En todos hay un escritor. Por más escondido que este se encuentre. Algunas veces se manifiesta y quiere ser la voz de muchas voces y la de uno mismo. Ser testigo y narrador de nuestra historia, amigo y enemigo de nuestros miedos y alegrías, tratar a la realidad como una igual, subyugar lo indomable y liberar lo oprimido. Combatir la intolerancia en una guerra sin cuartel a palabra suelta. Desafiar a nuestra propia inteligencia y re-definir las reglas en las cuales se basa nuestra ya tan reestructurada sociedad. Pero lo más importante sea, tal vez, la indescriptible sensación que nos produce, el dibujar con nuestras palabras en la imaginación de otros.
Ayer, en la
oscuridad de una tarde de abril, con el viento sur soplando inclemente,
recordándonos como el invierno nunca se va, ese hijo de puta solo descansa un
rato; ayer, me cruce con “el flaco”.
Venía de
procurar substancias, de golpear el portón de madera alto y torcido, por los cientos de colgados
que justamente ensayan el trapecio de la colgadera en el, esperando escapes o
re-encuentros violentos, por gramo. La boca del barrio pública y secreta, por
nadie desapercibida.
Colocado
ya, daba trancazos, como esos pasitos de muestra que tiran los caballos de
desfile. El frío nos obligaba a tensar la cara, a él, aún más.
Nuestras
vidas nunca se atravesaron lo suficiente, fui amigo de sus hermanos, mayores
que yo, pero el en realidad curtía otro grupo de gente…nunca supe bien cual, y
ocasionalmente entraba y salía en nuestras jodas y reuniones. La misma vida que
se encargó de ubicarnos a 3 casas de distancia, convirtiéndonos a su familia y
la mía en vecinos hasta que la muerte y las mudanzas nos separen.
Buena
gente, de esa que vale la pena encontrar. Esos seres que nos dan el estúpido
aliciente de que aún existe gente amable, con pertenencia, nuestra. Esos que paran en un diluvio y te llevan a tu
casa si te encuentran por ahí, los mismos que te abren los ojos para que las
porquerías que decidís meterte por algún lado del cuerpo, no sean tan dañinas…o
solo te hagan el daño por el cual pagas.
Aquellos
que todos los 24 y 31 de noche salís a saludar y te transmiten esa felicidad
embustera pero que sirve. Entre gritos,
borracheras perdonables y bombazos violentos que se llevan algún dedo al centro
nacional de quemados.
“El flaco”
y yo, estábamos muy lejos de esos momentos felices y los dos lo sabíamos, creo
que hasta el clima repugnante de este otoño no quería ser menos y como buen
sorete acompañaba.
Abrazo y
saludos, dieron paso a los apuntes necesarios de esta vida…solo que de su
parte, en el boletín de noticias de hoy, había un headline pesado, crónica roja
de la linda. El viento redoblo esfuerzos y las luces de la calle más hecha
mierda de toda la costa de oro no querían prender.
-Murió El
Elbio, mi viejo se pelo….menos mal…es decir una cagada, pero también nos liberó
a todos…si, pensé que sabias…en julio va a ser un año ya…
El
Elbio…muerto hace casi un año, a 3 puertas de la mía…
Cuando en
nuestras vidas no teníamos en claro si la droga o el ejercicio eran más
divertidos uno que el otro. Elbio chapaba la bici y nos acompañaba a correr por
el balneario, nos daba charla, de esa que no requería respuesta, mientras
controlábamos la respiración a paso redoblado.
Por las
noches, le robaba a mi vieja algunas hojas de un árbol que le hacía bien para
la presión de la vista.
Tiraba
ocurrencias como una ametralladora de anécdotas y risas… y si, seguramente,
tendría cadáveres hediondos en su ropero, como todos nosotros, y lejos de ser
una eulogy, post mortem de un réquiem con casi un año de fecha de expiración,
esto es una reflexión de mierda. De como todo cambia y nos estamos muriendo de
a poco, como Elbio, cerca de mucho y lejos de todo.
“El flaco”
siguió su rumbo, de costado, duro y encajado…y yo también sin dureza ni encaje.
Y ahí me pego, en el pecho, fuerte, junto a mi
estaba, estuvo, en todo momento, mi hijo de 11 años, en esa noche, en ese
encuentro.
Lo mire, y apretaba la boca por el frío mientras caminábamos…me di
cuenta que alguna vez, en alguna calle, en algún encuentro…también le contara a
alguien de su liberación…
Cuando sonó el despertador a las seis y media de la mañana, ella no sabía si se estaba despertando de la siesta que nunca pudo dormir el día anterior, o si efectivamente le tocaba volver a empezar un nuevo día. El hecho de pensar que tenía que cumplir un día más de nueve horas en ese laburo repugnante la hizo volver a cerrar los ojos para esconderse tras la lagaña matutina y prometerse esos merecidos “cinco minutos más”. El problema fue cuando esos cinco minutos se convirtieron en treinta y cinco, y no pudo ni desayunar ni darse esa ducha salvadora en una fría mañana de Julio. Cuando se despertó de nuevo, tuvo un vago recuerdo de una vieja amiga. No sabía por qué había soñado con ella, pero tampoco se esforzó en intentar entenderlo. Al fin y al cabo había sido solamente un sueño, un sueño sobre una amiga que había abandonado el viaje de sus sueños por la mitad para volver a Montevideo para concursar por un cargo público. En aquél entonces, ella no había entendido a su amiga, el cómo había abandonado un viaje soñado por el solo hecho de lograr un puesto en una oficina pública, el cual finalmente no consiguió.
Abrigada hasta la manija, sus músculos titilaron un buen rato por el frío antes de que llegara el bendito ómnibus que le servía, pero para su sorpresa la lata de sardinas tugurizada no se detuvo y ella supo enseguida que llegaría tarde a su destino. Habría que fumarse la cara de orto de la jefa y una posible sanción. Fue al rato que pudo por fin subirse a otro ómnibus capitalino, no sin antes ver cómo el veterano y el pibito que esperaban con ella se colaban a prepo para subir al bondi, dejándola prácticamente aplastada entre el culo de un gordo y la barra metálica de donde se sostenía. Anduvo a los ponchazos, intentando no morir asfixiada y que sus pertenencias no estorbaran el paso, y mientras el chofer hacía su recorrido, ella pudo ir avanzando de a poco por el pasillo. Llegó un punto de no retorno, y ella quedó estancada en el medio del pasillo. Su espalda daba contra la de la señora de las bolsas. Su brazo derecho se pegaba tanto como podía a su propio cuerpo, aguantando al flaco de cuyos auriculares se emitía el más horrendo sonido, ese que los progresistas de la música llaman “música divertida”. Su flanco izquierdo estaba bloqueado por el tipo que se le había colado antes y que ahora cabeceaba de sueño mientras poco a poco se le caía encima. El abundante vapor producido por las decenas de viajeros se acumulaba contra los vidrios de las ventanas, las cuales saturadas ante tanta humedad no hacían más que condensar el vapor, produciendo así continuas gotas que se deslizaban presas de la gravedad. Ella se percató de que se le dificultaba cada vez más respirar, pues no solo desde hacía rato emanaba un olor nauseabundo desde algún rincón oculto de algún compañero de viaje, sino que además las condensadas ventanas cerradas a tope no permitían el más mínimo ingreso de aire, dejando toda posible renovación a la bajada o subida de algún nuevo pasajero.
