En todos hay un escritor. Por más escondido que este se encuentre. Algunas veces se manifiesta y quiere ser la voz de muchas voces y la de uno mismo. Ser testigo y narrador de nuestra historia, amigo y enemigo de nuestros miedos y alegrías, tratar a la realidad como una igual, subyugar lo indomable y liberar lo oprimido. Combatir la intolerancia en una guerra sin cuartel a palabra suelta. Desafiar a nuestra propia inteligencia y re-definir las reglas en las cuales se basa nuestra ya tan reestructurada sociedad. Pero lo más importante sea, tal vez, la indescriptible sensación que nos produce, el dibujar con nuestras palabras en la imaginación de otros.

Bienvenidos.

C.A.

miércoles, 31 de agosto de 2011

El Fraude de Cnosos y la magia de la Acrópolis.

Todos nos habían dicho que Atenas era de las ciudad más inseguras en las que íbamos a estar, por lo que ya desde la salida de Estambul estábamos todos bastante alerta. Como sucede frecuentemente, la generación va llegando en tandas a los últimos destinos, generando así que para el arribo de los que vienen después ya haya advertencias o piques de los que los precedieron. Fue con los cuentos de que a Pedro le habían robado como 200 euros de la riñonera y al Pepe la carpetita con la copia de los pasajes y algunos otros documentos sin mucho valor que llegamos a Atenas. Nuevas despedidas luego del reencuentro en el aeropuerto de Estambul nos separaron en distintos grupitos, cada uno detrás de sus "vacaciones", de un nuevo país.
Llegamos al hostel sin problemas, con Popi y el Marto para pasar a sacar lo absolutamente imprescindible de la valija como para sobrevivir una semana con nada más que una mochilita, mandamos algunos mails con el Marto como loco porque ese día nos habíamos enterado que se había suspendido el vuelo de Cecilia, su novia y nuestra séptima integrante de la camioneta. La razón: el famoso volcán. Al otro día nos levantamos tempranito para partir rumbo a Ios. Allí íbamos, los tres aún dormidos caminando por las calles de Atenas hacia la estación del metro. Popi un poco más adelante, yo en el medio y el Marto más atrás con su mochila, su sobre de dormir azul (que nos viene acompañando descde Montevideo) y un bolso verde de B&H donde además de algo de ropa llevaba los vinos que compramos apenas llegados a Atenas. De repente, entre la calma y quietud de la calle a las tempranas horas de la mañana sentí algunos pasos acelerados que no encajaban en el ambiente. Giré hacia atrás y me sorprendí al ver al Marto forcejeando con otros dos pibes. Él tiraba de uno de los mangos del bolso verde mientras que los otros dos pibes tiraban del lado opuesto. Detrás del Marto iban caminando dos flacos más que habíamos visto desde hacía dos cuadras, pero estos se dedicaban a mirar la escena sin intervenir. Todo pasó en cuestión de segundos. Miré a Popi que giró un poco después de mi y miraba con los ojos abiertos como dos huevos duros. Mi primer reacción fue intentar correr hacia los malechores. Largué dos gritos apretando los dientes, con mucha bronca:
- La concha de tu madre... la coooooncha de tu madre!
Empecé a correr hacia ellos con la mochila en mi espalda, cargadísima, la cámara colgando del cuello en su estuche y una bolsa de ya no recuerdo con qué en la mano derecha. Lo que no me percaté era que con la bronca que tenía quería correr con todas las ganas para partirle algo en la cabeza a los pibes, pero la carga que llevaba no me lo permitía por lo que además de la cara de enojado y mis repetidas puteadas parecía un pingüino corriendo, con los bracitos tratando de amortiguar el movimiento y la mochila que se tambaleaba hacia un lado y hacia el otro. Al segundo grito mi mirada se cruzó con el de uno de los ladrones. El tiempo se detuvo y una imágen fotográfica quedó grabada en mi memoria. En el centro del cuadro estaba Martin López, con el dorso inclinado hacia atrás, los brazos extendidos hacia adelante tirando de uno de los mangos de la bolsa verde de B&H. Su rostro era de sorpresa, rabia, con los dientes apretados y los ojos entre cerrados. Si hiciéramos un zoom solamente a la cara podríamos decir que Martincito se encontraba defecando en un intento forzoso de evacuar algo inmenso. Sus piernas apenas inclinadas hacia adelante hacían fuerza para atrás. Siempre en el centro del cuadro estaban los dos ladronzuelos, tirando entre ambos del otro mango de la bolsa. Ambos de rasgos que asemejaban ser de los países del Magreb estaban en un intento impedernido de hacerse de algo que no era suyo. Lo que los giles no entendían era que nos estaban tratando de sacar el vino, cosa que jamás iban a conseguir porque el vino... el vino no se suelta nunca! Uno de ellos tiraba con ambos brazos pero su rostro estaba apuntando hacia mi, o hacia mi grito, aún no lo sé, y probablemente jamás lo sepa. Sus ojos estaban abiertos, muy abiertos. Su expresión facial era de nervios, estaba alterado, asustado y agresivo. Más a la derecha, cerrando el cuadro estban los otros dos individuos con actitud sospechosa. Estaban allí, mirando, observando, pero ni con cara de sorpresa ni con cara de miedo. Era como que sabían que aquello iba a pasar, pero tampoco confabulaban con los maleantes. Cerrando el cuadro hacia la izquierda estaba Popi, mirando hacia el Marto, aún con la almohada en la cara, con los ojos excesivamente abiertos, sorprendida, atónita, con su mochilita celeste y su cámara colgando la cual agarraba con fuerza. De este lado, del del pintor, sin aparecer en el cuadro bidimensional estaba yo, suspendido en el aire, corriendo ridículamente, cargado, pronunciando la "O" de concha, enojado, rabioso.
Se puso Play. El cuadro cobró vida y yo me encontré corriendo como podía. El chorro que me miraba soltó el bolso y su amigo lo imitó. Acto seguido salieron corriendo por un callejón mientrás yo, ya cerca del Marto les seguía gritando.
- Marto, estás bien?
Entre una respiración agitada y absolutamente sorprendido - Sí, sí. Pah...
- Te afanaron algo?
- No, no, creo que no. Me rompieron el bolso, la puta madre.
- Ta, menos mal que no te pasó nada. Los vinos están ahí?
- Sí, sí, están acá. Me rompieron el bolso.
- Ta, mirá, te hicieron un favor. Desde Nueva York que estás cargando con esa porquería. Tiralo de una vez... cuando lleguemos a Ios y saquemos esos vinos de ahí.
Seguimos caminando, ya los tres juntitos, con Popi en el medio, el Marto vigilando adelante y yo cubriendo la retaguardia. No pasaron cincuenta metros que nos cruzamos con otros dos tipos, también con rasgos Magrebinos que venían tranquilamente por la vereda, con una mochila en mano. Uno iba sacando cosas, se las pasaba al otro que clasificaba la mercadería y la tiraba en la calle o la guardaba de nuevo. Era obvio que esa mochila pertenecía a otro infeliz que había tenido menos suerte que nosotros.
