En todos hay un escritor. Por más escondido que este se encuentre. Algunas veces se manifiesta y quiere ser la voz de muchas voces y la de uno mismo. Ser testigo y narrador de nuestra historia, amigo y enemigo de nuestros miedos y alegrías, tratar a la realidad como una igual, subyugar lo indomable y liberar lo oprimido. Combatir la intolerancia en una guerra sin cuartel a palabra suelta. Desafiar a nuestra propia inteligencia y re-definir las reglas en las cuales se basa nuestra ya tan reestructurada sociedad. Pero lo más importante sea, tal vez, la indescriptible sensación que nos produce, el dibujar con nuestras palabras en la imaginación de otros.

Bienvenidos.

C.A.

viernes, 1 de mayo de 2015

CATÁSTROFE EN KATMANDU. LA DESMATERIALIZACION DE RECUERDOS FELICES...

Podríamos decir que tragedias de nivel catastrófico suceden bastante a menudo, teniendo en cuenta los terremotos, inundaciones, huracanes o volcanes en erupción que inundan nuestros noticieros cada año. Mal o bien, según la sensibilidad de cada uno por los asuntos ajenos, todos nos afligimos en cierta medida por lo que le toca vivir a otro pueblo ante estas circunstancias. Algunos se ven atraídos por las llamativas imágenes que muestran un alto grado de destrucción, otros se maravillan ante un rescate de película mientras que otros tantos simplemente se entristecen por alguna imagen conmovedora que sigue a la introducción de Blanquita Rodríguez. Cada cual a su manera vive la noticia, pero para casi la totalidad de los que vivimos en esta remota república al sur de las Américas, la gran mayoría de estos eventos no representan más que algo que le pasa a la gente por algún rincón del planeta. Quizás sí lo vivimos un poco más de cerca cuando debido a algún desborde fluvial allá por el centro del país nos enteramos de algún conocido que tuvo que dejar su casa para ser evacuado.

Cuando allá por el 2011 me tocó llegar al aeropuerto internacional de Katmandú, supe de inmediato que me encontraba en un lugar especial. El edificio de la terminal aérea, más parecido a un liceo de Buceo que a un aeropuerto, nos hacía saber que el país al que habíamos llegado debido a las benditas rifas de arquitectura tenía cánones bastante diferentes a los que habíamos visto en lugares como China, Japón o Estados Unidos. Una foto cualquiera – sin importar siquiera el sexo – y el importe correspondiente alcanzaban para que en nuestros pasaportes figurara la visa que nos permitía entrar al país. Una vez fuera del aeropuerto el recorrido por las calles de la capital del Valle nepalí nos indicaba que nos encontrábamos en un lugar mágico, terrorífico para ciertos paladares de fina exigencia, hermosamente asombroso para el vasto apetito por lo desconocido de otros.

Luego del primer día de visitas a cargo de los guías contratados por aquellos temerosos de nuestra generación, para quienes el viaje en Asia era inconcebible sin un tour programado – pobres ellos con sus extremas limitaciones – yo había decidido separarme del grupo en aquél lugar de fantasía llamado Bhaktapur, en las afueras de Katmandú. Los días siguientes había podido recorrer a pie las calles capitalinas, sintiendo colarse el barro entre mis dedos y mis chancletas, visitar el templo de los monos, recorrer el centro histórico cuyos colores no diferían tanto de los barrios “comunes”. Había tenido el placer de mezclarme con su gente, de esquivar las motocicletas, probar sus comidas y ser observado por extrañados y enormes ojos negros mientras yo los observaba a ellos y tiraba abajo todos mis erróneos prejuicios previos al viaje, cuando creía ingenuamente que Nepal sería una versión reducida de India. Supe disfrutar del espectáculo que significaba la vida en sus calles, los olores, los colores, sus escolares con la alegría esculpida en sus risas, y un sinfín de individuos que sumidos en una notoria pobreza me mostraban una de las facetas de este mundo en el que vivimos, dejando en claro lo errados que estamos al limitarnos a creer mediocremente que aquello que nos rodea en nuestro entorno inmediato es el mundo, es la única opción, la única manera.
 
Me enteré del reciente terremoto al ver una foto enviada por Laurita, una de mis compañeras de viaje allá por el 2011. El estado de shock fue inevitable al ver cuatro años después que todo aquello que yo había guardado en mi mente, y que mi cámara había registrado para la posteridad estaba hecho cenizas. Instintivamente miré hacia una de las paredes de mi cuarto, donde encontré varias fotos de esos mismos lugares, pero en mi pared todo estaba en pie. El santón aún sonreía con su anaranjado traje mirando la cámara. El vendedor aún estaba sentado frente a su tienda y miraba hacia mi cámara. Aquella separación casi absurda entre dos fachadas que creaba un callejón aún dejaba pasar ese rayo de luz. Allí todo estaba como antes, pero en los noticieros no. Todo se había esfumado, y junto a ese todo, millones de personas sufrían algo inimaginable para mí, que sentado saboreando mi humeante café con leche miraba atónito todo aquello. Por un momento sentí que estaba ahí, que era mi casa la que estaba hecha cenizas, pero luego de ver varias imágenes esa sensación de mimetización con el dolor de los nepalíes fue sustituido por una profunda y egoísta sensación de pena. Súbitamente caí en la cuenta de que aquellas plazas, templos y explanadas que tanto amé se habían esfumado. Supe que la idea de volver algún día y mostrarle a Samara la plaza donde había comprado su mandala no existiría más. Supe que todo aquello que me había hecho quedar fascinado con Nepal no era más que escombros. La pena fue tan grande que quise volver el tiempo atrás, pero no pude. De repente, volví a sentirme mal por la gente, ya no por la mampostería hecha polvo. Me acordé de los comerciantes que sin ningún curso hablaban más de cinco idiomas de ser necesario para vender sus baratijas. Me acordé del comerciante macanudo que con té de por medio y unas exquisitas masas locales no solo me vendió mis camisas nepalíes sino que me halagó con una inolvidable charla de más de una hora, enterándose de mi vida y haciéndome partícipe de sus sueños fuera de Katmandú.

