En todos hay un escritor. Por más escondido que este se encuentre. Algunas veces se manifiesta y quiere ser la voz de muchas voces y la de uno mismo. Ser testigo y narrador de nuestra historia, amigo y enemigo de nuestros miedos y alegrías, tratar a la realidad como una igual, subyugar lo indomable y liberar lo oprimido. Combatir la intolerancia en una guerra sin cuartel a palabra suelta. Desafiar a nuestra propia inteligencia y re-definir las reglas en las cuales se basa nuestra ya tan reestructurada sociedad. Pero lo más importante sea, tal vez, la indescriptible sensación que nos produce, el dibujar con nuestras palabras en la imaginación de otros.

Bienvenidos.

C.A.

lunes, 24 de octubre de 2011

El Muro







Recuerdo claramente a mi viejo contándome de cuando fue a Berlín. Tengo recuerdos de cuando era chico y ya de más grande cuando me contó un poco más sobre aquel viaje. Lo que no me olvido más es que él fue un par de meses después de la caída del muro de Berlín y que al llegar a dicho lugar se le terminaron las pilas de la cámara y al no conseguir de aquellas que le servían se quedó sin una foto que hoy en día sería valiosísima.

Veranillo de San Jurgen! Así bauticé yo el equivalente a nuestro veranillo de San Juan en Berlín. Es que aquellos días de calor insoportable que vivimos en Asia quedaron lejos, muy lejos y en las últimas semanas una ola de frío y lluvia nos fue haciendo sentir que mientras ustedes comienzan la primavera, por estos lares nos vamos aproximando cada vez más al invierno. Pues en Berlín no fue así. Una ola de calor nos sorprendió y nos recibió de la mejor manera, volviendo a usar aquellas bermudas que habían quedado olvidadas en el fondo de la valija.

Nos fuimos a tomar el metro y nos sorprendimos al ver que el ingreso es sin ningún tipo de molinete, puerta corrediza o persona de bigote y cara seria en una silla controlando que nadie se cuele. Uno baja la escalera así no más y allí mismo, donde pasan los vagones del metro están las máquinas donde uno compra su billete. Para subir al metro en sí tampoco hay alguien que te controle por lo que es lo más fácil del mundo colarse y no pagar nada, lo cual debe haber sido un paraíso para los uruguayitos que siempre somos más vivos que el resto del mundo (o creemos que lo somos). En nuestro caso optamos por el ticket semanal ya que además de estar convencidos de que si nadie aporta el sistema, el mismo se cae, y recordar que por algo nuestros países tercermundistas están como están, supusimos que si es tan fácil colarse las consecuencias de ser agarrado infraganti pueden llegar a ser bastante graves.

Salimos del metro en un día soleado. Íbamos Ceci, Marto, Chino, Rolo y yo. El primer almuerzo fue obviamente un pancho-chorizo alemán en la calle y mientras íbamos caminando por la Alexanderplatz pasamos por un barcito cuyas sillas en la vereda contaban con algunos veteranos que sentados tomaban enormes jarras de cerveza mientras sus miradas se perdían en el horizonte, revolviendo seguramente el baúl de recuerdos de una juventud que vivió épocas que marcaron la historia de la humanidad. El chino miró el bar y me miró. Adentro, una señora de un porte importante nos miraba desde el otro lado de la barra. Junto a ella estaban los enormes barriles de cerveza y una decoración bien alemana.

-       Pah, como estaría para tomarse una cerveza tipo estos viejitos alemanes. Algún día habría que hacerlo – me dijo el Chino.

-       Algún día? Y por qué no ahora? – contesté yo.

-       Ahora?

-       Sí, claro, ahora. Por qué no? Si estamos en Berlín!

-       Sí, pah, sí. Dale, grande Aliiiiciiiiito!

Y ahí estaban los tipos, sentados en una peatonal en Berlín, empinando una jarra de cerveza alemana, comiendo panchos y planificando una nueva jornada, en una nueva ciudad, recordando la subida y la bajada del Púlpito cuando transpirados y mojados por la lluvia, luego de casi cuatro días sin bañarnos emprendimos un camino que nos llevó casi diez y nueve horas arriba de la camioneta hasta llegar hasta Estocolmo, recordando que hace cinco meses que salimos del aeropuerto de Carrasco, cinco meses de aquellos apretados abrazos con la familia, de aquellas “últimas cervezas” con los amigos.

Berlín resultó ser diferente a otras ciudades donde hemos estado y parecida a su vez a algunas otras. Sin dudas que su fuerte es la carga histórica de la ciudad, ya sea en la Primera y Segunda Guerra Mundial, como su consecuencia posterior durante la guerra fría y la división de una ciudad, de una nación. Una nación que contó con una historia particular en el Siglo XXI desde sus inicios, con la Postguerra de la primer gran acción bélica de la era moderna, su posterior crisis y la llegada al poder del partido Nacional Socialista que tuvo como resultado la guerra más sangrienta de nuestros días. Fue muy particular estar en esta ciudad luego de haber estado en Rusia. Allí, supimos ver una nación orgullosa de su historia, que lamenta parte de la misma, pero sobre todo valora su papel, el de sus jóvenes, sus hombres y mujeres durante diversas guerras. Mientras los rusos recuerdan con orgullo la época de las acciones bélicas, con memoriales que engrandecen a sus héroes y celebran las victorias de un gigante que frenó a otros gigantes, Berlín es la primera ciudad en la que estamos que se avergüenza de parte de su pasado. Me sorprendió ser testigo de cómo una Nación busca “ocultar” una época de su historia. Hay pocos rincones donde se llegue realmente a encontrar un rastro de los símbolos nazi que formaron la estética de sus calles, sus plazas, sus monumentos. Apenas en algún viejo edificio pude ver la cicatriz dejada por lo que alguna vez fue un águila nazi o la cruz esvástica que decoró en piedra la fachada. Este mismo pueblo que hoy oculta su pasado fue aquél que votó en grandes masas las ideas de Adolf Hitler. Fueron los antepasados de estos señores los que vitorearon al Fuhrer y sus proyectos de una Alemania mejor.

