Allá por el año 651 d.C un creciente imperio islámico
entraba al ilustre, culto y avanzado territorio persa, por aquellos entonces
cuna de las civilizaciones y padre de un sinfín de aportes sociales y
culturales que perduran hasta nuestros días. El efecto que tendría el ingreso de
la nueva religión sería impactante, desplazando a los zoroastristas y
sustituyendo su religión por la de los seguidores de Mahoma.
Más de mil trescientos años después, por primera vez se
derrocaba a la monarquía iraní, a los sucesores de los infinitos reyes persas
que habían dominado durante milenios extensiones de tierra inimaginables. En
1979, ante las crecientes presiones populares y el abandono por parte de su
principal aliado los Estados Unidos, el entonces rey de Irán Reza Pahlevi –
conocido como el Shah – quien desafió al tío Sam en su delirio de grandeza, tuvo
que abandonar su corona y huir del país. Ya enfermo y moribundo vio desde lejos
cómo la turba de revolucionarios islámicos se quedaban con el país y se lo
entregaban en bandeja de plata a su líder, el Ayatollah Khomeini. Fue entonces
que todo cambió en Irán, en uno de los quizás más radicales cambios de la
historia en un país en tan poco tiempo. De repente el régimen totalitario del
monarca daba paso a lo que sería una supuesta república islámica, y como
república, se trataría de un régimen democrático. Pero las cosas no salieron
tan bien como muchos de los que apoyaron esa revolución esperaban. El trato
sanguinario de los Savak – policía secreta del régimen monárquico – que
perseguía, torturaba y hacía desaparecer a los opositores del régimen del Shah
se vio suplantada por todo un sistema islámico que no toleraría ningún indicio
de discrepancia con la floreciente revolución. En lugar del Savak, surgieron
los “Comité” y los “Basij”. Los primeros, una suerte de
policía militarizada y los segundos, grupos de civiles armados dispuestos a dar
su vida por el nuevo régimen, fueron los encargados de controlar que todo
habitante viviera en base a las nuevas leyes islámicas, y de apagar todo
indicio de contra revolución, o una simple expresión de ideas que pusieran en
peligro el nuevo régimen. Quizás más peligrosos que el Comité fueron los Ansar-e Hizbola que junto a los Basiji, milicianos vestidos de civil que
ayudan al régimen cuando necesita mantener la seguridad dentro de la sociedad.
Fue entonces, cuando todo comenzó. Luego de más de mil
trescientos años de entrado el Islam a Irán, ahora se formaba la República
Islámica de Irán, y lo que antes era una opción de religión, pasó a ser lo
mandatorio de toda una nación. La constitución se hizo en base al Corán y el
clérigo de los ayatollah – antes actores religiosos – comenzó a tomar cada vez
más relevancia política. Los círculos de poder sufrieron grandes metamorfosis.
Los revolucionarios pasaron a tener los roles protagónicos, por el simple hecho
de haber puesto su fuerza bruta en favor de la revolución, sin importar quienes
eran, de dónde venían, si sabían leer o escribir. Como todo cambio radical
político, la población más ilustrada fue puesta bajo la lupa, y aquellos seres
pensantes con un grado más de formación académica que pensaran diferente a los
ayatollah fueron perseguidos, enjuiciados y exterminados o simplemente fueron
víctimas del exilio. De repente los gobernantes del país pasaron a ser aquellos
que meses antes atendían un almacén, recojían la basura o le cortaban el pasto
a algún miembro de la realeza – sin desmerecer ninguna de las funciones antes
mencionadas –.
Lo que contaba no era la experiencia, la formación
académica o las aptitudes personales o profesionales, sino la presencia de una
tupida barba, la ferviente devoción del Islám y el estar dispuesto a dar su
vida por el régimen. Incluso el cuerpo diplomático pasó a formarse desde ese entonces por los seres más decrépitos de la nación, teniendo sus claras consecuencias en las relaciones del país con el extranjero, otorgando importantes cargos a personas que apenas si sabían escribir su nombre.
