En todos hay un escritor. Por más escondido que este se encuentre. Algunas veces se manifiesta y quiere ser la voz de muchas voces y la de uno mismo. Ser testigo y narrador de nuestra historia, amigo y enemigo de nuestros miedos y alegrías, tratar a la realidad como una igual, subyugar lo indomable y liberar lo oprimido. Combatir la intolerancia en una guerra sin cuartel a palabra suelta. Desafiar a nuestra propia inteligencia y re-definir las reglas en las cuales se basa nuestra ya tan reestructurada sociedad. Pero lo más importante sea, tal vez, la indescriptible sensación que nos produce, el dibujar con nuestras palabras en la imaginación de otros.

Bienvenidos.

C.A.

jueves, 11 de agosto de 2011

La corrupción de Egipto y los Faraones


Obviamente mi llegada al aeropuerto de Amman fue a los pedos, metiéndole pata para no perder el vuelo. Es que el Mar Muerto nos absorbió por completo y no queríamos irnos de ahí, pero llegó un momento que solo quedaban dos opciones: quedarse en el Mar Muerto y pagar las consecuencias o irse rajando para el aeropuerto para tomar el vuelo a Egipto.

El Fede va manejando, Bruno y yo mirando los carteles hasta que llegamos al aeropuerto. Me despido de ambos, abrazo va, abrazo viene y quedamos en encontrarnos en el Cairo. Lo pienso y me rio... "nos vemos mañana en el Cairo", como si fuera un "nos encontramos en Av. Italia y Garibaldi, en frente a La Vegetariana"! Me despido de ambos y cuando entro al aeropuerto me doy cuenta que es el primer momento desde que salí de Montevideo que estoy totalmente solo, viajando solo, sin tener en cuenta algún momento en que me haya despegado del grupo en algún tramito, pero de repente me encuentro con el otro grupito que había decidido hacer Jordania. Charlamos, mando un par de mails garroneando el Wifi del aeropuerto y sale el vuelo, el cual una vez más sirve para ordenar fotos, escribir un poco, charlar con el vecino de turno... así pasa un ratito y llegamos al aeropuerto del Cairo. Ya es de noche, me despido una vez más del grupito y ahora sí, estoy solo. Busco un centro de información pero no lo encuentro, busco mapas pero tampoco los hay. Lo único que abundan son tacheros que te acosan queriendo cobrarte una fortuna y haciéndose los ofendidos ante mi respuesta negativa. Los esquivo, salgo del aeropuerto y le pregunto a un buen señor sobre los ómnibus y me dice que sale un Shuttle gratuito del aeropuerto a la estación de ómnibus más cercana. Una vez en el shuttle, me cruzo con un japonés y dos japonesas, con sus mochilas gigantes y veo que están en la misma. Nos bajamos en la estación y me acerco a preguntar sobre el ómnibus que me puedo tomar mostrando la dirección del Dahab hostel, pero el veterano que me atiende no habla inglés y lo único que me dice es "Ramsis, Ramsis". Nos miramos con los ponja, entre los cuales esta Yuko, una hermosa chica que me hizo recordar nuestro pasaje por las tierras niponas y una mezcla de nostalgia y alegría me invadió. Nos reímos y subimos al bondi donde ya entrados en conversación me entero que los tres se quedan en el Dahab Hostel también. Ahí decidimos compartir el taxi desde la calle Ramsis y llego al hostel. Se trata de un edificio viejo y bastante precario, con un ascensor donde solamente pueden subir dos personas a la vez con sus valijas. Yo espero y Yuko también, los otros dos suben. No sé porqué, pero me pongo un poco nervioso y me parece raro. Subo hasta el sexto piso prácticamente en silencio, simplemente mirándola y sonriendo. Llegamos al piso 6, subimos uno más por la escalera y llegamos al Dahab hostel. Ellos ya tienen un cuarto, pero yo tengo que hacer el checkin, y cuando llego al desk me encuentro con una chica que no parece egipcia que me sonríe. Le digo de mi reserva pero ella me contesta con un ingles muy gallego que el recepcionista ya viene.