-Disculpe señora, ¿podría abrir un poco la ventana por favor?
La vieja coqueta, de robusto tapado símil-pelo de zorro sudafricano y redondas y brillantes perlas falsas colgando de sus orejas, dejó entrever sus dientes pintados con un furioso lápiz labial rojo mientras respondió con una simple cara de desprecio, pero sin emitir palabra alguna.
-¿Señora? Disculpe, ¿podría abrir un poco la ventana?
-Ay que barbaridad. ¿Vos querés que nos muramos de frío mijita? Yo no pienso abrir ninguna ventana.
-Entiendo señora – dijo ella un tanto decepcionada y sofocada por la falta de aire limpio – pero entienda usted que un poco de aire es necesario. Fíjese que están todas las ventanas del ómnibus cerradas.
-Esta chica quiere que nos congelemos todos – dijo la vieja a otra del mismo porte que se sentaba junto a ella.
El calor que hacía dentro del vehículo aumentó exponencialmente en cuestión de segundos, o al menos así lo sintió ella, quien no pudo contener su ira.
-Señora, si va a decir algo dígamelo a mí en la cara, no tiene por qué involucrar a otra gente. Le estoy pidiendo amablemente que abra un poco la ventana, nadie se va a morir de frío, es una cuestión de ventilación higiénica, un mínimo de aire para sacar este vaho espantoso que hay acá adentro. ¿Me hace el favor?
Pero la vieja no abrió la ventana. Fue ahí que ante la creciente atención de algunos pocos de los ocasionales compañeros de viaje – la gran mayoría de los que estaban sentados se encontraban sumidos en una profunda hipnosis, con sus cuellos torcidos hacia abajo, y las miradas fijas en un elemento rectangular que les succionaba el cerebro –, una muchacha que acababa de despertar un asiento más adelante que la vieja de dientes pintados abrió su ventana de par en par.
Una sensual bocanada de humo le siguió a la profunda y estresada pitada a su cigarrillo cuando sonó su celular. El ringtone la distrajo de sus pensamientos, que consistían en todo el daño que le haría a su jefa, esa gorda hija de puta que de laburo poco sabía, pero que ganaba tres veces más que ella. Había estado pensando en todo lo que le diría el día que consiguiera otro laburo, a esa soreta que estaba ahí por el simple hecho de ser la mejor amiga de la gerente de la empresa, que a su vez estaba ahí porque le soplaba la quena al dueño que vivía en Argentina. Todo era acomodo, y eso que se trataba de una empresa privada. Poco valía conocer el oficio, esforzarse, hacer las cosas bien y romperse el lomo. Mientras pensaba en todo eso, exhaló los últimos soplos de humo que quedaban en su boca y atendió el teléfono. Su cara se fue transformando. La expresión de desinterés se fue convirtiendo en sorpresa, para dar paso a la incredulidad y culminar en algarabía. Tiró el pucho a la mierda, para sumar su colilla a los centenares que decoraban la vereda. Con paso apurado y entreverado entró al edificio y fue hacia su oficina, pero primero decidió parar en el baño. Entró, se miró al espejo y contempló su propia sorpresa, su propia alegría. Por fin podría incluirse a ella misma en esa masa de gente privilegiada que cobrará un sueldo seguro hasta el fin de sus días laborales, independientemente de lo que hiciera o dejara de hacer. No le costó nada sentirse parte de esa masa humana que controla los destinos de sus compatriotas y que puede disponer del tiempo, dinero y esfuerzo de los otros ciudadanos por el simple hecho de estar del otro lado del mostrador y tener su puesto asegurado. Se prometió a ella misma no caer en esa, en no ser un típico empleado del Estado, una conformista más. Mientras hacía malabares para que sus piernas y zona púbica no entraran en contacto con el inodoro donde hacía sus necesidades, se dijo a sí misma que ella no dejaría que se cometieran injusticias, que no se pasaría la tarde comiendo masitas mientras montañas de expedientes se acumularían durante meses en un cajón esperando un simple sello. Se dijo a sí misma que se ganaría su sueldo, que trabajaría por ello, pero toda la lógica se esfumó cuando terminó de limpiarse con el papel higiénico que llevaba siempre en su bolsillo y no pudo más de alegría, de una extraña sensación de tranquilidad hacia el futuro.
Cuando su jefa la vio venir por el pasillo notó algo distinto en su cara. Ella caminaba más firme, con más seguridad, y el desprecio en su mirada se veía distinto al de todos los días. La jefa la miró por un instante y luego bajó la mirada, simulando seguir con sus deberes mientras intentaba no perder una vida más en el Candy crush. Ella caminó con paso firme, mirando a sus colegas por encima del hombro y tratando de disimular esa inevitable sonrisa que se le escapaba entre los labios, en su mirada, en sus gestos. Todos la notaron distinta y ella lo sabía, en el fondo ella quería que así fuera. Cuando por fin llegó al escritorio de la gorda apoyó sus manos sobre sus papeles, lo cual hizo reaccionar a su oponente, quien subió su prepotente mirada, la miró con el mismo desprecio de siempre y le ordenó que sacara sus manos del escritorio. Ella, complacida se balanceó un poco más sobre el escritorio, dejando ver los tesoros escondidos en su escote hasta que acercándose más y más se frenó justó cuando su boca quedó a milímetros de la de su jefa, la punta de su nariz tocó la de ella y sus ojos vieron el sorpresivo pánico en los de quien estaba en frente.
-Renuncio, gorda mal cojida. Vos y toda esta empresa de mierda se pueden morir. Sos tan inútil que solamente podés trabajar acá porque tu amiga le chupa la pija al viejo argentino ese.