Enseguida vendría la guerra. En 1980, el entonces
mandatario iraquí Saddam Hussein le declaraba la guerra a Irán, contando con el
total apoyo de potencias occidentales como los Estados Unidos de América y otros países árabes. Por
aquél entonces Saddam era bueno, y era la mano firme del gobierno de Carter en
su último año de presidencia, y los que le seguirían como Reagan. Ocho años de
una dura guerra sin sentido masacraron a más de dos millones de almas de ambos
lados de la frontera. Ocho años de guerra fueron un agravante determinante para
la desculturización de la población iraní, del resquebrajamiento continuo de
sus fundamentos culturales y sus reglas comunitarias, de las bases conceptuales
de su ciudadanía. Ocho años bastaron para generar un continuo ambiente de
desconfianza hacia el otro, sumidos en un régimen que mientras combatía el
enemigo extranjero, se transformaba día a día en un monstruo que consumía a la
gente de su propia patria, incentivando el odio entre su propia gente,
persiguiendo a todo aquél que tuviera siquiera un atisbo de ideas que pudieran
cuestionar los “valores islámicos” del nuevo régimen. Las necesidades que la
población pasó durante esos ocho años, los bloqueos comerciales, la falta de
alimentos y de recursos de un país en guerra contra medio mundo hicieron flaquear
la solidaridad entre los ciudadanos, quienes sumidos en la necesidad más
elementales y apretados por las presiones económicas y sociales se vieron
presas de la máxima expresión del “sálvese quien pueda”. Entonces como
perfectos cangrejos atrapados en un balde, cada cual comenzó su carrera hacia
el éxito para alcanzar la superficie, volviéndose religioso de repente,
dejándose crecer la barba, cambiando sus ideales o simplemente vendiendo a sus
propios familiares y amigos a los “comité” para así sumar un punto más que le
permitiera introducirse en el nuevo y corrupto sistema. Aquellos que
combatieron contra los iraquíes y sobrevivieron heredaron grandes ventajas.
Como la religión pasó a ser el elemento de referencia a
nivel legal, sucedió lo que siempre sucede en estas situaciones, cuando la
divinidad se mezcla con la política. Los más horrendos crímenes se comenzaron a
cometer en el nombre de la religión, y todo componente político y social del
país comenzó a ser juzgado por el clérigo y sus fundamentos. Si usted quiere
ser parlamentario, primero el consejo religioso y espiritual debe comprobar que
usted reza las veces necesarias por día, que tiene la barba bien tupida, que su
mujer e hijas son mujeres sumisas y pulcras, dignas de un musulmán, que tienen
el velo cubriéndoles todo el cabello y que no les gusta maquillarse ni escuchar
música. Esto se trasladó también a las clases más remotas de la población. De
repente estaba prohibido festejar un casamiento, escuchar música en los autos,
tener trato con el sexo opuesto, divertirse de cualquier manera. Comenzaron a
ser premiados aquellos que vistieron de negro y adoptaron una actitud vengativa
y hostil hacia todo el “mal musulmán”.
Desde 1979 la morfología social de Irán fue sufriendo
reiteradas transformaciones, y sus lógicas de funcionamiento se complejizaron a
tal grado que solamente un iraní que haya vivido allí puede entender en parte
los intrincados estándares sociales y comportamientos colectivos actuales.
Dependiendo del presidente de turno – el cual debe ser aprobado por el líder
religioso y espiritual de la nación, que no es otra cosa que un monarca o
dictador supremo – las medidas de control sobre el comportamiento de los
iraníes se fue flexibilizando o agudizando un poco más. El pueblo se convirtió
en títere de los titiriteros, y con métodos como el tenue alargamiento de las
cadenas que sujetan a cada iraní del cuello, o con un tirón más fuerte, el
gobierno ha entretenido a su gente durante ya más de tres décadas. Sobrevivieron
y se hicieron fuertes aquellos que se adaptaron mejor al nuevo y despiadado
sistema, donde hay que devorar para no ser devorado, lo cual logró algo mucho
más peligroso que el mero hecho de tener un sistema político corrupto. El
resultado alcanzado fue la corrupción de la población iraní, de las masas, de
sus núcleos más personales. El iraní promedio se dio cuenta de que para
sobrevivir en ese nuevo país se tenía que adaptar a sus reglas, tenía que
aprender a mentir muy bien, a ventajear todo cuanto estuviera a su alcance, a
infiltrarse en los cargos públicos y a sacarle tajada a esa semejante ventaja.
