“Hoy anduvo la muerte buscando entre mis libros alguna cosa... Hoy por
la tarde anduvo, entre papeles, averiguando cómo he sido, cómo ha sido mi vida,
cuánto tiempo perdí, cómo escribía cuando había verduleros que venían de las
quintas, cuando tenía dos novias, un lindo jopo, dos pares de zapatos, cuando
no había televisión, ese mundo a los pies, violento, imbécil, abrumador, esa
novela canallesca escrita por un loco... Hoy anduvo la muerte entre mis libros
buscando mi pasado, buscando los veranos del 40, los muchachitos bajo la
manguera, las siestas clandestinas, los plátanos del barrio, asesinados,
tallados en el alma... “ Alfredo Zitarrosa
Veronica.
Casi dos años entreteniendo la idea de terminar conmigo, si, de matarme.
La de esa tarde era con un cinto alrededor de mi cuello. Ese cinto…fue parte de
la indumentaria que me puse cuando recupere mi libertad. Un cinto de tela dura
con doble línea de agujeros. Recuerdo cuando el guardia me acerco el bolso. Dentro había, un jean, una remera negra, un par de medias, bóxer a cuadros,
tenis blancos y el cinto verde. En ese momento no revelaba más que ser una
prenda, ni siquiera eso, un accesorio secundario en mi atuendo, en mi uniforme
de hombre libre.
Hoy 8 años después, enroscaba mi cuello y cinchaba mi mandíbula con
presión, hacia arriba. Hoy se enredaba también en el travesaño de madera del
techo y a nadie le importaba en absoluto, y eso era correcto. Correcto desde la
perspectiva de justicia, correcto desde la corrección de todas las cosas que se
deben corregir.
El taburete de plástico blanco sostenía mi peso, por última vez algo
sostenía mi peso. Lo empuje y la presión en mi cuello se incrementó, el aire se
iba y un dolor agudo, abierto, reventaba todas las fuerzas por salir de esa
prisión, uno nunca quiere morir, aun cuando quiere.
La fatalidad de la muerte es solo igualada por la fatalidad de la vida,
y sus acciones son tan inesperadas como lo pueden ser el vivir o morir.
Así es que la hebilla del cinto en una suerte de equilibrio imaginario
se volcó al plato de la vida y reventó por la fuerza exigida, demasiada para el.
Caí sobre mi brazo dándome un fuerte golpe en la cabeza y perdiendo el
conocimiento por unos minutos. Al cabo de los cuales me levante y trate de
incorporarme, deshecho, angustiado, a sabiendas que debería juntar fuerzas otra
vez para nuevamente extinguirme. Sentí una necesidad imperiosa de salir al
jardín, mareado y no sé cuántas cosas más, mi cabeza ya no era mi cabeza, pero
eso es parte de otra historia.
Salí al jardín y note unos movimientos detrás de uno de los arbustos,
por unos segundos me desafié a pensar que podría ser un delirio, una visión,
víctima del golpe, la situación, pero me habían robado muchísimas veces durante
los últimos meses y naturalmente la adrenalina, dicen, cura todos los males,
así que mis sentidos recuperaron la sagacidad, mis músculos se tensaron e
inmediatamente atravesé las frondas del arbusto, grite fuerte para paralizar y
llamar la atención y con un movimiento rápido sujete el brazo y el cuello del
ser que se escondía de no se quien, retorciendo uno y apretando el otro. Soltó
un chillido y los ojos parecían salirse de las orbitas, afloje la mano que
sujetaba su cuello apenas, y recién ahí me di cuenta de su vulnerabilidad, de
su debilidad, estaba totalmente entregada a lo que fuera a pasarle, no ofrecía
resistencia.
¿Quién sos? ¿Qué haces acá?
-¡Soy amiga, Soy Amiga!
Dijo usando el aire que le quedaba, afloje mas mi mano y ahora si le
permití respirar sin dificultad.
-Estoy buscando a Alberto, él vive acá, somos amigos y estamos
distanciados, llame a su teléfono pero no
responde nadie.
-Acá no hay Alberto…ningún Alberto…Respondí, y apreté casi
automáticamente otra vez, su garganta.
-Me llamo Veronica, acá vivía Alberto, tengo Sida y estoy muriendo.
El anuncio me tomo por sorpresa…es obvio que estaba muriendo, tenía sus
vías respiratorias coartadas por mi mano derecha, pero la primer parte de su
oración, agregaba mucha más complejidad a su entendimiento o tal vez no…yo no
tenía absolutamente nada que ver con su muerte. Mi mano, no la estaba matando,
ella ya estaba muriendo aun sin mi extremidad ejerciendo fuerza sobre la
balanza de la vida y la muerte. Entonces, algo mas llego a mi entendimiento, yo
también estaba muriendo o mejor dicho, quería morir y no había fuerza en el
mundo que lo pudiera impedir. No había mano en mi garganta ni infección en mi
sangre y sin embargo yo estaba muriendo igual.
