
Finalmente, luego de lo que implicó el patético tour del que fuimos presas en India, la entrada a Los Emiratos Arabes unidos significó el comienzo de la independencia de los guías y sus secuaces, lo cual fue sumamente gratificante. Pero lo extraño es que no tengo mucho para contar sobre el paso por los Emiratos, ya que nuestro paso fue de solo dos días de los cuales la mayor parte del tiempo fuimos víctimas de los 45 grados húmedos y una tormenta de arena como aquella que me agarró años atrás. Me gustaría saber la opinión de mis compañeros, quienes en su mayoría se vieron impedidos de disfrutar de varias de las atractivas propuestas de estas tierras por las razones antes mencionadas, en un lugar donde caminar es imposible hasta de noche, haciendo muy difícil poder disfrutar y aprovechar de espacios como los del Madinat Jumeira u otros que ni siquiera llegamos a ver. Me encontré tanto en Dubai como en Abu Dhabi, en lugares vacíos de personas, quienes se refugian en los malls o en sus casas y hoteles, para no sufrir lo que nosotros sufrimos, lo cual fue tan distinto a la experiencia anterior.
Los días se sucedieron con gran velocidad, al igual que estos que transcurren ahora. Cuando quise acordar, me encontraba corriendo por los pasillos del hotel porque nos quedamos dormidos con el Rolo y Marto, y ahí iba con la valija, la cual está destrozada, renga y sucia, con apenas un par de ruedas que le quedan y el carry-on. A duras penas llegamos al aeropuerto, donde entre besos y abrazos nos separamos en distintos grupos, de los cuales algunos volaban a Turquía, otros a Egipto mientras que algunos pocos partíamos hacia Jordania, unos doce en total. Bastó con pegar un ojo para que el avión de Royal Jordanian despegara y aterrizara en el aeropuerto internacional de Amman, donde al bajar, contrariamente a lo que todos pensábamos nos recibieron unos veinticinco grados secos que fueron un alivio encantador. Mis compañeros de siempre se dirigían a otros destinos, y yo me aprontaba para una nueva aventura en un destino que increíblemente no forma parte del viaje académico, al cual supe desde siempre que tenía que ir. Mis compañeros de turno fueron otros: Bruno, Federico, Mauricio, Ana y Pepe, con quienes alquilamos dos autos y emprendimos el tan ansiado viaje hacia el sur, atravesando kilómetros y kilómetros de un árido desierto que se perdía en el horizonte hacia el Este y el Oeste. El trayecto no fue muy largo, pero sí fue disfrutable, poniéndose cada vez más interesante al ir adentrándonos en las cadenas montañosas de Jordania. Zig zags, subidas y bajadas y un paisaje espectacular a la vuelta de cada curva me hicieron rememorar algunos de los otros sitios visitados durante estos últimos meses. Me acordé de nuestra travesía por los picos nevados de Aspen, aquel lago maravilloso y las horas de manejo en vano. Este paisaje era totalmente diferente, seco, de ese color beige continuo típico de estos lares y me sentía feliz al poder parar donde y cuando quisiéramos para contemplar el paisaje o simplemente sacar unas fotos, sin depender de nadie ni nada.
El pueblo de Petra resultó ser un lugar divino pero extremadamente turístico, armado para el turista con sus estrechas calles que serpentean entreveradamente formando una planta parecida a un plato de tallarines. La infraestructura está, los negocios, los hostales, los hoteles, todo para los turistas que van a pasar algunos días en una de las siete maravillas del mundo. Habiendo dejado los bolsos y ya con un Shawarma en mano, nos subimos nuevamente a los autos para no postergar más la espera del tan ansiado momento. Cuando quise acordar me vi entrando por la puerta principal, bajando y bajando una pronunciada pendiente hacia un camino que nos conduciría posteriormente por entre las rocas y uno de los lugares más increíbles que he visto en mi vida. Caminamos un rato empezando a ver los indicios de las cuevas cavadas en las rocas, algunas más chicas, otras más grandes, todas distintas entre ellas. De a poco el camino se fue haciendo más y más angosto hasta que de repente me sentí Harrison Ford caminando entre túneles naturales formados por caminos que se cuelan entre dos montañas, separadas por una mínima distancia entre sí. Todo indicaba que caminábamos por el lecho de un viejo río, ya que las formaciones rocosas tienen dos desgastes distintos, uno más uniforme en la parte baja y una superficie más rugosa en la parte superior. Lo cierto es que caminar por ese lugar fue una experiencia absolutamente distinta y recomendable logrando que los ojos estuvieran