San José De Carrasco. Julio
19 1995, miércoles.
¡Qué frío de mierda! Y
no es una reflexión, está gélido, más el viento, sur, inclemente ¡hijo de puta!
Quería escuchar estos
tangos, y las ráfagas cortan el sonido, es casi incomprensible. El walkman que me
regalaste, cuando querías que escuchara tangos. Cuando sabías que me gustaban, esos mismos tangos que crecí escuchando en clarín, con mi abuelo… Pobre
viejo… que sé yo por qué, pero hoy se me ocurre, sí, que era un pobre viejo. Siempre
creyó, o nos quería hacer creer, que la familia era todo. Esa unión frágil y
mentirosa, basada en el amor incondicional, en traiciones de pacotilla, en
anécdotas institucionalizadas.
Una vez, cuando estaba
en las últimas, me dijo que la familia era como una manzana con un gusano adentro.
Nunca sabríamos cual sería la mordida que nos dejaría con gusto a podrido. Se
terminó él mismo, un par de semanas después, encerrado en su cuarto, la cabeza
abierta por la 38 que le prestó aquel viejo amigo suyo… ”El Tito”…creo
que así se llamaba. El legado informativo que dejó, su “Señor Juez”, era magro y a la vez tan explicativo. “Non resisto
piu il dolore”
No lo resistía más,
pero no sus caderas deformadas, no su ojo ciego, sus dedos sin fuerza, su
mandíbula temblorosa. No, no resistió más el desencanto de mirar por una
ventana que eternamente estuvo tapiada por una pared, pero que él, siempre
pensó se trataba de la vista más hermosa que este mundo tenía para ofrecerle.
Le llevó 78 años mirar para otro lado y descubrir lo embusteros que habían sido
sus propios ojos.
No lo conociste casi,
cuando apareciste en mi vida, él ya estaba enfermo, empezaba a ser la sombra
esa que fue durante sus últimos largos años. Mientras que los médicos llamaban
demencia senil y Parkinson a lo que se comía sus fibras, yo era incapaz de
entender bien a que se referían. Imaginaba su cabeza perdiendo la batalla de la
razón, día a día, desflecándose a lo bandera olvidada al sol a merced del
viento. Seguramente fue en uno de esos paréntesis, donde por momentos se
reconocía en medio de la tormenta, enhebrando en sus dedos el arma del Tito, hilvanando
que un tiro lo salvaba, no solo de los médicos, sino también de ese despertar
que lo enfermó. “No resisto más el dolor”
Era una noche de esas
que las ventanas soplan finito, el viento, como el de hoy, la playa rabiosa, rugía
desde el mar, gritaba… como hoy.
Lo encontramos después
del mediodía, es que ya no lo visitábamos tanto. Me hubiera gustado no haberlo
encontrado nunca, desearía que el recuerdo fuera otro.
Por algún mecanismo
macabro, el lóbulo temporal se cincela a martillazos esas últimas visiones de
la gente que no vamos a ver más, y al mismo tiempo, le pasa un trapo a las
memorias previas que podamos tener. Como esas borradas mal hechas sobre los
pizarrones. Todo no se va, pero hay que adivinarlo, se vuelve una resbalada de
recuerdos difusos, donde el único lugar que aparece nítido y claro es esa última
imagen, en este caso, el viejo tirado sobre su derecha, con una caverna al
costado de su arco superciliar, la mandíbula baja y cagándose en la simetría,
las manos, con esos dedos flacos, rígidas, frías al beso que les di. Glaciales
como esa noche del 19 de agosto, como hoy, de sudestada.
Deprimo el botón de
play y casi no escucho el casete, la arena de los médanos me azota la cara,
apenas salgo de la protección del humedal. Subo la pendiente salpicada de
juncos, dándole paso a las penumbras de esta noche, las luces del club
tintinean penosamente, reflejadas en las partículas cristalinas que componen
esta mezcla de sílice y piedra molida, volátil.
Esta playa, cuantas
veces nos divertimos, sinceramente, diversión, bajando a zancadas estas mismas
dunas… con los nenes.
Los nenes… Es
imposible, explicar el dolor, es inimaginable, inútil, cualquier atisbo de
expresión para referirse a los sentimientos que producen en un ser humano el
ser removido de la vida de sus hijos.
El vacío mismo es
algo, increíble, palpable, en comparación con la no existencia en la vida de estos
dos seres. Cada día de sus días estuve ahí e, irónicamente, no quise ser
padre, no lo precisaba, no lo ansiaba. Pero qué alegría infinita descubrí al
tenerlos entre nosotros. Por primera vez el mundo giraba con algún sentido,
como si tuviera que tenerlo por fuerza, debería encontrarlo a costa de cualquier
cosa, por ellos, por mí, en ese momento valía algo.
