En todos hay un escritor. Por más escondido que este se encuentre. Algunas veces se manifiesta y quiere ser la voz de muchas voces y la de uno mismo. Ser testigo y narrador de nuestra historia, amigo y enemigo de nuestros miedos y alegrías, tratar a la realidad como una igual, subyugar lo indomable y liberar lo oprimido. Combatir la intolerancia en una guerra sin cuartel a palabra suelta. Desafiar a nuestra propia inteligencia y re-definir las reglas en las cuales se basa nuestra ya tan reestructurada sociedad. Pero lo más importante sea, tal vez, la indescriptible sensación que nos produce, el dibujar con nuestras palabras en la imaginación de otros.

Bienvenidos.

C.A.

martes, 31 de mayo de 2011

Closed road ahead... todos los caminos NO llevan a San Francisco


Eran las 21:00hs cuando se produjo el cambio de equipo conductor. Dejaban sus puestos Popi y La Negra como piloto y copiloto respectivamente para ser sustituidos por Lilou y yo. Desde el momento en que pase al volante la hermosa, plana y recta ruta por la cual habíamos andado durante las últimas cuatro horas dio paso a una entrada que se direccionaba hacia el interior de aquellas montanas a las cuales sacábamos fotos horas antes. Ya era de noche por lo que luego de varios días de no haber manejado debido a mi estado gripal, volví a ser el conductor nocturno. Una noche atrás El Marto había manejado durante más de cinco horas por caminos de tierra por los que nos había mandado Conchita, que atravesaban los descampados del Estado de Arizona mientras yo iba contándoles la historia de la masacre en Texas, ambientada en Arizona con el miedo constante de que apareciere Jasón tras los pajales o algún psicópata de película, la versión maléfica del pata de palo del Hotel Tokio.
Emprendimos el camino empinado, con Lilou indicándome la cantidad de kilómetros por seguir y la sinuosidad de las curvas. El camino, totalmente diferente al anterior, se comenzó a convertir en una especie de montana rusa, pero una de las buenas, a tal punto que en ciertos puntos a mí que era quien manejaba me mareo y me causo cosquillitas en el estomago. Así transcurrieron varios kilómetros, subiendo, bajando, haciendo zig zag en las sinuosas rutas con sus cerradas curvas, esquivando algunas liebres y pisando otras, con el resto del equipo contento, contando chistes, peleando por el dominio de los machos alfa sobre las hembras y pavadas del estilo. Pero poco a poco el camino se fue haciendo un poco mas engorroso y hermoso a la vez, mientras nos empezamos a adentrar en los bosques y a subir zigzagueando por los estrechos carriles que se nos aparecían, la gente se fue durmiendo y quedamos Lilou y yo, mano a mano con el reproductor de MP3. El pie derecho empezó a jugar un papel trascendental en la interacción entre el freno y el acelerador en estos autitos automáticos que usan los muchachos del norte, ya que no había un solo tramo horizontal y recto.
Conchita y su baracutanga
Conchita ya no hablaba, ya que por el bien de todos decidimos callarla, solo su pantalla colgante del parabrisas nos indica ahora qué camino seguir, dentro de cuanto doblar y los de más detalles. No quiero imaginar lo que hubiese sido este recorrido con Concha aturdiéndome: "siga por la izquierda, y a treinta metros manténgase a la izquierda, a diez metros gire a la derecha, a cinco metros gire a la derecha y manténgase a la izquierda..." con su voz de gallega porno.
Decir que a la derecha tenía un copiloto de fierro, ya que mirando el GPS, Lilou me iba avisando de las curvas que se venían. La mano se complicaba cuando después de un ratito de silencio se escuchaba un "pah pah pah... ay ay ay...esta que se viene es recontra cerrada" segundo de una risita típica de quien está nervioso y teme por su vida. Y así íbamos nosotros, nuestra camionetita Dodge Caravan, serpenteando en las montañas de lo que a esa altura era el límite entre el Estado de Nevada y el de California. De repente, entre el silencio reinante a pesar de la música que trataba de mantenerme despierto, agarramos una curva cerrada y al culminar nos encontramos en una especie de túnel, rodeados de las rocas de la montaña que se perdían en lo alto, lo cual a Lilou la hizo acordar al tren fantasma del parque Rodó!
-Vamos que dentro de cien metros agarramos el empalme con la 120 que es la que nos sirve - me dijo Lilou. Fue decir eso, y al doblar nos topamos con un cartel rojo, enorme que decía "Road Closed", ósea ruta cerrada. - Pero me cago en la puta madre - fue mi acotación, lo cual hizo que los bellos durmientes del fondo se despertaran de a uno. El último fue el Marto obviamente, quien se balanceó sobre el asiento, aún dormido, con sus ojos rojos diciendo "ojo ojo". Lo que nadie supo explicar era con qué había que tener ojo, ya que estábamos frenados, tratando de ver para donde agarrar. Obviamente Conchita se disfrazó de Poncio Pilatos y no nos decía nada. Nos miramos con Lilou, y la opción era una sola, en vez de seguir por la 108, tomar la ruta que salía hacia la izquierda y esperar a ver qué nos deparaba el destino, y así lo hicimos.