Si bien la ciudad disimula esa etapa de la historia, la Topografía del Terror expone de una manera única los sucesos de aquellos años. Ubicado en uno de los antiguos cuarteles de la Gestapo se encuentra este museo con una exposición que arranca desde los orígenes de la crisis en Alemania, los problemas de la elevada tasa de desempleo, el aumento del poderío económico de la colectividad judía en toda Europa - lo cual generó grandes desigualdades económicas entre ellos y el resto de la población -, los problemas políticos y la disconformidad de la población con el partido gobernante que conllevó a los orígenes del crecimiento del partido Nacional Socialista, pasando por el boicot económico a los judíos, hasta las persecuciones contra los gitanos, comunistas, enfermos mentales, homosexuales, eslavos y las invasiones que desembocaron en la Segunda Guerra Mundial. Es lamentable que en Uruguay sea tan difícil acceder a una bibliografía abierta, objetiva y completa sobre los sucesos de esta parte de la historia, pues en esta exposición pude confirmar lo leído en aquellos libros conseguidos en inglés sobre las causas y los orígenes de estos sucesos y una historia más abarcativa que aquella que cuentan las películas de Hollywood o los libros de historia de la secundaria nuestra, donde todo empieza cuando Hitler parece un dictador que llega a través de un golpe de estado y ordena la matanza en masas de los judíos y se deja de lado la responsabilidad del pueblo alemán que apoyó con fervor las ideas “revolucionarias” de Hitler. Pues La Topografía del Terror me impactó y cautivó muchísimo, a tal punto que pasé allí cinco horas y media. Lo curioso es que gran parte de la exposición tiene como espalda uno de los tramos que aún quedan en pie del muro de Berlín, lo cual le aporta un atractivo aún mayor.

Pocas cosas me impactaron tanto como el muro. La primera vez que lo vi fue el mismo día que comimos el panchito y tomamos la cerveza con los chiquilines. A cierto punto me separé de ellos y llegué al muro de tardecita, casi de noche, con una cerveza en mano caminando por las calles de la ciudad. Me pareció fuerte, chocante y a su vez mucho más bajo de lo que yo me imaginaba. El muro aún persiste en distintas partes de la ciudad, pero el memorial del mismo fue el que fui a ver en primera instancia. Fue llegar y me acordé de mi viejo por lo que me puse a sacar fotos antes de que se me acabara la batería de la cámara. También pensé por enésima vez en los cambios que ha habido durante los años que van modificando aspectos del viaje y de nuestras vidas. Me imaginé a los estudiantes que viajaban hace años, con sus cámaras de rollo, teniendo que elegir cuidadosamente qué foto sacar en un rollo de 36! Luego cargar los rollos o las fotos por todos lados y me vi a mí mismo, probando distintas fotos, con distintas luces, desde distintos lugares y me volví a acordar de mi viejo…
 
Otra de las buenas exposiciones que vi fue una que está ubicada en el “Checkpoint Charlie”, borde de vigilancia del sector americano en el muro. Allí se exponían documentos fotográficos, escritos y hasta videos de todo tipo sobre la historia del muro, destacándose para mi uno de sus sectores con un recuento de todos los distintos métodos de escape utilizados para pasar de un lado al otro del muro. Túneles, cuerdas, trepadas y hasta globos aerostáticos formaban parte de la colección de los escapistas.

Pero no todo fue el muro. Berlín volvió a mostrarnos una ciudad de escala monumental, sin olvidar los parques, los lugares de recreación, los bares, los monumentos, las plazas y la gente, el sistema perfecto del metro. Obviamente no podían faltar los turcos, los cuáles abundaban en otras ciudades como Ámsterdam o Rotterdam, pero que en Berlín se convirtieron en una especie de mayoría. Hay un carrito con Kebabs en cada esquina, un café lleno de señores mostachones de un tupido bigote que hablan en un idioma muy distinto al de los locales y como siempre están también los chinos detrás de sus mostradores en cada tienda de chucherías. El cielo celeste que nos tocó está permanentemente decorado con los rastros blancos que dejan los jets, abundantes, frecuentes, de un lado al otro. Berlín es confuso, al menos para mí. Se trata de un lugar que me encantó, que me cautivó mucho y me hizo sentir cómodo, pero a su vez tiene una mezcla de una ciudad gris que intenta recuperar su color, con sus nuevas generaciones que escuchan hablar de un pasado que aún está, testigos de una nación que es ejemplo en cuanto tuvo una recuperación admirable luego de quedar en ruinas. Contó con la ayuda extranjera claro está, pero el progreso del que hablo no pasa solamente por lo económico, sino del cultural y mental, esos detalles que los hacen estar varios pasos delante nuestro, esas cositas que los pone a ellos en esa “arbitraria” clasificación (que no sé hasta dónde es tan arbitraria) en el primer mundo y a nosotros en el tercero, pues ellos demuestran estar en el primero y nosotros en el tercero.

