En todos hay un escritor. Por más escondido que este se encuentre. Algunas veces se manifiesta y quiere ser la voz de muchas voces y la de uno mismo. Ser testigo y narrador de nuestra historia, amigo y enemigo de nuestros miedos y alegrías, tratar a la realidad como una igual, subyugar lo indomable y liberar lo oprimido. Combatir la intolerancia en una guerra sin cuartel a palabra suelta. Desafiar a nuestra propia inteligencia y re-definir las reglas en las cuales se basa nuestra ya tan reestructurada sociedad. Pero lo más importante sea, tal vez, la indescriptible sensación que nos produce, el dibujar con nuestras palabras en la imaginación de otros.

Bienvenidos.

C.A.

jueves, 28 de abril de 2016

Liberacion

Ayer, en la oscuridad de una tarde de abril, con el viento sur soplando inclemente, recordándonos como el invierno nunca se va, ese hijo de puta solo descansa un rato; ayer, me cruce con “el flaco”.

Venía de procurar substancias, de golpear el portón de madera  alto y torcido, por los cientos de colgados que justamente ensayan el trapecio de la colgadera en el, esperando escapes o re-encuentros violentos, por gramo. La boca del barrio pública y secreta, por nadie desapercibida.
Colocado ya, daba trancazos, como esos pasitos de muestra que tiran los caballos de desfile. El frío nos obligaba a tensar la cara, a él, aún más.
Nuestras vidas nunca se atravesaron lo suficiente, fui amigo de sus hermanos, mayores que yo, pero el en realidad curtía otro grupo de gente…nunca supe bien cual, y ocasionalmente entraba y salía en nuestras jodas y reuniones. La misma vida que se encargó de ubicarnos a 3 casas de distancia, convirtiéndonos a su familia y la mía en vecinos hasta que la muerte y las mudanzas nos separen.
Buena gente, de esa que vale la pena encontrar. Esos seres que nos dan el estúpido aliciente de que aún existe gente amable, con pertenencia, nuestra.  Esos que paran en un diluvio y te llevan a tu casa si te encuentran por ahí, los mismos que te abren los ojos para que las porquerías que decidís meterte por algún lado del cuerpo, no sean tan dañinas…o solo te hagan el daño por el cual pagas.
Aquellos que todos los 24 y 31 de noche salís a saludar y te transmiten esa felicidad embustera pero que sirve.  Entre gritos, borracheras perdonables y bombazos violentos que se llevan algún dedo al centro nacional de quemados.
“El flaco” y yo, estábamos muy lejos de esos momentos felices y los dos lo sabíamos, creo que hasta el clima repugnante de este otoño no quería ser menos y como buen sorete acompañaba.
Abrazo y saludos, dieron paso a los apuntes necesarios de esta vida…solo que de su parte, en el boletín de noticias de hoy, había un headline pesado, crónica roja de la linda. El viento redoblo esfuerzos y las luces de la calle más hecha mierda de toda la costa de oro no querían prender.
-Murió El Elbio, mi viejo se pelo….menos mal…es decir una cagada, pero también nos liberó a todos…si, pensé que sabias…en julio va a ser un año ya…
El Elbio…muerto hace casi un año, a 3 puertas de la mía…
Cuando en nuestras vidas no teníamos en claro si la droga o el ejercicio eran más divertidos uno que el otro. Elbio chapaba la bici y nos acompañaba a correr por el balneario, nos daba charla, de esa que no requería respuesta, mientras controlábamos la respiración a paso redoblado.
Por las noches, le robaba a mi vieja algunas hojas de un árbol que le hacía bien para la presión de la vista.
Tiraba ocurrencias como una ametralladora de anécdotas y risas… y si, seguramente, tendría cadáveres hediondos en su ropero, como todos nosotros, y lejos de ser una eulogy, post mortem de un réquiem con casi un año de fecha de expiración, esto es una reflexión de mierda. De como todo cambia y nos estamos muriendo de a poco, como Elbio, cerca de mucho y lejos de todo.
“El flaco” siguió su rumbo, de costado, duro y encajado…y yo también sin dureza ni encaje.

 Y ahí me pego, en el pecho, fuerte, junto a mi estaba, estuvo, en todo momento, mi hijo de 11 años, en esa noche, en ese encuentro. 
Lo mire, y apretaba la boca por el frío mientras caminábamos…me di cuenta que alguna vez, en alguna calle, en algún encuentro…también le contara a alguien de su liberación… 

Braulio K. 

miércoles, 6 de abril de 2016

ELLA


Cuando sonó el despertador a las seis y media de la mañana, ella no sabía si se estaba despertando de la siesta que nunca pudo dormir el día anterior, o si efectivamente le tocaba volver a empezar un nuevo día. El hecho de pensar que tenía que cumplir un día más de nueve horas en ese laburo repugnante la hizo volver a cerrar los ojos para esconderse tras la lagaña matutina y prometerse esos merecidos “cinco minutos más”. El problema fue cuando esos cinco minutos se convirtieron en treinta y cinco, y no pudo ni desayunar ni darse esa ducha salvadora en una fría mañana de Julio. Cuando se despertó de nuevo, tuvo un vago recuerdo de una vieja amiga. No sabía por qué había soñado con ella, pero tampoco se esforzó en intentar entenderlo. Al fin y al cabo había sido solamente un sueño, un sueño sobre una amiga que había abandonado el viaje de sus sueños por la mitad para volver a Montevideo para concursar por un cargo público. En aquél entonces, ella no había entendido a su amiga, el cómo había abandonado un viaje soñado por el solo hecho de lograr un puesto en una oficina pública, el cual finalmente no consiguió.