Llegamos sanos y salvos a Ios luego de tomarnos un ferry en el puerto de Atenas. Ya con el Negro incorporado al grupo nos dirigimos hacia el Far Out Camping, incrédulos del paisaje que veíamos mientras la camioneta que nos fue a buscar al puerto serpenteaba por el único camino existente en la isla. Así como lo leen, un único camino que recorre la isla con su fantástico relieve desde el puerto hasta la otra punta. Lo que hicimos en Ios ya lo saben de la última crónica. Descansamos, fuimos a los boliches que en lo personal no me parecieron gran cosa. Lo que sí era fantástico era el ambiente que se formaba en la piscina del camping a eso de las cinco de la tarde. Los enormes parlantes del lugar comenzaban a subir el volúmen y la gente, ya adobadita de tomar cerveza todo el día comenzaba a moverse en el deck de la piscina, y en el agua también. Un ambiente muy parecido al prestigioso programa televisivo Wild On con su inigualable contendio cultural le daba color a la tarde de la isla. Si fuera por mi, me quedaría ahí hasta terminar con los ojos cerrados de la borrachera, pero los griegos funcionan diferente, pues ese maravilloso ambiente se ve interrumpido abruptamente a las ocho de la noche cuando de golpe se baja el volúmen y un pinta empieza a echar a todos de la piscina que cierra minutos más tarde.
La recorrida por las islas culminó en Creta, una maravillosa isla, la más grande de todas ubicada más al sur que las otras por lo que el desplazamiento fue mayor que las islas anteriores. Fue curioso el modo en el que planificamos nuestra visita a dicha isla, mientras estábamos en una tarde al pedo en Bangkok, reservando los ferries y los hostels con Popi y el Marto. No sabíamos bien donde ubicarnos en Creta ya que a diferencia de las otras islas no es nada chica y no tiene un solo barrio específico donde estén los hostels y campings, cosa que sí sucede en Perissa, Santorini. Así fue como buscando en Hostelworld optamos por reservar el hostel que mejor nos parecía en cuanto a las descripciones y el precio, por lo que reservamos uno cualquiera.
Llegamos al puerto de Creta, pero a diferencia de los dos anteriores no nos fue a buscar nadie. Absolutamente mal acostumbrados, no nos habíamos fijado bien como ir hasta el hostel, teniendo como única referencia el nombre de la calle y el nombre del hostel: Rethimno Hostel. Mirando el mapa del puerto vimos que había un lugar llamado Rethimno y nos dirigimos hacia la estación de bus. Apenas llegamos vimos que salía un ómnibus hacia Rethimno y lo tomamos, doliéndonos el pasaje de 8 euros por cabeza! Ya arriba del bondi nos empezamos a mirar y a preguntarnos si sabíamos a donde íbamos y ahí me di cuenta que en realidad me estaban siguiendo todos a mi con mi super razonamiento de ir hacia Rethimno porque el hostel se llamaba así. Fue todo tan rápido que un razonamiento llevó al otro sin cuestionamientos, pudiendo haberle errado fantásticamente, pero se ve que mis deducciones fueron presentadas con mucha seguridad porque nadie las cuestionó. Recién en el bondi nos pusimos a razonar y nos cagamos de risa por lo pintados que estábamos. La comparación más exacta a nuestra situación fue presentada por el niño Marto:
- Somos unos bananas. Alí, sos un banana! 
Es como si hubiésemos llegado a la terminal de Tres Cruces y porque el hostel se llamaba "Hostel Piriápolis" nos tomamos un bondi hacia el balneario Piriápolis, pero en realidad el hostel quedaba en 18 y Magallanes.
Nos reimos mucho, y más aún cuando nos enteramos que efectivamente Rethimno estaba como a ochenta kilómetros del puerto donde nos bajamos. Recién después de un rato yo le pregunté a un flaco que iba al lado mío si tenía idea de algo y me dijo que él había hecho el mismo razonamiento que nosotros y que se hospedaba allí.
Pasamos un solo día en Creta, aprovechando la mañana para pasear por Rethimno, un lugar maravilloso donde me sentí muy a gusto. Típicas y estrechas calles componen la trama urbana donde sorpresivamente en algunos callejones decorados con santa ritas y enredaderas aparecen unas pintorescas tabernas y tiendas de otro tipo, mezcladas con pequeñas casas de las cuales sale un riquísimo aroma a comida de holla que me hicieron viajar al pasado por un instante, recordando la casa donde tuvieron lugar una infinidad de sucesos que forman el baúl de recuerdos de mi infancia, una época mágica que me eriza al recordarla, donde fui tan feliz, por el barrio de "Tehran Noh" en la casa de los Abbasi, casa a la cual prometí volver algún día, hasta que me enteré que hacé unos años demolieron para construir torres nuevas.
La rambla de Rethimno fue espectacular, cerca del castillo, con un agua increiblemente cristalina haciendo visibles las verdes y turquesas piedras del fondo. En resumen, se trató de un lugar espectacular a donde fuimos a parar por casualidad, pero donde me encantaría volver algún día para recorrerlo con más calma.
La tarde de Creta incluyó la visita al Palacio de Cnosos, lugar al cual estábamos muy entusiasmados por ir... hasta que fuimos. Se trató de un fraude total. Estando allí nos enteramos que en realidad el 90% de lo que veíamos estaba reconstruido según los estudios de un pinta cuyo nombre no importa, quien hasta un momento avanzado de las obras pensaba que lo que allí había encontrado era de los egipcios y no de los cretences. Fue una farsa llena de turistas en la cual estuvimos un rato hasta que decidimos ir a pasar lo que nos quedaba de tiempo en la playa.
Llegamos a Atenas el último día de nuestra estadía en Grecia, a las seis de la mañana luego de un viaje de unas seis horas en ferry, pero ojo al gol, en clase VIP! Resulta que cuando reservamos los ferrys las opciones que habia disponibles eran esa o ir en la cubierta donde nos moriríamos de frio, por lo que reservamos la más cara. Allí desembarcamos, una vez más en Atenas, con los ojos abiertos mirando hacia todos lados para evitar lo antes sucedido.
La Acrópolis llenó de magia el día. Algunos me habían dicho que me iba a defraudar el hecho de que estuvieran reconstruyendo todo, pero no fue así, pues las restauraciones que están teniendo lugar aquí difieren muchísimo de los antes mencionados en Cnosos. La mayor parte del material que se está utilizando pertenece a la construcción original, y se puede diferenciar claramente lo nuevo de lo viejo por el color de la piedra utilizada. Caminar por la acrópolis, ver el templo de Atenea Niké, el Partenón, los propileos... fue como releer por milésima vez los libros de historia del arte y la arquitectura, la mitología griega y algún que otro cuento de algun docente, pero a diferencia de estar en el papel ahora cobraba vida, era tiridimensional, era como caminar por el túnel del tiempo. Una vez más de lo más impactante que supe apreciar del lugar fueron sus paisajes y sus vistas, muy privilegiadas con una completa vista panorámica de Atenas. Por fin habíamos llegado a uno de los destinos más significativos que marcó una época fundamental de la historia del arte y la arquitectura, un lugar mágico... nos empapamos de la magia, de la magia de la Acrópolis y sus dioses.