Una mezcla de nostalgia, de ciudad gris y colorida hace de Berlín un lugar cautivante. Pasar por el muro es una experiencia que lo hace sentir a uno un tanto raro. No sé porque razón sentí siempre tanta curiosidad por su historia, por su cruda realidad. Es que a veces, cuando surge el Alí romántico que se vuelve a cuestionar por enésima vez las cosas, negándose a adoptar todo lo que se nos ofrece como un plato obligatorio de digerir, me cuesta creer las cosas de las que es capaz el Hombre, y el muro de Berlín es mucho más que una construcción, un levantamiento de una separación vertical que divide dos espacios. Se trata para mí de un mensaje muy fuerte, con un trasfondo y unas consecuencias que muestran de las cosas que somos capaces los Hombres. Si uno quiere ir a fondo, es de por sí absurdo que nos estemos dividiendo nuestras tierras con límites virtuales que se materializan en los distintos colores de un mapa. Más absurdo es aún el concepto de la propiedad privada y “mi espacio” cuando el planeta de por sí no nos pertenece, pero aun cayendo en el conformismo y la comodidad de no pensar, aceptando estos conceptos, el muro de Berlín fue aún más allá, ridiculizó en un 100% los actos de nuestra especie, llegando a repartirse lo que se conoce como una nación como si se tratara de una torta, y tal acto alcanzó tal nivel de ridiculez que no le bastó simplemente con un límite de fronteras virtuales sino que se materializó en un muro. Se trató de un acto tan burdo como si se utilizara de manera literal un refrán, una mueca de la poesía, una metáfora, tirando abajo ese límite tan necesario de la insinuación y lo burdo. Al menos para mí, son cosas muy difíciles de entender cuando me abstraigo y trato de analizarlas sin la naturalidad con la que nos tomamos la mayoría de nuestras estupideces diarias, sean las mismas a nivel personal, familiar o de Estado. Si lo queremos tomar literal, el muro no es más que un muro y bastante feo de hecho, pero para mí caminar a su costado, estar parado de un lado y al otro en un minuto fue muy fuerte, como si me estuviera burlando de cierto modo de la historia. Y allí me encontré, de un lado, viendo las fotos debajo de las cuales figuran las fechas de nacimiento y los nombres de esas personas, esas mismas que antes de que yo fuera un proyecto de existencia murieron intentando cruzar un muro, ese mismo muro que ahora yo cruzaba caminando, tirándome en el pasto de un lado o el otro con una cerveza en mano. Voy al otro lado y encuentro una columna que contiene una foto. La foto contiene una historia, historia que leo, historia que me cuenta muchas otras historias en una sola, historia de uno de los tantos que murió intentando simplemente cruzar un muro, sí, un simple muro, ese mismo con el que yo ahora me saco una foto sonriendo. 


Me gustaría saber de qué me río, supongo que para salir lindo para que a mamá le guste la foto. Sigo caminando por su costado, me acerco, me alejo, sigo bordeándolo, me acerco de nuevo y lo toco, sí, lo toco. ¿Qué me hubiese pasado si lo hubiese hecho hace cuarenta años? Me estoy por ir. Mientras tiro mi botellita de cerveza voy sacando el mapa para ver la estación de metro más cercana. Sigo caminando pero cuando me estoy alejando me doy cuenta de que allá hay un par de columnas que contienen unas fotos que no vi. Me acerco y me pongo a verlas, leo sus historias y me cuesta creerlas. Veo gente saltando de su ventana desde una fachada que está al borde del muro. La gente salta y del otro lado la esperan otros con una cama elástica como si se tratara de una película. Me parece increíble. Camino un poco más y veo más fotos desgarradoras, de los cadáveres de aquellos que no lo lograron, tirados al lado del muro con un soldado que se ríe a su lado. Un escalofrío me corre por todo el cuerpo, pero cuando se me está por ir me cruzo con las últimas dos fotos y la última historia. Se me pone toda la piel de gallina y una sensación de rabia, incomodidad y tristeza me invade. En una foto veo a una mujer, vestida de gala, con un bonito arreglo en el pelo y un ramo de flores en la mano. Los otros no importan, pero su rostro es desgarrador, su mirada desesperante, su llanto injusto y sincero. Está mirando hacia arriba, pero yo no veo qué es lo que está mirando y me desespero. Inconscientemente miro hacia arriba pero lo único que veo es un edificio nuevo y me doy cuenta que no estoy en el mismo lugar. En seguida veo otra foto que me duele de la misma manera, pero aún no entiendo qué es lo que pasa. Veo un rostro desesperado, unas canas que parecen no merecer lo que están viviendo, un par de lentes detrás de los cuales las lágrimas caen a mares y le nublan la visión a esa pobre viejita. Sus manos, sus manos lo dicen todo, aún tiemblan, aunque no se vea en la foto, yo las veo y sé que tiemblan y están desesperadas de desesperación. Esos ojos miran hacia abajo y una mano abraza ese hombro desconsolado. Quien busca dar apoyo a la anciana está igual de quebrado. No puedo evitar ponerme mal, las imágenes son muy contundentes. Decido leer lo que dice:

“Casamiento en el muro: Los padres de la novia vivían en una de las casas de la frontera y no pudieron concurrir a la ceremonia del casamiento en el Oeste. Setiembre de 1961”.