Abrigada hasta la manija, sus músculos titilaron un buen rato por el frío antes de que llegara el bendito ómnibus que le servía, pero para su sorpresa la lata de sardinas tugurizada no se detuvo y ella supo enseguida que llegaría tarde a su destino. Habría que fumarse la cara de orto de la jefa y una posible sanción. Fue al rato que pudo por fin subirse a otro ómnibus capitalino, no sin antes ver cómo el veterano y el pibito que esperaban con ella se colaban a prepo para subir al bondi, dejándola prácticamente aplastada entre el culo de un gordo y la barra metálica de donde se sostenía. Anduvo a los ponchazos, intentando no morir asfixiada y que sus pertenencias no estorbaran el paso, y mientras el chofer hacía su recorrido, ella pudo ir avanzando de a poco por el pasillo. Llegó un punto de no retorno, y ella quedó estancada en el medio del pasillo. Su espalda daba contra la de la señora de las bolsas. Su brazo derecho se pegaba tanto como podía a su propio cuerpo, aguantando al flaco de cuyos auriculares se emitía el más horrendo sonido, ese que los progresistas de la música llaman “música divertida”. Su flanco izquierdo estaba bloqueado por el tipo que se le había colado antes y que ahora cabeceaba de sueño mientras poco a poco se le caía encima. El abundante vapor producido por las decenas de viajeros se acumulaba contra los vidrios de las ventanas, las cuales saturadas ante tanta humedad no hacían más que condensar el vapor, produciendo así continuas gotas que se deslizaban presas de la gravedad. Ella se percató de que se le dificultaba cada vez más respirar, pues no solo desde hacía rato emanaba un olor nauseabundo desde algún rincón oculto de algún compañero de viaje, sino que además las condensadas ventanas cerradas a tope no permitían el más mínimo ingreso de aire, dejando toda posible renovación a la bajada o subida de algún nuevo pasajero.


- Disculpe señora, ¿podría abrir un poco la ventana por favor?
La vieja coqueta, de robusto tapado símil-pelo de zorro sudafricano y redondas y brillantes perlas falsas colgando de sus orejas, dejó entrever sus dientes pintados con un furioso lápiz labial rojo mientras respondió con una simple cara de desprecio, pero sin emitir palabra alguna.
- ¿Señora? Disculpe, ¿podría abrir un poco la ventana?
- Ay que barbaridad. ¿Vos querés que nos muramos de frío mijita? Yo no pienso abrir ninguna ventana.
- Entiendo señora – dijo ella un tanto decepcionada y sofocada por la falta de aire limpio – pero entienda usted que un poco de aire es necesario. Fíjese que están todas las ventanas del ómnibus cerradas.
- Esta chica quiere que nos congelemos todos – dijo la vieja a otra del mismo porte que se sentaba junto a ella.
El calor que hacía dentro del vehículo aumentó exponencialmente en cuestión de segundos, o al menos así lo sintió ella, quien no pudo contener su ira.
- Señora, si va a decir algo dígamelo a mí en la cara, no tiene por qué involucrar a otra gente. Le estoy pidiendo amablemente que abra un poco la ventana, nadie se va a morir de frío, es una cuestión de ventilación higiénica, un mínimo de aire para sacar este vaho espantoso que hay acá adentro. ¿Me hace el favor?
Pero la vieja no abrió la ventana. Fue ahí que ante la creciente atención de algunos pocos de los ocasionales compañeros de viaje – la gran mayoría de los que estaban sentados se encontraban sumidos en una profunda hipnosis, con sus cuellos torcidos hacia abajo, y las miradas fijas en un elemento rectangular que les succionaba el cerebro –, una muchacha que acababa de despertar un asiento más adelante que la vieja de dientes pintados abrió su ventana de par en par.

Una sensual bocanada de humo le siguió a la profunda y estresada pitada a su cigarrillo cuando sonó su celular. El ringtone la distrajo de sus pensamientos, que consistían en todo el daño que le haría a su jefa, esa gorda hija de puta que de laburo poco sabía, pero que ganaba tres veces más que ella. Había estado pensando en todo lo que le diría el día que consiguiera otro laburo, a esa soreta que estaba ahí por el simple hecho de ser la mejor amiga de la gerente de la empresa, que a su vez estaba ahí porque le soplaba la quena al dueño que vivía en Argentina. Todo era acomodo, y eso que se trataba de una empresa privada. Poco valía conocer el oficio, esforzarse, hacer las cosas bien y romperse el lomo. Mientras pensaba en todo eso, exhaló los últimos soplos de humo que quedaban en su boca y atendió el teléfono. Su cara se fue transformando. La expresión de desinterés se fue convirtiendo en sorpresa, para dar paso a la incredulidad y culminar en algarabía. Tiró el pucho a la mierda, para sumar su colilla a los centenares que decoraban la vereda. Con paso apurado y entreverado entró al edificio y fue hacia su oficina, pero primero decidió parar en el baño. Entró, se miró al espejo y contempló su propia sorpresa, su propia alegría. Por fin podría incluirse a ella misma en esa masa de gente privilegiada que cobrará un sueldo seguro hasta el fin de sus días laborales, independientemente de lo que hiciera o dejara de hacer. No le costó nada sentirse parte de esa masa humana que controla los destinos de sus compatriotas y que puede disponer del tiempo, dinero y esfuerzo de los otros ciudadanos por el simple hecho de estar del otro lado del mostrador y tener su puesto asegurado. Se prometió a ella misma no caer en esa, en no ser un típico empleado del Estado, una conformista más. Mientras hacía malabares para que sus piernas y zona púbica no entraran en contacto con el inodoro donde hacía sus necesidades, se dijo a sí misma que ella no dejaría que se cometieran injusticias, que no se pasaría la tarde comiendo masitas mientras montañas de expedientes se acumularían durante meses en un cajón esperando un simple sello. Se dijo a sí misma que se ganaría su sueldo, que trabajaría por ello, pero toda la lógica se esfumó cuando terminó de limpiarse con el papel higiénico que llevaba siempre en su bolsillo y no pudo más de alegría, de una extraña sensación de tranquilidad hacia el futuro.

Cuando su jefa la vio venir por el pasillo notó algo distinto en su cara. Ella caminaba más firme, con más seguridad, y el desprecio en su mirada se veía distinto al de todos los días. La jefa la miró por un instante y luego bajó la mirada, simulando seguir con sus deberes mientras intentaba no perder una vida más en el Candy crush. Ella caminó con paso firme, mirando a sus colegas por encima del hombro y tratando de disimular esa inevitable sonrisa que se le escapaba entre los labios, en su mirada, en sus gestos. Todos la notaron distinta y ella lo sabía, en el fondo ella quería que así fuera. Cuando por fin llegó al escritorio de la gorda apoyó sus manos sobre sus papeles, lo cual hizo reaccionar a su oponente, quien subió su prepotente mirada, la miró con el mismo desprecio de siempre y le ordenó que sacara sus manos del escritorio. Ella, complacida se balanceó un poco más sobre el escritorio, dejando ver los tesoros escondidos en su escote hasta que acercándose más y más se frenó justó cuando su boca quedó a milímetros de la de su jefa, la punta de su nariz tocó la de ella y sus ojos vieron el sorpresivo pánico en los de quien estaba en frente.
- Renuncio, gorda mal cojida. Vos y toda esta empresa de mierda se pueden morir. Sos tan inútil que solamente podés trabajar acá porque tu amiga le chupa la pija al viejo argentino ese.
Totalmente estupefacta, la ya ex jefa quedó completamente paralizada. Ante la incrédula mirada de todos y observando la terrible expresión de la gorda, ella culminó su acto dándole un fuerte beso en la boca y concluyó:
- Ya nos vamos a cruzar cuando tengas que hacer algún trámite.

