En todos hay un escritor. Por más escondido que este se encuentre. Algunas veces se manifiesta y quiere ser la voz de muchas voces y la de uno mismo. Ser testigo y narrador de nuestra historia, amigo y enemigo de nuestros miedos y alegrías, tratar a la realidad como una igual, subyugar lo indomable y liberar lo oprimido. Combatir la intolerancia en una guerra sin cuartel a palabra suelta. Desafiar a nuestra propia inteligencia y re-definir las reglas en las cuales se basa nuestra ya tan reestructurada sociedad. Pero lo más importante sea, tal vez, la indescriptible sensación que nos produce, el dibujar con nuestras palabras en la imaginación de otros.

Bienvenidos.

C.A.

martes, 6 de diciembre de 2011

El Descenso por la bota.





Claro, luego de la última asamblea de camioneta que habíamos tenido, todos habíamos acordado que era ridículo quedarse a dormir una noche en una ciudad, pues entre los tiempos de llegada, de armar campamento, salir, volver y dormir no se llega a conocer absolutamente nada de un lugar y que por lo tanto es preferible parar dos noches en otro lado y al menos tener un día entero para intentar conocer ese lugar. Lo que pasa es que el domingo teníamos que estar en Roma, pues nos esperaba la tía Mari (tía del Rolo) para el almuerzo y habiendo salido el Viernes desde Venecia no nos quedaba otra que “hacer escala” en alguna ciudad intermedia. Esa ciudad fue Bologna la cual recorrimos en parte sacando como saldo absolutamente positivo mi primer encuentro con una feria de libros, sí, libros en italiano! Me vino un ataque. Me acordé de cómo siempre que paso en frente a una librería en Montevideo me tengo que hacer el boludo y mirar para otro lado para evitar entrar y dejar el sueldo. Lo mismo hice durante todo el viaje, pues me negaba a estar cargando con libros todo el tiempo y los costos de envío serían elevados. Así fue hasta ese día, en Bologna donde en cuestión de quince minutos compré los primeros seis libros del viaje! Contribuyó a hacer el viaje más ameno la compra de dos diccionarios Italiano-Español/Español-Italiano por parte del Rolo y del Marto, ya que durante toda la estadía en Italia yo hacía de profesor y ellos de alumnos practicando el idioma lo cual fue muy divertido.

Después de Bologna partimos rumbo a Roma, pero la noche tuvo como destino luego de mucho tiempo un “P”. Se acuerdan de lo que era, no? Bueno, esta vez fue el “P” más frío que nos haya tocado. De repente estábamos bajando las mesas y armando las carpas cuando el comentario de todos era el mismo: “Que frío que hace, la puta madre”. Yo me reenganchaba con la Sabandija luego de mi estadía en la camioneta de los primos, por lo que cocinar algo rico era una de las actividades a realizar. Y bueno, tuvimos que comprar unos capeletti en cuyo envoltorio decía que se llamaban tortellini. La cuestión es que eran como las once y media de la noche y mientras yo cortaba la carne para el tuco casi me rebano los dedos porque no paraba de temblar del frío. Sí amigos, así como lo leen. Yo, el que siempre anda de remerita, temblaba como un perro mojado en invierno. A las chiquilinas las mandamos para adentro de la camioneta, pues el frío era realmente insoportable jugándonos una mala pasada el fuerte viento que corría. Hacía tanto frío que vi lo que jamás pensé que mis ojos verían. Allí estaba, sentada en la camioneta, con su rostro angelical la chica que nos tilda de borrachos, ella, sí, ella que nunca toma nada. Allí estaba ella, empinando una botella de vodka, del pico, seco, así no más! Sí, aunque no me crean.

