de la ciudad, ya sea en la Primera y Segunda Guerra Mundial, como su consecuencia posterior durante la guerra fría y la división de una ciudad, de una nación. Una nación que contó con una historia particular en el Siglo XXI desde sus inicios, con la Postguerra de la primer gran acción bélica de la era moderna, su posterior crisis y la llegada al poder del partido Nacional Socialista que tuvo como resultado la guerra más sangrienta de nuestros días. Fue muy particular estar en esta ciudad luego de haber estado en Rusia. Allí, supimos ver una nación orgullosa de su historia, que lamenta parte de la misma, pero sobre todo valora su papel, el de sus jóvenes, sus hombres y mujeres durante diversas guerras. Mientras los rusos recuerdan con orgullo la época de las acciones bélicas, con memoriales que engrandecen a sus héroes y celebran las victorias de un gigante que frenó a otros gigantes, Berlín es la primera ciudad en la que estamos que se avergüenza de parte de su pasado. Me sorprendió ser testigo de cómo una Nación busca “ocultar” una época de su historia. Hay pocos rincones donde se llegue realmente a encontrar un rastro de los símbolos nazi que formaron la estética de sus calles, sus plazas, sus monumentos. Apenas en algún viejo edificio pude ver la cicatriz dejada por lo que alguna vez fue un águila nazi o la cruz esvástica que decoró en piedra la fachada. Este mismo pueblo que hoy oculta su pasado fue aquél que votó en grandes masas las ideas de Adolf Hitler. Fueron los antepasados de estos señores los que vitorearon al Fuhrer y sus proyectos de una Alemania mejor.
Si bien la ciudad disimula esa etapa de la historia, la Topografía del Terror expone de una manera única los sucesos de aquellos años. Ubicado en uno de los antiguos cuarteles de la Gestapo se encuentra este museo con una exposición que arranca desde los orígenes de la crisis en Alemania, los problemas de la elevada tasa de desempleo, el aumento del poderío económico de la colectividad judía en toda Europa - lo cual generó grandes desigualdades económicas entre ellos y el resto de la población -, los problemas políticos y la disconformidad de la población con el partido gobernante que conllevó a los orígenes del crecimiento del partido Nacional Socialista, pasando por el boicot económico a los judíos, hasta las persecuciones contra los gitanos, comunistas, enfermos mentales, homosexuales, eslavos y las invasiones que desembocaron en la Segunda Guerra Mundial. Es lamentable que en Uruguay sea tan difícil acceder a una bibliografía abierta, objetiva y completa sobre los sucesos de esta parte de la historia, pues en esta exposición pude confirmar lo leído en aquellos libros conseguidos en inglés sobre las causas y los orígenes de estos sucesos y una historia más abarcativa que aquella que cuentan las películas de Hollywood o los libros de historia de la secundaria nuestra, donde todo empieza cuando Hitler parece un dictador que llega a través de un golpe de estado y ordena la matanza en masas de los judíos y se deja de lado la responsabilidad del pueblo alemán que apoyó con fervor las ideas “revolucionarias” de Hitler. Pues La Topografía del Terror me impactó y cautivó muchísimo, a tal punto que pasé allí cinco horas y media. Lo curioso es que gran parte de la exposición tiene como espalda uno de los tramos que aún quedan en pie del muro de Berlín, lo cual le aporta un atractivo aún mayor.
Pocas cosas me impactaron tanto como el muro. La primera vez que lo vi fue el mismo día que comimos el panchito y tomamos la cerveza con los chiquilines. A cierto punto me separé de ellos y llegué al muro de tardecita, casi de noche, con una cerveza en mano caminando por las calles de la ciudad. Me pareció fuerte, chocante y a su vez mucho más bajo de lo que yo me imaginaba. El muro aún persiste en distintas partes de la ciudad, pero el memorial del mismo fue el que fui a ver en primera instancia. Fue llegar y me acordé de mi viejo por lo que me puse a sacar fotos antes de que se me acabara la batería de la cámara. También pensé por enésima vez en los cambios que ha habido durante los años que van modificando aspectos del viaje y de nuestras vidas. Me imaginé a los estudiantes que viajaban hace años, con sus cámaras de rollo, teniendo que elegir cuidadosamente qué foto sacar en un rollo de 36! Luego cargar los rollos o las fotos por todos lados y me vi a mí mismo, probando distintas fotos, con distintas luces, desde distintos lugares y me volví a acordar de mi viejo…
Otra de las buenas exposiciones que vi fue una que está ubicada en el “Checkpoint Charlie”, borde de vigilancia del sector americano en el muro. Allí se exponían documentos fotográficos, escritos y hasta videos de todo tipo sobre la historia del muro, destacándose para mi uno de sus sectores con un recuento de todos los distintos métodos de escape utilizados para pasar de un lado al otro del muro. Túneles, cuerdas, trepadas y hasta globos aerostáticos formaban parte de la colección de los escapistas.
Pero no todo fue el muro. Berlín volvió a mostrarnos una ciudad de escala monumental, sin olvidar los parques, los lugares de recreación, los bares, los monumentos, las plazas y la gente, el sistema perfecto del metro. Obviamente no podían faltar los turcos, los cuáles abundaban en otras ciudades como Ámsterdam o Rotterdam, pero que en Berlín se convirtieron en una especie de mayoría. Hay un carrito con Kebabs en cada esquina, un café lleno de señores mostachones de un tupido bigote que hablan en un idioma muy distinto al de los locales y como siempre están también los chinos detrás de sus mostradores en cada tienda de chucherías. El cielo celeste que nos tocó está permanentemente decorado con los rastros blancos que dejan los jets, abundantes, frecuentes, de un lado al otro. Berlín es confuso, al menos para mí. Se trata de un lugar que me encantó, que me cautivó mucho y me hizo sentir cómodo, pero a su vez tiene una mezcla de una ciudad gris que intenta recuperar su color, con sus nuevas generaciones que escuchan hablar de un pasado que aún está, testigos de una nación que es ejemplo en cuanto tuvo una recuperación admirable luego de quedar en ruinas. Contó con la ayuda extranjera claro está, pero el progreso del que hablo no pasa solamente por lo económico, sino del cultural y mental, esos detalles que los hacen estar varios pasos delante nuestro, esas cositas que los pone a ellos en esa “arbitraria” clasificación (que no sé hasta dónde es tan arbitraria) en el primer mundo y a nosotros en el tercero, pues ellos demuestran estar en el primero y nosotros en el tercero.


“Casamiento en el muro: Los padres de la novia vivían en una de las casas de la frontera y no pudieron concurrir a la ceremonia del casamiento en el Oeste. Setiembre de 1961”.
Me voy.
3 comentarios:
la puta madre ali. me conmovi muchisimo. segui escribiendo, por favor
Honestamente es de lo mejor que he leído. Gracias por compartirlo y gracias a los creadores de este blog por estas y otras maravillosas publicaciones. Los descubrí de casualidad y ahora siempre los visito.
besos.
Raquel, desde Barcelona
Muchas gracias Raquel por tu comentario y por tu apoyo, saludos a toda Barcelona y lo mejor siempre!
Montevideo Étnico
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