Me voy.

viernes, 14 de octubre de 2011

La palabra (Felipe Benítez Reyes, poeta andaluz 1960)

La mano que reposa en la mano de amante,
jugando con la joya de algún aniversario.

Los tacones rojos de una puta vestida de rojo
por el pasillo de un hotel de alfombras rojas.

La adolescente que se pone los calcetines escoceses
en un almacén de bebidas,
sentada sobre un fardo de cartones, mirando su reloj,
contando unos billetes.

El jubilado que vuelve
a casa con un ramo
de rosas sin abrir -y medio siglo
vivido ya- con esa vieja
que cocina sin sal y apenas habla.

El cliente del peep-show, mirando
a través del cristal de la cabina
-como un caleidoscopio de quimeras y bragas-
el girar de unos cuerpos que sonríen.

El muchacho que entra en el bar de ambiente
con ojos de gacela lastimada.

El viajero que besa la foto familiar.
El viajero que desliza
por el mostrador la tarjeta
de crédito y se pierde
con la muchacha elegida por el laberinto de los
reservados
bajo las luces especiales de un reino de peluche.
El que pronuncia un nombre, y no se duerme,
y abraza la almohada,

Los colegiales que se besan en los jardines del
internado.
La separada joven que mira el teléfono,
rogándole que suene.

El señor atildado que detiene su coche en una esquina
y cierra un trato
con el chapero de las zapatillas de deporte.

El niño que busca el cuarto oscuro
para quedarse a solas con la gélida
imagen de una modelo de revistas de moda.

Contra nosotros mismos: lo que llamamos amor.
Y cada cual pronuncia esa palabra
con un secreto temor y una secreta demencia


 
                            *** 


Felipe Benítez Reyes, poeta andaluz 1960


Poeta, novelista, traductor y ensayista español nacido en Rota, Cádiz, en 1960.
Autor de una vasta obra que abarca todos los campos de la literatura, es considerado como una de las voces
más influyentes del panorama literario español. Ha sido incluido en las más importantes antologías, gracias a su
excelente dominio del lenguaje, que abarca desde  el neosimbolismo de su primera época  hasta la gran versatilidad
de sus trabajos poéticos posteriores.
Ha obtenido entre otros, los premios Luis Cernuda, Ojo Crítico, Fundación Loewe, Premio de la Crítica,
Premio Nacional de Literatura
y Premio Internacional de Poesía Ciudad de Melilla 1994 por «Vidas improbables».
Parte de su obra poética está contenida en las siguientes publicaciones: «Paraíso manuscrito» en 1982, «Los vanos mundos»
en 1985, «La mala compañía» en 1989, «Poesía» en 1992, «Sombras particulares» en 1992, «Paraísos y mundos» en 1996,
«El equipaje abierto» en 1996 y «Escaparate de venenos» en el año 2000.

martes, 11 de octubre de 2011

Entre duendes y recuerdos.


Fue antes de la llegada a Berlín que conocimos a Gretel, y si nos vamos todavía más para atrás habíamos vuelto de Rusia y nos habíamos ido a Estonia. Si me preguntan, Tallin – la capital de este país – estaba en el itinerario más que nada porque nos queda de paso en nuestra encrucijada desde el país de los gigantes hacia el corazón de Europa, pues se trata de un lugar sin obras de arquitectura trascendentales o una importancia urbana e histórica de peso, pero sin embargo fue un lugar que a la mayoría nos gustó mucho. Obviamente se le dedicó el tiempo adecuado a mi entender, pues pasamos allí dos noches y un solo día entero, el cual supimos aprovechar a pleno, en este caso con los tortolitos de la camioneta como mis secuaces: Marto y Ceci. Tratándose de una ciudad con un pasado medieval, sus mayores atractivos eran la plaza central, el ayuntamiento, las pequeñas iglesias dispersas y las siempre encantadoras callecitas que se entreveran en una trama absolutamente irregular. Nos quedamos almorzando en una especie de caverna que sobrevivió a las remodelaciones de los restaurantes modernos con un menú exquisito y un ambiente ideal. Bajo la luz de las velas en un oscuro recinto degustamos una exquisita sopa (hacía frío) en vasijas de barro, comimos unas tartas caseras de carne y hongos y bebimos un corpulento vino local también servido en vasos de barro, todo por cuatro euros! Fue allí que por enésima vez pero con la intensidad de siempre me miré, miré a mis amigos y les dije: Bo, se dan cuenta dónde estamos? Estamos en Tallin! O sea, Tallin, sí, Tallin, qué estamos haciendo acá? Esto es increíble! Lo último que supe de Estonia es que le ganamos en un amistoso con la celeste, pero nada más!