Yo picaba, y con tanto frío la olla no calentaba nada. El agua estaba ahí, muerta de frío sobre la cocinilla nuestra que se moría de hambre, al igual que nosotros. Le entramos al vino, nos juntamos alrededor de la garrafa, no sé bien si para cubrirla del viento, para calentarnos nosotros o tratar de transmitirle energía calórica con nuestras mentes, pero cualquiera de las tres opciones era absurda, pues ni le cubríamos el viento, ni ella nos calentaba ni nosotros le transmitíamos nada. Así fue que armamos una especie de trinchera con las carpas que no se armaron, cajas, colchones y todo lo que se nos cruzaba. De repente, allí estaba una camioneta entre todos los camiones, en un costadito contra el pastito. Cuatro boludos estaban parados, todos juntitos, pegaditos, como cuando cambiábamos figuritas en aquellos inolvidables recreos de la escuela, todos pegaditos alrededor de algo que no se vería desde lejos teniendo detrás nuestro, todo alrededor, un montón de cosas! El tuco se pudo hacer. Cebollita, ajo, panceta, carnecita, salsa de tomate y los condimentos obviamente. Pero el agua… por Dios! En el tiempo que demoró el agua para hervir (que en realidad nunca hirvió sino que le terminamos tirando los tortellini cuando nos pudrimos de esperar y nos estábamos por convertir en cubos de hielo humanos) nos bajamos como tres botellas de vino tinto italiano. Llegó un momento que parecía que nunca iba a llegar. De repente, estábamos los siete sentados en la camioneta, con una olla entre las piernas, comiendo tortellini calentitos con tuco mientras sonaban en la Sabandija temas como “Vattene amore” como para entrar en ambiente italiano. Lo que parecía increíble se hizo creíble y nos acostamos con la pansa llena.

Al otro día, ante el desconcierto de los camioneros que nos veían salir de nuestras carpas con cara de dormido, desarmamos campamento y nos dirigimos hacia Roma. Allí nos esperaba el calor humano que tanto extrañábamos desde nuestra salida de Montevideo. Llegamos sobre el mediodía y nos estaban esperando Mari (la tía del Rolo), Franco (el esposo) y Stefano (primo menor del Rolo). Puedo confirmar que ver la cara de felicidad del Rolo y de su familia al reencontrarse no tiene precio, para todo lo demás existe MC, y debo decir que también nosotros nos colamos un poco en esa felicidad, tratando de hacer nuestra a la familia del Rolo, aunque sea por un día. La tía nos esperó con pasta italiana, primer plato, segundo plato, ensalada, postre… y como no podía ser de otro modo comimos hasta reventar! Allí fue que nos enteramos que un día antes de nuestra llegada, mientras nosotros íbamos preparándonos para el gélido “P”, en Roma había disturbios de altísima gravedad luego de las protestas contra la reunión del G20. Todo el centro estaba paralizado y los daños habían sido catastróficos. Domingo de familia, charlas, reencuentros, exquisita comida y hasta un poco de televisión (cosa que no sucedía desde el 21 de Abril) compusieron una tarde espectacular, que lamentablemente se tuvo que terminar, pues teníamos que partir hacia el Sur.

Horas después estábamos en Salerno, allá al Sur de la botita. Con el Rolo y el Chino nos lamentábamos un poco porque desde días atrás estábamos tratando de conseguir entradas para el clásico de la capital italiana, Roma Vs Lazio pero no pudimos lograrlo, por lo que apenas llegamos a Salerno e hicimos el checkin en el “hostel” (si es que se puede llamar así) salimos con Marto, Ceci y las dos sabandijas que nombré anteriormente. Caminamos un rato y fuimos a dar a una pizzería donde iban a pasar el partido y allí nos quedamos, haciendo de ese Domingo un verdadero Domingo. Luego de un almuerzo en familia el día terminaría en un partido de fútbol, aunque un poco distinto a lo que sería en Uruguay, pues acá los partidos se juegan de noche. Pizza, birra y un partido increíble donde la Lazio se lo dio vuelta a la Roma en el último minuto nos hicieron volver a sentir vivos, con fútbol!