Ali

jueves, 11 de agosto de 2011

La corrupción de Egipto y los Faraones


Obviamente mi llegada al aeropuerto de Amman fue a los pedos, metiéndole pata para no perder el vuelo. Es que el Mar Muerto nos absorbió por completo y no queríamos irnos de ahí, pero llegó un momento que solo quedaban dos opciones: quedarse en el Mar Muerto y pagar las consecuencias o irse rajando para el aeropuerto para tomar el vuelo a Egipto.

El Fede va manejando, Bruno y yo mirando los carteles hasta que llegamos al aeropuerto. Me despido de ambos, abrazo va, abrazo viene y quedamos en encontrarnos en el Cairo. Lo pienso y me rio... "nos vemos mañana en el Cairo", como si fuera un "nos encontramos en Av. Italia y Garibaldi, en frente a La Vegetariana"! Me despido de ambos y cuando entro al aeropuerto me doy cuenta que es el primer momento desde que salí de Montevideo que estoy totalmente solo, viajando solo, sin tener en cuenta algún momento en que me haya despegado del grupo en algún tramito, pero de repente me encuentro con el otro grupito que había decidido hacer Jordania. Charlamos, mando un par de mails garroneando el Wifi del aeropuerto y sale el vuelo, el cual una vez más sirve para ordenar fotos, escribir un poco, charlar con el vecino de turno... así pasa un ratito y llegamos al aeropuerto del Cairo. Ya es de noche, me despido una vez más del grupito y ahora sí, estoy solo. Busco un centro de información pero no lo encuentro, busco mapas pero tampoco los hay. Lo único que abundan son tacheros que te acosan queriendo cobrarte una fortuna y haciéndose los ofendidos ante mi respuesta negativa. Los esquivo, salgo del aeropuerto y le pregunto a un buen señor sobre los ómnibus y me dice que sale un Shuttle gratuito del aeropuerto a la estación de ómnibus más cercana. Una vez en el shuttle, me cruzo con un japonés y dos japonesas, con sus mochilas gigantes y veo que están en la misma. Nos bajamos en la estación y me acerco a preguntar sobre el ómnibus que me puedo tomar mostrando la dirección del Dahab hostel, pero el veterano que me atiende no habla inglés y lo único que me dice es "Ramsis, Ramsis". Nos miramos con los ponja, entre los cuales esta Yuko, una hermosa chica que me hizo recordar nuestro pasaje por las tierras niponas y una mezcla de nostalgia y alegría me invadió. Nos reímos y subimos al bondi donde ya entrados en conversación me entero que los tres se quedan en el Dahab Hostel también. Ahí decidimos compartir el taxi desde la calle Ramsis y llego al hostel. Se trata de un edificio viejo y bastante precario, con un ascensor donde solamente pueden subir dos personas a la vez con sus valijas. Yo espero y Yuko también, los otros dos suben. No sé porqué, pero me pongo un poco nervioso y me parece raro. Subo hasta el sexto piso prácticamente en silencio, simplemente mirándola y sonriendo. Llegamos al piso 6, subimos uno más por la escalera y llegamos al Dahab hostel. Ellos ya tienen un cuarto, pero yo tengo que hacer el checkin, y cuando llego al desk me encuentro con una chica que no parece egipcia que me sonríe. Le digo de mi reserva pero ella me contesta con un ingles muy gallego que el recepcionista ya viene.

- Española?

- Sí, claro. Apuesto que te has dado cuenta por mi pésimo ingles.