Primero vino Manuel,
casi sin esfuerzo, lindo, un parto de tribuna y palco, de mirarlo, con el
sentimiento continuo de que nada saldría mal. Aplausos y alegría, primer hijo,
primer nieto, primer guiñada de costado, de la vida que parece decir, te doy
esto, que no es tuyo y que nunca lo será, no te lo mereces y bien sabes porque.
Victoria llegó distinto, llegó con esfuerzo, a los ponchazos. El cordón trató de ahorcarla,
traidor, ladino. Su función era transportar alimento, pero como siempre, la
infamia está en todos los órdenes de este universo. Redoblando las
complicaciones, la placenta colapsó, no pudo resistir la escena, no tuvo la
fuerza necesaria para acunarla sin mayores complicaciones. Fueron horas, días,
años de lucha, que empezaron con la primer bocanada de aire y que aun ahora
prosigue. Cuanto orgullo me da verla pelear, sin ni siquiera darse cuenta que
lo hace.
Los primeros pasos, de
los dos, esas andadas, Manuel se largó un día que yo llegaba de trabajar, soltó
la mesa ratona y se vino hasta mí, riendo, soltó el mueble como soltaría tantas
otras cosas, sin miedo aparente, alegre, mirando a los ojos sin temor a
equivocarse y empezar de nuevo… no como ahora…esa puta lobreguez.
Victoria, dio sus
pasos, como todo lo que esa personita da. Desinteresada, histriónica,
fantasiosa, sus pies bailaban en un escenario que existe siempre donde ella se
mueve. De un árbol a otro, deteniéndose a bailar con la música imaginaria que
suena en su cabeza, siguiendo con los ojos a esos animalitos que ella llamaba
“Marilolas”. Distraída de la realidad, pero concentrada en la brillante luz de
la fantasía.
Así, de a pasos, un
pie atrás del otro, el tiempo se va, sin mirarnos, sigue empecinado en su
marcha indefectible. Nos regaló momentos, veranos e inviernos, y si algo me
llevo a donde sea que tenga que ir, serán siempre, las tardes de playa, jugar
en el agua, armar túneles y castillos, correr para entrar en calor, cargarlos a
ellos y a los pertrechos para que solo me cansara yo, que ya estaba cansado.
No sé cómo ni por qué,
pero el oleaje brama, se derrumba, cayendo en sus sonidos para levantarse otra
vez. Está frío el contacto con el arenal, apenas puedo distinguir, entre las
sombras, donde termina la tierra y donde empieza el líquido que este viento,
también hace volar.
Me recuesto en la cara
castigada de la duna, la que recibe el azote de todo lo que el clima le tira.
¿Cómo mierda hago para encender un pucho? Nunca pude fumar, por más fuerza que
hice para adquirir el vicio. Pero hoy quiero, hoy lo siento como una especie de
pincelada que faltaría a un cuadro que yo no voy a pintar.
Tal vez fue eso lo que
el viejo no pudo resistir, el darse cuenta que la mentira termina dominando lo
que uno pensaba que era real. ¿Será que lo real es la mentira, que armamos un
mundo sin patas, donde actuamos según deseos e inquietudes nos lleven?
Deseos… esos que pensé
eran horribles, desviados, obscenos. Asco de mi persona, en el simple reflejo
del espejo, en intimidades. Suprimirse, esconderse, amurarlo en algún lugar de
mi cabeza que nadie más que yo conozco y, aun así, tratar de olvidar donde es. ¿Cómo
explicar entonces mi poca atracción a tu sexo? No al tuyo en particular, ojalá
fuera solo eso… porque sería más fácil de comprender. ¿Al menos a vos te sería
más fácil de entender? Sinceramente no sé. No sé, si tenés alguna
capacidad de entendimiento, ese monstruo en el que te fuiste convirtiendo, que
suda desidia, escupe veneno y secreta mierda, grita disconformidad ante una
ofensa que crees, te da el derecho de matar y revindicar tu propia falta de
humanidad. Ese bicho que no es otra cosa que ignorancia, odio, estupidez y
carencias.
Te criaron a trompadas
y desprecios, abandonos y abusos, homofobia… ¿Qué podría pedirte? ¿Esperar?
En el menosprecio de
nuestra vida, te acostumbraste a esquivar la saliva de tu propia escupida que,
obedeciendo a la gravedad, volvía en caída libre sobre tu cara.
