“¿Sos iraní? ¡Mirá! ¡Sos el primer profesional iraní
en registrarse en la caja de profesionales!”
Recuerdo la sonriente cara de la chica del otro lado del
mostrador cuando me dijo eso, en una mezcla de sorpresa, curiosidad y hasta
capaz que admiración.
Podría decir con total certeza que la expresión de esa
chica, cuando me registré en la CJPPU no fue una excepción, ni una casualidad.
Más bien diría que fue el común denominador, la reacción habitual que, tanto mi
familia como yo, hemos experimentado cada vez que se ha dado a conocer nuestra nacionalidad,
desde que vinimos a Uruguay, allá por 1991.
Siempre lo dije: desde que migramos a Uruguay, el decir que soy
iraní no solo no causó rechazo ni discriminación del otro lado, sino que, todo
lo contrario, usualmente generó una sonrisa, sorpresa y una apertura de brazos
de quien estaba en frente. Bueno, sí, está bien, cuando vine, con siete años,
no solo era nuevo en la escuela, sino que además venía del otro lado del mundo
y ni siquiera hablaba el idioma, es normal que algún que otro compañero me
llamara Alí Babá, o me preguntara si en Irán solo había camellos y dunas, pero
tampoco era nada del otro mundo, podríamos decir que estaba dentro de los
rangos de bullying aceptable Se
arreglaba con un par de trompadas entre pibes de esa edad, una visita a la
dirección y listo.
Prejuicios tenemos todos, en mayor o menor medida, nadie
escapa de tener ciertos preconceptos sobre cualquier tema, persona o situación.
De alguna u otra manera nuestra cultura, lo que vemos, lo que nos enseñan y la
información que consumimos nos da ciertas herramientas para evaluar lo que
tenemos en frente. La mayor o menor capacidad para aceptar lo diferente o
intentar entenderlo está directamente vinculada a nuestra ignorancia, entorno,
educación y experiencias vividas. Eso supongo yo, quizás esté equivocado.
Claramente otros países del mundo han tenido esta problemática en grados mucho
más intensos que nuestro querido Uruguay. Ejemplos sobran, como el que ilustra
la nueva miniserie de Netflix “when they
see us” traducida al español como “así nos ven”. Cada sociedad tiene esta
problemática en mayor o menor medida, y hay mucho material escrito, por lo que
no me compete a mí tener la insolencia de pretender analizar el tema, pero a
nivel general es algo que afecta a las personas en su día a día, en sus
relaciones interpersonales, laborales, etc. ¿Pero qué pasa cuando la
problemática de tu lugar de nacimiento empieza a tener implicancias legales?
La verdad que justo yo no me puedo quejar. Con mi
pasaporte uruguayo, he recorrido hasta ahora más de cuarenta países. Sí, es
verdad, alguno me hizo más drama que otro. Casi siempre fui el cartón ligador
de los “controles sorpresa”, tuve que responder a cuestionarios más largos que
los demás, pero al final siempre pude entrar y salir a los países que visité
sin mayores inconvenientes, pues al fin y al cabo en mi pasaporte uruguayo
siempre dijo “nacionalidad iraní” y como todos sabemos, dentro del bagaje de
prejuicios y propaganda con el que todos convivimos, ese lugar de nacimiento se
relaciona automáticamente con algo indeseable y peligroso. Claro que desde
aquél enano de siete años que se agarraba a piñas cuando le decían Alí Babá
hasta hoy ha pasado mucho tiempo, y que hoy hasta el auto bullying es moneda corriente en forma de humor. Ese no es el
problema, el problema es otro y no tiene que ver estrictamente con mi lugar de
nacimiento, sino con mi lugar de ciudadanía.