La ruta alternativa resultó ser mucho más empinada aún. El recorrido paso a ser de hermoso a tenebroso, con arboles perfectos, cuyas copas comenzaron a acompañarnos mientras subíamos zigzagueando hacia los costados, hacia arriba y abajo. Poco a poco la ruta se fue convirtiendo en una imagen bizarra donde de seguro pincharíamos y tendríamos que frenar, siendo presas de los asesinos furtivos que se esconden en el bosque. Lo que algún psicólogo debería explicar, es porque carajo la gente le teme más a los lugares descampados y alejados de la civilización que a aquellos donde hay mucha más probabilidad de encontrar asesinos y gente de mente turbia. Quien va a ser tan pelotudo de estar cagandose de frio, escondido en una montana esperando que se lo coman los osos, para que en una de esas pase un auto, pinche, los boludos bajen para poder matarlos? Pero bueno, la psiquis del hombre es complicada, y a la oscuridad reinante, las curvas y el hecho de no saber a dónde nos dirigíamos exactamente, nos jugaron una mala pasada. A esa altura, ya todos dormían, excepto Lilou y yo. Nos empezamos a adentrar cada vez más en las montañas, en la selva, entre los árboles, con una concentración aguda, ya que un paso en falso, una cabeceada al volante o una simple distracción significarían la muerte. Bueno, al menos eso suponía yo, ya que las luces de la camioneta iluminaban apenas unos metros hacia adelante, mostrando nada más que la ruta por dónde íbamos, y la visibilidad terminaba abruptamente hacia los costados, lo cual me hacía creer que no había objetos contra los cuales reflejara la luz, traducido al español, estábamos rodeados de precipicios. A todo esto, en una de las curvas me pareció leer un cartel que decía "End of Paviment", lo cual le comuniqué inmediatamente al copiloto, pero no tuvimos ni tiempo de pensar, ya que en la próxima curva, pasamos abruptamente del asfalto a la tierra, en una curva cerrada y absurdamente empinada. Debo confesar que ahí me preocupé, ya que no sabíamos hacia donde nos dirigíamos, y para colmo nuestro destino nos estaba llevando en dirección vertical. Un rato antes habíamos visto un cartel que decía "Aspen", lo cual me hizo acordar a Tonto y Retonto, ya que era el pueblo en las montañas a donde llevaban el portafolio lleno de dinero. Pero eso no viene al caso. la cuestión es que no sabíamos dónde estábamos y para colmo Conchita nos perdió. Miramos el GPS y nuestro autito azul estaba con un signo de interrogación arriba, lo cual quería decir que estábamos absolutamente perdidos, sin mapa, sin saber en qué montaña estábamos y sin Conchita. A esa altura, en nuestros subconscientes, estábamos rodeados de psicópatas asesinos, osos, hombres lobos y enanos de jardín endemoniados, más aun luego de bajar unos metros y ver en el medio de la nada, hacia nuestra izquierda, a unos metros del camino, una casa, sola, abandonada, blanca y moribunda, donde seguramente se alojaría la bruja de Bialr.
Nuevamente se despertaron todos al ver que la camioneta estaba frenada, y nuevamente se despertó Marto con su instinto paternal advirtiéndonos del peligro con un "ojo ojo" con tono de preocupado. - Dónde estamos? - me preguntó Maina a lo cual yo contesté con un rotundo: - Ni la más pálida idea, arriba de alguna montaña en los alrededores de Aspen.
- Y esta es la ruta que teníamos que hacer?
- No, pero el tema es que la que teníamos que agarrar estaba cerrada.
- Ah. ok
A todo esto, yo empecé a joder nuevamente con las historias de terror, y que de seguro ahí nos agarraría alguna bruja del bosque o alguna boludez del estilo, a lo cual la respuesta de Marto fue: - Bue, yo me voy a dormir de nuevo así no pienso en eso - Y así fue.
- Peguemos la vuelta Lilou y vayamos hacia la bifurcación original, y tomemos el otro camino. Volvimos, y vimos un pueblito típico llamado Birdgeport, muerto, dormido, donde vimos un par de moteles. Ya cansados, y en mi caso luego de haber manejado unas dos horas y media, tensionado, de curva en curva tratando de no caer al precipicio, de noche, decidimos que lo mejor sería quedarnos a dormir, para seguir luego a la mañana siguiente hacia San Francisco. El motelcito resultó ser bastante caro, pero lo peor fue que cuando bajé del auto se me congelaron hasta las entrañas, pues hacía un frío tremendo, y yo estaba de shortcito ya que veníamos del calor de Las Vegas, por lo que decidimos seguir un poco más a ver qué había. Uno de los errores graves que cometimos se produjo en ese pueblito, cuando Popi dijo que acabábamos de pasar un cartel luminoso gigante que decía algo de las rutas. Nos miramos, y siendo cómplices unos de los otros resolvimos seguir y así lo hicimos. Esta vez tomamos la ruta 89, la cual nos comenzó a introducir nuevamente en las montañas. Le dimos y le dimos un rato más, hasta que en una curva, me pareció que el reflejo de la luz era demasiado brillante, ya no como las rocas o las copas de los arboles, miré un poco más y grité: - Nieve! Eso es nieve! - lo cual provocó el tercer "Ojo ojo" del Marto y la expresión de maravilla del resto. Inmediatamente, en un gesto automático frené la camioneta en una especie de banquina natural que había, y nos bajamos de la camioneta. Cagados de frío hasta las patas, con poca ropa, y contentos como nene chico con juguete nuevo, nos despreocupamos de habernos perdido. En cuestión de segundos, todos habíamos sacado la mínima ropa de abrigo de nuestras valijas y nos disponíamos a jugar en la nieve y sacarnos fotos, totalmente inconsciente de donde nos encontrábamos y de los peligros que podríamos correr. - Bueno bueno, muy lindo todo, pero vamos a seguir - fue mi conclusión luego de unos instantes donde estuvimos a punto de tener una pulmonía. Y seguimos... subimos un poco más, bajamos otro tanto, cuando Maina se despertó preguntando:
- Dónde estamos? - A lo cual yo contesté con un rotundo - Ni la más pálida idea, arriba de alguna montaña.
- Ah, pero este es el camino que teníamos que agarrar?
- No, no es este.
- Entonces qué hacemos acá arriba?
- Es que el camino que teníamos que agarrar estaba cerrado Maina, por eso tuvimos que agarrar un camino alternativo.
- Ah, ok... ronquidos.
Nos la bancamos, seguimos, manejamos, hicimos chistes... así la llevamos con Lilou unas horas más. Ya habían pasado unas seis horas desde que había empezado a manejar y las esperanzas de salir de las montañas para entrar a la civilización estaban a la vuelta de cualquiera de las curvas. Podría seguir describiéndoles paso a paso la ruta para hacerles sentir el rigor que nos hizo sentir ella a nosotros, porque una cosa es leer la trayectoria en un relato, y otra es vivirla todas las malditas horas que nos llevó, estresado, cansado, atento... pero no lo voy a hacer.