No puedo ser injusto,
en esto no, hoy no puedo ni lo seré. Presumo que aun haciendo lo mejor de vos,
dando un esfuerzo milagroso y sobre humano, no hubieras podido cambiar
absolutamente nada. Algo así como querer escapar de la guillotina en el momento
que el verdugo acciona la palanca. Realmente desde tu lugar, pequeño y limitado
por tu propio contexto, solo podías hacer lo que hiciste. Aun sin creer en el
destino, vos fuiste la pieza que se precisaba, nada más.
Y me enamoré, y me
descubrí, me sentí escuchado, apreciado… admirado. Que palabra. “Admirado”
Siempre pensé que pertenecía a otras esferas de seres. No a la gente como yo, yo estaba designado
para admirar… a otros.
El en cambio, me leía,
me decía que la felicidad es un cuenta-gotas que llega muy rápido a quedarse
sin líquido. Me veía inteligente, astuto, buena persona… todo eso, yo.
Y no pude, después de
que la moneda llega al fondo de la máquina que la traga, no hay vuelta atrás.
Perdí virginidades con
40 años, amé y me sentí amado por primera vez. Te lo dije, no sé bien de qué
forma. Hoy creo que, en la tempestad de enfrentar todas esas cosas, lo hice de
la peor manera. Entre llantos y voces incomprensibles. ¿Te amaba sabés? No de
la manera en que vos definís el amor, pero lo hice. Con todo… incluso, contra
todo mi ser.
Me prohibiste a los
nenes, me empezaste a eliminar, no los veo hace 1 año…
El viento ya no viene
en rachas, es constante, como un “la” sostenido. El oleaje parece llamarme,
como cuando de botija se me había dado por el surfing… antes de todo, antes de
mí mismo. Cuanto placer me daba saber que podía hacerlo, que podía ser
diferente, que el frio no me acobardaba, ni la corriente, ni la tormenta.
Contrariamente en ese caos, encontraba la paz que no parecía dejarse ver en
ningún otro lugar. Las primeras aventuras de mi vida, en uno de esos fogones
que se armaban en la playa, después de salir del agua, te conocí a vos y en la
confusión enorme que la sociedad nos imponía, mi sexualidad se ovilló por
muchos años, sin entender que mi atracción siempre había sido dirigida a mi
compañero de olas, de campamentos… pero estaba mal, eso estaba podrido,
equivocado, y empezamos a armar una vida sin saberlo, sin, creo yo, estar conscientes
de que lo hacíamos a fuerza de pura inmadurez, inexperiencia e ignorancia, eso
sí, con mucho amor…que cotejándolo hoy, en perspectiva, pesaba más que las
estructuras que se habían diseñado para sostenerlo.
Las 4 de la mañana, te
odio con toda mi fuerza, con todo lo que tengo para odiar, que por suerte y a
diferencia de los seres despreciables como vos, es mucho menos de lo que tengo
para amar.
Cierro los ojos y veo
sus caras, riendo conmigo, jugando sobre la alfombra de color azul, en el cuarto
de Manuel. Tomando el té con Victoria y sus amigas del jardín, mirando una
película alquilada en el videoclub que está pegado al supermercado.
¡Hija de puta! La peor
de las agonías, espero que te caiga, por el resto del tiempo que puedas
respirar.
Él, me dejó después,
cuando mi depresión empezó a galopar sobre mi cabeza.
- ¡Un ápice de
humanidad! ¡Mis hijos… no los veo! -
Imploré huecamente, a sabiendas de lo inalcanzable de mi suplica.
No le podía pedir
mucho más, así como yo, él no sacrificaría su felicidad por otra persona. Mi
estado era inaguantable. En el intento de salir, arrastraba todo a mi remolino
de tristeza. Como los que, al no dar pie en el mar, buscan aferrarse a lo que
sea, en su encabrite desesperado a manotazos de vida, inútiles.
Tu denuncia por
manutención impaga llego hace dos meses, el detalle fundamental, es que hace
tres que perdí el laburo en la Hellman´s. “No estas apto para conducirte en un
ambiente laboral con el profesionalismo que la compañía requiere” me dijeron, y
así, llegaron a su fin mis quince años laborales. Sinceramente es tan poco lo
que me importa hoy…
Fue un inverno, en la
mitad de Julio, mi amigo y yo bajamos a la playa en medio de un vendaval que
quebraba al mar sobre los médanos, las olas crecían casi a dos metros y medio
sobre el nivel del líquido que nos rodea. El muerto estaba recostado sobre esta
misma duna, nos acercamos, la lengua hinchada y violeta, el pucho apretado en
su mano derecha, dura… fría, parecía que estaba muerto mucho antes de
estarlo… sus ojos estaban fijos en el mar. Había paz en su rostro, solo que daba
la impresión de haber tenido, olvido.
