Se celebran 100 años de la
Facultad de Arquitectura de la UdelaR. Se celebran 100 años de una historia muy
particular, de una facultad muy particular. Bella, infinitamente bella, no solo
por su increíble emplazamiento, no solo por la magistral obra de Román Fresnedo
Siri y Mario Muccinelli, sino por el encanto de su estanque, de lo que en sus
salones se enseña, de lo que en ella se vive.
Destacándose en una de las
esquinas más significativas de nuestra ciudad; el edificio es un ineludible
hito de la ciudad montevideana. Lejos de ser un típico edificio neoclásico, la
Facultad de Arquitectura se impone como un edificio referencial de la capital
por su composición arquitectónica, pero también por el perfil de sus
habitantes, por sus logros que desbordan la actividad académica formal, como lo
es el famoso Viaje de Arquitectura, un milagro cuyo eco repercute en el mundo
entero a mano de sus estudiantes.
Esta facultad que hoy cumple su
primer siglo de existencia, supo ser parte de la facultad de matemáticas y
ramas anexas allá a finales del siglo XIX, hasta que en 1915 la obviedad que
marca las diferencias entre una disciplina y otra hicieron que se creara una
facultad exclusiva para los interesados en la arquitectura. Desde entonces,
grandes maestros se formaron en ella, eternas noches de vigilia fueron marcando
un perfil muy característico de la facultad que repercutió no solamente en los
estudiantes que en ella se formaban. Recuerdo ir de pibe a jugar por los
corredores, a mirar los peces del estanque y alguna que otra vez llevar mis
muñequitos para jugar con las maquetas allí exhibidas, pecado cuya gravedad
descubrí al pasar noches enteras despierto haciendo maquetas ya de grande. Ya
de adolescente solía hacerle compañía a amigos que allí estudiaban, jugando al
ping pong o dándoles una mano con esas maquetas con las que jugaba de pendejo.
Cuenta la leyenda que en una
época estudiar en la facultad de arquitectura implicaba asistir a las clases de
los maestros más grandes de la rama en el país y que para llegar a ser docente
no bastaba simplemente con destacarse un poco entre algunos compañeros, en
hacer buenas entregas y haber avanzado en la carrera cumpliendo con las
exigencias de la institución. Cuenta la leyenda que hace mucho tiempo ser
docente era todo un honor, toda una responsabilidad y todo un logro, y que era
tarea de los mejores profesionales de nuestro país. Hoy, a cien años de la
creación de aquella facultad prácticamente cualquiera hace que es docente. La
experiencia en campo no debe ser demostrada, tampoco la capacidad de enseñar,
de poder transmitir los conocimientos adquiridos. Hoy jóvenes inexpertos con anteproyectos coquetos van enredándose en
los escalafones de las relaciones sociales hasta impartir clases que
profundizan aún más el alcance meramente teórico que va teniendo la formación
del arquitecto actual.
Leía en los comentarios que
amablemente dejaron en nuestro blog a algunos que mencionaban que quizás yo me
equivoqué de carrera pues los mejores arquitectos no saben controlar un
revoque, y que no valoraba el rol del proyecto en la arquitectura. El rol del
proyecto es fundamental en la arquitectura, así como el conocimiento de la historia
de la misma y los conceptos detrás de cada línea, no creo haber dicho lo
contrario. También es cierto que ninguna facultad enseña todo lo que hay que
saber y que uno mismo va formándose su propio camino. Todo eso es cierto, lo
cual no deja de evidenciar el hecho de que le dediquemos decenas y decenas de
horas curriculares con mucho sacrificio a materias absurdas sabiendo que
en ellas no se aprenderá nada. El rol del proyecto es fundamental, lo cual
lleva al gran problema de la mayoría de nuestros estudiantes, quienes creen
ciegamente que al recibirse serán los próximos Koolhaas de la arquitectura
contemporánea, pero al abandonar el escritorio y tener que dirigir una obra no
saben dónde están parados. Es ahí donde se hace necesario saber controlar si un
replanteo está bien hecho, si un revoque está bien realizado, etc. Incluso para
aquél que pretenda ser simplemente un arquitecto proyectista y jamás pisar una
obra, las grandes carencias de la vida profesional, aquella que se vive más
allá del hermoso render hacen que sus proyectos fallen al no contemplar la
realidad de la obra.
