Justamente, no todo sale exactamente como se planeó. Digamos que estuve intentando “preparar” el viaje desde bastante antes del 21 de Abril que fue cuando efectivamente comenzó. Leyendo un poco de acá, un poco de allá, intentando interiorizarse mínimamente en los lugares a visitar, más allá de las obras de arquitectura que hay. Debo confesar que la preparación no fue suficiente, pues el tiempo tampoco lo fue. El último año especialmente fue bastante alocado, mucho laburo, mucha facultad, cuelgues de taller, cobranzas de rifa, cobranzas de rifa, más cobranzas de rifa y las últimas semanas ni que hablar… cervezas de despedida, cervezas de despedida, más cervezas de despedida, reuniones, abrazos, fiestas, abrazos, más abrazos y más cervezas de despedida. El tiempo no abundó, y eso que renuncié al laburo un mes antes de salir! La verdad es que el viaje es muy largo y hay muchas cosas que a uno se le escapan, lo cual sinceramente creo que también es productivo ya que ir con todo leído tampoco tiene mucha gracia. Claro, es patético viajar como lo hacen muchos de nuestros compañeros, simplemente siguiendo a la manada, sin saber dónde estamos, a donde vamos o de dónde venimos. Es increíble pero hay gente adulta que tiene la chance de ser partícipe de esta maravillosa oportunidad y que no encara ni un poquito, que no sabe distinguir entre algunas ciudades y países o que en el viaje se entera que para llegar a Inglaterra hay que traspasar un límite acuático ya que dicha nación está en una isla! No digo este extremo de ignorancia y despreocupación, pero sí está bueno salir un poco a descubrir y sorprenderse, lo cual por suerte sucede muy a menudo.
Llegamos a Zagreb con la intención de hacer un paso por Croacia antes de llegar a la tan ansiada Italia. Lo cierto es que le erramos. Mientras la camioneta de las primas estaba en un pueblito croata sobre la costa, nosotros pasamos una noche y un día en la capital de dicha nación, la cual sinceramente no tiene mucho que ofrecer. Pero al final terminó siendo una escala, una escala para lo que se vendría que sería maravilloso. Tuvimos un paso fugaz por Eslovenia, de esas cosas raras que tiene el viaje, como atravesar un país por un ratito, una cuestión de minutos para pasar a otro. Pues técnicamente estuvimos en Eslovenia, para pasar varias fronteras en un lapso muy corto de tiempo.
La camioneta de los primos andaba. Algunos dormían, otros charlaban entre ellos, yo iba escribiendo mientras aún me reía de la expresión del policía de la aduana cuando en su intento de encontrar estupefacientes en la camioneta cometió el error garrafal de abrir la heladera que contenía unas rodajas de salame de algunos días atrás, provocando claro está el escape de esos gases que con tanto cuidado veníamos encerrando.
- Estamos en Italia! – fue el grito de Fede!
- Nosotros, estamos en Italia??? – fue la respuesta de la masa.
De golpe todas las cabezas se levantan a mirar por la ventana, todos contentos, yo… emocionado. El paisaje es el mismo que diez kilómetros atrás, pero no importa, estamos en Italia. Dejé de escribir la crónica sobre Berlin para seguirla después… Una especie extraña de emoción me corre por dentro, algo que me guardo para mí mismo, pues no tiene sentido explicarlo, es mío, muy mío.
Nuestro primer contacto con la realidad tana fue al llegar a un supermercado. Vamos entrando y veo a un tipo parado frente a la caja. De repente se siente un chiflido fuerte seguido de un terrible grito! Quedo descolocado y enseguida viene la respuesta, también a los gritos, de una de las empleadas del supermercado. Claro, el tipo gritaba porque no había nadie en la caja, y la cajera que se estaba fumando un pucho cerca de la puerta le devolvía el grito. Minutos después ella lo atendía con cara de orto y el pagaba con igual cara. Sí, definitivamente, llegamos a Italia!