- Jaja, no no, no es que sea pésimo ni mucho menos, pero el acento es inconfundible. Como es tu nombre?

- Ana, y el tuyo?

- Alí, mucho gusto.

La conversación sigue, contando un poco de nuestro viaje, un poco ella del suyo hasta que voy a mi habitación, no sin antes recibir una invitación para quedarme tomando una con Ana y sus compañeras. Yendo a mi habitación me doy cuenta que mi hostel está buenísimo, ubicado en la azotea del edificio, hay cuartos que dan hacia la azotea misma que se convierte en un patio común, con sillitas y mesas, plantas y flores. Dejo mi valija, miro por la ventana y veo el Cairo. Decido bajar a buscar algo de tomar y para mi sorpresa en la esquina misma hay una licorería. Ya con una lata de cerveza Luxor en la mano salgo a dar una vuelta y me siento feliz, vivo. Estoy solo, por primera vez en mucho tiempo y me permito vivir la ciudad desde otro lado, sin reflexiones compartidas, sin hablar en español. Extraño a mis compañeros, pero me siento bien al caminar solo, yendo por donde se me antoja. Son las 23:30 aproximadamente y el Cairo está más vivo que nunca, la calle está llena de gente, repleta de puestitos ambulantes vendiendo comida, ropa, accesorios varios entre los gritos de los vendedores que se suben a sus carros y la gente que regatea en árabe. Ya voy por la segunda lata de Luxor y de repente me siento un poco mareado, lo cual me sorprende ya que la cerveza no es más que un refresco. Pienso y me doy cuenta de que lo último que comí fue de mañana antes de salir hacia el Mar Muerto pero las cuentas me cierran más aún cuando miro la lata y descubro que la cervecita que estoy tomando tiene 10% de alcohol! Me como un Shawarmita para no perder la costumbre y se me pasa el mareo. Contento, con una gran sonrisa en la cara subo al hostel con unas cervezas más y me sumo a la ronda que está compuesta por las galleguitas, un par de holandeses, unos tanos y los japoneses, incluyendo a Yuko. La velada fue ideal y me encontré por primera vez haciendo algo que quería pero no había tenido la oportunidad de lograr por el simple hecho de estar siempre rodeado de compañeros uruguayos: vivir el ambiente de un hostel. Me vi en un ambiente totalmente opuesto a los lujosos hoteles donde nos hospedamos en otros países, conviviendo entre nosotros, aislados del mundo. Me vi siendo parte de conversaciones multiculturales, en varios idiomas en paralelo, inglés, español, italiano... las bebidas van y vienen, las conversaciones también, las sonrisas, las carcajadas y El Cairo está vivo... yo estoy vivo.

Ya es de mañana y sigo durmiendo poco, casi nada. No sé si será el vestigio de mi viejo horario laboral, el hecho de no estar durmiendo en mi cama o mi simple enfermedad de dormir poco, pero me despierto varias veces por noche, siendo la definitiva muy temprano por las mañanas. Esta última noche no dormí nada, o casi nada. Y así empiezo mi estadía en Egipto, donde me encontré nuevamente con Bruno, Federico y el Pepe en algunos momentos, con Carla y Pedro en otros, conmigo mismo casi siempre.

Aunque sea en contra de mi voluntad, me viene el mismo pensamiento una y otra vez mientras camino por el museo del Cairo, "orgullo" de los egipcios, vergüenza de la historia del mundo para mi. El pensamiento que me viene a la mente es el mismo que me vendrá más adelante caminando entre las pirámides y los templos de Luxor y Karnak, en el Valle de los Reyes y entre sus calles: todos aquellos que les robaron sus tesoros y los exhiben en sus museos lo tienen merecido, pues este pueblo no merece tener el pasado que tiene. Me incomoda un poco hacer de quien decide quien merece qué, pero lo cierto es que Egipto tiene de las historias más ricas de la historia, pero su presente deja mucho que desear, y del mismo modo su patético museo, más parecido a un galpón con esculturas sueltas que un museo digno de portar tan valiosos tesoros, testigos de siglos y siglos de grandeza, arte y cultura. Es casi doloroso caminar por dicho museo, estar frente a frente con estatuas, sarcófagos, esculturas, momias humanas y animales de un valor incalculable expuestos con el más vil desprecio.

Estar en las pirámides de Giza implica pelear con los vendedores, sacártelos de arriba, pelear con los chantas que te venden la vuelta en camello, especialmente cuando hay muy pocos turistas debido a los problemas políticos del país, pero a pesar de todo y de todos, se trató de una experiencia asombrosa, un momento único que siempre añoré en mis sueños y que por fin se me dio. La magnificencia de lo que alguna vez fue Egipto se impone a la mediocridad actual apenas uno ve asomar a la pirámide de Keops detrás de la ciudad. Hablo tan duramente con respecto al Egipto actual más que nada por algunas experiencias negativas con su gente, pero obviamente que generalizar es un error que habría que evitar. Pero caminar entre las pirámides, la esfinge y las mastabas hace que uno se olvide de todo y de todos, más allá de que sigan insistiendo los vendedores son polvo comparado con tanta grandeza, con tantos siglos de historia. Uno habla de siglos como de caramelos, pero es en algunos momentos que se llega a tener una pizca de conciencia de la dimensión de lo que se está hablando. Amigos míos, la arquitectura y el arte funerario egipcio son algo que se estudia desde la escuela y fascina a muchos desde el comienzo, pero estando allí habiendo leído tantos libros, habiendo visto tantas fotos, es algo que no tiene precio y que hace que me pregunte una vez más cómo es que Egipto, al igual que Jordania hace años que venía siendo un destino opcional. Recién este año, después de mucho el país de los faraones pasó a ser parte del viaje oficial. Viaje oficial que me he encargado de realizar por mi cuenta, con los chiquilines, pero desde la partida del primer grupo docente con el que compartimos muchos momentos del bloque uno que no veo un solo profesor.