Lo que les puedo decir, es que luego de muuuuuchas curvas, de subir y bajar, de reojo me pareció ver un cartelito, ante el cual mi reacción casi fue el del niño chico cuando pareció ver un fantasma: el de cerrar los ojos haciendo que no lo vio. Así fue la sensación, aunque no pude cerrar los ojos porque moriríamos todos. Me acordé de la mamá de La Negra diciéndole por teléfono: "Cuídate mucho Albanita" y me vino un escalofrío. Miré a Lilou de reojo, ella también lo había visto, pero reaccionó como yo.
- viste eso? - Le dije
- Sí, pero ta, no, debe ser viejo. A ver, seguí por acá que viene una curva.
Yo seguí por la curva, agarré un repecho, y allá lejos me pareció ver unas luces, producto de las de la camioneta que se reflejaban en elementos inanimados de tránsito.
- Lilou, vos viste ese cartel?
- Sí, lo vi.
- Decime que no, por favor.
Pasé las señales de tránsito que había en la Ruta 4, las cuales simplemente me decían que la ruta era pronunciada y que había que doblar a la izquierda, y así como fui doblando y subiendo a la misma vez, de repente las luces de la Dodge Caravan se focalizaron en lo más tenebroso, en lo más temido que podríamos haber tenido en frente. Frené y tragué saliva, mire a Lilou y casi me pongo a llorar. Liou había visto el mismo cartel que había visto yo unos cientos de metros atrás, pero no había querido aceptarlo. Aquel cartel, decía con letras negras sobre un fondo rojo: "Road closed ahead". Este que veíamos ahora, frente a nuestros ojos era un poco más breve, más contundente y liquidaba toda esperanza. Este, decía "Road Closed", ruta cerrada. Me desmoralicé, me aflojé y no me puse a llorar porque no tendría sentido. Seis horas de manejo al máximo esfuerzo tirados a la basura. Estábamos a 7000 pies de altura, solos, con un cuarto del tanque de gasolina, con frío y sin saber a dónde ir. No teníamos otra opción más que volver a manejar tooooodo de nuevo hacia atras y buscar un refugio, ya que ni las estaciones de servicio que habíamos visto estaban abiertas. Estábamos en los picos nevados de California, desolados y cansados, con Maina preguntando qué hacíamos ahí arriba y el Marto diciéndonos que tuviéramos ojo!
La vuelta fue complicada como la subida, con Popi al volante ya que yo estaba furioso como un oso, y decepcionado como un niño que no recibió lo que quería en Navidad, no podía creer que hubiéramos estado seis horas haciendo ruta en las montañas para volver al mismo lugar. La Dodge Caravan también nos hizo sentir su cansancio ya que cuando estábamos bajando, sentimos olor a quemado. La pobre hacía doce horas que estaba andando sin parar desde nuestra salida de Las Vegas. Finalmente llegamos a Topaz, una mini urbanización en el medio de las montañas, con un Súper 8 donde nos quedamos por unas seis horas, desde las 4AM hasta las 10AM para descansar, sabiendo que teníamos esa noche paga en San Francisco, y que nos encontrábamos a unos 300KM lineales, multiplicados vaya uno a saber por cuanto, teniendo en cuenta las subidas y bajadas. Ahí nos quedamos y a la mañana siguiente, no podíamos creer lo que veíamos. Nos encontrábamos en un valle, frente a un lago rodeados de verdes montañas con los picos nevados, algo que jamás pensé que veríamos en este viaje por Estados Unidos, y me repetía una vez más lo afortunados que eran los tipitos del norte. El paisaje era ideal, el aire matutino de montaña más ideal aún. Desayunamos, nos bañamos y salimos nuevamente, ya sabiendo qué ruta tomar. Lo que nos entramos esa noche, era que aquel cartel que habíamos menospreciado, aquel del cual Popi nos avisó, nos decía que todas las rutas que habíamos tomado estaban cerradas, y que en realidad nuestra única opción era tomar la 89 pero en vez de desviarnos hacia la 4, seguir por la 89 hasta la 88.
Luego de las agotamiento de la noche anterior, yo estaba empecinado en querer hacer esas rutas y adentrarme en las montañas a la luz del día, ya que durante la noche me había pasado repitiendo la misma frase: "esto debe ser espectacular, pero no vemos nada". Y así era. El paisaje era indescriptible, solo estando allí uno puede sentir lo que sentimos. No hay foto ni descripción escrita que pueda igualar y mostrar la belleza de ese lugar al que fuimos a parar por error, donde ahora estábamos tan a gusto. Si habremos paseado en esas montañas, que esa mañana paramos exactamente en el mismo lugar donde habíamos parado la noche anterior a sacarnos fotos. Pero antes, veníamos copados, disfrutando de las montañas, ahora con La Negra de copiloto sacando fotos cuando de repente volvimos a sentir olor a quemado. Esta parte de la ruta tenía muchas bajadas, y los frenos estaban al rojo vivo. Pasaron unas curvas y de repente vimos que salía humo de alguna de las partes de la pobre Dodge y al frenar nos percatamos de que las ruedas estaban inundadas en humo. Pues sí, la pobre desgraciada no aguantó tanta frenada y tanta bajada y nos lo hizo sentir. Luego de parar un rato para enfriar los frenos, mientras el Marto cumplía sus fantasías de escalador y juntaba agua de deshielo en los termos (nadie sabe para qué), un veterano que frenó nos salvó la vida, al mostrarme que en rutas así, como uno no puede ir haciendo cambios para bajar la velocidad como en un auto normal, puede jugar con la palanquita hacia los costados, los cuales ofician de cambios y rebajes con un signo de menos y uno de mas. Así fue como tiramos hasta los próximos pueblos, de otro modo, hoy les estaría escribiendo sentado junto a San Pedro... o Satanás, quien sabe?
Apu vuelve a la vida
La ruta fue absolutamente disfrutable, y empapados en la brisa mañanera de la montaña, emprendimos nuestro viaje hasta salir de los valles e introducirnos en las rutas hacia San Francisco. Fue después que nos enteramos que fue la maldita Concha la que nos mandó a las montañas en vez de hacernos ir por una ruta mucho más directa. Así pasamos una noche y una mañana extraña pero espectacular, que jamás estuvo en nuestros planes, pero que fue de las mejores experiencias que he vivido hasta el día de hoy.

