En todos hay un escritor. Por más escondido que este se encuentre. Algunas veces se manifiesta y quiere ser la voz de muchas voces y la de uno mismo. Ser testigo y narrador de nuestra historia, amigo y enemigo de nuestros miedos y alegrías, tratar a la realidad como una igual, subyugar lo indomable y liberar lo oprimido. Combatir la intolerancia en una guerra sin cuartel a palabra suelta. Desafiar a nuestra propia inteligencia y re-definir las reglas en las cuales se basa nuestra ya tan reestructurada sociedad. Pero lo más importante sea, tal vez, la indescriptible sensación que nos produce, el dibujar con nuestras palabras en la imaginación de otros.

Bienvenidos.

C.A.

lunes, 28 de septiembre de 2015

DEL 6B AL 3D: ASIMETRÍAS DE UNA CARRERA MORIBUNDA.

Cuando me quise dar cuenta estábamos haciendo un guiso sonoro. No solo habíamos mendigado puerta por puerta a los vecinos para juntar papas, boñatos o lo que pudiera terminar dentro de una olla, sino que ahora teníamos a un pelotudo – porque no se lo puede llamar docente – revolviendo la olla y poniendo un micrófono en ella para que los vecinos pudieran oír el sonido del guiso por un mini parlante, y así ser partícipes de nuestra “intervención urbana”.

Las épocas cambian, y los factores que afectan los distintos procesos van moldeando diversas realidades de estos procesos, pero las cosas que están mal se mantienen a pesar de todo.
Cuando allá por el 2004 uno empezaba su odisea en la facultad de arquitectura de la Udelar, confiaba en la facultad, en que lo aprendido en ella sería útil para la formación profesional, y que a diferencia del liceo – donde uno tenía todo tipo de materias generales –  la facultad lo formaría a uno en lo que la carrera requería. Punto de vista iluso quizás, pero uno no tenía experiencia en esto de las universidades, ¿vio? Pero además estaba ese pavor por los presuntos catorce años que uno pasaría en la academia antes de graduarse como arquitecto. Ese era entonces el promedio de años que le llevaba a la gente recibirse de arquitecto.

La realidad en ese entonces decía que éramos una facultad con un crisol de estudiantes de diversas clases sociales y económicas. Había gente de poder adquisitivo muy bajo, otros del otro extremo y muchos otros de un poder adquisitivo medio. Había hippies, chetos, hippie-chetos, metaleros, ejecutivos de traje, rebeldes, rastas, ex estudiantes de a Iec, faloperos y todo tipo de estudiantes que uno se pudiera cruzar. La realidad también marcaba que la mayoría teníamos que laburar para poder estudiar, pues recién veníamos de una de las crisis más jodidas de las últimas décadas y la cosa estaba brava. Tan brava que los cupos de las materias era un fiel reflejo de la situación, pues más de una vez quedó uno libre en todas las materias, sin poder cursar absolutamente nada por un semestre entero. Esto último, sumado al ingrediente clave que era laburar ocho o nueve horas al día, contribuía a la fama bien ganada de carrera eterna que tiene arquitectura.

Por aquellos años la gente fumaba en clase y a aquellos que no fumábamos nos daban ganas de reventarle la cabeza contra la pared a todos esos hijos de puta que se cagaban en los derechos de los que no teníamos ganas de respirar humo, encerrados en un salón con cincuenta compañeros y docentes, con todas las ventanas cerradas en pleno invierno. Más de una vez me tuve que ir de clase por no soportar el ataque constante del fumador que se caga en tus derechos. Pero eso cambió, pues cuando llegó el jopo al poder mandó el decreto y se terminó la pavada… bue, en parte, pero al menos ya no se fumó más en clase.