El hostel… el hostel. No sé si llamarlo así. Quizá lo haga simplemente porque aparece en la página “hostelworld” pero de todos modos no sé si califica como tal. Para empezar se notó la diferencia inmediatamente cuando llegamos al Sur. Se trata de otra Italia, es como si fuera otro país. Más gritones, más sueltos, más graciosos también. Pero el lugar donde nos hospedamos era una especie de pensión donde la gran mayoría de sus huéspedes eran africanos que apenas hablaban italiano. Claro, fuimos a parar al antro más barato que encontramos y así era. Su sala de estar, donde estaba la televisión un algunos sillones era un espacio absolutamente surrealista. Para empezar, se suponía que no se podía fumar en todo el lugar, pero eso poco importaba. Claro, quién se iba a meter con esa tropa de “Shaquelle O´neal”? Al abrir la puerta veías un montón de tipos gigantes sentados, fumando y riéndose a las carcajadas con alguna boludez que estarían pasando en la tele. En el medio estaban refugiados algunos miembros de la Sabandija fisurados con el wifi gratuito sin importar el ambiente viciado que allí reinaba. Y así era todo, iban, venían, gritaban… muy raro la verdad.

Al otro día, luego del checkout recorrimos un poco la ciudad de Salerno. Nuestro primer contacto con el Sur fue fantástico, ya inmersos en paisajes muy lindos y ayudados por el hermoso tiempo pudimos recorrer la zona portuaria y de hecho me di el primer chapuzón en el Mar Tirreno! Un chapuzón, una pizca de sol, caminara por la rambla y por los callejones de la ciudad desembocaron en un rico almuerzo italiano y la partida hacia Sorrento.

Lo cierto es que el hostel reservado no estaba en Sorrento exactamente, sino en un lugar mucho mejor que desconocíamos llamado Marina Del Cantone. La Sabandija se puso a prueba, pero como siempre la Traffic se porta maravillosamente bien y no nos deja tirados. Caminos zigzagueantes de un ancho tan mínimo que en muchas ocasiones uno tiene que parar para que pase el que viene en la senda contraria, nos llevaron hacia las montañas. Y mientras más nos acercábamos hacia el hostel más subíamos, por ende las vistas se hacían cada vez más maravillosas. Una vez más seguiríamos sumando paisajes increíbles al repertorio que hemos ido cultivando durante los últimos meses. Una vez más nos sentimos los tipos más afortunados del mundo, una vez más fuimos los tipos más afortunados del mundo. Llegamos a Marina del Cantone de tardecita, más bien de noche y desde ahí ya no llegábamos a ver los paisajes ni nada, solo el camino. Luego de la cena caímos al sobre…

Eran las nueve de la mañana. Me desperté sin saber dónde estaba como suele suceder a menudo. Me quedé más tranquilo al recordar el lugar. Me levanté, fui con los ojos aún medio cerrados al baño a lavarme la cara. Salí, miré un poco el “living-comedor” de los bungalow que habíamos alquilado que estaban geniales. Vi que entraba el sol por la ventana y quise mirar hacia fuera para confirmar que había un hermoso día cuando me quedé paralizado. No solo confirmé que el día estaba increíblemente soleado sino que además sentí la placentera sensación de que lo primero que veían mis ojos ese día además de mi cara de dormido en el espejo mientras me lavaba la cara fuese el paisaje que me ofrecía esa ventana. El cielo celeste se terminaba abruptamente en una línea horizontal donde comenzaba un papel tapiz azul, muy azul y muy brillante, brillante como un mar de diamantes. Un poco más acá las copas de los árboles impedían ver hasta dónde iba ese mar de diamantes. Un rato después estaba tirado con el chino en unas reposeras en la playa, una playa que estaba detrás de las copas de esos árboles a la cual se accedía bajando una escalerita. Allí estaba el Tirreno en toda su expresión, azul, muy azul. La playa me hizo acordar un poco a la de Ios por su paisaje, una especie de bahía rodeada por las montañas. Allí estuvimos mutando y tomando sol. Fue fantástico y necesario. Bajar un poco la pelota al piso, tomar sol en pleno otoño! Sí, volvieron a salir los short de baño de la valija.

El bungalow de Marina del Cantone sirvió de base durante cuatro días. El primer día fue de relax en la playa. El segundo fue de recorrida por la costa amalfitana. El tercero incluyó Pompeya y un paso veloz por Nápoles mientras que el último nos sirvió para ir a Capri. Cualquiera de esos días estuvo increíble y se disfrutó al máximo.