Saludos Ali

viernes, 27 de mayo de 2011

No smoking, no pets, no party... no sex


Antes que nada debo aclarar que los créditos del título de esta crónica son compartidos con Salvador, a quien guardo un rencor irreversible, pues es el culpable de que en este momento este de luto. Así que comienzo esta crónica declarando mi estado de luto, pues hace pocos días hubo un incidente del cual soy parcialmente culpable, donde perdí a uno de mis compañeros de viaje, a quien algunos seguramente conocían de antes y otros lo han conocido en alguna de las fotos subidas en facebook. Pero más adelante les contaré como sucedió tan desagradable incidente.

Como había comentado antes, los cambios de estilo de vida, de transporte, de temperatura y de paisajes han sido muy variados en los Estados Unidos. Salimos en vuelo desde Chicago hacia Phoenix, pasando del frio al calor desértico, en un choque que me hizo confirmar una de mis tantas teorías, además de las ya archí conocidas como las de: "la cerveza no es alcohol, sino un refresco" y "las generaciones nuevas vienen bajo el efecto del danonino". Esta nueva teoría es que el vuelo en avión es lo más parecido que tenemos a la tele-trasportación. Soy consciente de que no se trata de la hipótesis más brillante, ya que es bastante evidente y simple, pero bueno. Aunque suene de cavernícola, para mí el tema de los vuelos, cuando los mismos te llevan de un lugar a otro totalmente distinto en cuestión de horas, es muy parecido al concepto de tele-transportación, solo que en una versión un poco más lenta. Uno se mete en un tubito, se queda quietito y en un rato se baja en un lugar muy lejano en el mapa, con un clima distinto, gente distinta...en otra realidad paralela. Pues eso quedo confirmado en el último vuelo, donde pasamos de la ciudad absolutamente ordenada, invadida de edificios de Mies, con un gélido viento, con autos y gente por doquier, a la tierra del coyote y el corre caminos. Bajamos en Phoenix, y de entrada tuvimos problemas con el alquiler del auto, que tarjeta va, que tarjeta viene, que la mía esta sobregirada con el auto de Playa Del Carmen, que la del Marto no tiene crédito porque se compró los pasajes a Vietnam, que la Negra está esperando a que llegue una nueva delegación de Uruguay para llevarle la tarjeta nueva, que la de Popi tiene el auto de Nueva York... así estuvimos, un buen rato hasta que finalmente pudimos sacar la Dodge Caravan la cual inmediatamente convertimos en un auto gitano y hippie, lleno de valijas, con mochilas por todos lados, botellas de agua, cascaras de mandarina, medias sueltas, envoltorios de "snickers" (el nuevo vicio del viaje junto a las papas chips con gusto "Sour Cream & Chedar cheese") y de más artículos que es mejor no nombrar. Yo, con un estado gripal en aumento y una especie de descompostura estomacal, me mude al auto de la sacarocracia intentando ser el alcahuete perfecto y despejando la camioneta desde la cual les escribo en este momento donde apenas tengo lugar para poner los piesesss. Es muy gracioso vernos desde los ojos locales, ya que somos un grupo (o varios) de jóvenes, vestidos parecidos, que caemos en nuestras súper camionetas Dodge, Ford o Crysler, y nos bajamos con nuestras súper camarotas compradas en B&H, con el discurso de que estamos recorriendo el mundo, pero nos pasamos comiendo refuerzo y regateando en todos los lugares. Las chiquilinas tienen un look general muy parecido, mas allá de excepciones, pero prácticamente todas tienen algún trapo colgando, sea del cuello, de la cabeza, la cintura o algún otro miembro, con sus pesuñas nike, sus riñoneras y algunos chiches más que las hacen diferentes. Los pibes, barbudos, usando remeras, bermudas, chancletas o championes deportivos los días de caminata, mochilita y cámara colgando del cuello. Somos una especie de gitanos ricachones pobres.

Dentro de todo lo curioso que nos cruzamos a diario, esta lo que da lugar al título de esta crónica. Pues en estos días donde hacemos kilómetros y kilómetros, o mejor dicho millas y millas de ruta, nuestros paraderos son los famosos moteles de ruta, tan típicos de las películas donde o muere alguien, o se refugia algún narcotraficante que escapa de su jefe, o simplemente tiene lugar una escena de sexo hollywoodense donde la cámara se limita a concentrarse en la cara de goce de la blonda cuyas tetas son masajeadas con fervor por algún actor onda Mickey Rourke. Pues estos moteles, sean la cadena Motel 6, Súper 8 o Days Inn nos brindan lo que nosotros necesitamos: camas cómodas y limpias, baños, algún lugar donde hacer los sándwiches, maquinas para hacer hielo y alguna eventual piscina. Llegados a Phoenix nos hospedamos en un súper 8. Entramos por la puerta a la recepción donde nos atendieron la típica gordita con el casco rubio ochentoso de las películas, y a su costado un veterano canoso y barbudo con voz gruesa, totalmente opuesta a la voz de la primera, finita, chillona saliendo de la nariz. Muy amables ambos, nos explicaron a Bobadilla y a mi las reglas del hotel y nos dieron a formar el contratito de la renta por esa noche, donde habia tres clausulas muy importantes para ellos:

1 - No smoking - donde se prohibía fumar en los cuartos, lo cual me pareció excepcional

2 - No pets - donde dudamos porque no sabíamos donde dejar al Marto...no, mentira!

3 - No Party - una clausula que nos obligaba a apagar y oprimir nuestros instintos, pues se prohibía la fiesta en las habitaciones. Lo que esa gente no sabía es que la única noche que salimos fue en México y que lo más parecido al bardo que armamos fue la última noche en Chicago en el lujoso Hotel Tokyo, ya que llegamos siempre hechos moco a dormir.

4 - No Sex - Este punto no estaba escrito, pero lo menciono el veterano, y ante los rostros atónitos de los clientes se mando la gran Marto: "just kidding". Una versión del "Naaa, mentira mentira" que usualmente sigue a las bromas de nuestro tan querido amigo compañero de viaje.

Los tres puntos no hacían mas que reafirmar la tendencia norteamericana, y que a pesar de estar a muchas millas de Nueva York, los prohibidos seguían estando en el camino.

El paisaje de Phoenix nos sorprendió, pues acostumbrados a Chicago, no encontrábamos ni los rascacielos, ni la avenida Michigan con sus suntuosas tiendas de ropa, sino que nos encontrábamos en las áridas tierras de Arizona, con sus cactus autóctonos y no en macetas como solemos encontrar en Montevideo, con sus anchas y despobladas avenidas. A los costados: desierto, cardos, y por allá lejos el coyote corriendo al correcaminos y la gigante roca que le cae al pobre desgraciado en la cabeza. Mi cuerpecito con su gripecita contentísimos con los cambios radicales de temperatura. Pasamos de ver las chetas casas primerizas de Wright en Oak Park a los delirios de su veteranía en Phoenix, la iglesia de Phoenix absolutamente extravagante y desagradable (opinión absolutamente subjetiva y personal) con sus interesantes espacios intermedios e interiores, para ir al otro dia a Taliesin West, escuela de arquitectura y sucucho invernal de Wright (el mismo de la Fallingwater House de la crónica anterior). Para ello metimos ruta en Phoenix, con un paisaje absolutamente austero y diferente a los anteriores, que hasta cierto punto hasta hace que uno los envidie a los del norte, luego de haber recorrido los sinuosos caminos entre montañas verdes en Pensylvania, ciudades globales y estas rutas increíbles en el medio de la nada, rodeados de montañas donde a uno le dan ganas de poner la cancion "Born To be Wild" del gran Stepen Wolf una y otra vez sin parar. Es que estos tipitos del norte, el imperio de turno, estos tipitos que se dedican a conquistar y controlar el mundo como en su momento lo hicieron los persas, griegos, macedonios, romanos, ingleses o españoles, lo tienen todo en cuanto a lo que a la naturaleza se refiere, y lo que no tengan se lo roban a los de mas, por ende es hasta cierto punto comprensible que les importe un rábano que el planeta se esté destruyendo y los recursos naturales estén en peligro.