Y así, luego de nuestro fugaz paso por la capital de Estonia emprendimos la ruta hacia Berlín. Sabíamos que el camino era largo, pero supusimos que podríamos hacerlo realizando un cálculo de distancia/tiempo el cual obviamente nos saldría mal, muy mal, como suele sucedernos. Decidimos saltearnos Varsovia para evitar frenéticas maratones sin sentido estando algunas horas en cada ciudad como ya nos había pasado, lo cual implicaba también hacer un trayecto mayor de una sola vez. Lo que nos mató no fue la humedad precisamente, sino el estado de las rutas las cuales se encuentran en obra en su mayoría, por lo que nuestros cálculos de una velocidad promedio de 100Km/h tuvieron que ser corregidos por un promedio de 70Km/h, llegando en algunos tramos a una máxima de 30 o 40 que jamás estuvieron en nuestros cálculos. Hay cosas que llaman mucho la atención en Europa. Por ejemplo, es muy frecuente que a uno lo rodeen abejas en cualquier lado, abejitas, sí, de esas que aparecen en el tarrito de la miel. Es como si la abeja europea oficiara de mosca, pues es cuestión de destapar algún alimento o abrir una lata y enseguida aparecen una, dos, tres o más y siempre con una actitud prepotente de querer posarse en el alimento de uno. La muy desgraciada te rodea, se para en tu hombro, en tu mano va caminando lentamente trepando por tus dedos haciéndose la boluda hasta llegar a ese refuerzo que te salva del viaje de ruta. Y claro, vos no querés matarla y sacarla con gestos agresivos, pues no sea cosa de que a la abejita se le ocurra picarte. Esta, es una de las tantas curiosidades en Europa, pero otra de las más evidentes es el hecho de que el continente entero está en obra. Es de todos los días ir a ver una iglesia, un castillo o un edificio X y encontrarse con andamios, una tela que tapa la fachada y un obrero con un casco amarillo. Es como si las ciudades jamás terminaran de quedar terminadas, restauradas del todo, sin andamios, redes, grúas. Lo mismo sucede con las calles y rutas. Aquello que nos había pasado en Aspen en aquella fatídica noche que terminó con un increíble amanecer en un valle junto a un lago pasa con menos tragedia ahora en todas las ciudades haciéndonos desviar la ruta una y otra vez. La otra noche, mientras caminábamos con una cerveza en mano por las calles de alguna ciudad con el Negro, íbamos charlando de esto justamente y nos vino a la mente una entrevista hecha a un jugador de fútbol uruguayo cuyo nombre no logramos recordar. Nos reímos mucho al recordar sus palabras luego de un pase frustrado para jugar en Europa, confirmando categóricamente que no estaba triste porque no se había perdido de mucho, pues Europa estaba “toda vieja y rota”!
 
Pues la ruta que pasaba por Polonia hacia Berlín no era la excepción. Caminos en reparación, otros cerrados con desvíos o simplemente algunos muy angostos donde los camiones trancaban todo el paso nos hicieron ir bastante lento. Iba Rolo al volante y yo descansaba atrás cuando todavía en tierras polacas la camioneta se detuvo al costado de la ruta. Nos bajamos todos y nos trasportamos por un instante a un mundo mágico, paralelo al nuestro, paralelo al de los adultos, al de los aburridos, al de los cálculos matemáticos. Nos bajamos y caminamos entre enanos de jardín, perros, osos, tortugas, elefantes y seres de otro mundo. Nuestros rostros se iluminaron, nuestras sonrisas eran inmensas y nuestras cámaras no dejaban de sacar fotos. De repente, entre toda la multitud de enanos y enanas mis ojos se cruzaron con los de ella. Al principio me dio un poco de pudor, pero después de ver al enano barbudo con cara endemoniada que estaba a su derecha con su pene en su mano intentando mear en un balde, se me fue todo el pudor a la mierda y fui directo a ella. Sus contundentes pechos estaban al aire, sus cachetes gordos colorados acompañaban una hermosa y sensual sonrisa componiendo una pose fatal que me hizo saber que se trataba de amor a primera vista. Mamá, tengo novia!

Quise tomarla y hacerla mía, la elegí, medía como 90cm de alto, pero la Sabandija no me lo consintió ya que obviamente ellos usan mejor el cerebro que yo. Ahí vino mi amigo Rolo y me mostró a otra enana igualita, pero un poco más peticita, de unos cincuenta centímetros de estatura. Fue así que me fundí en un abrazo que enterneció a mis compañeros de camioneta y decidimos llevarla. Hoy, contamos con ella, nuestra octava integrante de la camioneta, Gretel!

Hoy en día la Sabandija tiene ya varios integrantes más, pues además de Gretel nos dimos cuenta de que el Chino es un comprador compulsivo de muñecos los cuales víctimas de su maravilloso ingenio e imaginación pasan a cobrar vida, a hacerse personajes del mundo real dándole un toque de magia y convirtiéndose en un ancla al universo infantil por el cual todos pasamos hace ya tantos años, pero que deja siempre un dejo de nostalgia por volver a creer, volver a convivir con ellos aunque sea por un rato. Pues al día de hoy, Pichi (el león), Vos (el mono), El Sabalero (el reno), Gretel (la enana) y Asito Dopeludo (???) son viajeros de la camioneta, con derechos y deberes como todos los demás.