Totalmente estupefacta, la ya ex jefa quedó completamente paralizada. Ante la incrédula mirada de todos y observando la terrible expresión de la gorda, ella culminó su acto dándole un fuerte beso en la boca y concluyó:
-Ya nos vamos a cruzar cuando tengas que hacer algún trámite.
Estaba claramente complacida, con el dulce sabor de la venganza en su boca, habiendo hecho lo que tenía que hacer y dejando esa puta empresa de una vez, mientras sabía que una eterna vida de empleada pública le permitiría leer todos esos libros atrasados – en horario de trabajo – y no tener que preocuparse jamás por perder el puesto. Estando aún adentro, sacó su cajilla de cigarrillos del bolsillo, se colocó uno entre los labios y lo dejó colgando ahí por unos segundos, mientras miraba a los costados con su expresión de gloria. Giró la rosca del encendedor con su pulgar izquierdo, inclinó levemente su cabeza hacia un costado y exhaló brevemente hasta ver el fuego en la punta de su cigarrillo. Mirando sutilmente hacia atrás por encima de su hombro abrió la puerta, dio un paso a la calle aún con el cigarrillo en sus labios y salió de la oficina dejando que la puerta se cerrara, y se fue con una sonrisa triunfal.
Cuando una imagen borrosa en la
memoria es tan clara que se vislumbra como un conjunto difuso, que se derrumba
al tratar uno de detallarlo y volverlo tangible, es porque ese recuerdo se ha
ganado el privilegio de estar en un lugar muy especial de tu mente, pero sobre
todo se ha refugiado en un rincón inalcanzable de tu ser, de la jaula que
contiene aquellas imágenes o momentos más preciados que conservarás como mínimo
hasta ese momento en que tu corazón deje de latir, tu cerebro interrumpa su
actividad y tu cuerpo pase a ser un simple trozo de carne y huesos.
Cuando abrí los ojos a las ocho
de la mañana, me dije a mí mismo que este sería un día productivo. Hora
temprana para levantarse un domingo, pero a pesar del sueño me dispuse a
desayunar y aprontarme para cortar el pasto. Corrí la manguera que serpenteaba
por todo el césped, saqué el alargue, la máquina y me puse a trabajar. Pocos
minutos después de haber comenzado mi tarea mis pulmones se inundaron con ese
inconfundible olor a pasto recién cortado y yo continué mi labor disfrutando de
esos frescos aromas como si fuera la primera vez que los olía. Unos cuántos
minutos después, luego de lavar el auto aproveché para regar un poco algunas
plantas y árboles. Fue cuando la manguera alcanzó la pequeña higuera que mi
cuerpo entero se estremeció. Pocas cosas lo trasladan a uno a un momento dado,
una época determinada como lo hace un perfume, un aroma a random elemento.
Al mantener la mirada fija en un
punto cualquiera y acudir a esa pequeña jaula con tanto contenido, puedo aún
ver con claridad aquella casa, y el recuerdo es tan intenso y tan claro que si
intento describirla en detalle se desarma como un castillo de arena que es
víctima de la creciente marítima.
Ubicada en el barrio de “Teherán
no” (Nuevo Teherán), la casa de los Abbasi fue el escenario de la mayor parte
de los recuerdos que conservo de mi niñez en Irán. Puedo verme aún correr con
mis pantalones cortos, descalzo sobre las alfombras persas, debajo de las
cuales siempre se encontraba algún billete dejado por mi abuela, quien
utilizaba los rincones de los valiosos tapizados como alcancía. Puedo saborear
la crema acumulada en las tapas de las botellas de leche, por las cuales nos
peleábamos con mi hermana cuando mamá venía de hacer los mandados. En aquella
época, en plena guerra entre Irán e Irak, la vida de nadie era fácil. Largas
colas podían terminar en frustración cuando los productos podían no alcanzar
para todos los que esperaban por ellos. La compra de la mayoría de los
productos de primera necesidad estaba controlada, debido a la escasez que
imponían ocho años de hostilidades entre Occidente (representado por Saddam Hussein
que en ese entonces era bueno) y el Irán de los recientemente victoriosos
Ayatolláh. Cada familia disponía de ciertos cupones para comprar leche, aceite,
queso y otros productos, por lo que tener una tapita con crema más que tu
hermana significaba mucho, más allá de que al final termináramos
repartiendo todo por partes iguales. Puedo
recordar la magnífica sensación de despertarse un viernes por el maravilloso
perfume del cardamomo que inundaba todo el cuarto, sabiendo que mamá y papá
estarían en casa. La mayoría de las veces también estarían mis hermanas más
grandes, y todos juntos desayunaríamos pan – lavash, sangak o barbari –,
exquisitas mermeladas caseras con manteca o crema doble, obviamente acompañados
de un exquisito chai con semillas de
cardamomo preparado por mi abuela.
La casa de los Abbasi era grande
y espaciosa, o al menos así quedó la imagen en mi jaula o caja de recuerdos; si
de verdad lo era no lo sé. Seguramente mi tamaño de entonces tenga que ver con
la escala con que miraba todo elemento, por lo que deduzco que su tamaño real
debe haber sido bastante más reducido que aquello que atesoro en mis memorias,
¿pero a quién le importa?
Allí pasé los años de memoria que
tengo en Irán. Pasábamos bastante tiempo
dentro de la casa, sobre todo en invierno, pero sin dudas EL lugar donde
transcurría la mayor parte del tiempo de aquellos años era el patio, o en su
defecto la calle. La calle donde estaba la casa tenía un ingreso por uno de sus
extremos, pero estaba cerrada en el otro, lo cual garantizaba que quienes por
allí circulaban fueran del barrio, más bien de esa calle. Esto era una excusa
perfecta para que durante las tardes, la totalidad del ancho asfaltado pasara a
ser nuestra cancha de fútbol, y en otras ocasiones el largo se convirtiera en
una pista de carreras de bicicletas. Allí pasábamos horas, tardes enteras
pateando pelotas y yéndolas a buscar a las canaletas antes de que el agua que
por ellas corría se la llevara demasiado lejos. Jugábamos hasta que nuestros
padres llegaban de trabajar y nosotros corríamos a contarles las aventuras del
día antes de la cena.
