Podríamos decir que tragedias de
nivel catastrófico suceden bastante a menudo, teniendo en cuenta los
terremotos, inundaciones, huracanes o volcanes en erupción que inundan nuestros
noticieros cada año. Mal o bien, según la sensibilidad de cada uno por los
asuntos ajenos, todos nos afligimos en cierta medida por lo que le toca vivir a
otro pueblo ante estas circunstancias. Algunos se ven atraídos por las
llamativas imágenes que muestran un alto grado de destrucción, otros se
maravillan ante un rescate de película mientras que otros tantos simplemente se
entristecen por alguna imagen conmovedora que sigue a la introducción de
Blanquita Rodríguez. Cada cual a su manera vive la noticia, pero para casi la
totalidad de los que vivimos en esta remota república al sur de las Américas,
la gran mayoría de estos eventos no representan más que algo que le pasa a la
gente por algún rincón del planeta. Quizás sí lo vivimos un poco más de cerca
cuando debido a algún desborde fluvial allá por el centro del país nos enteramos
de algún conocido que tuvo que dejar su casa para ser evacuado.
Cuando allá por el 2011 me tocó
llegar al aeropuerto internacional de Katmandú, supe de inmediato que me
encontraba en un lugar especial. El edificio de la terminal aérea, más parecido
a un liceo de Buceo que a un aeropuerto, nos hacía saber que el país al que
habíamos llegado debido a las benditas rifas de arquitectura tenía cánones
bastante diferentes a los que habíamos visto en lugares como China, Japón o
Estados Unidos. Una foto cualquiera – sin importar siquiera el sexo – y el
importe correspondiente alcanzaban para que en nuestros pasaportes figurara la
visa que nos permitía entrar al país. Una vez fuera del aeropuerto el recorrido
por las calles de la capital del Valle nepalí nos indicaba que nos
encontrábamos en un lugar mágico, terrorífico para ciertos paladares de fina
exigencia, hermosamente asombroso para el vasto apetito por lo desconocido de
otros.
Luego del primer día de visitas a
cargo de los guías contratados por aquellos temerosos de nuestra generación,
para quienes el viaje en Asia era inconcebible sin un tour programado – pobres
ellos con sus extremas limitaciones – yo había decidido separarme del grupo en
aquél lugar de fantasía llamado Bhaktapur, en las afueras de Katmandú. Los días
siguientes había podido recorrer a pie las calles capitalinas, sintiendo
colarse el barro entre mis dedos y mis chancletas, visitar el templo de los
monos, recorrer el centro histórico cuyos colores no diferían tanto de los
barrios “comunes”. Había tenido el placer de mezclarme con su gente, de
esquivar las motocicletas, probar sus comidas y ser observado por extrañados y
enormes ojos negros mientras yo los observaba a ellos y tiraba abajo todos mis
erróneos prejuicios previos al viaje, cuando creía ingenuamente que Nepal sería
una versión reducida de India. Supe disfrutar del espectáculo que significaba
la vida en sus calles, los olores, los colores, sus escolares con la alegría
esculpida en sus risas, y un sinfín de individuos que sumidos en una notoria
pobreza me mostraban una de las facetas de este mundo en el que vivimos,
dejando en claro lo errados que estamos al limitarnos a creer mediocremente que
aquello que nos rodea en nuestro entorno inmediato es el mundo, es la única
opción, la única manera.
Me enteré del reciente terremoto
al ver una foto enviada por Laurita, una de mis compañeras de viaje allá por el
2011. El estado de shock fue inevitable al ver cuatro años después que todo
aquello que yo había guardado en mi mente, y que mi cámara había registrado
para la posteridad estaba hecho cenizas. Instintivamente miré hacia una de las
paredes de mi cuarto, donde encontré varias fotos de esos mismos lugares, pero
en mi pared todo estaba en pie. El santón aún sonreía con su anaranjado traje mirando
la cámara. El vendedor aún estaba sentado frente a su tienda y miraba hacia mi
cámara. Aquella separación casi absurda entre dos fachadas que creaba un
callejón aún dejaba pasar ese rayo de luz. Allí todo estaba como antes, pero en
los noticieros no. Todo se había esfumado, y junto a ese todo, millones de
personas sufrían algo inimaginable para mí, que sentado saboreando mi humeante
café con leche miraba atónito todo aquello. Por un momento sentí que estaba
ahí, que era mi casa la que estaba hecha cenizas, pero luego de ver varias
imágenes esa sensación de mimetización con el dolor de los nepalíes fue
sustituido por una profunda y egoísta sensación de pena. Súbitamente caí en la
cuenta de que aquellas plazas, templos y explanadas que tanto amé se habían
esfumado. Supe que la idea de volver algún día y mostrarle a Samara la plaza
donde había comprado su mandala no existiría más. Supe que todo aquello que me
había hecho quedar fascinado con Nepal no era más que escombros. La pena fue
tan grande que quise volver el tiempo atrás, pero no pude. De repente, volví a
sentirme mal por la gente, ya no por la mampostería hecha polvo. Me acordé de
los comerciantes que sin ningún curso hablaban más de cinco idiomas de ser
necesario para vender sus baratijas. Me acordé del comerciante macanudo que con
té de por medio y unas exquisitas masas locales no solo me vendió mis camisas
nepalíes sino que me halagó con una inolvidable charla de más de una hora,
enterándose de mi vida y haciéndome partícipe de sus sueños fuera de Katmandú.