- Española?

- Sí, claro. Apuesto que te has dado cuenta por mi pésimo ingles.

- Jaja, no no, no es que sea pésimo ni mucho menos, pero el acento es inconfundible. Como es tu nombre?

- Ana, y el tuyo?

- Alí, mucho gusto.

La conversación sigue, contando un poco de nuestro viaje, un poco ella del suyo hasta que voy a mi habitación, no sin antes recibir una invitación para quedarme tomando una con Ana y sus compañeras. Yendo a mi habitación me doy cuenta que mi hostel está buenísimo, ubicado en la azotea del edificio, hay cuartos que dan hacia la azotea misma que se convierte en un patio común, con sillitas y mesas, plantas y flores. Dejo mi valija, miro por la ventana y veo el Cairo. Decido bajar a buscar algo de tomar y para mi sorpresa en la esquina misma hay una licorería. Ya con una lata de cerveza Luxor en la mano salgo a dar una vuelta y me siento feliz, vivo. Estoy solo, por primera vez en mucho tiempo y me permito vivir la ciudad desde otro lado, sin reflexiones compartidas, sin hablar en español. Extraño a mis compañeros, pero me siento bien al caminar solo, yendo por donde se me antoja. Son las 23:30 aproximadamente y el Cairo está más vivo que nunca, la calle está llena de gente, repleta de puestitos ambulantes vendiendo comida, ropa, accesorios varios entre los gritos de los vendedores que se suben a sus carros y la gente que regatea en árabe. Ya voy por la segunda lata de Luxor y de repente me siento un poco mareado, lo cual me sorprende ya que la cerveza no es más que un refresco. Pienso y me doy cuenta de que lo último que comí fue de mañana antes de salir hacia el Mar Muerto pero las cuentas me cierran más aún cuando miro la lata y descubro que la cervecita que estoy tomando tiene 10% de alcohol! Me como un Shawarmita para no perder la costumbre y se me pasa el mareo. Contento, con una gran sonrisa en la cara subo al hostel con unas cervezas más y me sumo a la ronda que está compuesta por las galleguitas, un par de holandeses, unos tanos y los japoneses, incluyendo a Yuko. La velada fue ideal y me encontré por primera vez haciendo algo que quería pero no había tenido la oportunidad de lograr por el simple hecho de estar siempre rodeado de compañeros uruguayos: vivir el ambiente de un hostel. Me vi en un ambiente totalmente opuesto a los lujosos hoteles donde nos hospedamos en otros países, conviviendo entre nosotros, aislados del mundo. Me vi siendo parte de conversaciones multiculturales, en varios idiomas en paralelo, inglés, español, italiano... las bebidas van y vienen, las conversaciones también, las sonrisas, las carcajadas y El Cairo está vivo... yo estoy vivo.

Ya es de mañana y sigo durmiendo poco, casi nada. No sé si será el vestigio de mi viejo horario laboral, el hecho de no estar durmiendo en mi cama o mi simple enfermedad de dormir poco, pero me despierto varias veces por noche, siendo la definitiva muy temprano por las mañanas. Esta última noche no dormí nada, o casi nada. Y así empiezo mi estadía en Egipto, donde me encontré nuevamente con Bruno, Federico y el Pepe en algunos momentos, con Carla y Pedro en otros, conmigo mismo casi siempre.

Aunque sea en contra de mi voluntad, me viene el mismo pensamiento una y otra vez mientras camino por el museo del Cairo, "orgullo" de los egipcios, vergüenza de la historia del mundo para mi. El pensamiento que me viene a la mente es el mismo que me vendrá más adelante caminando entre las pirámides y los templos de Luxor y Karnak, en el Valle de los Reyes y entre sus calles: todos aquellos que les robaron sus tesoros y los exhiben en sus museos lo tienen merecido, pues este pueblo no merece tener el pasado que tiene. Me incomoda un poco hacer de quien decide quien merece qué, pero lo cierto es que Egipto tiene de las historias más ricas de la historia, pero su presente deja mucho que desear, y del mismo modo su patético museo, más parecido a un galpón con esculturas sueltas que un museo digno de portar tan valiosos tesoros, testigos de siglos y siglos de grandeza, arte y cultura. Es casi doloroso caminar por dicho museo, estar frente a frente con estatuas, sarcófagos, esculturas, momias humanas y animales de un valor incalculable expuestos con el más vil desprecio.