Más allá de estos pequeños detalles y muchos otros que escapan al alcance de esta insignificante reflexión, con el pasar de los años quien escribe fue cayendo en la cuenta de otras “no tan pequeñas” cosas que suceden en nuestra institución académica. Ya más maduro, y por qué no también más duro por el desgaste provocado por los años consecutivos de laburo y estudio, las incoherencias internas de la facultad rompían cada vez más mis ojos. Digamos que fui de los últimos de facultad en hacer una entrega final de taller a mano, pero incluso yo era consciente de los drásticos cambios que habían ocurrido en los sistemas de representación gráfica en la arquitectura en menos de diez años. Mientras los que dibujamos a mano nos convertíamos en una especie en extinción, nuestro flamante plan de estudios le dedicaba cuatro semestres enteros, a una materia llamada “medios y técnicas de expresión”, en criollo: dibujo, dibujo a mano. Sin embargo no había entonces – ni ahora – un solo minuto del programa curricular dedicado al diseño digital, dicho sea Autocad y sus complementos. Para ello, todo estudiante debía y debe invertir miles de pesos en un curso en alguna institución privada. En estos tiempos, esto es el equivalente a que en la facultad de ingeniería dieran cursos sobre cómo usar un ábaco de madera – de esos que teníamos en la escuela –, pero para aprender matemática los estudiantes tuvieran que pagarse sus cursos privados. Agreguémosle a esto que el módulo cuatro de Medios y técnicas de expresión terminó siendo una gran farsa, sin programa donde los futuros arquitectos del país teníamos que incursionar en métodos de expresión alternativos sobre una temática libre. Nosotros terminamos haciendo un video con una entrevista cuyo nombre fue “del 6B al 3D”. A eso le dedicaba su tiempo quien escribe, mientras no podía quedar reglamentado en otras materias como Construcción y luego de laburar durante todo el día tenía que bancarse semejante pérdida de tiempo en vez de estar aprendiendo como levantar un muro de ticholos.

Muchas maquetas se entregaron, noches y días de frustración fueron forjando una costra de defensa contra la adversidad, y entre fotocopias en blanco y negro y presentaciones de powerpoint nos fuimos haciendo arquitectos. La época de bonanza en el país tuvo sus consecuencias en la facultad, una facultad donde pasó a ser impensable estudiar sin una laptop propia y sin haber hecho todos los cursos de diseño de la vuelta. De repente en muchos talleres si no eras un genio del render se te miraba con cara rara. Como decreto invisible aquellos de menor poder adquisitivo fueron desapareciendo de las aulas y el estanque se pobló de nuevas generaciones pudientes. Con el viento de la economía creciente, le fue posible a la gente nueva estudiar y no trabajar, en definitiva ser un estudiante con todas sus letras, vivir con la ayuda de papá y mamá y dedicarse a estudiar. Las cátedras empezaron a tener más dinero, ¡pasamos a tener WC en vez de taza turca y hasta había papel higiénico en los baños! Una cosa de locos… De repente los pibes pudieron no solamente quedar reglamentados en alguna materia, ¡sino que empezaron a cursar dos, tres, cuatro o incluso hasta cinco materias juntas! Lo que antes te podía trancar por años se empezó a salvar en cuestión de meses, lo cual era excelente. Sin dudas el contexto nacional aportó en ese sentido a acelerar sensiblemente la velocidad con la que los nuevos estudiantes avanzaron en sus estudios y aprendieron a hacer grandes maquetas y hermosos renders, donde rincones oscuros en la vida real se llenaron de luz por arte de magia, y el pasto creció por doquier mientras en frente a todo edificio o parque hubo un ciclista disfrutando de la lluvia. Pero más allá de los detalles y de este progreso en la mecánica de facultad, lo más destacable fue que aquellos que tenían ganas de aprovechar la oportunidad tuvieron la chance de hacerlo y avanzar en la carrera como nunca antes. De repente aquellos que empezamos allá por el 2004 o incluso antes empezamos a tener compañeros de clase del 2009. De golpe me encontré haciendo las materias “opcionales” junto a pibes que no sabían quién era Super Mario o Baraka, y que ni en pedo supieron lo que era dibujar a mano. Evidentemente yo me había quedado, y ellos habían avanzado muy rápido. Lo increíble era que estuviéramos ambos compartiendo una materia que no nos aportaría absolutamente nada para nuestra profesión. Cuando quise darme cuenta estábamos haciendo un guiso sonoro en una materia opcional. Opcional, pero cuyos créditos me hacían falta para poder llamarme a mí mismo arquitecto, para poder llamarnos arquitectos, tanto mis compañeros púber como yo con mis treinta pirulos y mi panza cervecera. Pero volvamos al guiso sonoro. No solo estaba durmiendo tres horas por día, cursando otras materias más, laburando y tratando de cumplir con el mundo, sino que además tenía que concurrir a una materia en la ex cárcel de Miguelete donde lo más productivo que se hizo en seis meses fue colgar unos trapos de muro a muro – objetivo literal del curso disfrazado con el título de “intervención urbana” –, para que se terminaran destrozando al otro día, traer un docente de Chile y terminar el ciclo de venta magnánima de humo con una publicación en el diario del taller para figurar como los intelectuales transgresores del siglo XXI. Fue ahí donde me percaté de la diferencia. Mientras los púber se sumaban a la movida y se divertían como en un recreo – no laburaban, venían sacando los render de taquito y a cuatro años de haber entrado a facultad ya estaban haciendo las opcionales – yo me quería cortar las venas porque tenía que acudir a la “clase” para no solo no aprender absolutamente nada, sino para resignar horas que debería haber dedicado a otras materias y todavía yéndome caliente por llegar tarde al laburo. En ese marco, los docentes tuvieron la brillante idea del guiso sonoro.