Hoy vuelvo a escuchar de rebote que los números de muertos aumentan, que las pérdidas materiales son incalculables, y si bien los seres humanos que allí están sufriendo o allí murieron son exactamente iguales que aquellos que sufren la fuerza de un huracán en los Estados Unidos, un profundo pesar me desgarra por dentro al saber que su situación no es la misma. Los recuerdos de mi visita no dejan de venir a mi mente, y no dejo de imaginarme a ese pueblo sin sus atracciones para los turistas, no dejo de preguntarme: ¿y ahora cómo van a hacer? ¿Cómo va a hacer Nepal si siendo un país tan pobre tenía como una de sus principales fuentes de ingresos el turismo? ¿Qué pasa ahora sin el templo de los monos? ¿Qué pasa ahora sin sus callejones y sus plazas rodeadas de pequeños templos?

Una tragedia más se suma a la lista de las estadísticas, pero en este caso se lleva además de miles de almas, la realización material de una gran parte de mis recuerdos, de los más gratos cultivados en aquél año donde abrí los ojos. El terremoto de Nepal me acerca al dolor interior por una catástrofe que tuvo lugar del otro lado del mundo, en tierras remotas y ajenas a mi sangre, mi cultura, mi día a día, pero un lugar  mágico que lucha por salir de entre los escombros de su propia historia.

14 comentarios:

Anónimo dijo...

impresionante! ya los estaba extrañando

Unknown dijo...

Gracias Ali...hace dias que estoy recordando y sintiendo una profunda tristea en mi alma...una extraña sensacion de familiaridad....he visto muchas tragedias en otros lugares donde tambien estuvimos pero esta particularmente se llevo un pedazo de mi alma...pido permiso para compartir tus palabras....gracias amigo compañero de ruta...me emocione mucho hasta las lagrimas... me llevaste a entender todo mi sufrimiento por esta noticia.. con tus palabras...a quedarnos con la alegria de ser dichosos de haber vivido olido,recorrido y conocido ese magico lugar !

Anónimo dijo...

hola. realmente conmovedora historia. tanto la que vive ese pueblo hoy como tus recuerdos y reflecciones hoy

Nati

Anónimo dijo...

respero tu estilo pero es demasiado sentimentalista para mi estilo. manejas buenos conceptos de todos modos

Mauricio Abal

Anónimo dijo...

Genial el relato...como siempre...

Anónimo dijo...

sensillamente me dejastes sin palabras. es increible que escriban tan simple pero tan profundo. aguante montevideo etnico

Anónimo dijo...

CONMOVEDOR RELATO MUY BUENO SALUDOS

Anónimo dijo...

muy muy bueno!!!

Anónimo dijo...

Estoy de acuerdo con Lorena.expresaron en palabras escritas lo que sentimos muchos.me tocó estar en nepal hace diez años y esta noticia realmente me conmovió y atravez de esto que escribieron no pude contener las lagrimas

Anónimo dijo...

Tremenda historia!

Anónimo dijo...

coincido plenamente en algo contigo Ali, y es que las sucesivas generaciones de viajeros de arquitectura tienen la lamentable actitud de permitir que el ejecutivo haga todo lo que marta les ordena, y se ponen mas del lado de la vieja que de la generacion. si no me equivoco vos viajaste con la 2004 y justo su ejecutivo era uno de los que tienen muy pocos huevos. pendejos con nada de experiencia en la vida y con problemas de autoestima. lo mismo pasó con los que viajamos con la 2005. es lamentable que un viaje tan salado como el nuestro se vea estropeado por nosotros mismos.
que decir de nepal. muy buena historia che
abrzo

Anónimo dijo...

me tocaste el alma, y las fibras más intimas de los recuerdos del viaje. muy salado

Anónimo dijo...

muchas veces por estas latitudes nos cuesta entender lo que vive la gente que pasa por esas situaciones pero de cierto modo tu experiencia alla logra acercarnos al dolor de perder algo querido, en este caso como decis, la materializacion de tus recuerdos y memorias.
sin desperdicio este articulo

Unknown dijo...

hermoso relato. estoy de acuerdo en que uno no reacciona del mismo modo en frente a todos los acontecimientos, pero a travez de tus palabras siento una necesidad de conocer nepal o al menos de haber podido conocer aquello que existió antes del desastre.
muy buen artículo