Pero más allá de la calle, el
patio tenía su magia, la magia de la casa. En un rincón había una pequeña
construcción de un piso, aislada del bloque principal que era de varias plantas
– nosotros vivíamos en este último –. Aquella pequeña construcción era todo lo
que se necesitaba para darle emoción a la vida de un niño chico, como lo era
yo. El señor Abbasi, veterano de esos entrañables, culto, amable, con sus seis
idiomas y sabiduría, tenía allí su oficina, por lo que ese era claramente el
rincón prohibido para los niños. Cuando el señor Abbasi dejaba entreabiertas
las persianas, nosotros podíamos pegarnos contra el vidrio y chusmear lo que
había adentro. Claramente había muchos libros, de lomos muy viejos y gordos,
que a mí no me servían porque aún no sabía leer, pero me fascinaba la sola idea
de saber todo lo que había en cada uno de ellos. También había toda una serie
de elementos de escritorio y de trabajo, una máquina de escribir, todo tipo de
lápices y plumas, pero lo que más nos llamaba la atención era el enorme globo
terráqueo – nuevamente, relativizar el tamaño del elemento en base a mi tamaño
en aquella época –.
En el extremo del patio que daba
contra la calle, un enorme árbol de moras blancas era el deleite nuestro y de
muchos vecinos, pues no solo el suelo se llenaba de sus frutos dentro de la
casa, sino que además el árbol desbordaba generosamente a la calle, por lo que
permanentemente se veía a alguno de los pibes que jugaban al fútbol conmigo
trepados del muro degustando las exquisiteces del árbol.
La entrada estaba entubada por
una hermosa parra. Al abrir los portones de la calle, el acceso se daba bajo la
sombra de la parra, la cual nos deleitaba con sus uvas. Siendo parte de la
dieta de los iraníes las “golosinas ácidas”, la parra nos proporcionaba
exquisitas uvas verdes, parte de las cuales recolectábamos cuando estaban aún
ácidas, y dejábamos otra parte para cuando alcanzaban la madurez y en vez de
hacernos fruncir la boca y cerrar un ojo como un guiño, nos empalagaban la
tarde con todo su jugo dulzón.
Ya avanzado el patio, cerca de
las casas, había dos árboles de caqui para darle el toque naranja, distinto y
llenarse de pájaros cuando sus frutos alcanzaban el estado óptimo. En el
cantero donde estaban los caquis fue a esconderse en un invierno mi tortuga:
Laki. A la pobre desgraciada la fuimos a encontrar cuando el hijo del vecino
intentaba remover la tierra para plantar cuando según él había encontrado una
piedra, por lo que no paraba de darle con el pico. Resultó ser que la piedra
era el caparazón de Laki quien estaba hibernando. Su caparazón quedó un poco
herido, pero se pudo recuperar.
El patio carecía de césped, y
estaba prácticamente en su totalidad recubierto de un pavimento pétreo de color
claro, el cual en esa imagen claramente difusa de mi mente aparece como una
tonalidad beige. En el centro, la protagonista era la enorme higuera. No sé cuántos años tendría
la misma, pero puedo jurar que su enorme tamaño no es fruto de mi diminuta
escala de entonces con respecto al mundo, sino que era enorme de verdad. La
higuera no solo nos daba higos, sino que su prominente sombra era el refugio de
los calurosos y secos días de verano en Irán.
Cuando regué la higuera, me
percaté de sus diminutos higos, aún verdes, en ese árbol que es aún tan
indefenso enfrente de mi casa, en Shangrilá. Pero a pesar de su pequeñez, al
mojarse, las hojas de la higuera desprendieron un perfume que me trasladó en el
tiempo. Instintivamente cerré los ojos, y la jaula se abrió. El baúl de mis
recuerdos se desbordó y dejó escapar uno de sus más exquisitos recuerdos. Allí
estaba yo, con cinco o seis años, en calzoncillos en aquél sofocante día de
verano. Mi abuela me había hecho el almuerzo, y yo me había portado bien pues
me lo había comido todo. Dentro de la casa, los ventiladores no daban abasto y
afuera el inclemente sol incineraba todo lo que se expusiera ante él sin
piedad. Fue entonces que escuché el inconfundible silbido que venía de las
escaleras que comunicaban mi casa con la de arriba. Ese silbido no era otro que
el llamado que teníamos con mi amigo Sayeed, nieto del sr y la sra Abbasi. Le
pregunté a mi abuela si podía salir a jugar con Sayeed y me dijo que mientras
no estuviéramos al sol no había problema. Abrí la puerta, aún en calzones y vi
que Sayeed también estaba casi desnudo. Cuando le dije que me estaba muriendo
de calor y que mi abuela no nos dejaría salir a jugar al sol, me contó de su
fantástica idea. Convencimos a Aziz – mi abuela – y salimos al patio,
desenrollamos la larga manguera que usaba la sra Abbasi para regar y la
estiramos todo lo que pudimos hasta la higuera. Mi abuela no entendía porque simplemente
no nos mojábamos con la manguera, pero de todos modos nos ayudó a llevar acabo
nuestra idea.
Primero se paró Sayeed bajo las
hojas de la higuera gigante y el agua salió furiosa de la manguera. Yo procedí
a poner mi dedo pulgar frente a la boca de la manguera para aumentar la fuerza
del chorro. Al principio le apunté a Sayeed, quien protestó por lo que
cambiamos de lugar. Entonces yo me paré bajó la higuera y él tomó la manguera,
pero en vez de apuntarme a mí levantó el chorro todo lo que pudo, algunos
metros por encima de mi cabeza. El agua fría, atraída por la fuerza de gravedad
comenzó a caer, pero para alcanzarme a mí tuvo que pasar por el abundante
follaje del bendito árbol. Entonces, para cuando las primeras gotas me
alcanzaron, un aroma a higo había inundado el patio, y lejos de estar bajo un
chorro de agua, yo sentía una a una las gotas caer, en forma de lluvia difusa.
El efecto fue mágico, las risas de goce instantáneas e imparables, y
encontramos un modo de refrescarnos y pasar el tiempo en aquellas cálidas
tardes de verano, muy lejos en tiempo y
locación de la pequeña higuera que se encuentra en la ciudad de la costa.
Cuando abrí los ojos noté que mi vista estaba parcialmente nublada, no porque
aún estuviera apreciando una imagen guardada en mi memoria, sino por las
lágrimas que tenía acumuladas.
Pocos años luego de nuestra
partida de Irán, me llegó la noticia de que Sayeed se había ido. Ya no estaba
bajo la higuera en el calor del verano, sino en un complejo de aguas termales
en pleno invierno. Sayeed se zambulló de golpe en la piscina de agua caliente, y
el contraste de las bajas temperaturas del invierno iraní le pasó factura con
un infarto instantáneo. Según nos llegó la noticia en aquél año donde yo
cursaba cuarto de escuela, para cuando llegó la ambulancia Sayeed ya estaba
bajo una higuera mucho más grande, sintiendo caer sobre su rostro las
cristalinas gotas de agua que se paseaban por las hojas de otra árbol, en otro
plano.