Varias veces floreció el jacarandá, y las carpas del estanque vieron pasar las estaciones y las generaciones. El territorio de las carpas siguió siendo testigo del chapuzón final de carrera de muchos nuevos arquitectos y fantásticos creadores de guisos sonoros. Muchos cambios tuvieron lugar, de los cuales algunos se mencionaron aquí. Lo que no cambió en estos once años fue el enfoque de nuestra formación. Mientras en los talleres tuvimos rienda suelta a nuestra imaginación y aprendimos a proyectar, mientras nos sumergimos en la historia de nuestra profesión y cavamos hondo en los misterios conceptuales de los espejos de agua, podemos decir orgullosos que asistimos a cerca de diez cursos obligatorios donde aprendimos de todo, menos de arquitectura. Diez cursos que divididos en semestres significan al menos dos años de carrera. Mientras tanto, nos perdimos de ir a obra, de pasar de los powerpoint a la chocla, de un dibujo borroso de un encofrado al olor de la tabla de pino. Materias como “hormigón” – ¿para cualquier simple mortal que no sepa nada de arquitectura suena algo importante, no? – fueron suprimidas de nuestra formación para pasar a tener seis opcionales, dentro de las cuales figuran “arquitectura y comic” o el “Leac” donde se hacen guisos sonoros. Nos pasamos cuatro semestres aprendiendo a dibujar sombras con lápiz pero tenemos que pagar miles de pesos para aprender a dibujar lo que le vamos a vender a nuestros clientes, a crear lo que nos exige el mercado y la factulad. Nos pasamos años en nuestros salones hablando de teoría pero la primera vez que pisamos una obra es a seis meses de recibirnos. Salimos capaces de hacer exquisitos render – y no porque nos lo hayan enseñado en facultad, sino porque nos lo exigieron en la facultad –, pero no tenemos idea de cómo controlar una impermeabilización de una cimentación y nos pensamos que los hierros de una viga van a estar iguales al dibujito 2D que hicimos. Llega un punto en el que nuestra carrera parece más un elemento más de la burocracia estatal de la cual todos los ciudadanos somos presas que una carrera profesional.

