En las
inmediaciones del club Tabaré, llegando
a la Av. Américo Ricaldoni, un individuo amenaza a punta de pistola a una mujer
y le arranca un bolso de sus manos. Antes de retirarse golpea el vidrio trasero
del vehículo y sustrae una cartera que parecería ser un estuche de Laptop.
Salgo de atrás
del contenedor de basura y llamo al 911,
suena y automáticamente se cae la llamada. Vuelvo a intentar, esta vez sí me
responden. Le explico al operador lo que está pasando. Mientras el delincuente se sube a una moto,
otro la maneja, y salen por Brito del Pino...
Me acerco a la
víctima, la mujer, obviamente está
petrificada. Se orinó encima y llora recostada al volante.
En el asiento de
atrás hay una niña, los pedazos de vidrio están regados sobre sus piernas,
tendrá unos 5 o 6 años. Desde su inocencia le dice a su madre: "Mami, no
le diste plata a ese señor y se enojó, se llevó la compu!" Me siento en la
vereda, al costado del auto, escucho a la nena que aun habla con su madre,
empiezan a llorar...las dos.
10 minutos
después llega el primer patrullero, les digo lo que vi, me toman los datos y me
voy.
Me tomo el bus,
se mueve un rato y el tráfico se detiene completamente, un desvío. Alguien
golpea la puerta delantera para que lo dejen subir. El chofer abre y el tipo,
mientras saca el boleto, le dice que la
policía está a los tiros a unas cuadras con unos chorros..."Parece una de
cowboys"
***
Escribí estas
palabras hace ya unos meses, en un borrador que apareció en un pen drive.
Lo leí varias
veces, pensando…un poco en voz alta. ¿Qué puedo sacar de todo esto?
Recordando, en
una especie de reflexión vacía, poco objetiva…afectada por el egoísmo inherente
a nuestra condición de seres humanos.
Después de todo, había sido casi una víctima
de esta sucesión de eventos desagradables. Me tocó vivirlos muy de cerca, sentí
la violencia ahí cerquita. Los vidrios rotos, los llantos, el horror…el horror.
Continué en mi
actitud desagradable y patética…
El puto gobierno,
la puta sociedad, la puta violencia, los putos chorros y yo, un cobarde. ¿Por qué no actué con más vehemencia? Un
grito, algo que hubiera distraído al mal nacido…un arma… Eso, un arma…tengo que
salir armado…
Difícil traer
este relato a los confines de la paz y la esperanzadora idea de una sociedad
mejor comenzando con una estética tan opuesta.
Al menos lo
intentaré y seguramente, falle en el intento. Nada vende y seduce como la
exposición de la violencia cruda y, más aún si por alguna razón nos sentimos
relativamente cercanos a ella.
Parte víctimas,
victimarios, testigos, jueces… roles que nos dejan con secuelas muy parecidas y
que, en una suerte de masoquismo, los anhelamos desde estos y otros diferentes
abordajes.
Busco culpables,
así puedo descargar mi ira, con fundamentos.
Apunto al más
abstracto de ellos.
La sociedad… ¿Mi sociedad?...
¿Qué sociedad?
En realidad nunca
tuve muy claro este concepto…no en el sentido práctico de la nomenclatura en
sí.
Pero en lo que
atañe a una esencia palpable, como decir esto es lo que es…No, nunca pude.
Así que, y como
reconozco, es de todos los responsables de la violencia, si no el más difícil
de encarcelar, al menos, el más difícil de reconocer como victimario. Acepto que una gran parte de esta
responsabilidad se encuentra ahí, en ese estomago en continuo estado de
digestión, al que llamamos sociedad.
Su contrato da la
impresión de ser violado…mejor dicho, no acatado en muchas de sus partes.
Y no es algo para
dejar de lado, que este contratito en sí, engendra cierta violencia para
algunos.
Su teoría básica
dice que para vivir en sociedad, los seres humanos acuerdan un contrato social
implícito que les otorga ciertos derechos a cambio de abandonar la libertad de
la que dispondrían en estado de naturaleza.
“Abandonar la
libertad” Si eso no es violento hay que juntar firmas para canonizar a Lopez
Rega…
Un poquito más en
su núcleo, aclara que: un mayor número de derechos implica mayores deberes, y
menos derechos, menos deberes.