Digamos que la recorrida por la costa Amalfitana fue una sobredosis de caminos que recorren los riscos del sur ofreciendo una vista increíble tras otra, subiendo, bajando, zigzagueando permanentemente. Claro, uno lo cuenta así pecando muchas veces de algún pecado que aún no sé cuál es, pero es claro que no es lo mismo vivir estos lugares luego de haber recorrido los picos de Nevada, las islas griegas o los fiordos noruegos. Impresiona, la costa amalfitana impresiona mucho y es realmente hermosa, pero seguramente impacte mucho más a alguien que va desde su casa específicamente hasta ahí que alguien que en los últimos meses vio tanto. Es inevitable.

Lo que sí fue una cuota de viaje al pasado y le aportó un misticismo increíble a todos esos días fue la llegada a Pompeya. Antes de llegar a la ciudad me vi obligado a frenar y estacionar la camioneta, pues sabía de antemano que algo así me iba a pasar, solo que cometí el error de no llevar en la mochilita el short de baño que olvidé en el bungalow. Tuve que parar, pues estábamos en uno de los tantos tramos de belleza infinita, recorriendo la costa cuando nos dimos cuenta que del otro lado de toda esa agua que nos bordeaba estaba el mismísimo Vesubio, con toda su presencia, magnificencia y belleza. Acto seguido me encontré en calzones bañándome una vez más en el tirreno, pero entre rocas en el agua más cristalina que haya visto jamás, tan cristalina que me hizo acordar mucho a aquella de Creta, entre las rocas donde aquella vez no me pude bañar. Mi compañero de nado fue el Marto y ambos felices nadamos un buen rato teniendo al Vesubio detrás y decenas de pececitos de colores nadando debajo nuestro. Fue sencillamente impagable.

Y así, con el culito aún húmedo llegué a Pompeya y me dejé llevar. Una vez más sentí la sensación de estar viviendo en el pasado, habiendo viajado en esa especie de Delorian llamada Sabandija que nos lleva por el viejo continente. Me resultó increíble el grado de detalle que tienen ciertas partes de la ciudad que a pesar de ser de siglos atrás aún conservan su presencia y su esencia. Anduvimos por los callejones, por las casas, por los cruces peatonales previstos para las inundaciones, lo cual me pareció fantástico. Luego estuve un largo rato sentado en el anfiteatro mayor, mirando, contemplando, imaginándomelo lleno de pompeyanos y pompeyanas, celebrando, aplaudiendo, viviendo, viviendo… hasta que la furia del Vesubio los enterró. Pompeya fue maravillosa y me hizo volver de nuevo a aquellos profundos deseos que tenía de verla, allá por el 2000, allá por el 1997, allá por el 1995! Pues finalmente estuve allí, en el 2011.

Lo que nos abrumó fue Nápoles. Habíamos escuchado cuentos varios, pero estar allí fue otra cosa. Claro, estábamos con la Sabandija, la cual tiene un porte no adecuado para lugares finitos donde hay que escabullirse entre las masas. Iba manejando el Rolo y nosotros, los que íbamos copilotando y los que iban atrás, todos íbamos atentos, pues aquello era una locura. Era tierra de nadie. Autos, motos, animales, personas, personas que eran peor que los animales, todos, todos y nosotros estábamos en un mar sin reglas, en un mundo donde la única manera de avanzar era metiendo la pesada, pero lo curioso era que los únicos que se enojaban por la cagada de los demás éramos nosotros. Ellos, los napolitanos, iban, venían, se cruzaban por delante de los otros como si nada y nadie se enojaba ni puteaba. Lo peor sin duda eran las motos que te aparecían por donde menos lo pensabas en cuestión de segundos. Y así, mientras tuvimos la intención de ir al estadio del Nápoli, terminamos intentando rajar de la ciudad, absurda, agresiva, loca, enferma! No sé cómo hicimos, pero salimos y al llegar a Marina del Cantone todo era perfecto una vez más.