Muchos aprendieron a hacer fortunas en base a la venta de las ayudas
humanitarias que llegaban durante la guerra, o incluso hoy en día cuando lo
mismo sucede luego de un gran terremoto o una gran inundación. Cada cual tuvo
que aprender a escalar por el balde aplastando al que se le cruzara en el
camino, desafiando hasta el extremo las reglas de la moral y la ética de un
pueblo milenario.
El papel de la mujer tuvo un cambio más que radical.
Ellas ya no podían lucir sus minifaldas ni sus peinados a la última moda
europea, sino que se tenían que limitar a elegir un color de túnica no muy
llamativo para cubrir sus cuerpos. Pero ese no fue en verdad el problema, ya
que la revolución que se llevó acabo fue obra del pueblo, y como tal se eligió
un régimen islámico. El problema real fue su denigración a un lugar mucho más
penoso en la sociedad, no permitiéndole manejar, fumar en la vía pública o
incluso salir del país sin permiso de un macho alfa en la familia. Fue entonces
que se instaló el Hijab, que no es otra cosa que el atuendo islámico de las
mujeres musulmanas, el cual pasó a ser de gran relevancia, a simbolizar la
actitud sumisa de la mujer en la sociedad iraní.
Les recomiendo en este sentido que vean la película
Persépolis, un largometraje que estuvo nominado a los premios Oscar como mejor
película extranjera.
Hace pocas semanas una mujer iraní sufrió un ataque en
plena ciudad de Isfahán, ciudad de increíble belleza y tradición. Ella iba
manejando su auto, pues con el pasar de los años se fueron flexibilizando
algunas cosas, y mientras se encontraba esperando en un cruce, repentinamente
una moto con dos personas a bordo frenó junto a ella. En un abrir y cerrar de
ojos, el acompañante del motociclista echó una sustancia a la cara de la mujer
del auto. Ella se bajó agitada, limpiándose como podía la cara y al percibir
que el líquido le quemaba todo el cuerpo a través de su ropa comenzó a
desvestirse en plena calle. A todo esto la moto ya había desaparecido. Cuentan
los testigos que al ver el comportamiento de la mujer varios de los transeúntes
se apresuraron a no permitir que se desvistiera y la volvieron a meter en el
auto, pensando que la mujer estaba loca. Pero resulta que no, ella no estaba
loca, sino que alguien le había echado ácido sulfúrico en la cara y la ropa. El
incidente no pasó a tener mayor relevancia para los medios, los cuales lo
trataron como una posible venganza de un pretendiente frustrado, basándose en
lo sucedido cerca de siete años atrás donde eso mismo le ocurrió a otra mujer,
quien al negarle el matrimonio a un compañero de facultad sufrió un ataque de
ácido.
Fue luego de algunos días que la conmoción se esparció
por la gente de todo el país, cuando el mismo suceso se volvió a repetir una y
otra vez, siempre en la ciudad de Isfahán. Los ataques empezaron a tener un
denominador común. Las mujeres atacadas eran aquellas cuyo hijab no estaba
acorde a los requerimientos islámicos estatales, eran jóvenes y bellas. Dio la
casualidad que el parlamento estaba discutiendo en los últimos tiempos sobre la
legalización de la reprimenda de parte de los ciudadanos a aquellas mujeres que
no respetaran el hijab estipulado, aunque según los parlamentarios las medidas
se basarían solamente en advertencias verbales. Pero todo esto se vio combinado
con las declaraciones de algún que otro ayatollah en los rezos masivos de los
viernes en las mezquitas, donde se alentaba a los buenos musulmanes a combatir
las medidas del actual presidente Rohani, el cual aparentemente había
flexibilizado un poco los controles sobre la vestimenta femenina.