Los días pasan, las semanas se hacen meses y nosotros seguimos viviendo esta única experiencia con una intensidad inexplicable, indescriptible, pues la única manera de entender de verdad como corre todo esto es viviéndolo. Las dimensiones espacio-tiempo cambian radicalmente su concepto con respecto a aquel que uno creía el único posible en su vida cotidiana. Es común caer a tierra de lo errados que estamos con nuestros cálculos de los días y las semanas con sucesos triviales sin importancia, como por ejemplo cuando pensás en cuándo fue la última vez que te cortaste el pelo, te afeitaste, sacaste plata, hablaste con tu familia, mandaste una crónica o aún peor: cuándo estuviste en tal o cual ciudad. Ahí es donde te cae la ficha de lo equivocado que estabas cuando pensabas que te habías afeitado hacía como dos meses y en realidad se trataba de una semana. Ya lo expuse antes, pero realmente el ritmo al que vivimos este viaje va más allá de la imaginación y es más concentrado que el jugo Caribeño.
Estaba tirado en un sillón en algún lado ordenando algunas fotos cuando por error fui a parar al álbum de Japón y me crucé de aquellas fotos sacadas en aquel inolvidable mano a mano con el Rolo. Allí estábamos, en el jardín imperial de Kioto, entre las piedras, el jardín japonés, los circuitos de agua, la paz eterna, el almuerzo en el jardín comiendo una especie de Tofu con vegetales en agua acompañado de arroz. Un golpe de nostalgia me noqueó y por dentro pensé en el tiempo que había transcurrido desde entonces hasta ahora, y sin darme cuenta mis cuentas se fueron a unos siete u ocho meses. De repente veo un mensaje de Laurita en Facebook que me felicita por el cumple mes… Feliz Cinco meses de viaje! Cinco meses? Nada más que cinco meses? Pará, entonces lo de Japón fue hace menos de cuatro!!! Nooooo… es increíble! Cinco meses viajando, y si me preguntas, tengo tantos recuerdos, tantas anécdotas, tantas fotos en la computadora y tantísimas otras en la retina, tantos olores, colores, gustos, sonrisas, carcajadas, llantos, abrazos, caminatas solito por alguna calle de algún lado del mundo… Tantas veces de verle la cara a la vieja cuando te ve en Skype y ves cómo se le llenan los ojos de lágrimas, estar tomando una en un bar de algún rincón del universo tan lejano de tu paisito y desear estar con el DT, el Cabeza, Perujo, Jaimito, el cuñado borracho, tomarse un vinito con el viejo… todo eso en cinco meses? Créanme, es imposible, no se puede razonar a menos que nos acordemos de Albertito y su teoría de la relatividad. Esto no para…sigue y sigue…sigue sin parar!
 
PD: adjunto va Gretel




Salud Ali.

lunes, 3 de octubre de 2011

Una historia para contar


Si yo fuese un tipo inteligente, hubiese esperado hasta ahora para escribir aquella crónica titulada “Las Ciudades subterráneas”. No recuerdo exactamente en qué momento tomé la decisión de querer ir a Rusia, pero estoy seguro de que fue mucho antes de saber que existía algo llamado Viaje de Arquitectura. El origen de ese deseo se remonta a los años de mi niñez. Lo que sí recuerdo claramente es que cuando escuché la primera charla que dio Marcel Blanchard sobre Rusia quedé impactado por la capacidad del tipo de transmitir una cantidad excesivamente increíble de información en un ajustado lapso de tiempo. Marcel es quien arma la excursión a Rusia para arquitectura y economía año tras año y que supo hacer el viaje de arquitectura en su momento como estudiante. Sin dudas es muy distinto ir a Rusia con él o sin él, pues como hablábamos con el Negro, escuchándolo uno que alguna vez algún libro ha leído y que bien o mal sabe más o menos donde está parado se siente como un ignorante absoluto, un pitufo analfabeto que no sabe nada de nada.

Llegamos a Rusia en un episodio lamentable. Me siento con la responsabilidad de comentarles lo siguiente ya que hasta ahora siempre he compartido lo bueno y lo malo de este viaje, pues me siento en la obligación moral de hacerlo, siempre desde mi punto de vista lo cual a pesar de intentar ser objetivo cuenta siempre con la subjetividad propia del ser humano claro está.

Año tras año cientos de estudiantes de arquitectura realizan el sueño de cualquier persona, viviendo en carne propia una experiencia que no admite adjetivos, pues espectacular, maravilloso, increíble no llegan a describir ni una centésima parte de lo que en realidad describiría este viaje. Como sucede siempre, en un grupo tan grande hay todo tipo de personas y todo tipo de comportamientos, y siempre están aquellos que se creen más vivos que los de más y que no tienen ningún tipo de consideración hacia nada ni nadie, o aquellos que simplemente les importa muy poco el impacto que puedan generar sus acciones hacia otros grupos humanos por fuera de su generación de viaje, esos que el Toto llamaría Los Inadaptados de siempre. Debo confesar que muchos de estos personajes son amigos míos, conocidos cercanos o simplemente compañeros, pero no puedo dejar de repudiar sus actitudes, absolutamente egoístas y desconsideradas hacia los demás compañeros y sobre todo hacia aquellos que viajarán en los siguientes años. Estas actitudes no son propias solamente de nuestros grupos de viaje, sino que a mi entender describen nuestra idiosincrasia y nuestra manera de vivir a diario en nuestro bendito Uruguay, siempre intentando ventajear al otro, siempre en la chiquita, tan lejos de aquella sociedad japonesa que tanto me cautivó hace ya algunos meses donde cada quien funciona en beneficio del colectivo, logrando el bienestar individual a partir del bienestar grupal. Pues entiendo que si cada uno trabaja para el colectivo se logran resultados mucho más contundentes que intentando salvar cada uno su pellejo. De esta manera, en vez de estar uno trabajando para uno mismo, hay muchas personas trabajando para uno, pero claro, todo esto se entiende en un contexto donde haya una conciencia colectiva que nuestra sociedad no tiene.