Llegué, me bañé, cenamos algo y me quedé leyendo las respuestas de ustedes. Entré un poco a montevideoetnico.blospot.com y leí algunos comentarios y me dije, tengo que pedirles que entren y comenten las crónicas ahí, así veo cómo voy! Finalmente me acosté, exhausto pero feliz. Tirreno, Pompeya, historia pura y un paso fugaz por la loca Napoli. Al otro día vendría Capri… mamma mía, lo que nos esperaría!

Había que salir temprano porque de otro modo se nos iría todo el día sin poder hacer lo que queríamos hacer. El Chino cayó, sucumbió ante el cansancio y decidió quedarse a cumplir sus responsabilidades laborales por lo que salimos de mañana, tempranito, Ceci, Marto, Rolo y yo. Luego de hacer el mismo bendito camino sinuoso por las montañas por enésima vez (aunque esta vez en ómnibus y no en la camioneta) llegamos al puerto de Sorrento donde compramos cuatro tickets de ida y vuelta a Capri. El día no era el más lindo de todos, de hecho estaba bastante fresco y unas negras nubes amenazaban con arruinarnos la fiesta, pero nosotros emprendimos la aventura pues no teníamos tiempo para especulaciones. Al otro día nos iríamos de la península sorrentina y Capri quedaría atrás. Fue así que luego de un viaje de una hora aproximadamente en un bote que parecía más bien una licuadora y nosotros que oficiábamos de frutas que se sacudían de un lado al otro dentro de ella, llegamos finalmente a Capri. El puerto era muy lindo, pintoresco y las playas aunque estuvieran vacías eran muy prometedoras. Llegamos sin saber qué buscar ni a dónde ir, simplemente habíamos oído que valía la pena así que nos mandamos, pero al llegar y desembarcar no sabíamos ni para donde arrancar. Se notaba que era un destino turístico muy buscado ya que pocos hablaban italiano y un simple mapa te salía el triple que cualquier ciudad continental.

Después de un buen almuerzo emprendimos un camino no peatonal hacia arriba, sin saber porque, pero hacia allí fuimos. Caminamos, subimos y seguimos subiendo. Sabíamos de la existencia de las grutas, especialmente la azul de la cual nos habían hablado maravillas, pero no pudimos ir porque nos dijeron que tenía que hacer buen tiempo y no era el caso. Los paisajes que veíamos mientras subíamos eran lindos y para nosotros era inevitable no compararlos con aquellos vistos en Santorini, más específicamente en Fira, aunque estos últimos se los comían en dos panes a los de Capri. Subimos, con decenas de charlas de por medio hasta llegar a una cima donde sin darnos cuenta terminamos en una de las plazas principales, que desde lo alto ofrece una vista prodigiosa de la isla. Allí estaba el centro de explotación del turista, los restaurantes caros, las casas de souvenir, las heladerías, las tiendas de Prada, Armani y Louis Vuitton entre otras además de decenas de turistas de todas partes del mundo, en su mayoría de una edad avanzada. Allí estuvimos un rato, aunque no tanto. Todavía me preguntaba dónde estaría todo aquello espectacular de lo que me habían hablado. Supuse también que para alguien que se tome un vuelo desde una ciudad para ir específicamente a Italia y a Capri todo sería mucho más maravilloso que para nosotros que de seguro e inevitablemente nos impresionaríamos mucho menos al haber presenciado paisajes similares en otros lados.

Recién después de algunas cuadras y ya con un poco de cansancio arriba fue que la cosa empezó a cambiar. Digo lo del cansancio porque es una realidad. Recuerdo como salíamos en Nueva York con Popi o en Japón con el Rolo. Nos levantábamos temprano y salíamos, metiendo pata durante ocho, nueve o hasta diez horas para volver tardísimo al hostel con ganas de escribir, de tomar una más, de hacer algo más. Hoy en día nos cuesta despertarnos a las nueve. Nos cuesta salir. Salimos y ya después del almuerzo estamos con los ojos achinados y caminamos cada vez más lento. Es ese afán por descubrir un lugar nuevo lo que nos hace mantenernos en pie. Y así fue en Capri. Seguimos subiendo aún más, metiéndonos hacia adentro y saliendo un poco del circuito turístico. Nos encontramos en callejones aptos solamente para peatones por su escaso ancho. Nos escabullimos entre casas de pueblo, con sus limoneros, sus vistas increíbles sobre el Tirreno. Seguimos caminando y entramos a la vida cotidiana del habitante de Capri. Niños saliendo de la escuela, la abuela haciendo el mandado, la parejita feliz en el banquito, las parras, los limoneros, los naranjos y una isla que empezó a gustarnos cada vez más.