Estar en las pirámides de Giza implica pelear con los vendedores, sacártelos de arriba, pelear con los chantas que te venden la vuelta en camello, especialmente cuando hay muy pocos turistas debido a los problemas políticos del país, pero a pesar de todo y de todos, se trató de una experiencia asombrosa, un momento único que siempre añoré en mis sueños y que por fin se me dio. La magnificencia de lo que alguna vez fue Egipto se impone a la mediocridad actual apenas uno ve asomar a la pirámide de Keops detrás de la ciudad. Hablo tan duramente con respecto al Egipto actual más que nada por algunas experiencias negativas con su gente, pero obviamente que generalizar es un error que habría que evitar. Pero caminar entre las pirámides, la esfinge y las mastabas hace que uno se olvide de todo y de todos, más allá de que sigan insistiendo los vendedores son polvo comparado con tanta grandeza, con tantos siglos de historia. Uno habla de siglos como de caramelos, pero es en algunos momentos que se llega a tener una pizca de conciencia de la dimensión de lo que se está hablando. Amigos míos, la arquitectura y el arte funerario egipcio son algo que se estudia desde la escuela y fascina a muchos desde el comienzo, pero estando allí habiendo leído tantos libros, habiendo visto tantas fotos, es algo que no tiene precio y que hace que me pregunte una vez más cómo es que Egipto, al igual que Jordania hace años que venía siendo un destino opcional. Recién este año, después de mucho el país de los faraones pasó a ser parte del viaje oficial. Viaje oficial que me he encargado de realizar por mi cuenta, con los chiquilines, pero desde la partida del primer grupo docente con el que compartimos muchos momentos del bloque uno que no veo un solo profesor.

La entrada a la pirámide de Keops fue impresionante. Un rato antes, uno de los chiquilines me había dicho que no valía la pena entrar, pero obviamente no le hice caso y entré. Un empinado camino de una altura tal que lo obliga a uno a ir agachado subiendo a 45 grados te hace sentir la presión de las toneladas de piedra que te cubren y el peso de toda una historia que se impone sin cuestionamientos. La claustrofobia toca la puerta, pero mirar hacia los costados y ver las escrituras e imaginar la recompensa final funcionan tan bien que en cuestión de minutos estás arriba. De estar agachado e inclinado, subiendo por un caminito angosto se pasa a la gran sala que está en el centro de la pirámide. Un lugar fresco donde aún permanece el sarcófago de Keops que te recibe de una manera brutal, silenciosa, magnánima, oscura. En la sala están las aberturas que dan a los sistemas de ventilación magníficamente diseñados y lo que más le llama la atención a cualquier estudiante de arquitectura: las juntas entre las piedras, evidencia del perfecto sistema constructivo de los egipcios donde cada piedra se pega a la otra por un sistema estructural impecable, por la presión, sin ningún tipo de cemento ni material adhesivo, lo cual hace que uno se pregunte si realmente fueron los egipcios los verdaderos autores de tales edificios o si cabe alguna chance de aquellos viejos rumores que hacen responsables a los extra terrestres de su construcción. Lo que da pena realmente es el nivel de despreocupación y descuido que tienen los egipcios con tanto tesoro. Un poco más cuidados están los templos de la ciudad de Luxor, a donde accedimos luego de más de una hora en la terminal de trenes del Cairo, peleando por tres lugares en un tren que nos salió carísimo pero que me ofreció mis primeras horas de sueño real ya que se trataba de un tren cama. Luego de compartir una amena charla y un vino llamado Omar Khayyam con un suizo que está viajando por el mundo dormí como cinco horas, lo cual no pasaba desde hacía varios días.