Hoy vuelvo a escuchar de rebote
que los números de muertos aumentan, que las pérdidas materiales son
incalculables, y si bien los seres humanos que allí están sufriendo o allí
murieron son exactamente iguales que aquellos que sufren la fuerza de un
huracán en los Estados Unidos, un profundo pesar me desgarra por dentro al
saber que su situación no es la misma. Los recuerdos de mi visita no dejan de
venir a mi mente, y no dejo de imaginarme a ese pueblo sin sus atracciones para
los turistas, no dejo de preguntarme: ¿y ahora cómo van a hacer? ¿Cómo va a
hacer Nepal si siendo un país tan pobre tenía como una de sus principales
fuentes de ingresos el turismo? ¿Qué pasa ahora sin el templo de los monos? ¿Qué
pasa ahora sin sus callejones y sus plazas rodeadas de pequeños templos?
Una tragedia más se suma a la
lista de las estadísticas, pero en este caso se lleva además de miles de almas,
la realización material de una gran parte de mis recuerdos, de los más gratos
cultivados en aquél año donde abrí los ojos. El terremoto de Nepal me acerca al
dolor interior por una catástrofe que tuvo lugar del otro lado del mundo, en
tierras remotas y ajenas a mi sangre, mi cultura, mi día a día, pero un
lugar mágico que lucha por salir de
entre los escombros de su propia historia.
14 comentarios:
impresionante! ya los estaba extrañando
Gracias Ali...hace dias que estoy recordando y sintiendo una profunda tristea en mi alma...una extraña sensacion de familiaridad....he visto muchas tragedias en otros lugares donde tambien estuvimos pero esta particularmente se llevo un pedazo de mi alma...pido permiso para compartir tus palabras....gracias amigo compañero de ruta...me emocione mucho hasta las lagrimas... me llevaste a entender todo mi sufrimiento por esta noticia.. con tus palabras...a quedarnos con la alegria de ser dichosos de haber vivido olido,recorrido y conocido ese magico lugar !
hola. realmente conmovedora historia. tanto la que vive ese pueblo hoy como tus recuerdos y reflecciones hoy
Nati
respero tu estilo pero es demasiado sentimentalista para mi estilo. manejas buenos conceptos de todos modos
Mauricio Abal
Genial el relato...como siempre...
sensillamente me dejastes sin palabras. es increible que escriban tan simple pero tan profundo. aguante montevideo etnico
CONMOVEDOR RELATO MUY BUENO SALUDOS
muy muy bueno!!!
Estoy de acuerdo con Lorena.expresaron en palabras escritas lo que sentimos muchos.me tocó estar en nepal hace diez años y esta noticia realmente me conmovió y atravez de esto que escribieron no pude contener las lagrimas
Tremenda historia!
coincido plenamente en algo contigo Ali, y es que las sucesivas generaciones de viajeros de arquitectura tienen la lamentable actitud de permitir que el ejecutivo haga todo lo que marta les ordena, y se ponen mas del lado de la vieja que de la generacion. si no me equivoco vos viajaste con la 2004 y justo su ejecutivo era uno de los que tienen muy pocos huevos. pendejos con nada de experiencia en la vida y con problemas de autoestima. lo mismo pasó con los que viajamos con la 2005. es lamentable que un viaje tan salado como el nuestro se vea estropeado por nosotros mismos.
que decir de nepal. muy buena historia che
abrzo
me tocaste el alma, y las fibras más intimas de los recuerdos del viaje. muy salado
muchas veces por estas latitudes nos cuesta entender lo que vive la gente que pasa por esas situaciones pero de cierto modo tu experiencia alla logra acercarnos al dolor de perder algo querido, en este caso como decis, la materializacion de tus recuerdos y memorias.
sin desperdicio este articulo
hermoso relato. estoy de acuerdo en que uno no reacciona del mismo modo en frente a todos los acontecimientos, pero a travez de tus palabras siento una necesidad de conocer nepal o al menos de haber podido conocer aquello que existió antes del desastre.
muy buen artículo
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