Durante los primeros días y algunas semanas, el pueblo
se manifestó en las calles en contra de estos ataques, de los incentivos del
clérigo para estas acciones y de la pasividad del gobierno, el cual declaró
tres días de luto por el fallecimiento de uno de los ayatolláh más sanguinarios
de todos los tiempos y sin embargo no se pronunció al respecto de los ataques
con ácido. La presión comenzó a aumentar en Irán, más y más personas salieron a
las calles en protesta por las varias mujeres cuyos rostros quedaron
desfigurados y sus ojos dejaron de ver para siempre. Algunos pudieron
manifestarse mientras que otros fueron duramente reprimidos. Luego de un tiempo
el presidente salió a condenar estos hechos mientras que el representante iraní
ante la ONU declaraba solemnemente que esto seguramente había sido planeado por
las potencias occidentales. Este argumento es el más común esgrimido por el
Estado iraní cuando salen a la luz las cagadas más grotescas en las cuales el
gobierno es sospechoso de su ideación.
Es a la distancia que con mucho dolor, un iraní que no
habita aquellas tierras se pregunta, ¿por qué? ¿cómo nos permitimos llegar a esto?
Ali.
18 comentarios:
he leido sobre tu pais, y permiteme decirte que en los 59 años que tengo, jamas habia leido un mejor resumen, una mejor síntesis de la historia de la revolución iraní.
Felicitaciones.
Marcelo P.
SOS GENIO PAPÁ!
FELIZ AÑO
Qué difícil debe ser para las mujeres sentir seguridad cuando en cualquier momento alguien pueda arrojarte ácido a la cara así no mas. no quiero ni imaginarlo.
muy buen artículo chicos.
Saludos y Felicidades.
Ximena
Muy buen artículo amigo! Como siempre. Gracias por compartirlo!
Antonella S.
Este artícula está de la ostia Montevideo Étnico, al igual que los otros escritos anteriormente.
Pienso que el caso de Irán no es tan diferente en sus conceptos fundamentales de lo que fue, es y será cualquier otro gobierno que utilice la religión con medio para gobernar. La iglesia católica oprimió durante mucho tiempo a pueblos enteros y las más crueles injusticias se cometieron en el nombre de Dios.
Saludos desde España.
José Luis
notable articulo.
Como siempre, muy interesante y que dificil esta el mundo!
notable manera de describir estos asuntos, y debo decir que es muy interesante leer esto escrito por un iraní. Había leido tus artículos anteriores pero no sabía de tu nacionalidad. por estos lados se especula mucho sobre los problemas de las mujeres en el mundo islámico, pero tu mirada y descripción lo hace más rico, ya que los problemas que describis son muy específicos y fueron generados a raíz de muchas presiones sociales y gubernamentales. Por acá muchos piensan que las mujeres iraníes sufren mayor machismo porque "tienen que usar un pañuelo", pero lo ven de una manera general e ignorante. nuestras mujeres son víctimas de machismos irrealistas y crueles, pero la mayoría se piensa que una mujer es victima del machismo por el pañuelo. No es así, hay muchas formas de represión, y vos contas cosas muy interesantes, con una óptica muy enriquecedora y una redacción atrapante y exquisita.
Felicitaciones Alí, y miembros de Montevideo etnico.
Muy buen blog.
Juan Carlos.
excelente relato, vergonzosa realidad
muy pero muy bueno chicos. cada dia peor nuestra raza, damos asco
interesantisimo articulo que describe una realidad tan compleja como la iraní, muy distinta a su vez de lo que ocurre en otros países vecinos, como Siria o Irak.
saludos,
Paula
Impresionante
muy buena historia, muy buena
gracias
brillante artículo montevideoetnico. sigan fiel a su estilo que nosotros seguiremos leyendo saludos jorge
conmovedor articulo.gracias. marta
realmente impresionante columna.sigan trabajando asi que de seguro sumaran muchos lectores
muy buen trabajo gente. realmente interesante
tremendo che. me gustó mucho la intro sobre el tema de la revolucón. buen articulo gente
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