Aquellos que la sufrimos laburando y tratando de ser constantes, que nos fumamos materias como economía o matemática con tres horas de sueño vemos en estos cursos una falta de respeto, y en la planificación de la carrera una carencia enorme de sentido común y compromiso. Somos conscientes de que a menos que podamos trabajar de esclavos en un estudio arquitectónico durante nuestra época de estudiante – única manera de aprender realmente –, saldremos con un título bajo el brazo, pero con carencias enormes que van más allá de las dudas normales que puede tener un recién egresado. En nuestra formación nos es obligatorio cursar las famosas opcionales, pero nos quedamos con la ñata contra el vidrio cuando se acaban los míseros cupos de Construcción 1, 2, 3 y 4. Salvamos exámenes teóricos, pero no pisamos una obra ni por decreto. ¿No sería acaso más lógico retirar todas las materias incoherentes con nuestra formación y nuestras necesidades, para sustituirlas por más cupos en aquellas que realmente nos hacen falta? ¿No podríamos tener cursos presenciales en obra para apoyar los conocimientos impartidos en clase mediante presentaciones en 2D sobre una pared? ¿No podríamos acaso ser mano de obra en las cooperativas de vivienda para no solo ayudar, sino también aprender?


Mientras se nos viene un plan nuevo – no a aquellos como yo, sino a los que aún no han emprendido este camino –, yo me pregunto si no sería más inteligente aplicar la idea de un amigo quien reflexionaba sobre otra carrera que no es la mía, a quien cito a continuación: “Alguna vez dije como chiste que un buen negocio hubiera sido: no pagar cuatro años de universidad y haberle pagado yo a mi empleador durante un año en vez de cobrar sueldo. Entonces yo me ahorraba cuatro años de cuota, el empleador recibía un sueldo en vez de pagarme y yo estaba realmente listo en un año, en vez de en cinco.
Este nuevo plan según se comenta reduce aún más las horas de las materias relativas a la obra y la construcción. Si seguimos así en breve vamos a tener arquitectos que serán expertos en preparar cheese cake de maracuyá, pero no tendrán una puta idea de cómo controlar un revoque. Y aun así, aquellos que amamos la arquitectura y que nos negamos a permitir que algún decano de turno o la ineficiencia del centro de estudiantes decida nuestros destinos, la seguimos luchando, intentando hacer lo imposible hasta ese día donde esperaremos que llegue la noche, para que mientras las carpas descansan, nosotros podamos pedirles prestado el estanque para darnos un chapuzón.



martes, 1 de septiembre de 2015

Montevideo Étnico A 160 Kilómetros de Profundidad...Puntas de Maciel, Florida

25 de agosto de 2015

Puntas de Maciel, en algún lugar del departamento de Florida.



¿Como encarar esta historia? ¿De quién es? ¿Demasiado enorme, grande, vasta…nuestra, de todos?



Lo primero a dilucidar, es algo recurrente en mi persona y, que se repite cada vez que escribo sobre algo, durante los últimos 15 años.  Saber que hago y porque estoy aquí…en un feriado nacional, en medio de mis vacaciones…
En este caso, tendría que aplicar una retrospectiva violenta, empieza hace mucho y hace poco.              
En el año 1992 conozco, al ahora periodista y comunicador Álvaro Carballo, que gentilmente me alberga en su hogar de la Costa de Oro, ubicado atrás del entonces famoso y celebre antro de perdición y cuna de actividades inicuas de variada índole, “Zorba de Solymar.”

Con nuestra adolescencia y furia contra el sistema, nos intoxicábamos vehementemente y atraíamos, por la estética de nuestras personalidades y situación libertaria, conocidos y aun por conocer. 
En esa época de la historia de la humanidad, era bastante difícil encontrar a dos jóvenes entre los 16 y 18, viviendo solos en total control de su descontrol, cabe agregar que lo hacíamos bastante bien.