muy abiertos y el corazón latiendo a un ritmo fuera del habitual. Una sensación de falsa claustrofobia se mezclaba con el goce de vivir un lugar de paisajes espectaculares cargados de historia, y mientras caminaba volvía a ese recurrente ejercicio mental de imaginar los siglos de historia que cargan esas rocas, esos caminos por los que cientos de años atrás caminó un pueblo, aquel que vivió y construyó entre las montañas. Fue embebido en esos pensamientos que levanté la cabeza luego de una angostísima curva y mis ojos encontraron el primer templo que se alzaba entre la angosta raja que se abría entre las dos montañas que formaban el camino. Seguí unos pasos más, atónito, maravillado, sintiéndome chiquito ante esa magnificencia que se levantaba delante de mi hasta que salí del camino para pasar a un espacio más abierto, enfrentado a la majestuosa construcción "en piedra". Parado, quieto, incrédulo... así estuve durante un instante, mirando, simplemente mirando, observando, moviendo la cabeza hacia un lado y otro, sin poder creer lo que tenía frente a mí, mientras mi cámara colgaba de mi cuello. Así estuve un rato, hasta que de repente sentí la ansiosa necesidad de documentar aquello. Saqué una foto, saqué otra, y otra, y otra y no pude parar. Me frené para ver las fotos, pero ninguna me convencía, ninguna mostraba lo que yo veía en ese momento, lo que yo vivía en ese momento. Me sentí impotente al no poder guardar esas imágenes para compartirlas luego y me di cuenta que solamente quedaron en mi retina, en mi memoria, por siempre. Me acordé del Gran Cañón del Colorado, donde me pasó exactamente lo mismo, donde el lente o mi capacidad fotográfica no tuvieron el poder de registrar de manera fidedigna aquello que estaba frente a mí.
Las horas pasaron, y nosotros seguimos hacia adentro y arriba, pasando por la parte más "urbana" de Petra, por cuevas hechas a grandes alturas, ruinas de viejas avenidas, anfiteatros en la montaña y caminos empinados que comenzaron a derivarnos hacia arriba, viboreando en las montañas con paisajes alucinantemente hermosos. De este modo llegamos a la cima, al gran recinto emplazado en las alturas con vistas únicas las cuales nos detuvimos a contemplar muertos de cansancio, agitados y transpirados. Fue allí que conocimos a Abdollah y sus secuaces, unos beduinos locales que viven en una villa que se encuentra cerca de las ruinas de Petra, del lado opuesto al pueblo turístico. Luego de invitarnos con un té local, con un riquísimo gusto a cedrón, nos contaron un poco de sus vidas mientras que nosotros les contamos un poco de las nuestras, sentados en el borde de un precipicio, con el atardecer a nuestras espaldas y miles de metros cuadrados de montañas a nuestros alrededores. Se trataba de algunos jóvenes "hippies" según nuestra nomenclatura, dedicados a la vida no material (entre comillas), basados en el amor, en fumar hashish, tocar el Oud y cantar todo el día. La charla fue más que interesante para ambos grupos, lo que derivó en que amablemente nos invitaran a participar de un casamiento que se llevaría a cabo en su pueblo esa misma noche. Mugrientos, con ropa desechable y muertos de cansancio, no dudamos un solo segundo en aceptar la oferta de los muchachos. Así fue como empezamos a tomar el camino opuesto por el que habíamos llegado mientras la luna ya asomaba por detrás de las montañas habiendo dejado atrás el último rayo de sol. La subida se hizo difícil, pero lo superamos. Lo que casi no supero fue mi encuentro frente a frente, bajo la luz de la luna llena con una serpiente de la cual yo veía la silueta entre tenues juegos de luces y sombras, del mismo modo en que se veía en las montañas rocosas. El bicho se enroscó y me enfrentó desafiante cuando yo me percaté de su presencia y me frené de golpe. Lo miré fijo y me di cuenta que no se trataba de una pequeña lombriz del jardín de casa, sino más bien de un animalito de unos cuantos centímetros de diámetro y un metro de largo aproximadamente, lo cual me hizo pegar un julepe bárbaro. Me quedé quietito cuando Abdollah, que iba en su caballo a mi derecha me preguntó porque me había frenado, a lo cual yo moviendo sigilosamente hacia la derecha con la mirada fija en la serpiente le señalé la criatura. Él también se quedó quieto al igual que su caballo y me di cuenta que la serpiente me temía tanto a mí como yo a ella, ya que mientras yo me movía hacia la derecha, ella se movía hacia su derecha también. Finalmente nos evitamos y cada uno siguió su camino.


Salud Ali.
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