Hoy en día, hay más campings en Europa que no admiten uruguayos que aquellos que sí lo hacen. Es vergonzoso llegar a un camping del primer mundo y que por el mero hecho de presentar un pasaporte que diga República Oriental del Uruguay la amable cara de la señora que te atiende se transforme en un ceño fruncido que no te permite el ingreso al lugar. Esto ha sido el resultado de años y años de pendejadas de adultos que se supone que tienen uso de la razón, pero que sin embargo han hecho cualquier tipo de idioteces y han roto cuanta regla se les ha presentado, robando en supermercados, yéndose sin pagar de los campings, armando fiestas cuando se sabe que en estos lugares la gente va a descansar y no a realizar eventos, y así un sinfín de actos más o menos serios, más o menos graves que han hecho quedar a nuestro paisito como el peor de todos.

La tarde antes de partir desde Helsinki hacia San Petersburgo Marcel nos explicó con precisión los detalles del cruce de fronteras, detallando los aspectos logísticos y los controles de la aduana rusa, pidiendo por favor que a nadie se le ocurriera cruzar ningún tipo de estupefacientes por el rigor ruso en cuanto a los controles.

Cuando quisimos acordar estábamos trancados en la aduana rusa con los ursos rusos bravísimos y sus perros enloquecidos ya que a uno de los chiquilines le habían encontrado un porrito olvidado en el ómnibus. Peor fue encontrar en la papelera de la aduana decenas de puntas dejadas por mis ilustres compañeros, todos aquellos que permanecen en el velo de la anonimidad legal pero que entre nosotros los conocemos. Varios faloperos de toda la vida, otros que se emocionaron cuando se comieron un pastelito en Ámsterdam y se pensaron que eran muy heavies creyendo que podrían más que los perros y los oficiales rusos y que se pegaron un cagazo de novela. Lo cierto es que cayeron dos de nuestros compañeros de viaje y estuvimos a punto de ser rebotados todos para atrás habiendo pagado la excursión más cara de todas. Y así, sumamos un granito más de arena al cúmulo de idioteces que año tras año cometemos los estudiantes que viajamos como si fuera el viaje a Bariloche, complicándole el viaje a aquellos que vienen y dejando una pésima imagen de nuestra facultad y nuestro país.

Llegar a San Petersburgo implicó hacer un giro de ciento ochenta grados en nuestras cabezas con respecto a las ciudades europeas que veníamos visitando. Lo mismo sucedió en Moscú, donde pasamos de ver aquellas estrechas calles de adoquines a enfrentarnos a la escala rusa, magnánima, gigante, amplia, rusa, bien rusa.

El urbanismo de ambas ciudades difiere mucho de cualquier otra, con anchas avenidas, anchas veredas en algunas de las cuales supimos estar los doscientos que viajamos juntos, todos reunidos escuchando a Marcel. Llegamos a un país tan diferente al nuestro y a todos aquellos que ya viajamos. Una nación que mira la guerra desde otro ángulo y que estuvo siempre activa en este campo en los últimos siglos. Una nación que supo frenar a Napoleón, a Hitler y que estuvo en un tire y afloje eterno con la potencia emergente de la Segunda Guerra Mundial: Los Estados Unidos de América. Entre las miles de frases que me vienen a la mente está una anécdota de un alemán que con una irónica sonrisa pensó en lo diferente que hubiese sido el desenlace de la segunda guerra mundial si Hitler hubiese mantenido la alianza inicial con los rusos. La guerra marca la vida de generaciones enteras, millones de almas que son parte de la vida diaria del país, presentes en sus decenas de monumentos, memoriales, plazas o simplemente en la mirada perdida de una madre, una esposa, un hijo o un hermano que recuerda orgulloso a su combatiente querido. El pueblo entero sufrió las consecuencias de años de guerra, aquellas sobre las cuales nosotros no tenemos ni idea y desconocemos por completo, a pesar de haber leído algún libro o visto alguna película. Ciudades como la de Leningrado (actual San Petersburgo) sufrieron sitios y bombardeos que van más allá de nuestra imaginación, causando canibalismo, miles de muertos por el hambre o el frío, viviendo meses en las condiciones más deplorables mientras un continente entero ardía en llamas y los países más poderosos perdían a sus mejores fuerzas, a sus jóvenes en batallas sin sentido, sin límite.

Me decías Emi que te parecía que de todos los países que visité hasta ahora, Rusia era la que te había cautivado más, pues déjame decirte que eso nos pasó a todos. Es difícil decir cuál es el que más me cautivó, pero lo que te puedo asegurar es que Rusia está en el podio. Caminar por las calles de San Petersburgo (ex Leningrado) o Moscú (la eterna capital de todas las Rusias) es respirar historia, es como subirse al Delorian y viajar con el Doc y Marti, es meterse en el túnel del tiempo e ir recorriendo eternas vitrinas que cuentan muchas historias dignas de ser contadas.