Entramos por Trieste donde vimos un atardecer increíble, con un cielo totalmente teñido de anaranjado y un velero en el horizonte. Como no podía ser de otro modo, luego de una caminata por la playa me di el primer baño en el Adriático, sí, el Adriático, el mismo que aparecía en aquellos mapas de los libros de geografía que estudié durante varios años. Se venía, empezaba a asomar la cabecita una ciudad que me partiría la cabeza a mí, la mismísima Venecia.
Y sí, no tiene mucha lógica. Es rarísimo caminar por una ciudad donde sus vereditas son el borde entre una casa vieja y un curso de agua, y que de repente por el costado te pase una góndola con un tipo fornido (motivo de babeo de las chiquilinas) con una remera a rallas blancas y negras y sombrero, cantando alguna canción que le guste a sus clientes. Es como si uno estuviera en un escenario creado para una película, como si se tratara de una suerte de “Truman Show”. Llegué a pensar en más de una ocasión que si seguía un poco más me iba a chocar contra la pared del fondo del estudio de grabación. Sí, estábamos en Venecia, un sueño dentro de otro sueño, el sueño de verla y recorrerla dentro del sueño mayor de este viaje, de esta experiencia personal y de vida incomparable e irreproducible. Es fantástico perderse en su calles, todas desordenadas, donde a cada rato hay que cruzar un puente porque de tu lado se terminó la vereda y así vas pasando de un lado a otro, te metés en un auténtico laberinto!
Se acuerda de aquél laberinto? Bueno, allí estuvimos, y ese lugar se llama Venecia. La ciudad nos dio la cuota justa de cambio de aire que necesitábamos, pues rompió absolutamente todos los esquemas de una ciudad tradicional y nos hizo hacer un viaje a un lugar imaginario, imaginario pero real! Una vez más el agua le dio un color increíble a la ciudad, siendo esta vez mucho más que un límite natural o un borde costero, siendo la protagonista, la moldeadora de la topografía y el trazado urbano. Nos vimos en un lugar de ensueño, con particularidades como el hecho de que las calles se llaman “calle”, en español y no “via”, “strada” o “corso” como las otras ciudades italianas. Además, debido a la dificultad de manejarse con un mapa convencional, se encuentran en las calles carteles de todo tipo y toda índole indicando los destinos más conocidos. En una esquina hay un cartel prolijo, fabricado que dice “Piazza San Marco”, pero a la otra cuadra, el cartel está escrito a mano y dice lo mismo. Tres cuadras más adelante, hay un graffiti en la pared que dice lo mismo, para encontrar a la vuelta de la esquina el mismo mensaje pintado en el suelo, con una flecha!
Me sorprendió muchísimo y le aportó mucho a mi impresión sobre la ciudad, encontrar dos intervenciones de quien se ha convertido en este viaje en uno de mis arquitectos preferidos. Un señorito que siempre me gustó y que es archiconocido en el mundo de la arquitectura, pero ver sus obras de cerca y entrar en contacto con sus edificios de cerca… es justamente uno de los objetivos de este viaje, pasar de la foto a lo tridimensional y en este caso fue fantástico. Fue gracias a Popi que fuimos al Palazzo Grassi. Leí en la guía que dicho edificio había sido renovado por el famoso arquitecto japonés Tadao Ando, pero claro, al verlo desde fuera uno veía el mismo edificio viejo al estilo veneciano. Al entrar… al entrar nos encontramos con una de las joyitas del gran Tadao. No me pregunten como, pero el tipo logró un reciclaje tan pero tan fino y sutil que el edificio se convirtió en algo magnífico. Las salas se mantienen igual que antes, pero Ando se encargó de mejorar las circulaciones y los puntos críticos del edificio, con tal sutileza que a pesar de ser totalmente diferentes en el lenguaje al interior del edificio original van de la mano y crean ciertos ambientes fantásticos. Pero lo mejor estaría por venir. Al entrar al Palazzo Grassi, también teníamos la entrada al museo de Punta Della Dogana, donde nos encontraríamos con algo realmente impresionante. Lo fue para mí que llegué a tener una sobredosis de las maravillas de Ando en Japón, como por ejemplo el Museo de los niños, pero para Popi, quien no fue a Japón fue aún más impresionante creo. De todos modos, una vez más, fue algo totalmente nuevo de Tadao para mí. Se trata de otro reciclaje en un edificio de características muy diferentes donde nuevamente el japonés se comporta con una sensibilidad y una calidad únicas, dignas de él. Prácticamente no le dimos bola a la exposición, sino que nos encargamos de recorrer y disfrutar del edificio, conservado en gran parte en su formato original con un piso nuevo, escaleras nuevas y una caja de servicios nueva, todas de Tadao Ando. Fue, fue, fue… un orgasmo de arquitectura.