Estaba claramente complacida, con el dulce sabor de la venganza en su boca, habiendo hecho lo que tenía que hacer y dejando esa puta empresa de una vez, mientras sabía que una eterna vida de empleada pública le permitiría leer todos esos libros atrasados – en horario de trabajo – y no tener que preocuparse jamás por perder el puesto. Estando aún adentro, sacó su cajilla de cigarrillos del bolsillo, se colocó uno entre los labios y lo dejó colgando ahí por unos segundos, mientras miraba a los costados con su expresión de gloria. Giró la rosca del encendedor con su pulgar izquierdo, inclinó levemente su cabeza hacia un costado y exhaló brevemente hasta ver el fuego en la punta de su cigarrillo. Mirando sutilmente hacia atrás por encima de su hombro abrió la puerta, dio un paso a la calle aún con el cigarrillo en sus labios y salió de la oficina dejando que la puerta se cerrara, y se fue con una sonrisa triunfal.

sábado, 30 de enero de 2016

LA HIGUERA

 Quizás sea mejor así.
Cuando una imagen borrosa en la memoria es tan clara que se vislumbra como un conjunto difuso, que se derrumba al tratar uno de detallarlo y volverlo tangible, es porque ese recuerdo se ha ganado el privilegio de estar en un lugar muy especial de tu mente, pero sobre todo se ha refugiado en un rincón inalcanzable de tu ser, de la jaula que contiene aquellas imágenes o momentos más preciados que conservarás como mínimo hasta ese momento en que tu corazón deje de latir, tu cerebro interrumpa su actividad y tu cuerpo pase a ser un simple trozo de carne y huesos.

Cuando abrí los ojos a las ocho de la mañana, me dije a mí mismo que este sería un día productivo. Hora temprana para levantarse un domingo, pero a pesar del sueño me dispuse a desayunar y aprontarme para cortar el pasto. Corrí la manguera que serpenteaba por todo el césped, saqué el alargue, la máquina y me puse a trabajar. Pocos minutos después de haber comenzado mi tarea mis pulmones se inundaron con ese inconfundible olor a pasto recién cortado y yo continué mi labor disfrutando de esos frescos aromas como si fuera la primera vez que los olía. Unos cuántos minutos después, luego de lavar el auto aproveché para regar un poco algunas plantas y árboles. Fue cuando la manguera alcanzó la pequeña higuera que mi cuerpo entero se estremeció. Pocas cosas lo trasladan a uno a un momento dado, una época determinada como lo hace un perfume, un aroma a random elemento.

Al mantener la mirada fija en un punto cualquiera y acudir a esa pequeña jaula con tanto contenido, puedo aún ver con claridad aquella casa, y el recuerdo es tan intenso y tan claro que si intento describirla en detalle se desarma como un castillo de arena que es víctima de la creciente marítima.
Ubicada en el barrio de “Teherán no” (Nuevo Teherán), la casa de los Abbasi fue el escenario de la mayor parte de los recuerdos que conservo de mi niñez en Irán. Puedo verme aún correr con mis pantalones cortos, descalzo sobre las alfombras persas, debajo de las cuales siempre se encontraba algún billete dejado por mi abuela, quien utilizaba los rincones de los valiosos tapizados como alcancía. Puedo saborear la crema acumulada en las tapas de las botellas de leche, por las cuales nos peleábamos con mi hermana cuando mamá venía de hacer los mandados. En aquella época, en plena guerra entre Irán e Irak, la vida de nadie era fácil. Largas colas podían terminar en frustración cuando los productos podían no alcanzar para todos los que esperaban por ellos. La compra de la mayoría de los productos de primera necesidad estaba controlada, debido a la escasez que imponían ocho años de hostilidades entre Occidente (representado por Saddam Hussein que en ese entonces era bueno) y el Irán de los recientemente victoriosos Ayatolláh. Cada familia disponía de ciertos cupones para comprar leche, aceite, queso y otros productos, por lo que tener una tapita con crema más que tu hermana significaba mucho, más allá de que al final termináramos repartiendo todo por partes iguales. Puedo recordar la magnífica sensación de despertarse un viernes por el maravilloso perfume del cardamomo que inundaba todo el cuarto, sabiendo que mamá y papá estarían en casa. La mayoría de las veces también estarían mis hermanas más grandes, y todos juntos desayunaríamos pan – lavash, sangak o barbari –, exquisitas mermeladas caseras con manteca o crema doble, obviamente acompañados de un exquisito chai con semillas de cardamomo preparado por mi abuela.

