Hace años que me despierto antes de que
suene la alarma. Me irrita, me da un mal humor mínimo, que se disipa casi en
seguida, se esfuma con otro sentimiento que conquista inclemente mi
consciencia. La responsabilidad, el mandato de saltar de la cama, aprovechar
eficazmente los minutos de los que dispongo y repararme y prepararme para
enfrentar otro día. En automático, también, tanteo torpemente al costado de mi
cama, hasta dar con el teléfono y hacerlo callar y levantarlo y mirarlo para
comprobar que estuvo chillando con una melodía melosa durante 5 minutos. Lo observo
como si lo viera por primera vez, todavía idiotizado por el sopor del sueño,
abro whatsapp y le escribo:
No lo envío aún, creo que debería agregarle
otro emoticón… que se dé cuenta que me desperté de buen humor… Sí, otro emoticón
es siempre bueno.
Le clava el visto casi inmediatamente.
-Ella también está de buen humor.
A mis hijas hay que despertarlas, la cama
se nos pega durante la adolescencia.
Las llamo por video, insisto, hasta que me
atienden las dos. Cancelan el video inmediatamente, la coquetería no les
permite que las vea así, recién despiertas. Recuerdo cuando eran pequeñas, sin
tanta demanda.
Por suerte seleccioné mi ropa la noche
anterior, adquirí un metodismo estructurado como sin darme cuenta,
indudablemente navego por la autopista que toman todos los maniáticos. Por
ahora solo puedo decir que ser metódico y estructurado tiene sus pequeñas
satisfacciones.
Abro nuevamente la aplicación mientras me
lavo los dientes.
Uso nuevamente el video para llamar a mis hijas. Siguen en la cama, responde la menor y aplico el recurso de decirle que estamos súper tarde, adelanto los relojes 20 minutos. Me sorprende que esta treta funcione, a pesar de toda esa inteligencia y picardía que suelen ostentar, siempre caen en este simple truco. Dejan su teléfono transmitiendo y las veo saltar despavoridas al baño, aplicando maquillaje, para remarcar esa belleza de mujeres con pocos años de experiencia.
Estoy pronto, vestido, afeitado, peinado.
Presto, para que el día me pase por arriba, con los reparos que se toman, con
esas pequeñas vanidades que uno piensa lo diferencian de los otros, que somos
todos.
Dejo el aparato en la mesa, quiero responder y que no se mal interprete. Es cierto, la discusión fue desmedida, y discrepo con el uso del verbo “haber”, ella debería conjugarlo en forma reflexiva “haberte insultado”. El uso desmedido e impersonal de los verbos y artículos personales, me sulfura, creo que más que la discusión o los insultos en sí. El “nosotros” proverbial, “haber” en vez de “haberte”, “dijimos”, por “dije”.
Seco y afirmativo. Detesto empezar el día así. Me condiciona al mal humor.
Me arrepiento, pero ya es tarde, ya lo abrieron y leyeron, la agarrada de ayer y el simple “Ok” de su respuesta, hace que esta mañana se vuelva hostil, y no importa los emoticones que se envíen, hoy está todo mal, como ayer lo estaba.
La lluvia, me da la oportunidad para
testear el ambiente, el cielo esta gris, cerrado, el agua cae monótona, les
escribo:
Reciben mi texto, lo leen, pero no
contestan, están molestas. Odio esto,
odio esta lejanía de la que todos parecemos aferrarnos. No las veo teclear,
acrecentando con esto aún más la distancia.
La
calle está pesada, el tráfico no ayuda, no recibo ni un solo mensaje, ni
siquiera un simple monosílabo. ¡Y sé que están en línea, las tres!
Hoy es un día como cualquiera, sin
significancia, puede ser cualquier día, entre lunes y viernes, solo que hoy,
tomo la decisión de romper con este ridículo manejo de la comunicación.
Faltan dos calles para el destino, miro por
el retrovisor y remuevo mi manos-libres. Suelto el volante por unos segundos y
oprimo el botón de apagado del aparato, hace unos destellos en su pantalla y se
vuelve completamente negra.
Miro hacia adelante, ultimo semáforo en
rojo, respiro profundo y trato de recordar la última vez que apagué el
teléfono, mi estómago me hace sentir que la calma no está ahí, tal vez exista
pero esté en otro lado, no en mi vientre. Pienso si la razón de que seamos cada
vez más lejanos no estará ligada a ese pequeño botón al costado de cada uno de
esos aparatos que sostenemos en nuestras manos.
Detengo el auto y activo bloqueo central,
me quedo sentado en mi butaca, mirando un punto fijo más allá del parabrisas.
El tiempo no llega a recorrer diez de sus segundos, cuando el teclear frenético
de las botones virtuales empiezan sonar como un desfile de cucarachas sobre
cartón seco.
-Que tengan buen día- digo, sin sacar mis
ojos del punto en el que se habían fijado.
Repito mi deseo, esta vez, mirándolas a los
ojos, una a una y destrabando las puertas -Que tengan buen día-
No responden, sieguen ensimismadas en sus
aparatos, el auto sigue detenido.
Entonces, al fin, se rompe el silencio, su
voz responde a mi derecha – Buen día para vos también.
Las puertas de atrás se abren y las voces
con un tono de sorna casi insolente dicen al unísono
-Para vos también papá-
Me detengo en un semáforo y veo a las personas
del auto que el azar puso junto al mío, en esta dinámica espantosa a la cual
nos hemos adaptado, con los ojos fijos en la pantalla de 5 pulgadas,
repiqueteando los pulgares en el cristal. Sustituyendo emociones por
emoticones, gritos por mayúsculas, palabras enteras por acrónimos, a nosotros
mismos por este “yo”, que se mal interpreta y es mal interpretado.
1 comentario:
diferente a lo de siempre. me gustó.
Alí
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