El Taliesin West fue  un despelote, una edificación en el medio del desierto de Arizona donde los sentidos se agudizaron para percibir las sutilezas del lugar y aprender de la maravillosa obra de Frank Lloyd Wright. La visita fue de una hora y media aproximadamente, para luego seguir haciendo ruta, sintiéndonos libres por los caminos del tío sam, sin los señores de traje, sin los metros, despegados de los carteles luminosos para apuntar a Flagstaff, lugar muy distinto a Phoenix, mucho más fresco con rutas arboladas y verdes. Pero antes, paramos a almorzar y a comernos la gran sandia que compramos en un Walmart la noche anterior, para aliviar un poco el calor. Ahí tuvimos un encuentro cercano con la fauna local, con una especie de ardillita del desierto mezclada con suricatos que andaban en los alrededores, en una tierra árida, donde no dejaba de acordarme de mi vieja, quien seguramente ni se atrevería a bajar del auto ya que por primera vez tendría razón en jurar que ahí seguramente habría serpientes, como lo hace siempre que vamos a algún lugar relativamente agreste, de hecho, nos encontrábamos en la tierra de las serpientes de cascabel. Aquí fue que sucedió el infeliz incidente. Ya prontos para partir, quise cumplir con mis amigos bolsilludos y la gran y prestigiosa comunidad Panteril (integrantes e hinchas del glorioso Panteras FC) y le pedí a Bobadilla (docente = Adriana = Sacarocrata) que me sacara unas fotos con las remeras de ambas instituciones. Aquí fue donde cometí el error de dejar la mochila apoyada en el auto haciendo caso omiso de las amenazas de Salvador (hincha del Club Atlético Penadoy) con irse porque nos habíamos puesto la camiseta del bolso. Antes del "click" de la foto sentí un sonido desagradable y al girar la mirada vi que mi mochila estaba en el suelo y Salvador unos metros atrás en el auto. Lo peor había sucedido, la rueda del vehículo había pasado por encima de mi mochila en cuyo interior había varios objetos de valor. Entre estos objetos estaba la netbook desde donde les escribo siempre, la cual en este momento descansa en paz y hace que les esté escribiendo de la netbook de Maina, pero además, ahí se encontraba reposando mi entrañable amigo del alma, que me acompaña todos los días en el escritorio del trabajo, que supo ir y estar todos los días en las arduas jornadas laborales de Dubái, y quien me venía acompañando incondicionalmente hasta hoy. Ayer me percate al quitarlo de su escondite para una foto que mi amigo Apu, estaba decapitado. Si, asi como lo escuchan. La sacarocracia mató al símbolo de los trabajadores ilegales en los Estados Unidos. No tengo dudas de que Donald Trump haya tenido que ver en esto con algún tipo de incentivo a nuestro docente. Lo que se, es que mi amigo, en este momento está esperando para entrar en la sala del CTI hasta que encontremos algún pegamento universal para poder curarlo. Sinceramente estoy muy apenado con este hecho, estoy de luto. Así que Nathi, te pido por favor que te fijes si Nachito aun tiene la colección de mini Simpsons para regalarme un segundo Apusito cuando vuelva. Es que ver a este decapitado, me parte el alma.

Luego del triste acontecimiento, seguimos nuestro camino. Los días van pasando y las ciudades van quedando atrás. Los medios de transporte cambian, las caras cambian y los cuentos cambian. El viaje cobra vida propia, y parece increíble todo lo que hicimos en un mes, que desde un lado parece mucho tiempo y por otro nada. Si recorremos mentalmente todos los lugares en los que estuvimos y todo lo que hicimos, las fotos que sacamos, lo que comimos, lo que hablamos, lo que caminamos, las veces que abrimos y cerramos las valijas, un mes no es nada, pues para nosotros es como si hubiesen pasado anos. De hecho, hoy hablábamos de que nos parece increíble que tengamos amigos, compañeros, novios y novias que aun no han empezado esta experiencia, que lo estarán haciendo próximamente, y que para nosotros lo que ya hemos hecho es suficiente como para contar anécdotas de dos o viajes distintos de una persona normal. Es algo increíble estar acá, e insisto en lo mismo, aprovechando que me entere que estas crónicas están siendo reenviadas por Marto y La Negra a sus familias, amigos y compradores de la rifa, en que si estamos acá es por ustedes, es por todos aquellos que nos apoyaron y bancaron, moralmente, económicamente, con la cabeza, cada cual a su manera, pero estar acá, viviendo esta experiencia indescriptible con mortales y efímeros adjetivos es gracias al esfuerzo nuestro y al apoyo de nuestra gente, así que una vez más, gracias.

En lo personal, no hay momento en que no este acordándome de alguno de ustedes. Haciendo ruta y escuchando canciones que marcaron otros caminos en mi memoria... Es imposible Vero que no escuche Senza una Donna y no me acuerde de la imagen llegando a la pista de F1 de Bahrein. En algún punto sentado se me va la cabeza extrañando a los vagos del baroffio para tomar esa cerveza fria y escuchar al vasco quejarse de mis otras amistades. Es de todos los días extrañar un abrazo de gol Pantera, tomar una con el DT, reírme de los chistes del Pelado y Perujo, cagarme de risa con vos cuñado, de lo que duerme Tandisita, estar en una típica discusión de familia sobre la comida que dura horas argumentando las dosis de pimienta que se le debe agregar a un tuco, las eternas tertulias con el Jefe, Matti, el Negro, Manu y Day metiendo cuchara, tener a Fede en mis brazos y ver como se le cae la baba a Paula, aquellas ultimas despedidas que tuve con tantos de ustedes... tanto, tanto es lo que se extraña que parece increíble que haya pasado nada más que un mes.

A todos aquellos que me han escrito, les pido disculpas por no haber contestado, pero les pido que lo sigan haciendo. Me hace muy bien leerlos, es como si los tuviera cerca. Pero comprenderán que el acceso a internet no es del todo fácil, y menos ahora que estoy sin computadora.

No me quiero despedir sin recordarles que pueden encontrar estas crónicas en montevideoetnico.blogspot.com, gran blog manejado por el Tano Giuffrida y Claudio Alonso, con muy buen contenido, variado que va desde publicaciones de artistas under hasta los informes del Bulín del Mono Bonsái.