La casa de los Abbasi era grande y espaciosa, o al menos así quedó la imagen en mi jaula o caja de recuerdos; si de verdad lo era no lo sé. Seguramente mi tamaño de entonces tenga que ver con la escala con que miraba todo elemento, por lo que deduzco que su tamaño real debe haber sido bastante más reducido que aquello que atesoro en mis memorias, ¿pero a quién le importa?
Allí pasé los años de memoria que tengo en Irán. Pasábamos bastante  tiempo dentro de la casa, sobre todo en invierno, pero sin dudas EL lugar donde transcurría la mayor parte del tiempo de aquellos años era el patio, o en su defecto la calle. La calle donde estaba la casa tenía un ingreso por uno de sus extremos, pero estaba cerrada en el otro, lo cual garantizaba que quienes por allí circulaban fueran del barrio, más bien de esa calle. Esto era una excusa perfecta para que durante las tardes, la totalidad del ancho asfaltado pasara a ser nuestra cancha de fútbol, y en otras ocasiones el largo se convirtiera en una pista de carreras de bicicletas. Allí pasábamos horas, tardes enteras pateando pelotas y yéndolas a buscar a las canaletas antes de que el agua que por ellas corría se la llevara demasiado lejos. Jugábamos hasta que nuestros padres llegaban de trabajar y nosotros corríamos a contarles las aventuras del día antes de la cena.
Pero más allá de la calle, el patio tenía su magia, la magia de la casa. En un rincón había una pequeña construcción de un piso, aislada del bloque principal que era de varias plantas – nosotros vivíamos en este último –. Aquella pequeña construcción era todo lo que se necesitaba para darle emoción a la vida de un niño chico, como lo era yo. El señor Abbasi, veterano de esos entrañables, culto, amable, con sus seis idiomas y sabiduría, tenía allí su oficina, por lo que ese era claramente el rincón prohibido para los niños. Cuando el señor Abbasi dejaba entreabiertas las persianas, nosotros podíamos pegarnos contra el vidrio y chusmear lo que había adentro. Claramente había muchos libros, de lomos muy viejos y gordos, que a mí no me servían porque aún no sabía leer, pero me fascinaba la sola idea de saber todo lo que había en cada uno de ellos. También había toda una serie de elementos de escritorio y de trabajo, una máquina de escribir, todo tipo de lápices y plumas, pero lo que más nos llamaba la atención era el enorme globo terráqueo – nuevamente, relativizar el tamaño del elemento en base a mi tamaño en aquella época –.
En el extremo del patio que daba contra la calle, un enorme árbol de moras blancas era el deleite nuestro y de muchos vecinos, pues no solo el suelo se llenaba de sus frutos dentro de la casa, sino que además el árbol desbordaba generosamente a la calle, por lo que permanentemente se veía a alguno de los pibes que jugaban al fútbol conmigo trepados del muro degustando las exquisiteces del árbol.
La entrada estaba entubada por una hermosa parra. Al abrir los portones de la calle, el acceso se daba bajo la sombra de la parra, la cual nos deleitaba con sus uvas. Siendo parte de la dieta de los iraníes las “golosinas ácidas”, la parra nos proporcionaba exquisitas uvas verdes, parte de las cuales recolectábamos cuando estaban aún ácidas, y dejábamos otra parte para cuando alcanzaban la madurez y en vez de hacernos fruncir la boca y cerrar un ojo como un guiño, nos empalagaban la tarde con todo su jugo dulzón.
Ya avanzado el patio, cerca de las casas, había dos árboles de caqui para darle el toque naranja, distinto y llenarse de pájaros cuando sus frutos alcanzaban el estado óptimo. En el cantero donde estaban los caquis fue a esconderse en un invierno mi tortuga: Laki. A la pobre desgraciada la fuimos a encontrar cuando el hijo del vecino intentaba remover la tierra para plantar cuando según él había encontrado una piedra, por lo que no paraba de darle con el pico. Resultó ser que la piedra era el caparazón de Laki quien estaba hibernando. Su caparazón quedó un poco herido, pero se pudo recuperar.
El patio carecía de césped, y estaba prácticamente en su totalidad recubierto de un pavimento pétreo de color claro, el cual en esa imagen claramente difusa de mi mente aparece como una tonalidad beige. En el centro, la protagonista era  la enorme higuera. No sé cuántos años tendría la misma, pero puedo jurar que su enorme tamaño no es fruto de mi diminuta escala de entonces con respecto al mundo, sino que era enorme de verdad. La higuera no solo nos daba higos, sino que su prominente sombra era el refugio de los calurosos y secos días de verano en Irán.

Cuando regué la higuera, me percaté de sus diminutos higos, aún verdes, en ese árbol que es aún tan indefenso enfrente de mi casa, en Shangrilá. Pero a pesar de su pequeñez, al mojarse, las hojas de la higuera desprendieron un perfume que me trasladó en el tiempo. Instintivamente cerré los ojos, y la jaula se abrió. El baúl de mis recuerdos se desbordó y dejó escapar uno de sus más exquisitos recuerdos. Allí estaba yo, con cinco o seis años, en calzoncillos en aquél sofocante día de verano. Mi abuela me había hecho el almuerzo, y yo me había portado bien pues me lo había comido todo. Dentro de la casa, los ventiladores no daban abasto y afuera el inclemente sol incineraba todo lo que se expusiera ante él sin piedad. Fue entonces que escuché el inconfundible silbido que venía de las escaleras que comunicaban mi casa con la de arriba. Ese silbido no era otro que el llamado que teníamos con mi amigo Sayeed, nieto del sr y la sra Abbasi. Le pregunté a mi abuela si podía salir a jugar con Sayeed y me dijo que mientras no estuviéramos al sol no había problema. Abrí la puerta, aún en calzones y vi que Sayeed también estaba casi desnudo. Cuando le dije que me estaba muriendo de calor y que mi abuela no nos dejaría salir a jugar al sol, me contó de su fantástica idea. Convencimos a Aziz – mi abuela – y salimos al patio, desenrollamos la larga manguera que usaba la sra Abbasi para regar y la estiramos todo lo que pudimos hasta la higuera. Mi abuela no entendía porque simplemente no nos mojábamos con la manguera, pero de todos modos nos ayudó a llevar acabo nuestra idea.
Primero se paró Sayeed bajo las hojas de la higuera gigante y el agua salió furiosa de la manguera. Yo procedí a poner mi dedo pulgar frente a la boca de la manguera para aumentar la fuerza del chorro. Al principio le apunté a Sayeed, quien protestó por lo que cambiamos de lugar. Entonces yo me paré bajó la higuera y él tomó la manguera, pero en vez de apuntarme a mí levantó el chorro todo lo que pudo, algunos metros por encima de mi cabeza. El agua fría, atraída por la fuerza de gravedad comenzó a caer, pero para alcanzarme a mí tuvo que pasar por el abundante follaje del bendito árbol. Entonces, para cuando las primeras gotas me alcanzaron, un aroma a higo había inundado el patio, y lejos de estar bajo un chorro de agua, yo sentía una a una las gotas caer, en forma de lluvia difusa. El efecto fue mágico, las risas de goce instantáneas e imparables, y encontramos un modo de refrescarnos y pasar el tiempo en aquellas cálidas tardes de verano, muy lejos  en tiempo y locación de la pequeña higuera que se encuentra en la ciudad de la costa. Cuando abrí los ojos noté que mi vista estaba parcialmente nublada, no porque aún estuviera apreciando una imagen guardada en mi memoria, sino por las lágrimas que tenía acumuladas.

Pocos años luego de nuestra partida de Irán, me llegó la noticia de que Sayeed se había ido. Ya no estaba bajo la higuera en el calor del verano, sino en un complejo de aguas termales en pleno invierno. Sayeed se zambulló de golpe en la piscina de agua caliente, y el contraste de las bajas temperaturas del invierno iraní le pasó factura con un infarto instantáneo. Según nos llegó la noticia en aquél año donde yo cursaba cuarto de escuela, para cuando llegó la ambulancia Sayeed ya estaba bajo una higuera mucho más grande, sintiendo caer sobre su rostro las cristalinas gotas de agua que se paseaban por las hojas de otra árbol, en otro plano.