Amanecimos al otro día en la ciudad de Luxor, a las 6:30hs entramos al templo de Luxor donde al igual que en Giza miles de imágenes del liceo y de los primeros años de facultad salieron del baúl de los recuerdos para tomar forma y convertirse en un lugar tridimensional, interactivo por donde caminaron mis pies y donde mi cámara disparó para guardar nuevas imágenes propias para siempre. El templo de Karnak, siempre en Luxor me hizo vibrar, viajar con la mente y la imaginación, caminando entre ruinas de miles de años que aún conservan su magnificencia.

La fantástica recorrida culminó cruzando el Nilo para ir al Valle de los Reyes y la tumba de Hatshepsut, donde una vez más fui testigo de la grandeza de una civilización, de su avance tecnológico y sus desigualdades que seguramente se pueden comparar con aquellas de otras grandes civilizaciones como la china o la azteca, donde al igual que en la Gran Muralla o las pirámides de Teotihuacán miles y miles de personas dejaron sus vidas y sus almas debajo de esas magníficas construcciones que hoy nosotros admiramos y que fueron el símbolo del capricho y el poder de unos pocos individuos.

Hoy, estos templos cuentan con un personal corrupto, inculto y deplorable que oficia de guardia y "dueño" de los mismos. Fue en el Valle de los reyes que presenciamos los frescos más espectaculares de todos en las tumbas de varios faraones. Historias enteras de un pueblo ilustradas en las paredes nos recibieron dejándonos boquiabiertos. Fue en la tumba de Ramsés II que nos quedamos estupefactos observando las maravillosas obras de arte funerario cuando de repente apareció el guardia, media hora antes de que fuera la hora de finalización a gritar y hablar como un sordomudo parándose entre nosotros y el sarcófago decorado. Al principio no entendimos nada ya que faltaba un buen rato para que tuviéramos que irnos y estábamos colgadísimos con el lugar, pero el hombre, quien ya habíamos visto a punto de ser molido a golpes por un gringo que lo puteaba de arriba a abajo, estaba empecinado en hacernos salir de la tumba. El tono de la "conversación" donde ni él nos entendía a nosotros ni nosotros a él empezó a subir. Nos encontrábamos sentados, observando tranquilamente todos los frescos cuando el hombre apareció, minutos después cometió el grave error de agarrarme de la mano para levantarme, lo cual sumado a la calentura que teníamos de bancarnos a los cientos de vendedores y oportunistas del lugar hizo que los tres (Fede, Bruno y yo obviamente) nos levantáramos arrinconándolo contra el sarcófago e insultándolo en todos los idiomas posibles. Creo que el acto funcionó porque el guardia se fue y nos quedamos un rato más ahí.

La noche anterior, fui testigo de la amabilidad del mismo pueblo, cuando por esas cosas de la vida me encontré con Pedro y Carla y entre conversaciones de viaje y alguna que otra Luxor terminamos mirando la noche del Nilo para terminar en la Plaza Tahrir donde miles de almas se reunían a protestar pacíficamente contra el gobierno exigiendo los cambios que hace meses se vienen reclamando. Fue increíble ver cómo los propios ciudadanos oficiaban voluntariamente de control para la entrada a la plaza, asegurándose de que nadie portara armas insistiendo en que se quería que las manifestaciones fueran pacíficas. Caminamos por la plaza, participamos de su movida, hablamos con los egipcios que encantados nos recibieron. En un momento uno del ellos me pintó la bandera de Egipto en el brazo. Acto seguido siguió con el brazo de Carla lo cual enfureció a uno de los musulmanes radicales que había allí quien le protestó en un tono bastante elevado al pintor, pero en cuestión de segundos había más de cinco egipcios pidiéndonos disculpas y calmando al hombre.