Hasta la próxima.
Ali

miércoles, 25 de mayo de 2011

Sacarocracia en Chicago...El hotel Tokyo...Nostalgia de otra temperaturas


Si Yamiles supiera que después de varias semanas aún seguimos citándola indirectamente, no lo creería jamás. Desde nuestra estadía en La Habana, pasamos a hablar de la sacarocracia, haciendo referencia a Salvador y Adriana, el equipo docente al cual nos hemos apegado conquistando así el primer lugar como "la camioneta de los alcahuetes de los docentes". De hecho, ahora en Chicago nos estamos quedando en la misma habitación con ellos. La cuestión es que Yamiles, la guía que nos llevó al tur pedorro del primer dia en La Habana, sí, aquella que nos insistía en lo que debía hacer un turista y lo que debía hacer un cubano, pidiéndonos que no nos involucráramos con el populacho, sino que nos dedicáramos a comprar habanos, ron y café, que miráramos a la derecha, a la izquierda, a la derecha para volver a mirar hacia la izquierda, fue quien empleó el término sacarocracia para referirse a los ricachones que habían construido el barrio de los privilegiados en La Habana, esa gente era la aristocracia azucarera. Pues desde entonces, Salvador y Adriana son la sacarocracia, más Salvador que Adriana, pero bueno, ambos son los que tienen quesito magro, mermelada sin azúcar, comen sushi, durmieron en un apartamento de lujo en Nueva York mientras nosotros estábamos en hostales, etc., etc.
Pues como les comenté, en este momento (mientras escribo, ya que seguramente cuando envíe esta crónica estaremos en otro lado) estamos hospedados en el Hotel Tokyo, en la ciudad de Chicago junto a Popi, Lilou, La Negra, Marto, Maina, Adriana y Salvador. Este hotel, a diferencia de aquel de Nueva York fue reservado por Adriana en Montevideo, ya que ella había estado acá en el 2007, cuando viajó como estudiante. Se trata de un hotel totalmente descontextualizado de su entorno, centro de Chicago. Está estratégicamente ubicado, cerca de todo, pero tiene algunas particularidades. Por ejemplo, en todos lados hay moquet, una moquete inmunda, sucia, mugrienta, hedionda, del año del jopo que lo único que hace es acumular mugre y olores diversos, especialmente el que está en el ascensor. El ascensor, es lento, lentísimo y sus paredes están cubiertas con tablones enormes de madera que cuelgan de la parte alta, absolutamente mugrientos, con algunos grafitis, con requeches de MDF. La puerta del ascensor, está toda manchada, como chorreada con algún líquido que vaya a saber uno de donde salió. Pero lo mejor, son los personajes que habitan el hotel y sus recepcionistas. Uno de ellos es John, el pata de palo. Un caballero con gorrito de almacenero, un buzo ancho y largo, unos lentes rotos pegados con cinta adhesiva, barba blanca, mirada pérdida, pantalones anchos y manchados y lo fundamental, una pata de palo. Mientras describo esto, me estoy enterando del quilombo que hay en el paisito, con el tema de la ley de caducidad, y los comentarios que llegan son: "menos mal que están lejos y no están acá porque esto es un quilombo bárbaro". Y si, definitivamente estamos lejos, en el hotel Tokyo, con el pata de palo que es muy amable, y su asistente, que es una mezcla de niño adulto (debe tener unos cincuenta pirulos), siempre sonriente mostrando su falta de dentadura, nos pide todo en un amable español. Los huéspedes, son todos hombres viejos y solos, con caras de locos, que vaya a saber uno qué historia traen atrás. Pues acá estamos nosotros, en lo que Adriana llamó "Penthouse" y la señora que atendía se atrevió a corregir contestando "The Studio". Pues sí, estamos en una de las habitaciones de arriba del hotel, una mezcla de templo medieval con la casa del Zorro, donde uno espera que en cualquier momento salte el sargento García del entrepiso. Lo cierto es que acá entramos los ocho, y no hay SACAROCRACIA que valga. En la cama de dos plazas (que en realidad entran tres) de abajo dormimos Marto, Salvador y yo y es inevitable que uno se asuste a las 3 de la mañana cuando de repente abre los ojos y encuentra a alguno de los otros a 5cm de su cara, pero dormimos bien y la cama es cómoda. Claro, las fundas de las almohadas tienen un bordado de los juegos olímpicos de "Atlanta 96", pero a quien le importa? Tampoco importó tanto en un principio que la bañera se inundara al bañarse uno, y que el agua llegara hasta las rodillas, mirando toda la mugre negra acumulada de vaya a saber uno cuándo. Lo cierto es que ayer Adriana y la Negra se pusieron las pilas y utilizaron los elementos de limpieza que les traje para limpiar todo. Pero más allá de eso, es muy cómodo, espacioso y tiene cocina, lo cual fue fundamental ya que luego de varios días de Mc Mierda, Subway o sandwiches caseros de jamón, queso Chedar (muy barato acá) y mayonesa, fue como una bendición ya que comimos pollo con vegetales al "wok" (como se escribe?), fideos con tuco, churrascos de cerdo con vegetales y Cuscus (imaginense de quien pudo haber sido esa idea...de la sacarocracia obviamente) y otros alimentos riquísimos.
Saliendo un poco del hotel Tokyo el cual le recomiendo de corazón a todos aquellos amigos bizarros que tengo, si es que alguna vez vienen a la ciudad de los Vientos, les puedo decir que hasta ahora todo lo que hemos visto en el pais del Tío Sam ha sido más que bueno y a superado todas las expectativas. Chicago es bien distinta a Nueva York, pero igual de aprehensible y vivible, con su retícula absolutamente regulada que hace imposible perderse, pero también menos variada que Nueva York. Tiene un parque espectacular que es el Milenium, con su porotito de metal (así lo bautizamos), sus paredes de ladrillos escupidores y sus miles de tulipanes, además de la obra de Gehry. Obra que imita al Guggenheim de Bilbao, como si algún pinta de Chicago le hubiese dicho al "Paulo Coelho" de la arquitectura: - Hola, nosotros también queremos tener nuestro Guggenheimcito en Chicago, y el gran Gehry se los hizo, sin importar si está descontextualizado y si el techo del escenario que cubre es plano, él les hizo en Guggenheimcito. De ahí la apología con Coelho, otro ladrón de gallinas según mi criterio (pero muy inteligente) que descubrió la formulita con El Alquimista y la repitió a mansalva haciéndose millonario emocionando viejitas por doquier.
Lo que nos pegó fuerte en Chicago fue el frío, frío muy ventoso que nos liquidó e hizo sentir el rigor. Para que tengan en cuenta, no solo hay que ir haciendo el "switch" de la cabeza, de ciudad en ciudad en tan poco tiempo, no solo cambian los paisajes, las costumbres, los colores, los olores, la gente, su comida y un sin fin de cosas más, también el cuerpo se tiene que acostumbrar a los cambios climáticos. Pues pasamos de los 30 grados secos del DF a los 30 súper húmedos de la Habana, siguiendo en Playa del Carmen, para pasar a los 20 de Nueva York, e ir aumentando el cagazo de frío en la ruta hasta llegar a los 7 grados ventosos de Chicago. Pero así como el cuerpo se va a adaptando a los cambios, también lo va haciendo la cabeza y el corazón, con esfuerzo pero se trata de una mutación constante. Son muchas realidades muy diversas en poco tiempo, y cuando uno se empieza a apropiar del espacio, a sentirse como parte del mismo, ya viene un cambio rotundo, y así van transcurriendo los días, hasta llegar a un mes de viaje como es ahora. Un mes que se ha pasado volando, pero de lo intenso que ha sido parece como si hubiese pasado un año desde aquella noche donde los aplausos eufóricos de los estudiantes de arquitectura taparon el sonido de los motores del avión de American Airlines. Hasta los hábitos van mutando y uno se acostumbra también al ritmo de vida, agarrando un mapa del metro apenas llega a una ciudad, acostumbrándose a mecanizarse a levantarse, desayunar y salir con la ilusión de una nueva aventura, de un nuevo día, de nuevos momentos inolvidables, de nuevas emociones, nuevas fotos, nuevas decepciones... La cabecita va laburando, a veces desfasada de la realidad, sigue procesando una ciudad cuando uno ya está en otra. Es que no es fácil pasar de la locura y hermosura de México, son sus altos y bajos, su movimiento, su diversidad, al ritmo de la nostálgica Habana, que va a su ritmo del Malecón, con su lento atardecer, con sus paredes humedecidas y abandonadas, con su alegría y tranquilidad, pacientes y pasivos ante una situación que los va a llevar al cataclismo en cualquier momento, cómodos en su realidad la cual no pretenden cambiar a pesar de quejarse de ella. Pasar de no ver una propaganda que no sea la de los presos en Guantánamo a un lugar absolutamente superficial como lo es Playa del Carmen, una especie del Punta del Este o "La Barra" de México, de consumismo total, de perfección estética en las cuadras donde están hospedados los miles de italianos, suecos y españoles y su México real cinco cuadras más al norte, de aguas cristalinas y hermosos quinchos y boliches en la playa no es algo de todos los días. Y mientras reflexionas haciendo la plancha en el mar del Caribe en Playa Maya, acordándote de aquellos que están en Montevideo, extrañándolos o deseando que pudieran compartir ese momento contigo, pensás también en La Habana y en lo que se viene, que te cambia el ritmo de un segundo para el otro: Nueva York. Y así sucesivamente, cuando te acostumbras al Hostal de repente metes cuatro días de ruta, con Conchita que te habla y te mete el peso: "- A cincuenta metros, vire a la derecha..." y luego de unos segundos se calienta y te mete la fría: "- Manténganse a la derecha y vire a la derecha en la salida 85" para seguir con un "mantengase a la izquierda y luego manténgase a la izquierda por la St Clar Avenu". Porque la pronunciación que tiene Conchita es paupérrima y su tono de actriz porno gallega a veces irrita un poco. Lo que sí, sabés que se pudrió todo cuando tomás una dirección y escuchás a Conchita que te dice: "Recalculo". Ahí,mi viejo sabes que tomaste el camino equivocado y que Conchita está re caliente y te va a hacer recorrer tres kilómetros y doblar en veintiocho rotondas antes de retomar el camino para ir al destino buscado. El viaje es así, el viaje tiene vida propia, es uno que debe adaptarse a él y elegir cual de los miles de caminos que te ofrece tomar.