Desde mi venida a Uruguay, una de mis mayores añoranzas fue siempre poder volver aunque sea una vez más a la casa de los Abbasi. Al pasar los años supe que daría cualquier cosa por poder volver una sola vez y abrir aquél portón, ya de grande, ya con más conciencia de lo que mis ojos verían y mi memoria guardaría. Asumiendo el riesgo que implicaba des idealizar aquél lugar mágico, soñaba con pasar por debajo de la parra, saborear una mora blanca, pasar por aquél estar donde había crecido, ver si aún estaba en aquél cuarto el globo terráqueo del sr Abbasi y por qué no, comerme un higo de aquella higuera gigante. Claro, no me atrevería a estar nuevamente en calzones bajo las hojas de la higuera. De todos modos tampoco estaría Sayeed para empujar el agua de la manguera con todas sus fuerzas hacia arriba, pero quizás pudiera aún escuchar el eco de los silbidos. Esa fue mi obsesión durante años, mi sueño, mi anhelo, pero el tiempo pasó. Estando del otro lado del mundo me enteré de que el Sr Abbasi se había ido con Sayeed, y que la sra Abbasi también estaba en el mismo viaje. Poco a poco las imágenes de los recuerdos se fueron haciendo más difusas, más idealizadas, más profundas, pero un atisbo de esperanza mantuvo la llama encendida por un tiempo. Me imaginaba a mí mismo llegando a la casa, rompiendo en un desconsolado llanto, recordando mi niñez, mis amigos, Sayeed, los Abbasi… Con el pasar del tiempo mis posibilidades de volver a Irán se volvieron más remotas, y a su vez Teherán se sumergió en un fenómeno de expansión territorial y demográfica sin precedentes. El negocio de las torres y los rascacielos repuntó como nunca y los barrios crecieron en cantidad de habitantes, pero decayeron en calidad. Las calles dejaron de ser canchas de fútbol y pistas de carreras de bicicletas. Los escenarios de los recuerdos de mi generación fueron hechos añicos bajo la feroz especulación inmobiliaria.


Cuando abrí los ojos bajo el perfume de la pequeña higuera de mi casa de Shangrilá, supe una vez más que de la única forma que puedo volver a la casa de los Abbasi es cerrando los ojos, apretando el pecho y acudiendo a aquella jaula sumergida en un rincón de mí ser, uno que se creó hace más de dos décadas. Quise descreerlo por un momento. Por un instante me vino nuevamente la ilusión de volver, de estar, de ir corriendo a abrir la puerta y llorar tranquilo, pero luego recordé que hoy la higuera no está más, pues en su lugar se yergue una torre de acero y cemento.

viernes, 15 de enero de 2016

Fiestas electrónicas, inmigrantes y nacionalismo...






 “[…] it might rely heavily on electronics, tapes, I can kind of envision maybe one person with a lot of machines, tapes, and electronics set up, singing or speaking and using machines.”
Jim Douglas Morrison 1969.






Intro I

Otra vez, en aeropuertos. En los lugares que no lo son.  Parafraseando al gran Ali Haghjou. Miles de personas van, vienen. Algunos sin darse cuenta. Empacados en asientos, hoy, para seguramente no verse nunca más.
En esta era, como nunca antes, sumidos en nuestras tablets, fonos inteligentes, ajenos. Alejados de esa proximidad forzada.
Esta vez, en lo personal, es muy distinto y, sin embargo, se siente tan igual.
Paso por controles, ridículos. Guardias que celosamente vigilan las entradas de una Europa que se pregunta si debería cerrar sus fronteras a los millones de refugiados que en una especie de ola, llega…tarde o temprano, como uno prefiera, desde el plano histórico, pero, esperable. Tenía que suceder, el efecto boomerang, la contramarcha que comenzó con las invasiones indoeuropeas. El saqueo de imperios, colonialismo, neocons, globalización y demás mecanismos de expansión económica agresiva, terrorista y terrorífica.
Entonces, aparece la prensa. Imprime, colorea, divulga, informa, crea y desvía el foco de la verdadera causa. Los nombra, les asigna nomenclaturas, salidas de cabezas que querían comunicar y encontraron marketing, en un mercado que hace marketing con la información.
Primera vez en Europa, menos tirante que USA, menos águilas, menos paranoia. Esta vez en un rol corporativo, legítimo, pero como siempre al mismo ritmo. Cinco ciudades, cinco aeropuertos…24 horas. Mi cabeza no aceleraba a esta velocidad hace ya un buen tiempo. Me hace bien, me hace mal. Encuentro que los años, de verdad, desgastan.
En Paris, salí a dar unas vueltas,  es otoño. Nunca antes en mi vida, vi una ciudad que en esa repugnante y putrefacta estación del año, me regalara tanto deleite visual, latente en cada color, maravillosa, en su atmosfera decadente, el aroma del aire, el sol, cobrizo, apenas tibio…con razón.
Entonces, otra vez entre aeropuertos. Percibiendo un clima duro, de memorias cortas, de pueblos pidiendo a gritos mano dura, soluciones prontas y finales, nacionalismo, marchas de orgullo y desprecio…veremos, donde nos lleva.

2 de Noviembre 2015. En algún lugar del cielo entre Francia y Alemania.
                                                                    ***
Intro II