Esto nos lleva directamente a la razón de mi actual situación. (2015)
¿Muy rápido? Si, otra de las recurrencias personales…

Álvaro, después de una chorrera de años, y vida, donde casi perdimos contacto el uno con el otro, me introduce, en nuestro rencuentro, en el mismísimo chalet donde transcurrieran nuestras aventuras al principio de los noventa. Al concepto de un periodismo investigativo con principios humanistas y sin un fin lucrativo. Algo perfecto, para aquellos que de alguna manera nos interesamos por algo más que la leña de nuestra propia estufa.
Sin malinterpretaciones, acá no estoy construyendo ningún pedestal auto elevador, tan solo estoy diciendo que existe mucha gente con el interés puesto en cosas comunes. Alguien me dijo una vez: “Somos una especie de pitufos, moviendo piedras enormes, entre todos”
Entonces, en un breve movimiento de 22 años y 330 palabras, resumí, o intente hacerlo, el porqué de todo esto.
Levantarme a las 6 am, ir a buscar al resto del equipo y tomar la ruta 5, derecho y sin paradas, hasta la entrada de pueblo.
Apenas a 160 Km de un Montevideo ubicado a años luz de distancia. Con sus proyectos de ley e inclusiones financieras, matrimonios igualitarios y preocupaciones por el interior profundo…


160 km de profundidad.

Puntas de Maciel es uno de los tantos pueblos formados al costado de la vía férrea que une Montevideo con el departamento de Rivera.  Un conglomerado de viviendas que alberga unas 150 personas. Con una escuela, un boliche, dos iglesias. (Católica y Pentecostés) y la vieja estación de AFE.  Estructura que no funciona actualmente como tal y alberga a la familia de Maria.



Maria, su esposo Ebelio, un hijo (Ebelio… o Ebelito como le dice su madre) y una hija (Macarena), viven ahí hace 6 años.  Desempeñándose como trabajadores rurales en los tambos cercanos de la cuenca lechera de Florida.

Llegamos a las 8, la neblina baja, espesa, congelaba todo y a nosotros también. En cuanto bajo del vehículo reconozco el olor a humo, eso me causa alegria. 
Desde la chimenea, en el techo de la estación, se eleva, denso, perdiéndose entre la congelada bruma, alguien, había mantenido el fuego prendido toda la noche o, se levantó muy temprano, para aclimatar la cosa.
Los perros son los primeros que nos reciben, sacudiendo sus colas y oliendo esas manos extrañas.  El cartel de la estación informa en su pasividad que estamos a xx sobre el cerro de Montevideo y a tantos Kilómetros de la estación central. Cruzando la vía, la escuela Rural se planta con sus paredes encaladas, silenciosa, en este día de independencia nacional. 
Saludos, bienvenidas, mates. Así a uno lo reciben, el calor de la estufa y rostros que están acostumbrados a empezar el día mucho antes que el sol.
La jefa de familia, nos cuenta y nos pone al tanto de los pormenores.
La dirección de la escuela le pide que apruebe unos documentos para que la misma se considere escuela rural. El cambio de horario es una de las cosas que más se destaca. De 10 am a 3 pm.
El papel para firmar va y viene…vuelve al sobre del que salió.
Me pasa un mate y me aclara que es de puro yuyo. “Mira que te va a parecer raro de gusto” Me dice mientras me lo tomo sin titubear.
Tiene más noticias, buenas…muy buenas.
“El sindicato, compro un terrenito y ahora, pudimos comprar un contenedor para usarlo de salón comunal…para todos. Para dar clases, talleres, fiestas de cumpleaños. Actividades sociales…para todos“
Hoy es un plan, un proyecto, pero, la estructura de metal, ya está ahí, recia, esperando su transformación estética, de contenedor a aula, recinto, sueño.


El proyecto, en parte, es poder contar con talleres de la UTU para las mujeres y los jóvenes del pueblo. La curricula ya esta armada, tiene todo pronto pero, falta un salón, un lugar donde  los profesores puedan compartir conocimiento.
El único lugar disponible les cobra 3500 pesos uruguayos por actividad...

Maria es sindicalista.


Nos invita a ir al predio. Salimos todos y tomamos la principal, a pie. Los perros nos siguen, los terneros atados a postes clavados en el jardín nos observan. 