La solté, la libere de mi agarre y al igual que me dio placer oprimirla
exitosamente, también me causo placer soltarla, el devolverle la vida,
aunque solo fuera un simulacro, una extensión permitida por la situación. En
realidad le devolvía su agonía, y a mí, algo de paz mental.
-¿Puedo pasar al baño? Me estoy haciendo pis.
Dijo con la voz aun cortada por lo que creo era temor. Pero entonces
soltó una frase descolocada totalmente de nuestra situación.
-¿Te salvaste sabes? Yo se artes marciales…
Reí o mejor dicho actué al hacerlo. La acompañe hasta la puerta del baño
y me retire. Esperando que saliera y se fuera por donde no tendría que haber
entrado.
Mientras esperaba me percate del cinto, aun atado al travesaño del
techo, siendo testigo, observando desde su altura, orgulloso de que él también
me había liberado de su nudo corredizo, desde su inanimada personalidad, su
insignificancia, el había decidido devolverme la vida por un defecto de
fabricación.
Veronica salió con sus petates en la mano, por primera vez me percate de
su persona como tal, sus constitución sus pertenencias, su rostro, sus gestos y
modos.
Su cuerpo estaba raído al igual que su vestimenta, era extremadamente
delgada de no más de unos 50 y largos. Su cara parecía haberse contraído de la
misma manera que cuando apretamos un globo mal inflado por la base. Sus ojos
decían perdida, locura, miedo, odio, rabia, amor…pero un amor teñido de todos
los otros sentimientos, un amor intoxicado, circular, como de esos amores que
vienen en torbellino y parecen brisa pero son vendaval. Trataba de sostenerme
la mirada cuando me hablaba y ponía vehemencia a sus palabras, pero no eran
fuertes, ni su mirada ni su vehemencia. Sus ojos eran rígidos y se apagaban en
cuanto yo sostenía más de 5 segundos mi mirada.
No estaba bien, sus palabras eran en ráfagas y el vocablo “refugio” era
casi una constante vomitiva que adornaba, de la manera que un vomito adorna una
pared, cada una de sus frases.
Abrió una mochila desgastada y escrita con lapicera, por dentro y fuera
con números de teléfono y mándalas. Saco un fajo de hojas y me pidió si se las
podía dar a Alberto.
-No hay ningún Alberto acá. Volví a repetir. Le ofrecí hablar con el dueño de la casa y preguntarle si
conocía a ese tal Alberto y darle las cartas en caso de que así fuera.
-Que le diga que es un cagon, un traidor, pero que lo quiero mucho.
-Perfecto. Dije al entender que no era capaz de procesar mi total
desconocimiento de este individuo.
-Antes de irme, me gustaría escribirle un par de cosas más, ¿Puedo?
Antes de que yo afirmara o negara ya se había puesto a la tarea de
garrapatear sobre una hoja de papel.
De pronto se detuvo y paso su mirada por donde se balanceaba mi cinto.
Me miro entrecerrado los ojos y me pregunto: ¿Sos Feliz?... ¿Vos sos Feliz?
Le devolví la mirada, dura y penetrante y convencido le dije: NO, no lo
soy.
Continuo escribiendo, me dio las cartas y se fue, perdiéndose en el
monte que queda enfrente a la casa.
Volví a mi soledad, absorto en pensar de donde había salido esta mujer,
porque esa tarde la puso en mi vida y a mi en la de ella. Por unas horas, entre
muertes, fallidas, postergadas, interrumpidas.
Me acosté en un sillón y dormite un poco, el calor del día dejaba pasar
al fresco de la primera parte de la noche. El sol aun naranjeaba al horizonte.
Un golpeteo de manos en el portón me saco nuevamente de las reflexiones
inútiles, en las cuales pensamos que encontraremos una solución perdida entre
los laberintos de nuestras mentes.
Era ella otra vez. Volvía a dejar dos cartas más. Las tome de su mano,
me di la vuelta para entrar nuevamente cuando me pregunto:
-¿Seguro que no sos feliz?
-No. Conteste seguro.
-¿Que te falta?
-Todo
-¿Qué es todo?
-Todo lo que ya sabes que me falta, ese todo.
-Sin conocerte, veo que tenes mucho para ser feliz, tenes refugio, un
vehiculo…
-No tengo nada, Muerte, ya te lo dije, nada.
-Perfecto, nos vemos.
-Lo se
Volvió a desaparecer entre los árboles.
Volví al sillón, debajo de este había una cuerda de nylon.
Estaba agotado…BK
1 comentario:
muy bueno el relato, casi asfixiante. hasta que aparecio aquella, fina y autoritaria como siempre, inoportuna hasta para hacerte vivir.
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