Cracovia 6 de noviembre 2015


Sentado en el living de los departamentos ejecutivos en donde me alojo, tengo una visión bastante limitada de mis alrededores. El clima tampoco invita a abrir las ventanas y sentarse a respirar un aire que generalmente excede las medidas permitidas de smog. Un cementerio de botellas de vino y vodka se apila en la cocina…es una de las maneras para combatir este clima…el alcohol.
Cracovia es una ciudad relativamente pequeña, encajada en la historia, respira historia. Reciente, antigua y todo lo que queda en el medio. Guerras, ocupaciones, guerras, sitios, guerras…horrores y un montón de iglesias, demasiadas…y más guerras.
Toda esa información se puede encontrar fácilmente, poniendo en el  buscador “Cracovia”
Y me encantaría explayarme otras 1000 palabras en dar una breve reseña pero me parece de una inutilidad feroz. Supuestamente esta pieza seria de música electrónica y de cómo, y esto no es noticia, se devoro a la mayoría de las otras expresiones musicales en Europa en menos de 15 años.
Lamentablemente en medio de la confección de esta historia, comenzaron a saltar y agregarse, al principio, pequeñas instancias donde, si no me sorprendían, si me llamaban la atención y, en cuestión de   2 semanas, enormes manifestaciones, con un buen número de participantes, exaltando el nacionalismo puro y la segregación en todas sus formas. Si, ellos mismos, fascismo. En una urbe donde si uno hurga apenas un poco, aun encuentra cicatrices, de guetos, heridas ahí frescas en el horizonte…y, sin remover demasiado, la era soviética asoma en estructuras y mecánicas sociales instauradas durante los últimos 40 años con generaciones que vivieron el control de los soviets y sienten un profundo desprecio por todo lo que represento para su país…Ahora, sus hijos, la generación que no experimento directamente opresión ni ocupación de derecha o izquierda y fue criada con los ecos de sus padres, aprendiendo, a través de memorias y recuentos, el retraso y abandono  en la cual Polonia estaba sumida al final de la era comunista.

Esto va más allá de defender o atacar distintas ideas político filosóficas, tan solo quiero precisar qué, y para cualquiera que tenga un leve noción de historia es algo sabido, esta nación ha sido violada, masacrada y sodomizada, por imperios, republicas, gobiernos de diestros y siniestros y, en este momento de la historia, el enemigo más inmediato y último en una larga lista, fue la dominación roja. Por obvias razones, los seres humanos nos hacemos amigos de los enemigos de nuestros enemigos…tan solo eso. No suelo explicar el porqué de mis palabras, pero últimamente me encuentro con esta necesidad, por razones que aún no son bien claras, incluso para mí mismo.
                                                                                   ***

Wrocław 7 de noviembre 2015.
Yo quería escribir sobre electrónica…
¡Bien! Noche de electrónica en Wrocław, ciudad ubicada a unos 300 km de Cracovia, como si nos quisiéramos acercar a la frontera con Alemania.
5 de los Djs más influyentes tocan en el club Bau, centro de la cuidad, 3 de ellos venían directamente desde Berlín, residentes en varios clubes de la ciudad, respetados y conocidos en la movida.
Uno de ellos, gran  amigo, nos re encontraríamos con la excusa de escribir una nota y los por menores de su proyecto musical.

Compañía de autobuses, Polsky bus…por 70 Zloty (unos 17 dólares) ticket de ida y vuelta…



¡El idioma! Algo que se me estaba escapando.
Por primera vez en mi vida me encuentro en un lugar en donde no hablo la lengua del país en que me encuentro. En el tema de comunicación no es tan grave, un 90 % de la población (porcentaje que se me acaba de ocurrir y no tengo manera de validar) habla inglés. El problema fundamental es la lectura y la interpretación de señales varias…su alfabeto incluye algunos caracteres diferentes al nuestro…frustración y complejo de inferioridad es lo que causa este revés…un simple cartel que anuncia un desvió en el recorrido del tranvía, pasa desapercibido y uno puede terminar en el lugar no deseado.
Tangentes, como siempre, no puedo prometer que sea la última.

Llego a la ciudad, relativamente más pequeña que Cracovia, se me ocurre un poco medieval, no fue casi tocada por la segunda guerra y es un goce visual.
Un taxi me lleva hasta el hotel,  y ahí nos re-encontramos con Fabio, abrazos, cuentos, risas, cena abundante en un restaurante construido sobre una fortaleza del 1300 DC…o eso me dijeron.
Más risas y cuentos, nos ponemos al día con nuestras vidas, o eso creemos. Las personas tienden a creer que el tiempo tal como lo concebimos es una herramienta para medir nuestra vida, no es necesario explicar lo equivocados que estamos.
9PM caminando al club, empieza la noche…al tener el acceso con el grupo de DJs, mi presencia  me daba derecho para hacer lo que prácticamente quisiera, open bar, VIP room y tantas etcéteras, como se puedan elaborar.
Mucha música, sustancias, alcoholes, cuerpos sacudiéndose al ritmo imparable…lo que uno puede esperar…más coloquios en el VIP del VIP…un salón ubicado en el corazón subterráneo de la estructura.
Personajes varios, tatuajes de esvásticas en brazos que han visto luchas, mujeres de cabeza rapada y acento gutural…algunos salpicados en los sillones, otros bailando sobre la pequeña mesa de mármol en le centro de la habitación.
Una pendeja de unos 20 y tantos, mitad de su cráneo sin pelo y mirada dura,  me toma de la mano y señalando mi anillo de calavera, grita, casi quebrándose la garganta: “Heil Hitlaaaa” Levanto mi ceja para corroborar de que tal vez no se percató de mi color de piel, cabello e iris. Me mira entre sonriendo y cuando trato de balbucear algo incoherente, otra sale de atrás y grita aún más fuerte “Sieeegg Haaaaailll”
Entre líneas de speed, cocaína y algún faso, la conversación se centra en la amenaza de la inmigración, los musulmanes y, casi en un módulo informativo, me cuentan sus razones y justificativos.
Previamente preguntaron mis orígenes geográficos y étnicos…situación muy cómoda…Debo decir que en mi calidad de invitado, la cordialidad de esta gente, fue increíble. Me trataron como si fuera familia y guiaron en momentos de vacilación...comportamiento bastante desasociado si se me permite observar.