Eso había sido la noche anterior. Ahora, un poco más tranquilos luego del incidente con el guardia salimos del templo para dirigirnos a otro igual de espectacular, pero estaba cerrado, faltando aún unos quince minutos para que terminara el horario. De repente, desde lo alto apareció otro guardia, quien nos sonrió y abrió la reja haciéndonos la señal de las enfermeras en los carteles de los hospitales, indicándonos que guardáramos silencio, lo cual no me olió nada bien. Entramos y para nuestra sorpresa el guardia no nos siguió, ni intentó contarnos los cuentitos de la tumba para exigir luego una propina que jamás le daríamos. A diferencia de los anteriores, éste se quedó arriba y nosotros entramos. Había algo raro que no me gustaba, pero aprovechando que el hombre no estaba, Bruno sacó su cámara y sacó algunas fotos, en las cuales aparecía yo también cuando de golpe vi que el guardia bajaba. Hice de campana y Bruno guardó la cámara, pero el hombre fue directo hacia él, le agarró la mochila, se la abrió y le sacó la cámara. Mientras Bruno lo miraba atónito yo me le puse en frente pidiendo que devolviera la cámara a donde estaba, a lo que el muy cretino empezó a gritar que no se podía sacar fotos y que iba a ir a la policía. Segundos después, haciendo el mismo vil gesto del principio, nos dijo que guardáramos silencio y con una inmunda cara de codicia nos hizo el gesto mundial del dinero, frotándose los dedos índice y pulgar una y otra vez. Para qué? Si hay algo que me da bronca y me genera desprecio es la gente corrupta. El tipo había calculado todo desde el principio para llevarse su dinerito, y a mi eso me enfureció muchísimo.

- Money, money. Sssshhhh...

- Money? Money qué pelotudo? No te voy a dar un mango! Dame la cámara - totalmente sacado.

- Police, police!

- Police qué la concha de tu madre? Dame la cámara? Give me the camera mother fucker! - Y gritándole descaradamente me le puse adelante.

La cara de Bruno era un poema ya que el tipo aún tenía su cámara y yo estaba envenenadísimo con cualquier egipcio corrupto que se me pusiera en frente.

- Pará Alí que tiene mi cámara! Sr, sr, you are a good man, you are a good man... give me the camera please.

- Ok ok... ssshhhh - con la misma cara de codicioso - money, money - frotándose los deditos

- Pero la puta que te parió, no te vamos a dar un mango corrupto de mierda. Dame la camara. Give me the camera now!

En ese momento estiré la manó para agarrar la cámara cuando el muy estúpido cometió el mismo error que su colega, golpeándome en la mano para que la sacara. No sé si fue alguna ley de la física de acción y reacción o se trató de simples reflejos, pero así como el hombre golpeó mi mano izquierda el puño derecho se cerró, tomó impulso y se dirigió hacia la cara del egipcio, la cual se empezó a transformar al ver lo que se le venía. Por suerte y gracias a Atón, Federico y Bruno son personas cuerdas. Bruno, que veía con pánico la cámara en la mano del egipcio me agarró el brazo mientras Federico alejaba al egipcio y entre los dos me echaron. Yo salí de la tumba y a los segundos apareció Bruno con su cámara y el guardia atrás.

- Le pagaste?

- Sí, le di 20 libras egipcias.

- La puta madre! Egipcio corrupto, hijo de puta, mother fucker!

- Wahsal ahsal sukara bahdalah!

- Sí, la puta que te parió!






Y así nos fuimos, calientes como novia de bobo y puteándo a cuánto egipcio se nos cruzara. Por suerte minutos después estábamos sentados a la orilla del Nilo, donde aproveché para lavarme las manos y la cabeza para pasar a disfrutar de un hermoso atardecer cruzando en el ferry hacia el otro lado. Del otro lado nos esperaba nuevamente el tren cama, donde dormí, descansé y descansé, descansé tanto que dejé mis lentes de regalo para el próximo pasajero!


Ali.

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