Hasta la próxima
Ali

martes, 24 de mayo de 2011

Encuentro con el tío Sam, bienvenidos al país del prohibido....



Nota: Esta crónica fue escrita tiempo atrás, pero no fue publicada por el poco acceso a la "internec" y la falta de tiempo.

Nos encontramos en algún lugar en alguna ruta del estado de Pennsylvania, en los Estados Unidos de América. Hace un rato que salimos de la casa de la Cascada, o "Fallingwater House" de Frank Lloyd Wright (aquellos que no la conozcan les recomiendo googlearla). Sinceramente no tengo palabras para explicar lo perfecta que es esta casa, absolutamente brillante y completa, extraordinaria, súper espectacular, y todos los adjetivos que puedan quepar en este texto, los cuales los dejo a su imaginación.

Llegamos luego de varias horas de ruta en la Ford estilo chancho gordo que alquilamos en Nueva York. Se trata de una camioneta extraña, muy ancha y bien al estilo estadounidense, automática, consumidora (al igual que su población), con su GPS, camarita de video trasera que te asiste cuando vas a estacionar, etc. Dicha camioneta en este momento es un chiquero, lleno de migas de galletitas, papel, bidones de agua de los cuales uno está estratégicamente ubicado sosteniendo el transformador de los parlantecitos que muy inteligentemente compré en B&H en Nueva York, los cuales están conectados a la misma netbook desde donde escribo. Es que los que alguna vez viajaron haciendo ruta saben de lo fundamental de la música. Si lo habremos vivido contigo Vero, Fer, Javi (que en paz descanses).

La camioneta, como decía antes la alquilamos luego de varias tranzas en Nueva York, ciudad en la cual estuvimos cinco días y de la que les hablaré un poco más adelante. De ahí partimos rumbo a Boston y Cambridge, donde pasamos un día solo, pero que valió la pena y nos dejó con ganas de más. Los choferes somos tres: Popi, Marto y yo y nos vamos rotando, aunque por ahora a mi me está tocando más que nada la noche ya que los otros mutantes después de las 20hs se transforman en bellos durmientes. Las rutas de este país son espectaculares, con paisajes alucinantes que alternan entre montañas verdes, grandes metrópolis, campos y otros paisajes variados, rutas serpenteantes entre montañas verdes, saliendo de la niebla para descubrir un risco y así darse contra un lago. Lo que también está variado es el paisaje de la camioneta, la cual ya me encargué de chocar, pero luego les explicaré como. Lo que les puedo adelantar es que no pasó nada grave, tenemos un rayoncito en la puerta trasera y no hubo daño de ningún tipo, así que no se preocupen que no ha sucedido nada.
 
Hay varias cosas curiosas, como por ejemplo que los locales de comida rápida que usamos normalmente para hacer nuestras necesidades, tienen un baño solo, o sea una puerta que da hacia un espacio común donde hay un wáter, un lavamanos y un mingitorio, por lo que supongo que la idea es que mientras uno caga, entre otro y haga un pichicito al costado. Lo que no sé bien es el comportamiento que debe adoptar uno. Acaso debe sacar algún tipo de conversación mientras está en el trono con el sujeto que está parado meando?

- Guat a creizy ueder, eh? (que tiempo loco, eh?) - A lo cual imagino al barbudo motoquero que viene de hacer ruta contestando: - Yeah man, der ar pises of shet falin in point (si valor, caen soretes de punta).

No sé, lo cierto es que yo vengo de uno de esos lugares y agradezco a Dios que ya me estaba lavando la mano, estando tranquilo y seguro de haber trancado la puerta, cuando de repente esta misma se abrió y entro un veterano, barbudo, panzón con una bandana en la cabeza y se me puso a mear al lado.