Retrocediendo en el tiempo 3 días, en París, los diarios, publicaban titulares acerca del problema de la inmigración en masa y, al dar vuelta por la ciudad, me cruce con un grupo que pedía más control a la gente que en Caláis se le estaba dando asilo…un hombre que observaba a los manifestantes pasar me miro y dijo: “Cuanta violencia”
Sentado en el bunker de un club 72 horas después de estos sucesos, solo puedo afirmar que cuanto más al este de Europa nos movemos, estos sentimientos “patrióticos” se incrementan exponencialmente.
Una mujer que seguramente no pasaría de los 25 años, abogada de profesión y hasta el momento un ser humano que parecía cumplir con los estándares de una persona normal me mira y en un italiano un poco rustico me explica que “El problema de la Polonia son todos estos negros que están llegando”
Esta vez ya comienzo a sospechar y, con fundadas razones, de que esta gente, aparte de desear fervientemente la creación de un 4to Reich, ha caído en la desgracia de tener alguna especie de deficiencia para reconocer el color de la piel de aquellos seres humanos que creen despreciar. Una especie de daltonismo agudo, pero a la pigmentación oscura. Comienzo a sentir una pena profunda, ya que debido a esta condición jamás lograran su cometido…y creo que son totalmente ajenos a esto.
Me miro los brazos y los pongo al lado de los de ella para que, aun sin yo marcarlo, se diera cuenta que mi tonalidad es al menos 4 tonos por debajo de su rosa blanquecino.
Me mira y sonríe como si nada estuviera ocurriendo. Pobre gente…para ellos los negros son un concepto abstracto…
Cruzo miradas con Fabio que en ese momento está absorbiendo casi medio gramo de un solo tiro…la tipa con la cabeza rapada se le para adelante y le grita su saludo ario a todo pulmón. Al Dj le produce un pequeña carcajada justo cuanto inhala la otra mitad del gramo, esta vez por su otro orificio nasal.
El resultado es obvio, al toser en vez de aspirar, la coca, sale vaporizada por el aire.
Le da un acceso de toz fuerte…cuando se recupera toma de los hombros a la aria-dermo-daltonica y con mucha fuerza le dice.
!Vattene a fare in culo troia, zoccola, ladrona, deforme!
La sacude a un costado y nos vamos otra vez al área comunal del boliche.
A unos metros hay una discusión “in progress”, dos tipos argumentan porque uno de ellos no es el alemán por excelencia, el modelo ario que Albert Speer cincelaba en sus bosquejos…
-¡Yo soy alemán! Tú quieres parecer un alemán.
-¡Mi familia es de la buena Prusia! (No estoy seguro que es la buena Prusia…pero eso es lo que dijo el increpado) ¿No parezco alemán para ti?
-No sé cómo luce un alemán, pero definitivamente tú luces como alguien que desea serlo.
El individuo al que su estatus teutón se veía amenazado, realmente, parecía salido de una postal de las wehrmacht. Barboquejo angular, complexión atlética, cerca del  metro noventa. Pantalón recto, azul con vivos rojos y zapatos de marina. Brazos completamente tatuados en un carnaval de cruces y rayos.
Se levantó del sillón  donde estaba sentado en una posición rígida y formal. Camino hasta una oficina cerró la puerta y salió, unos minutos después, vestido en completo uniforme militar de la royal navy.
Alguien susurro: Zarpa a Londres, su casa…

Estaba algo paranoico y ahogado…no es bueno encerrarse en un ambiente cargado de racismo, speed y humo de cigarrillo…hay quienes dicen que afecta el correcto funcionamiento del corazón.
El último pincha discos subió al booth y le dio a la gente que, a esa altura ya estaba en un embotamiento mezclado con transe, una buena dosis de droga electrónica, como diría el gran T. Mckenna.
Me deje llevar por la gente de Suicide Circus…me subí a un parlante y le dije a mi cuerpo siguiera las vibraciones de la caja en la cual estaba parado…total…para esta gente yo era blanco.
Era hora de irse, el sol tendría que haber salido, si el día no estuviera tan gris. Aún tenía 3 horas de bus hasta Cracovia…la nota sobre esta corriente y su impacto en el ambiente musical, se había ido por el caño…nada nuevo.

Cracovia 11 de noviembre 2015.

Día de la independencia, banderas rojas y blancas por donde uno quiera.
Particularmente el orgullo nacional es algo  que me causa un poco de repulsión, pero este pueblo va por la tercera reconstrucción de su republica…en tantos años de historia…tres repúblicas, la última formada en el año 1989, luego del derrocamiento de los soviéticos…joven república en un suelo con más de 1000 años.



Cracovia, viernes 13 de noviembre 2015
La pizzería, cerca del Teatro Bagatela, hace tal vez, la mejor pizza de la ciudad, incluso mejor que algunos lugares de Italia. La comida Polaca es buena, rica en grasas y sabores fuertes, pero por un tema de sangre, siempre que voy a algún lado, hago de las pizzerías tanas, una especie de cuartel general.
Puedo sentarme a escribir, tomar, comer y quedarme sin que nadie prácticamente me joda.
La noche del viernes, estaba esperando que me trajeran la comida a la mesa, cuando el partido de futbol, ese que parece jugarse siempre en las televisiones de estos lugares, fue sustituido por BBC News.
Explosiones, balaceras, masacres, bombas.
Los atentados de Paris…otras ciudades…coordinación, implacable. Los medios saltando relamiéndose la saliva, con la excusa de informarnos, alimentan nuestro morbo de manera implacable.

Clichés, banderitas en las páginas sociales, demostraciones de guerra, el efecto domino, obvio y en algunos círculos, esperado.
No hay que ser adivino para predecir las reacciones (en caso de duda, referirse a los arios-dermo-daltónicos unos párrafos más arriba) Solo que esta vez, la justificación tiene un sostén televisivo, mediático que, lamentablemente, para el simio pobremente capacitado que somos, le da amparo y validez…”lo dice la tele…se lee en los diarios.”
La pizza DOC me la trae el pizzaiolo, un Napolitano con 22 vueltas al sol... ¡Guaglio! Exclama cuando se sienta conmigo a compartir la mesa y procesa los eventos en Paris. 
Un pizzaiolo de oficio, fuera de su país, como tantos otros, con conocimientos varios. Ingenieros, psicólogos, arquitectos, desarrolladores de software, analistas de sistemas…todos, fuera de sus países, cobijados en una Polonia que los recibe por montones, les paga en moneda polaca y les salen baratísimos a las multinacionales que lo emplean. Migración, invasión…”el problema de la Polonia son todos estos negros” etc…