La entrada a la pirámide de Keops fue impresionante. Un rato antes, uno de los chiquilines me había dicho que no valía la pena entrar, pero obviamente no le hice caso y entré. Un empinado camino de una altura tal que lo obliga a uno a ir agachado subiendo a 45 grados te hace sentir la presión de las toneladas de piedra que te cubren y el peso de toda una historia que se impone sin cuestionamientos. La claustrofobia toca la puerta, pero mirar hacia los costados y ver las escrituras e imaginar la recompensa final funcionan tan bien que en cuestión de minutos estás arriba. De estar agachado e inclinado, subiendo por un caminito angosto se pasa a la gran sala que está en el centro de la pirámide. Un lugar fresco donde aún permanece el sarcófago de Keops que te recibe de una manera brutal, silenciosa, magnánima, oscura. En la sala están las aberturas que dan a los sistemas de ventilación magníficamente diseñados y lo que más le llama la atención a cualquier estudiante de arquitectura: las juntas entre las piedras, evidencia del perfecto sistema constructivo de los egipcios donde cada piedra se pega a la otra por un sistema estructural impecable, por la presión, sin ningún tipo de cemento ni material adhesivo, lo cual hace que uno se pregunte si realmente fueron los egipcios los verdaderos autores de tales edificios o si cabe alguna chance de aquellos viejos rumores que hacen responsables a los extra terrestres de su construcción. Lo que da pena realmente es el nivel de despreocupación y descuido que tienen los egipcios con tanto tesoro. Un poco más cuidados están los templos de la ciudad de Luxor, a donde accedimos luego de más de una hora en la terminal de trenes del Cairo, peleando por tres lugares en un tren que nos salió carísimo pero que me ofreció mis primeras horas de sueño real ya que se trataba de un tren cama. Luego de compartir una amena charla y un vino llamado Omar Khayyam con un suizo que está viajando por el mundo dormí como cinco horas, lo cual no pasaba desde hacía varios días.

Amanecimos al otro día en la ciudad de Luxor, a las 6:30hs entramos al templo de Luxor donde al igual que en Giza miles de imágenes del liceo y de los primeros años de facultad salieron del baúl de los recuerdos para tomar forma y convertirse en un lugar tridimensional, interactivo por donde caminaron mis pies y donde mi cámara disparó para guardar nuevas imágenes propias para siempre. El templo de Karnak, siempre en Luxor me hizo vibrar, viajar con la mente y la imaginación, caminando entre ruinas de miles de años que aún conservan su magnificencia.

La fantástica recorrida culminó cruzando el Nilo para ir al Valle de los Reyes y la tumba de Hatshepsut, donde una vez más fui testigo de la grandeza de una civilización, de su avance tecnológico y sus desigualdades que seguramente se pueden comparar con aquellas de otras grandes civilizaciones como la china o la azteca, donde al igual que en la Gran Muralla o las pirámides de Teotihuacán miles y miles de personas dejaron sus vidas y sus almas debajo de esas magníficas construcciones que hoy nosotros admiramos y que fueron el símbolo del capricho y el poder de unos pocos individuos.

Hoy, estos templos cuentan con un personal corrupto, inculto y deplorable que oficia de guardia y "dueño" de los mismos. Fue en el Valle de los reyes que presenciamos los frescos más espectaculares de todos en las tumbas de varios faraones. Historias enteras de un pueblo ilustradas en las paredes nos recibieron dejándonos boquiabiertos. Fue en la tumba de Ramsés II que nos quedamos estupefactos observando las maravillosas obras de arte funerario cuando de repente apareció el guardia, media hora antes de que fuera la hora de finalización a gritar y hablar como un sordomudo parándose entre nosotros y el sarcófago decorado. Al principio no entendimos nada ya que faltaba un buen rato para que tuviéramos que irnos y estábamos colgadísimos con el lugar, pero el hombre, quien ya habíamos visto a punto de ser molido a golpes por un gringo que lo puteaba de arriba a abajo, estaba empecinado en hacernos salir de la tumba. El tono de la "conversación" donde ni él nos entendía a nosotros ni nosotros a él empezó a subir. Nos encontrábamos sentados, observando tranquilamente todos los frescos cuando el hombre apareció, minutos después cometió el grave error de agarrarme de la mano para levantarme, lo cual sumado a la calentura que teníamos de bancarnos a los cientos de vendedores y oportunistas del lugar hizo que los tres (Fede, Bruno y yo obviamente) nos levantáramos arrinconándolo contra el sarcófago e insultándolo en todos los idiomas posibles. Creo que el acto funcionó porque el guardia se fue y nos quedamos un rato más ahí.

La noche anterior, fui testigo de la amabilidad del mismo pueblo, cuando por esas cosas de la vida me encontré con Pedro y Carla y entre conversaciones de viaje y alguna que otra Luxor terminamos mirando la noche del Nilo para terminar en la Plaza Tahrir donde miles de almas se reunían a protestar pacíficamente contra el gobierno exigiendo los cambios que hace meses se vienen reclamando. Fue increíble ver cómo los propios ciudadanos oficiaban voluntariamente de control para la entrada a la plaza, asegurándose de que nadie portara armas insistiendo en que se quería que las manifestaciones fueran pacíficas. Caminamos por la plaza, participamos de su movida, hablamos con los egipcios que encantados nos recibieron. En un momento uno del ellos me pintó la bandera de Egipto en el brazo. Acto seguido siguió con el brazo de Carla lo cual enfureció a uno de los musulmanes radicales que había allí quien le protestó en un tono bastante elevado al pintor, pero en cuestión de segundos había más de cinco egipcios pidiéndonos disculpas y calmando al hombre.