Desde mi venida a Uruguay, una de
mis mayores añoranzas fue siempre poder volver aunque sea una vez más a la casa
de los Abbasi. Al pasar los años supe que daría cualquier cosa por poder volver
una sola vez y abrir aquél portón, ya de grande, ya con más conciencia de lo
que mis ojos verían y mi memoria guardaría. Asumiendo el riesgo que implicaba
des idealizar aquél lugar mágico, soñaba con pasar por debajo de la parra,
saborear una mora blanca, pasar por aquél estar donde había crecido, ver si aún
estaba en aquél cuarto el globo terráqueo del sr Abbasi y por qué no, comerme
un higo de aquella higuera gigante. Claro, no me atrevería a estar nuevamente
en calzones bajo las hojas de la higuera. De todos modos tampoco estaría Sayeed
para empujar el agua de la manguera con todas sus fuerzas hacia arriba, pero
quizás pudiera aún escuchar el eco de los silbidos. Esa fue mi obsesión durante
años, mi sueño, mi anhelo, pero el tiempo pasó. Estando del otro lado del mundo
me enteré de que el Sr Abbasi se había ido con Sayeed, y que la sra Abbasi
también estaba en el mismo viaje. Poco a poco las imágenes de los recuerdos se
fueron haciendo más difusas, más idealizadas, más profundas, pero un atisbo de
esperanza mantuvo la llama encendida por un tiempo. Me imaginaba a mí mismo
llegando a la casa, rompiendo en un desconsolado llanto, recordando mi niñez,
mis amigos, Sayeed, los Abbasi… Con el pasar del tiempo mis posibilidades de
volver a Irán se volvieron más remotas, y a su vez Teherán se sumergió en un
fenómeno de expansión territorial y demográfica sin precedentes. El negocio de
las torres y los rascacielos repuntó como nunca y los barrios crecieron en
cantidad de habitantes, pero decayeron en calidad. Las calles dejaron de ser
canchas de fútbol y pistas de carreras de bicicletas. Los escenarios de los
recuerdos de mi generación fueron hechos añicos bajo la feroz especulación
inmobiliaria.
Cuando abrí los ojos bajo el
perfume de la pequeña higuera de mi casa de Shangrilá, supe una vez más que de
la única forma que puedo volver a la casa de los Abbasi es cerrando los ojos,
apretando el pecho y acudiendo a aquella jaula sumergida en un rincón de mí ser,
uno que se creó hace más de dos décadas. Quise descreerlo por un momento. Por
un instante me vino nuevamente la ilusión de volver, de estar, de ir corriendo
a abrir la puerta y llorar tranquilo, pero luego recordé que hoy la higuera no
está más, pues en su lugar se yergue una torre de acero y cemento.
“[…] it might rely heavily on electronics, tapes, I can kind
of envision maybe one person with a lot of machines, tapes, and electronics set
up, singing or speaking and using machines.”
Jim Douglas
Morrison 1969.
Intro I
Otra vez,
en aeropuertos. En los lugares que no lo son.
Parafraseando al gran Ali Haghjou. Miles de personas van, vienen.
Algunos sin darse cuenta. Empacados en asientos, hoy, para seguramente no verse
nunca más.
En esta era,
como nunca antes, sumidos en nuestras tablets, fonos inteligentes, ajenos. Alejados
de esa proximidad forzada.
Esta vez,
en lo personal, es muy distinto y, sin embargo, se siente tan igual.
Paso por
controles, ridículos. Guardias que celosamente vigilan las entradas de una
Europa que se pregunta si debería cerrar sus fronteras a los millones de
refugiados que en una especie de ola, llega…tarde o temprano, como uno
prefiera, desde el plano histórico, pero, esperable. Tenía que suceder, el
efecto boomerang, la contramarcha que comenzó con las invasiones indoeuropeas.
El saqueo de imperios, colonialismo, neocons, globalización y demás mecanismos de
expansión económica agresiva, terrorista y terrorífica.
Entonces,
aparece la prensa. Imprime, colorea, divulga, informa, crea y desvía el foco de
la verdadera causa. Los nombra, les asigna nomenclaturas, salidas de cabezas
que querían comunicar y encontraron marketing, en un mercado que hace marketing
con la información.
Primera vez
en Europa, menos tirante que USA, menos águilas, menos paranoia. Esta vez en un
rol corporativo, legítimo, pero como siempre al mismo ritmo. Cinco ciudades,
cinco aeropuertos…24 horas. Mi cabeza no aceleraba a esta velocidad hace ya un
buen tiempo. Me hace bien, me hace mal. Encuentro que los años, de verdad,
desgastan.
En Paris,
salí a dar unas vueltas, es otoño. Nunca
antes en mi vida, vi una ciudad que en esa repugnante y putrefacta estación del
año, me regalara tanto deleite visual, latente en cada color, maravillosa, en
su atmosfera decadente, el aroma del aire, el sol, cobrizo, apenas tibio…con
razón.
Entonces,
otra vez entre aeropuertos. Percibiendo un clima duro, de memorias cortas, de
pueblos pidiendo a gritos mano dura, soluciones prontas y finales,
nacionalismo, marchas de orgullo y desprecio…veremos, donde nos lleva.
2 de
Noviembre 2015. En algún lugar del cielo entre Francia y Alemania.
***
Intro II
Cracovia 6
de noviembre 2015
Sentado en
el living de los departamentos ejecutivos en donde me alojo, tengo una visión
bastante limitada de mis alrededores. El clima tampoco invita a abrir las
ventanas y sentarse a respirar un aire que generalmente excede las medidas
permitidas de smog. Un cementerio de botellas de vino y vodka se apila en la
cocina…es una de las maneras para combatir este clima…el alcohol.
Cracovia es
una ciudad relativamente pequeña, encajada en la historia, respira historia.
Reciente, antigua y todo lo que queda en el medio. Guerras, ocupaciones,
guerras, sitios, guerras…horrores y un montón de iglesias, demasiadas…y más
guerras.
Toda esa
información se puede encontrar fácilmente, poniendo en el buscador “Cracovia”
Y me
encantaría explayarme otras 1000 palabras en dar una breve reseña pero me
parece de una inutilidad feroz. Supuestamente esta pieza seria de música
electrónica y de cómo, y esto no es noticia, se devoro a la mayoría de las
otras expresiones musicales en Europa en menos de 15 años.