Sus monumentos son magníficos al igual que sus ciudades, de una escala tremendamente colosal. Esto se combina con la austeridad extrema de los mismos, sus estatuas, monumentos, plazas que combinan una plasticidad exquisita con sus colosales magnitudes y sus expresiones graves, fuertes, impactantes, rusas, bien rusas. Hay un detalle que no es menor, sus memoriales y sus recuerdos tallan en la ciudad una historia dura, cruel y sangrienta, pero siempre desde el punto de vista de quien ganó las batallas, con un aire de grandeza que se hace sentir en una ciudad que a uno lo hace sentirse chiquito, una ciudad que marca su presencia y te hace saber que venís de un pueblito de tres millones a enfrentarte con una fuerza invisible que te aprieta y te hace sentir sus historias.
 
Sin lugar a dudas el mayor monumento y el mejor museo de historia y arte que tienen los rusos es el Metro de Moscú, el cual escapa totalmente a su función y al concepto de lo que para cualquiera de nosotros sería un metro. Si yo… si yo hubiese sido lo suficientemente inteligente, habría escrito aquella crónica después de Moscú. No puedo permitirme aburrir al lector, si es que aún no lo he hecho, pero el metro de Moscú merecería un capítulo aparte. Se trata de una estructura colosal, para variar, una auténtica ciudad subterránea que funciona muy bien con la lógica de la ciudad superficial, que alberga a millones de personas por día con una frecuencia de servicios temible, pasando un tren de ocho o diez vagones cada minuto y medio aproximadamente en todas las direcciones. Allí se ven también muchas rusas, con sus impresionantes y deseables cuerpos, sus hermosos ojos, exquisitas sonrisas y una elegancia extrema que nos hicieron temblar las rodillas a todos. Para colmo te miran y te mantienen la mirada, muchas veces acompañadas de una sonrisa lo cual en la eterna escalera mecánica del metro de una profundidad casi absurda se vuelve mortal, pues es desesperante ver como una pequeña bestia de un metro noventa te mira y te sonríe mientras sube del lado opuesto cuando vos bajás teniendo en el medio una distancia de varios metros los cuales saltarías si no fuera a ser que perdés tu vida. La rusa… la rusa amigos míos te vuela la cabeza! Como diría el bambino…te maaaaatan!

No sé cómo terminé hablando de las rusas, pero lo cierto es que el metro es un lugar maravilloso, de un lujo increíble en cada una de sus estaciones. Lo curioso es que cada estación es distinta a las otras, cada una con su belleza, su elegancia, su particularidad. Algunas tienen enormes arcadas, otras un cielorraso con impresionantes luminarias, mosaicos que relatan la historia rusa, columnatas, esculturas de todo tipo, monumentos, memoriales, conmemorando a distintos héroes nacionales de todas las épocas. Cada tapa del sistema de ventilación del metro cuenta parte de la historia de la nación, un acontecimiento específico o simplemente tiene la oz y el martillo. Enormes estatuas de bronce muestran a guerreros, perros, futbolistas, heroínas y todo tipo de personajes que forjaron las raíces de la patria. Es que el ruso está muy orgulloso de ser ruso y lo demuestra. Hasta los cables que unen las luminarias están diseñados con una precisión increíble.

Lo curioso de sus ciudades es la superposición de las distintas épocas de su historia, la de los Zares y sus distintas dinastías, la era de Stalin y el terror, la era comunista, superponiéndose unas con otras, la soviética con la comunista y toda la carga bélica, la primera guerra, la segunda, las internas, con fuertes cargas ideológicas que los hacen únicos, rusos, bien rusos.

El ruso no se ríe, el ruso no llora, el ruso no se expresa. Su idioma es austero como ellos mismos, como sus monumentos, pues es un pueblo que tuvo que sobrevivir, que tiene que sobrevivir, al igual que sus edificios, exponiéndose a temperaturas que van desde menos cuarenta grados Celsius hasta más treinta o más cuarenta! El ruso te habla y pensás que te quiere pegar. Vas al supermercado y la cajera no te sonríe. Te dice algo, pensás que te está retando y ponés cara de pollito mojado, pero después te das cuenta que en realidad simplemente te está ofreciendo una bolsa de plástico.

El ruso toma vodka y se alimenta muy bien. Hemos sabido deleitarnos con el Borsh, una sopa de remolacha que dependiendo del lugar tiene sus variantes, pero que es siempre rica y nutritiva. La comida rápida del ruso es la Katroshka, una papa al plomo que se rellena con distintos ingredientes a elección que se exhiben en una vitrina tal cual las aceitunas, cebolla vieja, morrones y hongos que consumimos en el carrito del barrio en Montevideo a la salida del boliche a las cinco de la mañana. Esa papa es grandiosa y exquisita, con el jamón y queso que se derrite en el medio…

El ruso, el ruso vive en una mezcla de añoranza, una continua nostalgia del pasado, permanentemente mirando para atrás mientras camina hacia adelante. Añora una grandeza que alguna vez tuvo y la extraña, pero no quiere volver a vivirla, pues ha probado el dulce del occidente, ha sucumbido ante el espíritu del capitalismo y extraña su pasado, pero no puede frenar, quiere seguir. Rusia te cautiva y te invita a quedarte, no te querés ir, cada rincón, cada esquina, cada muro, cada edificio, cada una de las arrugas de sus veteranos tiene una historia para contar.


Ali.