Cracovia, Viernes 20 de Noviembre.
Me voy a la terminal de ómnibus, en 8 horas, Berlín.
Salgo a la calle, excitado, hay quienes me dicen que Berlín es el San Francisco de Europa.
Conozco Sanfran, y no se  lo que la gente quiere transmitir con ese concepto de que la ciudad del santo patrono de los animales, es un bastión de la libertad de expresión y demás estupideces que se dicen por ahí. Es solo una ciudad con una comunidad gay importante…alguna vez, en un momento de nuestra historia…Una ola quiso crecer y reventar…No fue así…disculpen aquellos que han comprado y consumido literatura pseudo-hippie…es solo otra remera del Che…
En fin, voy a Berlín. Camino rumbo a la terminal y escucho unos ecos, particulares…lejanos, pero a la vez su lejanía no es solo espacial…por alguna razón también lo es temporal. Como si en realidad se escucharan a través del tiempo, en un escenario que ya los escucho. Rugidos, inconfundibles…voces humanas que desde algún lugar abierto retumban a través de las calles angostas de una ciudad que no ha cambiado mucho estéticamente.
Me olvido de la hora y comienzo a seguir los ecos…paso a través de la plaza central y se escuchan más cercanos. ¡El instituto Goethe! Pienso, deben estar exhibiendo alguna documental… ¿Pero tan alto ese volumen?
No, ahora el rugido es más cercano…los veo, los reconozco. La mitad de la plaza está repleta, de gente con banderas rojas y blancas, banderas con águilas. Megáfonos, y ese discurso, esa cadencia para hablar. Esos gritos de la multitud, a pesar de no entender nada, entiendo todo…que tristeza…
Nunca voy a Berlín, pierdo el ómnibus, me mezclo entre los desaforados con esvásticas tatuadas en sus cabezas…filmo…me mezclo…repito, no saben lo que es una persona oscura, son incapaces…aun así, me causa una pena tremenda.
Paro de filmar y me retiro por una de las calles oscuras, paro en una cervecería, me siento, en la misma barra que algunos de los manifestantes que toman y ríen, gritan, con sus banderas enrolladas en los mástiles.
No quieren musulmanes, no quieren, negros ni latinos, inmigrantes…esa palabrota.
Polonia para los polacos, Europa para los europeos…América y Monroe para los americanos.
                                                                        ***

Dimitri, es un muchacho que trabaja de limpiador en uno de los museos de la ciudad. Por alguna razón nos encontramos siempre en el mismo boliche de mala muerte, donde venden la medida de vodka a un zloty.  Este país tiene exceso de monedas, todos los cambios se dan en monedas, putas monedas, las odio intrínsecamente. Rompen billeteras, bolsillos y lanzadas a cierta velocidad, cabezas.
Pero aquí, al menos, se les puede dar un uso coherente, racional.
Dimitri decía…de los Balcanes, limpiador de museo…mano de obra no capacitada, 2600 zloty al mes…algo así como 600 o 700 dólares.
No quiere ni va a estudiar, seguirá viviendo y bebiendo. Me cuenta cosas de su pueblo que olvido a los 5 minutos…no es que no me interesen, pero mi cerebro no puede mantener la tasa de mortalidad de sus neuronas a un ritmo acorde con su memoria selectiva…lamentable, lo sé, pero no por eso menos cierto.
Sin embargo, es una de sus reflexiones, de las tantas que tiramos victimas de nuestro deseo ferviente de eliminar las inmundas monedas, la que se aloja en mi memoria y le da un epitafio seguro a esta triste realidad de nazis y nacionalistas que proliferan en esta parte de Europa.
Dimitri, sin estudios, casi sin país, si es de los Balcanes, creo que lo dije más arriba. Me dice cual es el verdadero problema de la Polonia y de toda la parte este del continente.
-¿Polonia? ¿Quién mierda quiere venir a Polonia? Los que viene aquí como yo a limpiar y lamer culos, somos un grupo reducido de cucarachas. La gran parte  de ese minúsculo número que representan los inmigrantes en este país (Según cifras oficiales al 2014 no llegan al 2%...esto no lo dijo Dimitri.) son empleados de las multinacionales, europeos con educación universitaria. Aquí se dan la vida de millonarios mientras en sus países de origen estarían lamiendo culos como yo. (En este particular discrepo con Dimitri, pero tengo por costumbre no discutir con compañeros de bar) ¡Los Polacos no saben lo que es tener inmigración! Solo que este gobierno alienta a las masas, como siempre. ¿Quién mierda quiere venir a Polonia?
Puede ser, algo de lo que Dimitri dice, tiene sentido. Pero también es cierto, y aquí voy a sonar como la mano derecha de Bormann, es que hay un orden establecido en las instituciones, las calles están limpias y seguras, las manifestaciones se llevan a cabo con un control policial acérrimo que reacciona ante cualquier exceso con un profesionalismo espeluznante…da miedo, que esto sea un gobierno conservador de derecha…muy derecha, y que cada 20 metros uno pase enfrente de una iglesia y que el aborto no esté legalizado y… muchos otros y…
Entonces, me doy cuenta que ya no sé qué pensar, y no soy de los que se pierde en museos  y tours guiados, me mezclo con los borrachos, los adictos, las putas, los intelectuales, los laburantes, los que no laburan…y me doy cuenta que en los lugares donde hay caos,  la masa termina pidiendo palos, control, rigidez y la tristeza es que, funciona.
En estos lugares, se están pagando cuentas de años de abusos y saqueos, los continentes “pobres” vuelcan a sus poblaciones en números que desestabilizan las economías de países en vías de desarrollo. Florecen sentimientos nacionalistas y todo es una amenaza contra un status quo que nunca tuvo una clara definición.
Los entiendo, a unos y a otros, y me reprocho. Me doy cuenta que nosotros, la gente, aquellos que se pueden llamar gente, igual que Europa, de vez en cuando nos dejamos llevar por los nacionalismos los fascismos… los extremos. Qué pena infinita… me voy a dormir, dejo atrás el boliche y sus fieles, que son los mismos fieles que en todos los boliches. Individuos trastornados, cansados, hastiados de las cuatro paredes. Algunos con compañía, otros conviviendo solo con los muros. Podridos del olor a mierda que sale de nosotros mismos, esa fragancia que se diluye cuando estamos juntos, apretados borrachos, dentro de un boliche…
Mientras me deprimo, caminando a 12 grados bajo cero, en la plaza me encuentro con un grupo de gente, Tanos, conquistando el mundo, como solo ellos saben…


Estoy cerrando esto, una crónica, un relato, cascada de palabras sin sentido. En un avión de KLM con destino a Ámsterdam. Tengo como plan, eliminar en algún coffee shop, las neuronas afectadas por estas reflexiones, por este viaje.
Estamos por despegar, la azafata, le pide en ingles al pasajero de la butaca ubicada enfrente a la mía que, por su seguridad, debe guardar su celular en el bolsillo durante el despegue. El, un compatriota latinoamericano, la mira, levanta su mano y con el índice en alto, mientras hace el símbolo de negación, le dice de forma altanera y ruidosa. “No mami, en inglés no ¿entendes? A mí me hablas en español o por señas.”
En mi cabeza, aparte del deseo de reventarle el cráneo con un machete,  vaciarlo y usarlo de pélela, mientras su familia observa la escena; me vienen las palabras de aquella joven abogada en Wrocław…
“El problema de la Polonia son todos estos negros…”
La música electrónica era la verdadera razón de este relato, no tengo por qué mentirles.


BK.