La violencia se
hace presente de nuevo y creo que no hay necesidad de explicarlo, esa frase se
auto define sola.
Después, tenemos
al obvio tercero en discordia, la fuerza que hace cumplir este arreglo (sé que
es un contrato pero, prefiero la inconstancia a la redundancia) el estado.
Si,
definitivamente empezamos mal, nuestra principal estructura…o una de ellas,
tiene una base arquitectónica, comparable a un andamio de palos de escoba
atados con bellos púbicos…públicos (¿?)
Aparece el
estado…El Estado. Esta cosa tan linda que hoy,
convive con nosotros y parece haber existido desde tiempos inmemoriales
apretando los testículos a suyos y ajenos. Fue introducida originalmente por
Nicolo Machiavelli en su obra El Príncipe.
No fue el único,
hubo otros infradotados de esos que después nos enseñan a asimilar como genios,
que arrimaron el bochín, pero fue este último anormal el que uso la palabra en sí,
trayéndola del Latín “Status”…creo.
¡Si! correcto,
uno le pega al jackpot, cuando no es otro que “El Nico”, el que nos introduce
esta maravilla para siempre y deja en claro que “Los Estados y soberanías que
han tenido y tienen autoridad sobre los hombres, fueron y son, o repúblicas o
principados.”
Lindo por ahora,
bien. Medio flojito el tema estatal y la violencia, ¿no?
Efectivamente, es
un no rotundo.
En su definición
simple, esta cosa es un concepto político que se refiere a una forma de
organización social, económica, política soberana y coercitiva.
Como si no
hubiera nada de qué preocuparse, también hay que asimilar que este conjunto de
instituciones no voluntarias tienen el poder de regular la vida comunitaria…
Soberana,
coercitiva, poder, regular…estas son las palabras que tenía tatuadas la madre
Teresa en los glúteos…Uno las lee y asocia paz inmediatamente... La violencia
se disuelve con la magia de un hermano mayor que te amenaza con apretarte el
cogote en una pinza morsa.
Tanto ataque a
las estructuras e instituciones hace mal. “Precisamos estructuras” me decía una
amiga a la que le di este borrador, “Tu visión del ser humano es bastante
pesimista” me dijo otro.
“El problema es
que estás enfocando esto en un tipo de violencia bastante extrema. La pobreza
también es violencia”
Observación que
no por ser obvia deja de pasar desapercibida ante la mirada impávida de la
mayoría de nosotros. Cuando vemos, por ejemplo, otro ser humano comer del mismo
contenedor en el que yo, estoy vaciando la bolsa llena de excrementos de mi
mascota. O una familia durmiendo, apretadita sobre los escalones de mármol, en
las esquinas que forman Rio Branco y Paysandú.
(Tengo presente que es una aberración empezar una
oración con una conjunción pero, se alinea con la idea de generar violencia así
que, espero su comentarios y vestiduras rasgadas en nombre de las sanas
costumbres ortográficas.)
Nos acostumbraron
y nos acostumbramos a esa visión. Es
violenta, sí, pero no mueve las mismas tripas que la otra...la que nos ofrecen
en forma espectacular…de espectáculo.
Los medios de comunicación, perversa maquinaria, una de las armas más
peligrosas, y que siempre ha estado en
las manos equivocadas. Las nuestras.
Si no fuera por ellos, los pueblos eslavos
jamás se hubieran dejado arrear a campos de concentración disfrazados de
centros de reubicación. Las Dictaduras latinoamericanas no hubieran enarbolado
bandera alguna en nombre de salvaguardar las instituciones.
Así como también,
en realidad, la revolución Francesa sería un puñado de Burgueses envalentonando
hordas de trabajadores para hacerse del poder. La segunda guerra mundial, una lucha
entre poderes acérrimos y no tan opuestos que eliminaron la amenaza fascista
pero dejaron contemporáneamente a Francisco Franco y su acero, morir de viejos
por la década del 70.
Según Chomsky,
los medios de comunicación masivos tienen como su función principal entretener,
informar e impartir valores y códigos de comportamiento que propiciarán que los
individuos se moldeen a las estructuras sociales…
Él porque, es
bien sencillo. Las masas necesitan ser cegadas y distraídas. No hay muchas
maneras hoy de distraernos que aplicando la exhibición sin tapujos de una
sociedad violenta.