Lamentablemente
en medio de la confección de esta historia, comenzaron a saltar y agregarse, al
principio, pequeñas instancias donde, si no me sorprendían, si me llamaban la
atención y, en cuestión de 2 semanas,
enormes manifestaciones, con un buen número de participantes, exaltando el
nacionalismo puro y la segregación en todas sus formas. Si, ellos mismos,
fascismo. En una urbe donde si uno hurga apenas un poco, aun encuentra
cicatrices, de guetos, heridas ahí frescas en el horizonte…y, sin remover
demasiado, la era soviética asoma en estructuras y mecánicas sociales
instauradas durante los últimos 40 años con generaciones que vivieron el
control de los soviets y sienten un profundo desprecio por todo lo que
represento para su país…Ahora, sus hijos, la generación que no experimento
directamente opresión ni ocupación de derecha o izquierda y fue criada con los
ecos de sus padres, aprendiendo, a través de memorias y recuentos, el retraso y
abandono en la cual Polonia estaba
sumida al final de la era comunista.
Esto va más
allá de defender o atacar distintas ideas político filosóficas, tan solo quiero
precisar qué, y para cualquiera que tenga un leve noción de historia es algo
sabido, esta nación ha sido violada, masacrada y sodomizada, por imperios,
republicas, gobiernos de diestros y siniestros y, en este momento de la
historia, el enemigo más inmediato y último en una larga lista, fue la
dominación roja. Por obvias razones, los seres humanos nos hacemos amigos de
los enemigos de nuestros enemigos…tan solo eso. No suelo explicar el porqué de mis
palabras, pero últimamente me encuentro con esta necesidad, por razones que aún
no son bien claras, incluso para mí mismo.
***
Wrocław 7
de noviembre 2015.
Yo quería
escribir sobre electrónica…
¡Bien!
Noche de electrónica en Wrocław, ciudad ubicada a unos 300 km de Cracovia, como
si nos quisiéramos acercar a la frontera con Alemania.
5 de los
Djs más influyentes tocan en el club Bau, centro de la cuidad, 3 de ellos
venían directamente desde Berlín, residentes en varios clubes de la ciudad, respetados
y conocidos en la movida.
Uno de
ellos, gran amigo, nos re encontraríamos
con la excusa de escribir una nota y los por menores de su proyecto musical.
Compañía de
autobuses, Polsky bus…por 70 Zloty (unos 17 dólares) ticket de ida y vuelta…
¡El idioma!
Algo que se me estaba escapando.
Por primera
vez en mi vida me encuentro en un lugar en donde no hablo la lengua del país en
que me encuentro. En el tema de comunicación no es tan grave, un 90 % de la
población (porcentaje que se me acaba de ocurrir y no tengo manera de validar)
habla inglés. El problema fundamental es la lectura y la interpretación de
señales varias…su alfabeto incluye algunos caracteres diferentes al
nuestro…frustración y complejo de inferioridad es lo que causa este revés…un
simple cartel que anuncia un desvió en el recorrido del tranvía, pasa
desapercibido y uno puede terminar en el lugar no deseado.
Tangentes,
como siempre, no puedo prometer que sea la última.
Llego a la
ciudad, relativamente más pequeña que Cracovia, se me ocurre un poco medieval,
no fue casi tocada por la segunda guerra y es un goce visual.
Un taxi me
lleva hasta el hotel, y ahí nos
re-encontramos con Fabio, abrazos, cuentos, risas, cena abundante en un
restaurante construido sobre una fortaleza del 1300 DC…o eso me dijeron.
Más risas y
cuentos, nos ponemos al día con nuestras vidas, o eso creemos. Las personas
tienden a creer que el tiempo tal como lo concebimos es una herramienta para
medir nuestra vida, no es necesario explicar lo equivocados que estamos.
9PM
caminando al club, empieza la noche…al tener el acceso con el grupo de DJs, mi
presencia me daba derecho para hacer lo
que prácticamente quisiera, open bar, VIP room y tantas etcéteras, como se
puedan elaborar.
Mucha
música, sustancias, alcoholes, cuerpos sacudiéndose al ritmo imparable…lo que
uno puede esperar…más coloquios en el VIP del VIP…un salón ubicado en el
corazón subterráneo de la estructura.
Personajes
varios, tatuajes de esvásticas en brazos que han visto luchas, mujeres de
cabeza rapada y acento gutural…algunos salpicados en los sillones, otros
bailando sobre la pequeña mesa de mármol en le centro de la habitación.
Una pendeja
de unos 20 y tantos, mitad de su cráneo sin pelo y mirada dura, me toma de la mano y señalando mi anillo de
calavera, grita, casi quebrándose la garganta: “Heil Hitlaaaa” Levanto mi ceja para corroborar de que tal vez no
se percató de mi color de piel, cabello e iris. Me mira entre sonriendo y
cuando trato de balbucear algo incoherente, otra sale de atrás y grita aún más
fuerte “Sieeegg Haaaaailll”
Entre
líneas de speed, cocaína y algún faso, la conversación se centra en la amenaza
de la inmigración, los musulmanes y, casi en un módulo informativo, me cuentan
sus razones y justificativos.
Previamente
preguntaron mis orígenes geográficos y étnicos…situación muy cómoda…Debo decir
que en mi calidad de invitado, la cordialidad de esta gente, fue increíble. Me
trataron como si fuera familia y guiaron en momentos de vacilación...comportamiento bastante desasociado si se me permite observar.
Retrocediendo
en el tiempo 3 días, en París, los diarios, publicaban titulares acerca del
problema de la inmigración en masa y, al dar vuelta por la ciudad, me cruce con
un grupo que pedía más control a la gente que en Caláis se le estaba dando
asilo…un hombre que observaba a los manifestantes pasar me miro y dijo: “Cuanta
violencia”
Sentado en
el bunker de un club 72 horas después de estos sucesos, solo puedo afirmar que
cuanto más al este de Europa nos movemos, estos sentimientos “patrióticos” se
incrementan exponencialmente.
Una mujer
que seguramente no pasaría de los 25 años, abogada de profesión y hasta el
momento un ser humano que parecía cumplir con los estándares de una persona
normal me mira y en un italiano un poco rustico me explica que “El problema de
la Polonia son todos estos negros que están llegando”
Esta vez ya
comienzo a sospechar y, con fundadas razones, de que esta gente, aparte de
desear fervientemente la creación de un 4to Reich, ha caído en la desgracia de
tener alguna especie de deficiencia para reconocer el color de la piel de
aquellos seres humanos que creen despreciar. Una especie de daltonismo agudo,
pero a la pigmentación oscura. Comienzo a sentir una pena profunda, ya que
debido a esta condición jamás lograran su cometido…y creo que son totalmente
ajenos a esto.