Si Venecia fue hermosa, Burano lo fue aún más. Vaporetto de por medio, nos dirijimos con el Negro hacia la isla donde se nos prometía ver aquellas casitas de colores de las postales, y así fue. Para empezar, en el Vaporetto vi a una de las más (sino la más) hermosas mujeres que vi en el viaje. Una tana de unos veinticinco años aproximadamente, sencilla, morocha, de ojos marrones (de esas que me gustan a mi) con un rostro increíble y mejor paro acá porque si no se va todo al carajo. Lo cierto es que le dio más color a una jornada que de por sí fue colorida. Y llegamos a Burano, cerquita de Murano donde se hacen los famosos cristales. Nos encontramos con una isla chiquita, menos turística que la Venecia misma, pudiendo ver a Doña María barriendo la vereda, los niños jugando y un paisaje único, colorido, con los balcones llenos de flores, las fachadas de miles de colores y el agua… siempre ahí.
Sentir hablar italiano fue un elemento más que caracterizó el sacudón que tuvo mi cabecita al llegar a Tanolandia. Cuántos idiomas hemos escuchado hasta ahora? Ya perdí la cuenta. Claro que ya había escuchado el tano en otras partes, pero nunca hablado por la gente local, sino más bien por turistas que sacaban fotos en alguna plaza de Santorioni, en alguna pirámide de Egipto o alguno de los miles de lugares visitados antes. El tema es que ahora estaba hablándolo yo, para hacer el checkin en un camping, comprar una birra Moretti (la del bigochi) o preguntar el destino de un ómnibus. Fue realmente peculiar la sensación que sentí permanentemente en Italia. Me sentí en una tierra que por alguna razón que no logro descifrar parece como si hubiese sido la mía. Por qué empezó este alcahueterío a los tanos? No lo sé!
Me acuerdo de mí mismo de chiquito, en Teherán aprendiéndome los nombres de todos los jugadores de la selección italiana del mundial del 90. Me acuerdo de Lilí pidiéndome que repitiera una y otra vez el nombre de uno de ellos porque le gustaba como yo lo decía.
Pasan unos años y el destino nos lleva a un paisito llamado Uruguay. Justo da la casualidad que vivimos cerca de la Scuola Italiana di Montevideo y yo que por alguna extraña razón soy cada vez más fanático de Italia estoy chocho. Todo sale redondo y termino yendo a la scuola lo cual lo único que logra es meterme cada vez más adentro ese sentimiento hacia el país de la bota. Pasan los años, me siento cada vez más cómodo en Uruguay y tengo mis amigos, los que van a la scuola y ya empiezo a soñar. Me cuentan de un viaje, uno que pasa a ser uno de mis sueños, el que haría al terminar el liceo. Pasan algunos años más, ya hasta sé hablar italiano y sé mucho de su cultura, su historia y su geografía. Se me enfatizó ese sentimiento que tenía hacía el país azzurro, al AC Milan y hacia Paolo Maldini, el mejor jugador, el más grande de todos y el viaje está cada vez más cerca, un viaje por toda Italia con mis amigos, mis compañeros de clase. No dejo de soñar con ese viaje.
Año 2000. La criris asoma y amenaza a muchos en el paisito. A mí me toca y el viaje se cae a pedazos, pues me voy de la scuola.
Año 2011. Estoy recorriendo el mundo, estoy recorriendo Europa en una camioneta. Mi sueño de chico se hace realidad, soy Marco Polo, estoy recorriendo el mundo, el mundo, el mundo… Croacia, Eslovenia… eh? Estoy en… en… eh? Eh? Ya? Fede, me estás hablando en serio? Estamos en Italia, en Italia! Me saco la espina de años atrás y largo un grito por dentro… llegué, llegué!
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