Saco mi cámara del estuche y es ahí que me doy cuenta que la muy perra, decide no funcionar…”Err 99”…me muestra la pantalla… ¡y la puta que lo pario! Saca fotos esporádicamente, en un lugar en el que pensaba tirar al menos 100 tomas.

Llegamos al terreno y nos explica los porque y los como…
“Fíjate que al contenedor se lo descuentan de a poco a mi marido del sueldo, mete 2 horas extras al día y así lo va pagando…si nosotros vivimos con 12, las extras van pal’ centro cultural.”

Es bueno, sentirla, llamarlo así…

Los planes van y vienen, se hacen llamadas, se organizan talleres, se dejan mensajes en teléfonos. Se organizan actividades para recaudar fondos, mientras deambulamos adentro del prisma metálico.
Medios tanques, ayuda externa, unas rifas que ya están vendiendo. Lugares donde poner las aberturas, electricidad, cocina, baños,  pintura, colores, bancos, aleros…muchos recursos.


La vida no es fácil, a 160 Km de la capital, parece no serlo, las cosas toman un tinte raro. Parecen salidas de otras épocas.
Mientras volvemos a la casa, Maria, se convierte en una suerte de guía turística y, en pocas palabras, me señala las principales construcciones.



“Ahí, en la época de oro era la carnicería, ahora esta vacía…Cuando no había agua esta era la zona de los aljibes…El boliche es aquel…y ahí está la iglesia…la católica. Pero con suerte el cura viene cada muerte de un obispo o, a vender ropa usada”
-¿Y la otra? Le pregunto…
“La otra está a dos cuadras de acá, la de la pastora…la evangélica…”


En el tambo bajo el trabajo. Maria, esta en el seguro de Paro.



Nos cuenta que hace unos meses el gremio consiguió un nebulizador y lo donaron a la policlínica para que estuviera a disposición de aquellos que lo precisaran. El aparato había desaparecido y lo último que supieron es que la auxiliar del centro de asistencia lo alquilaba por 200 pesos el día.






Durante las recientes inundaciones una cifra importante de trabajadores fueron víctimas de las crecidas. Los desplazados terminaron en los campamentos montados para ese fin por el ejército.
Al enfrentar una inundación uno no solo pierde su casa por el castigo del agua. Los saqueadores aprovechan y se llevan todo aquello que el líquido aun no reclamo. Es decir, cuando al fin uno puede volver a su hogar, se encuentra con que debe comenzar de cero…o menos diez.
A esto le debemos sumar que los días no trabajados no generan ganancias…otra perdida.
Maria, mediante negociaciones con la patronal, logro que no se les descontaran esos días a las víctimas de las crecidas. Con una sensatez basada exclusivamente en el sentido común, logro remediar al menos, la pérdida de jornales para aquellos que el rio había dejado en condiciones  más que complicadas.


Maria, es la presidenta del Sindicato Único de Trabajadores del Tambo y Afines.


Al regresar a la casa comimos unos trozos de queso y chorizo picante al pan. El preludio para una cazuela de mondongo como pocas he comido. Nos sentamos en su mesa, con los suyos, algunos comieron parados, otros con el plato en la falda, compartimos risas, anécdotas, historias tristes y divertidas, con un calor único y que es tan difícil de encontrar, desestructurado, todo contenía ese ingrediente que cada vez se usa menos...


Cuanto más escuchaba a Maria, me daba cuenta que todo lo malo que pasaba en el pueblo, en su familia y en su vida, por razones muy extrañas, eran adjudicadas a su persona.





A las estructuras y a nuestras veneradas instituciones, no les agrada ser desafiadas. Maria es un miembro activo de su comunidad y, a humanismo puro, trata de que su pequeño universo sea más  justo, un poquito más igualitario…y es consciente de lo difícil y ardua que es esa labor. A escasos 160 Km de la capital esto es más difícil aun…



Pero a Maria no le importa. En la iglesia, ya le advirtieron que todos sus problemas, se deben a que tiene demonios en el cuerpo.

BK.