Eso había sido la noche anterior. Ahora, un poco más tranquilos luego del incidente con el guardia salimos del templo para dirigirnos a otro igual de espectacular, pero estaba cerrado, faltando aún unos quince minutos para que terminara el horario. De repente, desde lo alto apareció otro guardia, quien nos sonrió y abrió la reja haciéndonos la señal de las enfermeras en los carteles de los hospitales, indicándonos que guardáramos silencio, lo cual no me olió nada bien. Entramos y para nuestra sorpresa el guardia no nos siguió, ni intentó contarnos los cuentitos de la tumba para exigir luego una propina que jamás le daríamos. A diferencia de los anteriores, éste se quedó arriba y nosotros entramos. Había algo raro que no me gustaba, pero aprovechando que el hombre no estaba, Bruno sacó su cámara y sacó algunas fotos, en las cuales aparecía yo también cuando de golpe vi que el guardia bajaba. Hice de campana y Bruno guardó la cámara, pero el hombre fue directo hacia él, le agarró la mochila, se la abrió y le sacó la cámara. Mientras Bruno lo miraba atónito yo me le puse en frente pidiendo que devolviera la cámara a donde estaba, a lo que el muy cretino empezó a gritar que no se podía sacar fotos y que iba a ir a la policía. Segundos después, haciendo el mismo vil gesto del principio, nos dijo que guardáramos silencio y con una inmunda cara de codicia nos hizo el gesto mundial del dinero, frotándose los dedos índice y pulgar una y otra vez. Para qué? Si hay algo que me da bronca y me genera desprecio es la gente corrupta. El tipo había calculado todo desde el principio para llevarse su dinerito, y a mi eso me enfureció muchísimo.

- Money, money. Sssshhhh...

- Money? Money qué pelotudo? No te voy a dar un mango! Dame la cámara - totalmente sacado.

- Police, police!

- Police qué la concha de tu madre? Dame la cámara? Give me the camera mother fucker! - Y gritándole descaradamente me le puse adelante.

La cara de Bruno era un poema ya que el tipo aún tenía su cámara y yo estaba envenenadísimo con cualquier egipcio corrupto que se me pusiera en frente.

- Pará Alí que tiene mi cámara! Sr, sr, you are a good man, you are a good man... give me the camera please.

- Ok ok... ssshhhh - con la misma cara de codicioso - money, money - frotándose los deditos

- Pero la puta que te parió, no te vamos a dar un mango corrupto de mierda. Dame la camara. Give me the camera now!

En ese momento estiré la manó para agarrar la cámara cuando el muy estúpido cometió el mismo error que su colega, golpeándome en la mano para que la sacara. No sé si fue alguna ley de la física de acción y reacción o se trató de simples reflejos, pero así como el hombre golpeó mi mano izquierda el puño derecho se cerró, tomó impulso y se dirigió hacia la cara del egipcio, la cual se empezó a transformar al ver lo que se le venía. Por suerte y gracias a Atón, Federico y Bruno son personas cuerdas. Bruno, que veía con pánico la cámara en la mano del egipcio me agarró el brazo mientras Federico alejaba al egipcio y entre los dos me echaron. Yo salí de la tumba y a los segundos apareció Bruno con su cámara y el guardia atrás.

- Le pagaste?

- Sí, le di 20 libras egipcias.

- La puta madre! Egipcio corrupto, hijo de puta, mother fucker!

- Wahsal ahsal sukara bahdalah!

- Sí, la puta que te parió!






Y así nos fuimos, calientes como novia de bobo y puteándo a cuánto egipcio se nos cruzara. Por suerte minutos después estábamos sentados a la orilla del Nilo, donde aproveché para lavarme las manos y la cabeza para pasar a disfrutar de un hermoso atardecer cruzando en el ferry hacia el otro lado. Del otro lado nos esperaba nuevamente el tren cama, donde dormí, descansé y descansé, descansé tanto que dejé mis lentes de regalo para el próximo pasajero!


Ali.

viernes, 5 de agosto de 2011

Petra

Sin dudas que la sensación de "volver" a un lugar en este viaje fue extraña ya que aún no me había pasado. Hace unos tres años, por esas cosas de la vida me tocó participar de un proyecto laboral en Dubai donde tantos buenos recuerdos junté y me volví con una amiga de fierro como Vero. Aterrizar en el aeropuerto internacional de Dubai me hizo sentir una especie de nostalgia un tanto extraña. Años después estaba volviendo a la tierra del derroche y lo ostentoso, pero en un contexto muy diferente. Para mi sorpresa, me encontré con otro Dubai, visto desde otro ángulo, vivido de una manera totalmente distinta. En esta ocasión, llegamos en una fecha poco recomendable, pleno Julio, por ende, plena temporada de calor. Al bajar del avión, a eso de las 21:00hs un insoportable, húmedo y sofocante calor de 37 grados nos abrazó haciéndonos sentir incómodos de entrada. Este Dubai, muy distinto de aquel que conocí tiempo atrás es inhabitable y atenta totalmente contra nuestras intenciones, las cuales se basan justamente en recorrer y vivir los distintos lugares que nos ofrece un destino.

Finalmente, luego de lo que implicó el patético tour del que fuimos presas en India, la entrada a Los Emiratos Arabes unidos significó el comienzo de la independencia de los guías y sus secuaces, lo cual fue sumamente gratificante. Pero lo extraño es que no tengo mucho para contar sobre el paso por los Emiratos, ya que nuestro paso fue de solo dos días de los cuales la mayor parte del tiempo fuimos víctimas de los 45 grados húmedos y una tormenta de arena como aquella que me agarró años atrás. Me gustaría saber la opinión de mis compañeros, quienes en su mayoría se vieron impedidos de disfrutar de varias de las atractivas propuestas de estas tierras por las razones antes mencionadas, en un lugar donde caminar es imposible hasta de noche, haciendo muy difícil poder disfrutar y aprovechar de espacios como los del Madinat Jumeira u otros que ni siquiera llegamos a ver. Me encontré tanto en Dubai como en Abu Dhabi, en lugares vacíos de personas, quienes se refugian en los malls o en sus casas y hoteles, para no sufrir lo que nosotros sufrimos, lo cual fue tan distinto a la experiencia anterior.