A los conceptos manejados en el
artículo previo (DEL 6B AL 3D: ASIMETRÍAS DE UNA CARRERA MORIBUNDA) se les deben sumar algunos otros que coinciden con
el lanzamiento de nuestro centenario como institución. En una emotiva
ceremonia, el pasado 27 de Noviembre la facultad pasó a tener un nuevo nombre:
Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo (FADU). Según pude leer, para
nuestro decano “incluir los términos de
Arquitectura, Diseño y Urbanismo implica, no una intención de abarcar escalas,
enumerar saberes, ni carreras, sino mencionar disciplinas que en su
interrelacionamiento y complementación conforman un todo en nuestra casa de
estudios”. ¿Sabe usted qué? Yo no creo que sea tan así. Es verdad que este
cambio de nombre no responde solamente a un branding
publicitario para buscarle un nuevo perfil a la facultad luego de sus primeros
cien años de vida. Este cambio de nombre responde también a una realidad mucho
más profunda. Desde hace algunos años la facultad de arquitectura comenzó a
poblarse de estudiantes de otra carrera, una licenciatura en diseño. Desde
entonces los estudiantes de ambas carreras conviven en un mismo espacio físico,
aunque en los hechos no se note una integración entre unos y otros. Si bien en
una primera impresión podríamos afirmar que el diseño es parte de la
arquitectura – y fundamental de hecho – la realidad marca que la Licenciatura
en diseño no tiene absolutamente nada que ver con nuestra carrera. Lejos del
diseño de espacios interiores y exteriores o cualquier otra índole de elemento
relacionado con la arquitectura, los productos de esta nueva licenciatura se
exhiben en maniquíes o en su caso más cercano alguna especie de mueble
artístico. En los hechos, ambas carreras divergen mucho y el hecho de que ambas
pasen a formar parte de la misma institución aunque cada uno haga su carrera
separada es exactamente acumular y enumerar saberes no relacionados, es como
volver a fusionar la facultad de arquitectura con la de matemáticas, aunque lo
que sucede actualmente es aún más absurdo que lo que pasaba antes.
Prácticamente podría haber tenido el mismo efecto si la Licenciatura de diseño
pasaba a la facultad de Ingeniería, medicina o química, o si el curso de
grastronomía de la UTU se fusionara con la facultad de humanidades. Todo
indicaría que el cambio de nombre y el hecho de que la licenciatura de diseño
ocupe el mismo lugar físico que el de arquitectura – que lo que logra es que no
tengamos salones suficientes y andemos mendigando en el Faro y otros lugares
por un salón – responde más bien a un interés secundario que puede estar
vinculado a más recursos económicos, más que el “interrelacionamiento y
complementación” entre las disciplinas que están lejos de complementarse e
interrelacionarse. No entendí pues algunos videos que andan circulando en la
vuelta donde se celebra el cambio de nombre, pues no encuentro en ello – ni en
lo que conlleva – beneficio alguno para la ex Facultad de Arquitectura.
Y a pesar de todo, la facultad
cumplió sus cien años, y seguirá existiendo durante muchos años más. Su
estanque seguirá siendo el alma de sus estudiantes y los profesionales que han
salido de la institución. Su hermosa fisionomía seguirá acompañando las noches
de vigilia, recordará el eco de la pelota de ping pong de noches de entrega, y
el viento que levanta los cabellos cortados de algún nuevo arquitecto buscarán
colarse por los corredores y pasear por los salones abarrotados de gente de
ambas carreras. Lo que me apena es no haber podido recibirme antes, pues
seguramente en mi título figure la Facultad de arquitectura, diseño y
urbanismo, sin que yo haya jamás confeccionado una bufanda para un maniquí.
Ali.
Ali.
7 comentarios:
así es. Ya soy un veterano de esa hermosa casa, y he tenido el privilegio de enseñar en ella. Puedo afirmar que en los últimos quince años más o menos la dinámica de docentes cambió mucho, muchísimo. Sin sacarle mérito a ninguno de los colegas y con mucho respeto hacia los jóvenes que construyen esta carrera, el 90% de la gente involucrada en cátedras de hoy en día no tiene la más mínima idea de lo que es la docencia, y mucho menos están preparados para formar futuros arquitectos, ya que la mayoría rara vez trabajaron en la arquitectura, pisaron una obra y vivieron los desafíos reales de esta carrera que van más allá de la entrega de taller.
muy bueno como de costumbre
al igual que la publicacion anterior comparto mucho de lo dicho. sobre todo la parte de los docentes es tal cual, cualquier gil es profesor
muy bueno como siempre gente. muy buenas fotos tambien!
tremendas fotos! y acertados conceptos. slds
muy buen artículo gente. no soy de arquitectura, pero me pareció totalmente absurdo y marketinero todo el tema del cambio de nombre. sobre los docentes puedo decir que tengo varioa amigos arquitectos que comparten la misma postura. hoy cualquiera es docente en la facultad
saludos
me encantó! esto lo tiene que leer scheps!
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