Me miro los
brazos y los pongo al lado de los de ella para que, aun sin yo marcarlo, se
diera cuenta que mi tonalidad es al menos 4 tonos por debajo de su rosa
blanquecino.
Me mira y
sonríe como si nada estuviera ocurriendo. Pobre gente…para ellos los negros son
un concepto abstracto…
Cruzo
miradas con Fabio que en ese momento está absorbiendo casi medio gramo de un
solo tiro…la tipa con la cabeza rapada se le para adelante y le grita su saludo
ario a todo pulmón. Al Dj le produce un pequeña carcajada justo cuanto inhala
la otra mitad del gramo, esta vez por su otro orificio nasal.
El
resultado es obvio, al toser en vez de aspirar, la coca, sale vaporizada por el
aire.
Le da un
acceso de toz fuerte…cuando se recupera toma de los hombros a la aria-dermo-daltonica
y con mucha fuerza le dice.
!Vattene a fare
in culo troia, zoccola, ladrona, deforme!
La sacude a
un costado y nos vamos otra vez al área comunal del boliche.
A unos
metros hay una discusión “in progress”, dos tipos argumentan porque uno de
ellos no es el alemán por excelencia, el modelo ario que Albert Speer cincelaba
en sus bosquejos…
-¡Yo soy
alemán! Tú quieres parecer un alemán.
-¡Mi
familia es de la buena Prusia! (No estoy seguro que es la buena Prusia…pero eso
es lo que dijo el increpado) ¿No parezco alemán para ti?
-No sé cómo
luce un alemán, pero definitivamente tú luces como alguien que desea serlo.
El
individuo al que su estatus teutón se veía amenazado, realmente, parecía salido
de una postal de las wehrmacht. Barboquejo angular, complexión atlética, cerca
del metro noventa. Pantalón recto, azul
con vivos rojos y zapatos de marina. Brazos completamente tatuados en un
carnaval de cruces y rayos.
Se levantó
del sillón donde estaba sentado en una
posición rígida y formal. Camino hasta una oficina cerró la puerta y salió,
unos minutos después, vestido en completo uniforme militar de la royal navy.
Alguien
susurro: Zarpa a Londres, su casa…
Estaba algo
paranoico y ahogado…no es bueno encerrarse en un ambiente cargado de racismo,
speed y humo de cigarrillo…hay quienes dicen que afecta el correcto
funcionamiento del corazón.
El último
pincha discos subió al booth y le dio a la gente que, a esa altura ya estaba en
un embotamiento mezclado con transe, una buena dosis de droga electrónica, como
diría el gran T. Mckenna.
Me deje
llevar por la gente de Suicide Circus…me subí a un parlante y le dije a mi
cuerpo siguiera las vibraciones de la caja en la cual estaba parado…total…para
esta gente yo era blanco.
Era hora de
irse, el sol tendría que haber salido, si el día no estuviera tan gris. Aún
tenía 3 horas de bus hasta Cracovia…la nota sobre esta corriente y su impacto
en el ambiente musical, se había ido por el caño…nada nuevo.
Cracovia 11
de noviembre 2015.
Día de la
independencia, banderas rojas y blancas por donde uno quiera.
Particularmente
el orgullo nacional es algo que me causa
un poco de repulsión, pero este pueblo va por la tercera reconstrucción de su
republica…en tantos años de historia…tres repúblicas, la última formada en el
año 1989, luego del derrocamiento de los soviéticos…joven república en un suelo
con más de 1000 años.
Cracovia,
viernes 13 de noviembre 2015
La pizzería,
cerca del Teatro Bagatela, hace tal vez, la mejor pizza de la ciudad, incluso mejor
que algunos lugares de Italia. La comida Polaca es buena, rica en grasas y
sabores fuertes, pero por un tema de sangre, siempre que voy a algún lado, hago
de las pizzerías tanas, una especie de cuartel general.
Puedo
sentarme a escribir, tomar, comer y quedarme sin que nadie prácticamente me
joda.
La noche
del viernes, estaba esperando que me trajeran la comida a la mesa, cuando el
partido de futbol, ese que parece jugarse siempre en las televisiones de estos
lugares, fue sustituido por BBC News.
Explosiones,
balaceras, masacres, bombas.
Los
atentados de Paris…otras ciudades…coordinación, implacable. Los medios saltando
relamiéndose la saliva, con la excusa de informarnos, alimentan nuestro morbo
de manera implacable.
Clichés,
banderitas en las páginas sociales, demostraciones de guerra, el efecto domino,
obvio y en algunos círculos, esperado.
No hay que
ser adivino para predecir las reacciones (en caso de duda, referirse a los
arios-dermo-daltónicos unos párrafos más arriba) Solo que esta vez, la
justificación tiene un sostén televisivo, mediático que, lamentablemente, para
el simio pobremente capacitado que somos, le da amparo y validez…”lo dice la
tele…se lee en los diarios.”
La pizza
DOC me la trae el pizzaiolo, un Napolitano con 22 vueltas al sol... ¡Guaglio!
Exclama cuando se sienta conmigo a compartir la mesa y procesa los eventos en
Paris.
Un
pizzaiolo de oficio, fuera de su país, como tantos otros, con conocimientos
varios. Ingenieros, psicólogos, arquitectos, desarrolladores de software,
analistas de sistemas…todos, fuera de sus países, cobijados en una Polonia que
los recibe por montones, les paga en moneda polaca y les salen baratísimos a
las multinacionales que lo emplean. Migración, invasión…”el problema de la
Polonia son todos estos negros” etc…
Cracovia,
Viernes 20 de Noviembre.
Me voy a la
terminal de ómnibus, en 8 horas, Berlín.
Salgo a la
calle, excitado, hay quienes me dicen que Berlín es el San Francisco de Europa.
Conozco
Sanfran, y no se lo que la gente quiere
transmitir con ese concepto de que la ciudad del santo patrono de los animales,
es un bastión de la libertad de expresión y demás estupideces que se dicen por
ahí. Es solo una ciudad con una comunidad gay importante…alguna vez, en un
momento de nuestra historia…Una ola quiso crecer y reventar…No fue
así…disculpen aquellos que han comprado y consumido literatura pseudo-hippie…es
solo otra remera del Che…
En fin, voy
a Berlín. Camino rumbo a la terminal y escucho unos ecos, particulares…lejanos,
pero a la vez su lejanía no es solo espacial…por alguna razón también lo es
temporal. Como si en realidad se escucharan a través del tiempo, en un
escenario que ya los escucho. Rugidos, inconfundibles…voces humanas que desde
algún lugar abierto retumban a través de las calles angostas de una ciudad que
no ha cambiado mucho estéticamente.