Ceci ya se arrastraba. El Marto luchaba contra sus piernas mientras que el Rolo y yo divagábamos ya del cansancio, pero seguíamos firmes.

-       Un poco más, vamos a darle un poquito más a ver a donde llegamos.

-       Dale, un rato más, vamos.

Y le dimos un ratito más hasta que se nos terminó la calle, pero a la derecha bajaba una escalera que se perdía de vista allá abajo. Era el único camino además de pegar la vuelta y bajar por donde habíamos subido, lo cual obviamente iba contra nuestros principios por lo que emprendimos el camino por la escalinata. De arranque la cosa se complicó, porque no se trataba justamente de una escalera que cumpliera con la ley de Blondel, sino que más bien para bajar cada escalón había que dar prácticamente una zancada. Claro, todos nos preguntábamos lo mismo, si nos estaba costando bajarla, cómo joraca íbamos a subirla? Pero bueno, seguimos, pues ese espíritu aventurero tiene que seguir en pie. Creo que bajamos unos diez escalones cuando nos empezamos a cruzar con gente que venía en dirección contraria. Convengamos que el promedio de edad de dichas personas rondaba los cincuenta, pero sus caras rojas como remolachas, llenas de sudor y con expresión de fatiga extrema no eran un buen augurio. Al vernos, todos repetían lo mismo: “no, no bajen, vuelvan, no saben lo difícil que es”!!! Chan! Obviamente ni le dimos tiempo a Ceci de reaccionar, pues aceleramos un poco y nos decidimos a bajar, pues había que ver qué nos esperaba abajo. Y así llegamos a la gruta roja, bastante interesante pero sabíamos que había más, pues se escuchaba claramente el sonido de las olas golpeando contra las rocas que seguramente estaba ahí, pero que nosotros no alcanzábamos a ver por el tupido bosque que marcaba el camino a seguir. Así seguimos, un poco más hacia abajo pero cuando pensábamos que seguiríamos bajando hasta llegar a la bendita playa nos enfrentamos con una nueva escalera que subía en vez de bajar. No nos quedó otra que subir y así lo hicimos, muertos, agotados. Subimos, subimos y de repente… las copas de los árboles dejaron de darnos sombra y nos abrieron las vistas hacia un paisaje realmente increíble. Una vez más estábamos en un lugar espectacular y único y una vez más nos acordamos de los tantos lugares impactantes donde estuvimos antes. Nuevamente volvieron a nuestras mentes las imágenes de los Fiordos, del Cañón del Colorado, Santorini, Osaka, México y tantos lugares más. El camino pasaba a recorrer un borde que terminaba en un profundo precipicio, y el precipicio terminaba en un agua tan pero tan azul como nunca habíamos visto antes. Un poco más lejos el agua cambiaba de color convirtiéndose en un fuerte turquesa que iría mutando hasta volver a morir en un azul profundo allá lejos, allá donde la recta línea separa el cielo de la tierra. Allí estuvimos largo rato, flotando allá arriba, sacando fotos, grabando videos chotos y riéndonos mucho mientras disfrutábamos de un paisaje único, donde enormes y empinados bloques de roca salían abruptamente del agua aportando con una cuota de singularidad fantástica al lugar.

Luego de estar una vez más en uno de los lugares más fantásticos de este viaje bajamos y logramos llegar a tiempo para tomarnos el ferry de vuelta a Sorrento para partir al otro día de mañana hacia la capital del mundo occidental, de uno de los imperios más grandes y emblemáticos del mundo. Se nos vendría el encuentro con el SPQR, con uno de los destinos que tanto habíamos esperado, llegaríamos nuevamente a Roma, la ciudad del travertino.

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