“El Miedo es su
único dios” Dice De la Rocha.
El miedo genera violencia y controla al rebaño
de esta manera. Pero como contrapartida, cae en un vicio de acostumbramiento,
somos animales de hábito y hay pocas cosas a las que el ser humano no se pueda
adaptar.
Tengo una eterna
discusión con amistades, colegas y toda oreja que quiera prestar atención. En
la que afirmo que la reacción ante un hecho violento no es la misma para
nuestra generación que para nuestros predecesores o para aquellos que vendrán
después.
Hipotéticamente,
si nos encontráramos en medio de una balacera en donde presenciamos que alguien
es acribillado con saña, mi bisabuelo reaccionaria de una manera muy distinta a
la que reaccionaria yo, ante le hecho en sí. No es algo muy complejo de
entender, mi exposición a este tipo de imágenes, ya sea en un modo virtual, me
ha acostumbrado a no parpadear mucho. Los médiums de diversa índole nos
machacan con estas situaciones. Video juegos, informativos, prensa escrita. Nos
asustan para ejercer su control y a su vez, nos adoctrinan desde un punto de
vista más subliminal a convivir con esta violencia.
El ejemplo que
menciono unos párrafos más arriba es una clara muestra de ello. La indigencia
es violenta, pero estamos tan habituados a ella que pasa desapercibida como
tal.
Si continuamos
con esta tendencia, no sería absurdo asumir que es solo una cuestión de tiempo
para que hechos de violencia extrema, nos preocupen desde ángulo asociado al
instinto de conservación que al rechazo de la violencia en sí misma.
En los primeros
días de Noviembre, radio, televisión y
prensa escrita usaban sus plataformas para difundir la noticia de una joven
asesinada y descuartizada a pocos metros de su casa.
El morbo y la
falta de ética de algunos medios, que decidieron cubrir la noticia desde
diversos ángulos. Como por ejemplo, revelando, sugiriendo e insinuando,
comportamientos de la víctima que la situarían en la filosofía del “algo habrá
hecho”. No solo tenían una naturaleza violenta. También, y es parte de su
horrendo rol, dividían a la opinión
publica generando a su vez mas desunión y desacuerdo entre partidarios de una u
otra opinión. A todo esto y, obviamente
nada es librado al azar, en medio de un clima electoral exacerbado por campañas
de marketing, prometiendo la reducción de la inseguridad.
Cerrando este desvarío.
En un país como el nuestro, con una densidad
de población envidiable y con índices de violencia y criminalidad relativamente
bajos para una región que convive con realidades muy diferentes. Resulta muy
complejo para nosotros como individuos, entender que es un problema intrínseco,
es necesario para las estructuras de poder y se encuentra amalgamado en nuestro
ADN.
Pero lo que más
nos sorprende y, esto debido a que equivocadamente pensamos que solo hace falta
apretar algunas clavijas para resolverlo, es la incapacidad de las
instituciones para implementar una solución.
Cuando, y como en míseras 2000 palabras trato de explicar. Son estos
mismos organismos de contralor los que usan este cáncer el cual, al momento de
ubicarnos en un bando, todos estamos en contra y pretendemos erradicar.
Creo que fui muy
iluso al principio, cuando pretendía llevar a un tono optimista todo este
despropósito y palabrería.
Y que ahora, ya
casi sin espacio para seguir, arrimándome más al pesimismo, solo me atrevo a
decir que la idea de un mundo sin violencia es una utopía en discordancia total
con el Principio de razón suficiente.
Me pregunto, si
no es este imposible lo que muestran, al abrirse, las puertas de la
percepción…Pero eso es otra historia, mucho más entretenida…
Braulio Kröger.
4 comentarios:
Muy pero muy interesante chicos
"La sociedad… ¿Mi sociedad?... ¿Qué sociedad?"
Todos culpamos a "la sociedad", a "la gente", y nosotros qué somos? de otro planeta? Es como si siempre uno estuviera en un pedestal distante señalando con el dedo "al resto", desde una ubicación privilegiada, inmunes a las mediocridades y falencias que "la sociedad" o "la gente" presentan.
Alí.
No sé si es una visión tan negativa, yo diría más bien realista.
Saludos. Roberto
Interesante artículo Montevideo Etnico,
saludos desde España
José Luis.
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