Los días se sucedieron con gran velocidad, al igual que estos que transcurren ahora. Cuando quise acordar, me encontraba corriendo por los pasillos del hotel porque nos quedamos dormidos con el Rolo y Marto, y ahí iba con la valija, la cual está destrozada, renga y sucia, con apenas un par de ruedas que le quedan y el carry-on. A duras penas llegamos al aeropuerto, donde entre besos y abrazos nos separamos en distintos grupos, de los cuales algunos volaban a Turquía, otros a Egipto mientras que algunos pocos partíamos hacia Jordania, unos doce en total. Bastó con pegar un ojo para que el avión de Royal Jordanian despegara y aterrizara en el aeropuerto internacional de Amman, donde al bajar, contrariamente a lo que todos pensábamos nos recibieron unos veinticinco grados secos que fueron un alivio encantador. Mis compañeros de siempre se dirigían a otros destinos, y yo me aprontaba para una nueva aventura en un destino que increíblemente no forma parte del viaje académico, al cual supe desde siempre que tenía que ir. Mis compañeros de turno fueron otros: Bruno, Federico, Mauricio, Ana y Pepe, con quienes alquilamos dos autos y emprendimos el tan ansiado viaje hacia el sur, atravesando kilómetros y kilómetros de un árido desierto que se perdía en el horizonte hacia el Este y el Oeste. El trayecto no fue muy largo, pero sí fue disfrutable, poniéndose cada vez más interesante al ir adentrándonos en las cadenas montañosas de Jordania. Zig zags, subidas y bajadas y un paisaje espectacular a la vuelta de cada curva me hicieron rememorar algunos de los otros sitios visitados durante estos últimos meses. Me acordé de nuestra travesía por los picos nevados de Aspen, aquel lago maravilloso y las horas de manejo en vano. Este paisaje era totalmente diferente, seco, de ese color beige continuo típico de estos lares y me sentía feliz al poder parar donde y cuando quisiéramos para contemplar el paisaje o simplemente sacar unas fotos, sin depender de nadie ni nada.

El pueblo de Petra resultó ser un lugar divino pero extremadamente turístico, armado para el turista con sus estrechas calles que serpentean entreveradamente formando una planta parecida a un plato de tallarines. La infraestructura está, los negocios, los hostales, los hoteles, todo para los turistas que van a pasar algunos días en una de las siete maravillas del mundo. Habiendo dejado los bolsos y ya con un Shawarma en mano, nos subimos nuevamente a los autos para no postergar más la espera del tan ansiado momento. Cuando quise acordar me vi entrando por la puerta principal, bajando y bajando una pronunciada pendiente hacia un camino que nos conduciría posteriormente por entre las rocas y uno de los lugares más increíbles que he visto en mi vida. Caminamos un rato empezando a ver los indicios de las cuevas cavadas en las rocas, algunas más chicas, otras más grandes, todas distintas entre ellas. De a poco el camino se fue haciendo más y más angosto hasta que de repente me sentí Harrison Ford caminando entre túneles naturales formados por caminos que se cuelan entre dos montañas, separadas por una mínima distancia entre sí. Todo indicaba que caminábamos por el lecho de un viejo río, ya que las formaciones rocosas tienen dos desgastes distintos, uno más uniforme en la parte baja y una superficie más rugosa en la parte superior. Lo cierto es que caminar por ese lugar fue una experiencia absolutamente distinta y recomendable logrando que los ojos estuvieran muy abiertos y el corazón latiendo a un ritmo fuera del habitual. Una sensación de falsa claustrofobia se mezclaba con el goce de vivir un lugar de paisajes espectaculares cargados de historia, y mientras caminaba volvía a ese recurrente ejercicio mental de imaginar los siglos de historia que cargan esas rocas, esos caminos por los que cientos de años atrás caminó un pueblo, aquel que vivió y construyó entre las montañas. Fue embebido en esos pensamientos que levanté la cabeza luego de una angostísima curva y mis ojos encontraron el primer templo que se alzaba entre la angosta raja que se abría entre las dos montañas que formaban el camino. Seguí unos pasos más, atónito, maravillado, sintiéndome chiquito ante esa magnificencia que se levantaba delante de mi hasta que salí del camino para pasar a un espacio más abierto, enfrentado a la majestuosa construcción "en piedra". Parado, quieto, incrédulo... así estuve durante un instante, mirando, simplemente mirando, observando, moviendo la cabeza hacia un lado y otro, sin poder creer lo que tenía frente a mí, mientras mi cámara colgaba de mi cuello. Así estuve un rato, hasta que de repente sentí la ansiosa necesidad de documentar aquello. Saqué una foto, saqué otra, y otra, y otra y no pude parar. Me frené para ver las fotos, pero ninguna me convencía, ninguna mostraba lo que yo veía en ese momento, lo que yo vivía en ese momento. Me sentí impotente al no poder guardar esas imágenes para compartirlas luego y me di cuenta que solamente quedaron en mi retina, en mi memoria, por siempre. Me acordé del Gran Cañón del Colorado, donde me pasó exactamente lo mismo, donde el lente o mi capacidad fotográfica no tuvieron el poder de registrar de manera fidedigna aquello que estaba frente a mí.
Las horas pasaron, y nosotros seguimos hacia adentro y arriba, pasando por la parte más "urbana" de Petra, por cuevas hechas a grandes alturas, ruinas de viejas avenidas, anfiteatros en la montaña y caminos empinados que comenzaron a derivarnos hacia arriba, viboreando en las montañas con paisajes alucinantemente hermosos. De este modo llegamos a la cima, al gran recinto emplazado en las alturas con vistas únicas las cuales nos detuvimos a contemplar muertos de cansancio, agitados y transpirados. Fue allí que conocimos a Abdollah y sus secuaces, unos beduinos locales que viven en una villa que se encuentra cerca de las ruinas de Petra, del lado opuesto al pueblo turístico. Luego de invitarnos con un té local, con un riquísimo gusto a cedrón, nos contaron un poco de sus vidas mientras que nosotros les contamos un poco de las nuestras, sentados en el borde de un precipicio, con el atardecer a nuestras espaldas y miles de metros cuadrados de montañas a nuestros alrededores. Se trataba de algunos jóvenes "hippies" según nuestra nomenclatura, dedicados a la vida no material (entre comillas), basados en el amor, en fumar hashish, tocar el Oud y cantar todo el día. La charla fue más que interesante para ambos grupos, lo que derivó en que amablemente nos invitaran a participar de un casamiento que se llevaría a cabo en su pueblo esa misma noche. Mugrientos, con ropa desechable y muertos de cansancio, no dudamos un solo segundo en aceptar la oferta de los muchachos. Así fue como empezamos a tomar el camino opuesto por el que habíamos llegado mientras la luna ya asomaba por detrás de las montañas habiendo dejado atrás el último rayo de sol. La subida se hizo difícil, pero lo superamos. Lo que casi no supero fue mi encuentro frente a frente, bajo la luz de la luna llena con una serpiente de la cual yo veía la silueta entre tenues juegos de luces y sombras, del mismo modo en que se veía en las montañas rocosas. El bicho se enroscó y me enfrentó desafiante cuando yo me percaté de su presencia y me frené de golpe. Lo miré fijo y me di cuenta que no se trataba de una pequeña lombriz del jardín de casa, sino más bien de un animalito de unos cuantos centímetros de diámetro y un metro de largo aproximadamente, lo cual me hizo pegar un julepe bárbaro. Me quedé quietito cuando Abdollah, que iba en su caballo a mi derecha me preguntó porque me había frenado, a lo cual yo moviendo sigilosamente hacia la derecha con la mirada fija en la serpiente le señalé la criatura. Él también se quedó quieto al igual que su caballo y me di cuenta que la serpiente me temía tanto a mí como yo a ella, ya que mientras yo me movía hacia la derecha, ella se movía hacia su derecha también. Finalmente nos evitamos y cada uno siguió su camino.