Pero además de este desafortunado detalle, hay cosas más interesantes que me han llamado la atención. Lo primero, es que durante nuestra estadía en Nueva York, me sentí muy a gusto e incluso cómodo en la ciudad, no viéndola como algo ajeno sino más bien como un lugar propio, como si hubiese vivido toda la vida ahí. Yo lo explico por la costumbre que tenemos de consumir productos estadounidenses, desde las películas, las series, las fotos, los libros de los cursos de inglés y vaya uno a saber cuántas cosas más que ni sabemos. Es que Nueva York no me sorprendió, no me pareció extraña, todo lo que vi ya lo había visto alguna vez en algún lado. Tampoco me sorprendió la persecuta que tiene esta gente y lo estructurado que está todo. En Nueva York todo está controlado, por lo que el "prohibido" es moneda corriente y el ojo del tío Sam está siempre vigilando. Está prohibido sentarse en el piso, apoyarse en una baranda, sacar fotos en muchos lados, tomar alcohol en la calle, sentarse en un escalón (lo cual para nosotros que caminamos como unos enfermos todo el día es lo mejor que nos puede pasar), hacer esto, aquello... Es como si siempre tuvieras un gringo moreno de dos metros atrás cuidando lo que hacés, hasta tal punto que uno se siente culpable y perseguido hasta cuando no hace nada, es rarísimo. Acá las cosas son distintas, uno es culpable hasta demostrar lo contrario. Con decirles que nos abrieron las puertas de su país haciéndonos caminar descalzos... es indignante, pero te hacen sentir la presión desde el comienzo. Pero a pesar de esto, Nueva York me pareció una ciudad muy bien estructurada y de un funcionamiento casi perfecto. A pesar de sus dimensiones, su densidad, su flujo de gente y energía, su cosmopolitismo, es una ciudad absolutamente ordenada y escalada, uno no se siente como una hormiga insignificante entre los inmensos rascacielos, cosa que sí me pasó en Dubai y Brasilia (cada cual con sus diferencias). Nueva York es una ciudad cómoda, "user friendly", activa y estéticamente correcta y variada, llena de banderas como en todo lo que hemos recorrido del país. Es impresionante si prestás atención, abrís los ojos y agudizas el oído durante nada más que una cuadra en la quinta avenida. En menos de sesenta segundos vas a ver, oler y escuchar a gente del lejano oriente, medio oriente, cercano oriente, África, Centro América, Sudamérica, Europa oriental, Europa Occidental, gente de Melmarc... en fin, de todos lados. Además hay grandes contrastes como son el Time Square con sus pantallas gigantes coloridas y consumidoras de energía de manera excesiva contra el Central Park, pulmón magnifico de la ciudad, el centro financiero con sus rascacielos y los señores de trajes y portafolio y Harlem con sus típicas viviendas de película con sus escaleras para incendios y la comunidad negra con sus millones de iglesias donde los domingos suena el coro Gospel. Nueva York terminó siendo mucho más amigable y aprehensible de lo que esperaba. Un golpe duro para la cabecita que venía de La Habana y Playa Del Carmen, es muy difícil cambiar el chip tan rápidamente a realidades tan distintas.
 
Lamentablemente no bolicheamos, pero sí intentamos tomar una cerveza en el Time Square, lo cual terminó siendo de las maniobras más complicadas en las que participé en mi vida, pues uno de los compañeros de hostal que teníamos nos dijo que sí se podía consumir cerveza en la vía pública, siempre y cuando no fuera directamente de la botella. Con el resto del grupete del hostal, compuesto por brasileros, estadounidenses e italianos dimos una vuelta y Popi, Lilou y yo entramos a una estación a comprar una birra. Resulta que el que nos lo vendió nos dijo que no se podía tomar en la calle, y teniendo en cuenta que nos encontramos en el pais del prohibido, y rodeados de policías nos entró la persecuta. Ahí decidimos ir a buscar un vaso grande donde servir las chelas para sacarlas del local, a lo que fuimos a McMierda y gasté los 2 dólares más inútiles de mi vida, en un vaso gigante de coca cola. Volvimos a la estación (cuatro cuadras de distancia), agarramos las cervezas mientras el compañero de hostel yanki no paraba de hablar, era insoportable. Finalmente agarramos las chelas, las cuales salían 3 dólares cada una, pero en el cajero las marcó a 10! Nos quejamos, el gordo yanki se puso a dar discursos de customer service, el pobre vendedor llamando al manager, el manager puteandolo, el tipo calentándose, el gordo yanki insistiendo con que fue manager de ventas y que no podía ser, el manager que vino, el manager que se disculpó, la cerveza que se compró y dos uruguayas y un iraní que estaban en pleno Time Square, rodeados de policías porque un día antes había habido una amenaza de Al Qaeda. La verdad es que nos cagamos, mientras el resto de los hostalianos nos decían de ir a un bar, nosotros no sabíamos qué hacer con las birras. Nos separamos de ellos, caminamos un poco, con Popi con una botella en el chaleco que se le resbalaba, fuimos, vinimos y decidimos volvernos al hostal donde nos tomamos las tan preciadas chelitas, cagados hasta las patas por no terminar en Guantanamo.

Lo que sí les puedo recomendar, es un carrito que queda en la 62 Street y Madison. Resulta que el último día de Nueva York, después de arreglar el tema de la camioneta nos fuimos a dar unas vueltas por la quinta avenida y y el Central Park. Muertos de hambre, no dábamos crédito con Lilou y Popi de que en plena zona de negocios, oficinas y tiendas, lo único que hubiera para comer fueran hot dogs, que son exactamente iguales que los panchos "La Guillermina" de Montevideo. Caminamos, caminamos y al final llegamos a la conclusión de que lo mejor era consultar como siempre se debe hacer, a un trabajador local. A todo esto pasó un señor de mameluco a quien paramos con la siguiente pregunta: "Güer is de best plais to it"? La respuesta fue un simple dedo índice que señalaba un carrito de chapa en la esquina antes mencionada. Y para ahí fuimos, donde estaban el griego "Toni" (una especie de "Julio" de Nueva York) con dos pintas más a una velocidad extraordinaria que preparaban la mejor comida que hemos comido en las últimas semanas. Pedimos pechugas de pollo, tipo azadas, con una fantástica ensalada y yogur griego. Pedimos nuestros platitos, fuimos hasta el central park, y rodeados de pajaritos, niños y familias a partirnos la boca.

Así terminó nuestra estadía en la ciudad de la canción de Sinatra, de las películas, de las series, de las etnias, de los subway con empleados indios y Mcmierdas con empleados negros o latinos. Así terminó nuestra estadía y nuestra participación como extras de la gran película, de una ciudad que me sorprendió por las pocas sorpresas que me generó. Obras hubo varias, de las cuales no les voy a hablar, me las guardo para mí. Así terminó la estadía en Nueva York, y empezó la otra parte, con la camioneta y con Conchita, nuestro GPS parlante gallego que nos lleva por las rutas de los Estados Unidos. Próximamente vendrán las otras crónicas, con más detalles de los otros estados y las peripecias.

Salute
Ali.