Me olvido
de la hora y comienzo a seguir los ecos…paso a través de la plaza central y se
escuchan más cercanos. ¡El instituto Goethe! Pienso, deben estar exhibiendo
alguna documental… ¿Pero tan alto ese volumen?
No, ahora
el rugido es más cercano…los veo, los reconozco. La mitad de la plaza está
repleta, de gente con banderas rojas y blancas, banderas con águilas.
Megáfonos, y ese discurso, esa cadencia para hablar. Esos gritos de la
multitud, a pesar de no entender nada, entiendo todo…que tristeza…
Nunca voy a
Berlín, pierdo el ómnibus, me mezclo entre los desaforados con esvásticas
tatuadas en sus cabezas…filmo…me mezclo…repito, no saben lo que es una persona
oscura, son incapaces…aun así, me causa una pena tremenda.
Paro de
filmar y me retiro por una de las calles oscuras, paro en una cervecería, me
siento, en la misma barra que algunos de los manifestantes que toman y ríen,
gritan, con sus banderas enrolladas en los mástiles.
No quieren
musulmanes, no quieren, negros ni latinos, inmigrantes…esa palabrota.
Polonia
para los polacos, Europa para los europeos…América y Monroe para los
americanos.
***
Dimitri, es
un muchacho que trabaja de limpiador en uno de los museos de la ciudad. Por
alguna razón nos encontramos siempre en el mismo boliche de mala muerte, donde
venden la medida de vodka a un zloty.
Este país tiene exceso de monedas, todos los cambios se dan en monedas,
putas monedas, las odio intrínsecamente. Rompen billeteras, bolsillos y
lanzadas a cierta velocidad, cabezas.
Pero aquí,
al menos, se les puede dar un uso coherente, racional.
Dimitri
decía…de los Balcanes, limpiador de museo…mano de obra no capacitada, 2600
zloty al mes…algo así como 600 o 700 dólares.
No quiere
ni va a estudiar, seguirá viviendo y bebiendo. Me cuenta cosas de su pueblo que
olvido a los 5 minutos…no es que no me interesen, pero mi cerebro no puede
mantener la tasa de mortalidad de sus neuronas a un ritmo acorde con su memoria
selectiva…lamentable, lo sé, pero no por eso menos cierto.
Sin
embargo, es una de sus reflexiones, de las tantas que tiramos victimas de
nuestro deseo ferviente de eliminar las inmundas monedas, la que se aloja en mi
memoria y le da un epitafio seguro a esta triste realidad de nazis y
nacionalistas que proliferan en esta parte de Europa.
Dimitri,
sin estudios, casi sin país, si es de los Balcanes, creo que lo dije más
arriba. Me dice cual es el verdadero problema de la Polonia y de toda la parte
este del continente.
-¿Polonia?
¿Quién mierda quiere venir a Polonia? Los que viene aquí como yo a limpiar y
lamer culos, somos un grupo reducido de cucarachas. La gran parte de ese minúsculo número que representan los
inmigrantes en este país (Según cifras oficiales al 2014 no llegan al 2%...esto
no lo dijo Dimitri.) son empleados de las multinacionales, europeos con
educación universitaria. Aquí se dan la vida de millonarios mientras en sus
países de origen estarían lamiendo culos como yo. (En este particular discrepo
con Dimitri, pero tengo por costumbre no discutir con compañeros de bar) ¡Los
Polacos no saben lo que es tener inmigración! Solo que este gobierno alienta a
las masas, como siempre. ¿Quién mierda quiere venir a Polonia?
Puede ser,
algo de lo que Dimitri dice, tiene sentido. Pero también es cierto, y aquí voy
a sonar como la mano derecha de Bormann, es que hay un orden establecido en las
instituciones, las calles están limpias y seguras, las manifestaciones se
llevan a cabo con un control policial acérrimo que reacciona ante cualquier
exceso con un profesionalismo espeluznante…da miedo, que esto sea un gobierno
conservador de derecha…muy derecha, y que cada 20 metros uno pase enfrente de
una iglesia y que el aborto no esté legalizado y… muchos otros y…
Entonces,
me doy cuenta que ya no sé qué pensar, y no soy de los que se pierde en
museos y tours guiados, me mezclo con
los borrachos, los adictos, las putas, los intelectuales, los laburantes, los
que no laburan…y me doy cuenta que en los lugares donde hay caos, la masa termina pidiendo palos, control,
rigidez y la tristeza es que, funciona.
En estos
lugares, se están pagando cuentas de años de abusos y saqueos, los continentes
“pobres” vuelcan a sus poblaciones en números que desestabilizan las economías
de países en vías de desarrollo. Florecen sentimientos nacionalistas y todo es
una amenaza contra un status quo que nunca tuvo una clara definición.
Los
entiendo, a unos y a otros, y me reprocho. Me doy cuenta que nosotros, la
gente, aquellos que se pueden llamar gente, igual que Europa, de vez en cuando
nos dejamos llevar por los nacionalismos los fascismos… los extremos. Qué pena
infinita… me voy a dormir, dejo atrás el boliche y sus fieles, que son los
mismos fieles que en todos los boliches. Individuos trastornados, cansados,
hastiados de las cuatro paredes. Algunos con compañía, otros conviviendo solo
con los muros. Podridos del olor a mierda que sale de nosotros mismos, esa
fragancia que se diluye cuando estamos juntos, apretados borrachos, dentro de
un boliche…
Mientras me
deprimo, caminando a 12 grados bajo cero, en la plaza me encuentro con un grupo
de gente, Tanos, conquistando el mundo, como solo ellos saben…
Estoy
cerrando esto, una crónica, un relato, cascada de palabras sin sentido. En un
avión de KLM con destino a Ámsterdam. Tengo como plan, eliminar en algún coffee
shop, las neuronas afectadas por estas reflexiones, por este viaje.
Estamos por
despegar, la azafata, le pide en ingles al pasajero de la butaca ubicada
enfrente a la mía que, por su seguridad, debe guardar su celular en el bolsillo
durante el despegue. El, un compatriota latinoamericano, la mira, levanta su
mano y con el índice en alto, mientras hace el símbolo de negación, le dice de
forma altanera y ruidosa. “No mami, en inglés no ¿entendes? A mí me hablas en
español o por señas.”
En mi
cabeza, aparte del deseo de reventarle el cráneo con un machete, vaciarlo y usarlo de pélela, mientras su
familia observa la escena; me vienen las palabras de aquella joven abogada en Wrocław…
“El
problema de la Polonia son todos estos negros…”
La música
electrónica era la verdadera razón de este relato, no tengo por qué mentirles.