Ya en la villa fuimos a la casa de los padres de Abdollah, quien la usa como parada estratégica para asuntos básicos ya que pasa la mayor parte del día en las cuevas de Petra, en las montañas. Me sorprendí al enterarme que su villa entera vivía en las ruinas de Petra hasta no hace mucho tiempo, cuando el gobierno jordano decidió entregarles las casas de la nueva villa para que se fueran de la vieja ciudad, del patrimonio de la Unesco. Entre más té y conversaciones que iban y venían conocimos a la madre de Abdollah, a su padre y una de sus hermanas. Me reía al ver como las madres son madres en cualquier lugar del mundo, cuando en Jordania, en una humilde casa la madre que hablaba solo en un dialecto local nos empezó a mostrar decenas de fotos de sus hijos, de cuando eran chicos, de cuando ella era joven. Un rato pasó y la boda se acercaba, pero nosotros no dejábamos de cabecear hasta que llegó un punto que nuestro cansancio era insostenible y ante la posibilidad de quedar como unos irrespetuosos optamos por volver al hostel. Así fue que Abdollah nos ofreció acompañarnos a tomarnos un taxi. Salimos a la calle y lo primero con lo que nos topamos fue una discusión entre dos hombres que terminó en una pelea con una especie de boleadora y una navaja de por medio, la cual vimos de un poco más lejos ya que obviamente no era conveniente estar cerca. Finalmente quien nos llevó hasta el pueblo fue el primo de Abdollah, un jordano que calló en su camioneta, con una bandana con la bandera de los Estados Unidos, una campera de cuero, quebrando como si fuera un rockero por la ruta 66, pero éste iba con un disco de románticos al mango en vez de Stepen Wolf y se escabullía entre las calles de Petra!

La maravillosa noche terminó con un shawarma, la botella de Whisky que nos habíamos comprado en el Free Shop, charlas sobre la vida de cada uno mientras el primo de Abdollah cantaba y tocaba el oud en las afueras del pueblo, entre las rocas, lejos del casamiento pero en un ambiente que supe disfrutar muchísimo. Petra terminó ideal, para dar paso al día siguiente a la segunda parte de la aventura jordana. Al otro día, de mañana tomamos la ruta hacia el Norte y nos dirigimos directamente al mar muerto. Fede dormía, Bruno manejaba y yo iba mutando atrás con los extraordinarios paisajes, mientras charlábamos sobre la noche anterior. La llegada al mar muerto fue espectacular, conduciendo por un camino al borde de un risco desde donde se veía venir, se veía el azul profundo del lugar más bajo de la tierra, rodeado de montañas. Sobre el plano del agua se divisaba una densa bruma, producto de la alta evaporación del agua, una de las razones del gran porcentaje de sal que contiene. Bajando hacia el agua, tuvimos que parar en varios lugares, donde los accesos a las playas estaban privatizados y fuimos a parar al que nos cobraba menos, unos doce euros por persona. Bajamos, pasamos las piscinas y llegamos a la playa. Los primeros que se percataron de que realmente estábamos en el mar muerto fueron mis talones, los cuales habían quedado hechos pedazos luego de las largas caminatas del día anterior en chancletas, quedando todos cortados con rajitas verticales. Al meter los piesitos en el agua fue como si me hubiesen echado ácido, el ardor era insoportable, pero asimismo creo que las heridas curaron enseguida ya que quedaron con cascarita y dejaron de arder. Fue increíble tener que luchar para sumergirse y ver que a pesar del intento de quedarse parado, el agua hacia una fuerza inversa a la gravedad haciéndolo quedar a uno en posición horizontal. Flotamos, nos reímos, nos ardieron todas las heridas que nunca supimos que teníamos, flotamos, flotamos, flotamos... floté. Miré hacia los costados una vez más y una vez más pensé en lo mismo: "Mira donde estamos... mira donde estamos"!

Salud Ali.