Llamamos a la policía
y me quedé ahí hasta que llegaron con la frialdad que deben tener.
La interrogante de
saber por qué, siempre rasca la garganta, pero no había nadie a quien
preguntarle y muchas explicaciones no dejó. Se lo llevaron atrás de una
camioneta blanca, envuelto en un par de bolsas negras. Era cliente de la misma
despensa, en donde a veces comprábamos nosotros cuando la vagancia nos ganaba
para no ir hasta el supermercado. Nada más, solo una cuerda colgando del
sobrante de un tronco de tamariz.
Hoy estoy yo acá y,
por esa dinámica que tiene el tiempo en estos parajes, el paisaje sigue igual,
la inclinación del médano, tal vez, haya variado unos grados, pero nada se
mueve, nada cambia sustancialmente. Parecería que todos por aquí, tuviéramos un
complejo de perennidad, talmente los objetos de un cuadro, nos esforzamos por
parecer estáticos y dejamos que el tiempo discurra sobre nosotros para volver a
repetirse en algún momento.
En estas palabras está mi explicación, mi renuncia a todo, en estas hojas, apretadas, existe la
denuncia de mi último acto de egoísmo, mi atenuante, mi resultado del exámen de
sangre, emitido y rubricado, por salud púbica, constatando que tengo HIV, que
está despierto, que no hay suerte… en realidad, no de esa suerte, solo la otra,
la que uno no quiere tener, ni que le toque.
Entonces, apoyado
sobre este respaldo de arena y cola de zorro, entre lágrimas, mirando al mar,
apretando mi pucho, escuchando mis tangos, que no se sienten, me dejo caer con éstas hojas apretadas que no son nada, que nada explican…
***
San José De Carrasco. Julio 20 1995, jueves.
El Atlántico Sur
-durante los meses de invierno- nos regala puntualmente y a intervalos cortos,
unas pequeñas tormentas, las cuales son denominadas “sudestadas”: vientos fríos
que llegan desde las estepas de la pampa y demás sandeces que sin cansar
repetían los meteorólogos.
Para la gente común y
corriente que hace mucho abandonó las aulas educativas o simplemente jamás pasó
por ellas, estos depravados vientos congelan el aire y cortan las primeras
capas de piel… podrían venir de la pampa, como del mismo polo sur, importaba
absolutamente nada. Lo mejor en estos días es prender la estufa, a leña, lo más
temprano posible y, si en el peor de los casos tuviéramos la obligación de
salir, cuanta más ropa pudiera distanciar nuestra piel de la gélida atmósfera
reinante, mejor.
Unas de las
consecuencias más temidas en estos vientos, es la disparatada rapidez con las
que acrecientan el oleaje de la playa, invitándonos a ponerle parafina de
invierno a las tablas.
Las dunas se
convierten en un espectáculo asombroso, esas moles gigantescas de arena
contienen los vientos, mientras la lluvia las pule, haciéndolas brillar con sus
golpes de presión natural.
El mar rugía como solo
él sabe hacerlo, construyendo cuerpos líquidos, rivales muy dignos de sus
contra partidarios terrestres.
La eterna lucha de
poderes entre océano y tierra.
El paisaje no
resultaba extraño a esas horas de la mañana.
La marea elevadísima,
le robaba 20 metros a la costa, arrimando el líquido casi hasta donde comenzaban
los primeros médanos, formando un corredor abierto en el que la tempestad
descargaba todos sus bríos.
Pese al insoportable
castigo microscópico de millones de granos de arena reventándose contra la
piel, la visión no era nula completamente.
En la lejanía, el
objeto negro, llamó la atención súbita de los dos.
-Con este frío insoportable me parece que el
tipo ese, se escavió la vida- dije, esforzándome
para discernir a esta distancia si el bulto que se veía a unos seiscientos
metros era un ser humano, o tan solo una bolsa de basura más de las arrojadas
con frecuencia por vecinos mugrientos; le pregunto a mi compañero - ¿Estás seguro
que es un tipo?
-Sí, ¿no lo ves? Contestó molesto por mi incapacidad visual.
A medida que nos vamos
acercando, las reconocidas formas de nuestra constitución física, dan por
tierra con las teorías de la bolsa de residuos. -El hombre está sentado en las
dunas mirando el mar…- comentó convencido.
-A las siete y media
de la mañana de un día como este. ¿Dónde viste al enfermo?
- ¿Y nosotros? ¿No te
diste cuenta la cara con que nos miraba la gente agolpada en las paradas de ómnibus,
camino a su laburo?
-Igual, está lloviendo
hielo y el viento parece que enfría de igual manera, ese está tan trastornado
como nosotros.
La discusión se desvió
hacia otros puntos más importantes; la intensidad de la corriente y el punto
exacto donde deberíamos entrarle a esta masa liquida, sustituyendo al beodo
madrugador de nuestra conversación.
El oleaje se movía
rápidamente de oeste a este, de derecha a izquierda si nos parásemos frente al
mar, o sentados en la falda de los médanos, como el tipo que, ahora tan solo
nos miraba pasar, paralelos a la orilla.
Tuve que interrumpir
la conversación - ¡Tiene una cuerda que le sale del cuello! - dije, mientras que, por alguna causa, esto no
me asombraba en absoluto. El viento le arrancaba hojas de papel de sus manos y
las hacía volar caprichosamente.
- ¿Qué decís? - dijo
mi compañero, viendo interrumpido su discurso sobre cómo, mediante la forma en
que una de las clientas del almacén de su padre le pedía un alfajor,
supuestamente, se le insinuaba en forma lujuriosa, esperando una respuesta e,
iniciativa, de su amante-almacenero.
Desviándonos de
nuestra ruta habitual, corríamos como desaforados hacia el médano donde el
aspirante a occiso, nos esperaba para la confirmación oficial de su estado.
La piel de su cara ya
se resquebrajaba por el frío; su mirada vacía, el maxilar inferior, desencajado
apenas hacia un costado, sosteniendo una lengua exageradamente violeta.
El cuello estirado
hacia atrás, no era necesario comprobar más nada, tan solo lo tanteamos como último
recurso, nunca falta el enfermito de las bromas pesadas.
Lo curioso de la
macabra escena, eran los audífonos de su walkman prendidos a sus orejas,
sonando una melodía cínicamente adecuada: “…Con el pucho de la vida apretado
entre los labios…”
Mi vista se fijó por
breves segundos en la boca de lo que quedaba de este ser humano, apretando un
cigarro con la fuerza que le daba la rigidez a esos labios entumecidos. Trepé al médano y observé hacia la zona civilizada. En todo el sentido de la frase:
“Ni un alma”; las calles apenas comenzarían a despertar dentro de unas horas,
los que debían cumplir con sus obligaciones laborales ya iban en camino, los
demás, no abandonarían con un día como hoy, la calidez del hogar.
Giré y desde la
elevación miré hacia el mar… para mis adentros pensé que esa había sido la
imagen eterna que quedo registrada en la última memoria del suicida.
Si es que el paraíso
fuera una realidad comprobable, mi edén personal no diferiría mucho con lo que
enfrente de mis ojos estaba sucediendo. Oleaje, imponente, el cielo gris, el
sonido imposible de imitar.
-Hay que llamar a la
ley- dije y, sacándome a mí mismo de esa reflexión, me senté en la arena,
bastante cerca del cuerpo.
Mi amigo emprendió la
caminata a su casa, el teléfono se encargaría del resto.
Los tangos seguían
sonando, metálicos, desde el auricular, los mismos tangos que escuchábamos con
el abuelo, los que me enseñó a sentir desde la radio clarín. Lo extraño,
siempre. Me irrita saber que lo único que queda es las cosas que no le dije, el
recuerdo de la imagen petrificada de su cuerpo tirado, su cabeza atravesada de
un tiro.
Llegó la camioneta
blanca de la policía, y fríos como el día, se acercaron al cuerpo, cortaron la
cuerda, en dos bolsas negras se lo envolvió y lo subieron a la caja de la pick
up. A la izquierda de donde estaba recostado el hombre, un arbusto se aferraba
de una hoja de papel, empapada, la liberé del ramaje y la sostuve en mi mano,
mojada por la lluvia y ametrallada de pequeños agujeros. Lo único legible era
una frase que se me hacía propia, protagonista, de muertes cercanas…
” No resisto más el
dolor”
5 comentarios:
Gold. Muy bueno y filoso. Merece segunda lectura
muy interesante. saludos
creo que es lo mejor que he leido de lo tuyo claudio. muy bueno la verdad. saludos. JP de Roma
oscuro como de costumbre, pero muy sensible y conmovedor.
cuanta nostalgia. muy bueno
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