Hace unos años a mi viejo lo deportaron de Londres,
cuando pretendía pasar unas semanas con unos amigos que no veía desde la
adolescencia y que gracias a las redes sociales encontró luego de décadas,
esparcidos por el mundo. En aquél entonces el motivo fue que su pasaporte no
era válido, pues era un documento uruguayo pero decía claramente “nacionalidad
iraní”, y para la gente de migraciones en Londres eso era ilegal, pues según
ellos un individuo no puede tener dos nacionalidades en un mismo documento. En aquél
entonces no solo el trato que se le dio fue injusto y cruel, sino que además le
arruinaron unas vacaciones soñadas para un migrante que luego de décadas iba a
ver viejas caras conocidas. Pero eso quedó como un hecho aislado, pues después
de eso mi hermana y yo hicimos otros viajes con el mismo pasaporte sin mayores
inconvenientes.
Hace pocos meses, luego de algunos rumores de
problemas con el pasaporte uruguayo, mi hermana – quien estuvo en España hace
un par de años – fue a averiguar a la embajada de ese país si estaba todo bien,
para evitarse un disgusto en el aeropuerto. ¿Adivinen qué? La embajada española
le dijo que el gobierno español no considera el pasaporte de ella como un
documento válido, pues siendo un documento uruguayo, dice claramente que ella
es de “nacionalidad iraní”. Pero eso no es todo, al confirmarle que ella
precisa una visa para entrar a España, resultó que dicha visa tampoco se podía
tramitar con el pasaporte uruguayo, pues legalmente no se puede otorgar una
visa a un ciudadano de un país en un documento de otro país. En definitiva, el
pasaporte uruguayo que ella portaba no es un documento válido para viajar a
España, por lo que ella como ciudadana uruguaya no puede hacer uso de sus
derechos ni de un documento oficial otorgado por el Estado uruguayo.
Yo no podía creer lo que estaba pasando. Si bien me
había tocado explicarle a algún supervisor en algún aeropuerto del mundo que si
bien mi pasaporte dice “nacionalidad iraní”, yo como portador de un pasaporte
uruguayo viajo en calidad de ciudadano uruguayo haciendo uso de mis derechos
como tal, que directamente una embajada estuviera declarando que el documento
carecía de validez ya era el colmo. Fue poco después que fui a parar a un
artículo publicado por Montevideo Portal, el 5 de Julio de 2019 con el título “14
familias foráneas con ciudadanía legal y pasaporte uruguayo fueron demoradas en
Europa”.
Ahí hice un click, me di cuenta de que la cosa se
estaba poniendo seria. Al compartir el artículo en Facebook me fui enterando de
más y más casos de ciudadanos legales uruguayos nacidos en otros países que
estaban teniendo el mismo problema. Finalmente una amiga iraní que viaja todos
los años a Uruguay con su pasaporte uruguayo fue detenida en Brasil, y estuvo a
punto de ser deportada a Uruguay, siendo tratada como una criminal hasta que
finalmente gracias a la ayuda de la aerolínea logró seguir su rumbo hacia su
destino final.
La gota que derramó el vaso vino el 10 de Julio,
mediante un comunicado oficial de la Embajada española en Montevideo, donde se
anuncia que “Los titulares de pasaporte
de Uruguay en el que conste que se trata de ciudadanos legales uruguayos pero
con nacionalidad de un tercer país y que deseen viajar a España o a cualquiera
de los países del espacio Schengen, deberán cumplir los requisitos correspondientes
a su nacionalidad de origen. Por tanto, en caso de tener la nacionalidad de un
país incluido en la lista de terceros países cuyos nacionales están sometidos
al requisito de visado Schengen, deberán tramitar el mismo ante este Consulado
General.”
Más claro échale agua. ¡Bum! De repente Europa
desconoce tu documento de identidad de manera oficial. El comunicado atenta no
solamente contra mi identidad individual como portador de un documento y
ciudadano de un país, sino lo que es más grave, contra la institucionalidad uruguaya
y su documento oficial otorgado a sus ciudadanos. En un santiamén, los
ciudadanos legales uruguayos quedamos sumidos en una ilegalidad, pues somos
portadores de un documento que no es válido para viajar. Increíblemente nos
convertimos en ciudadanos de segunda, cuyas obligaciones siguen intactas, pero
sus derechos son descaradamente descuartizados. ¿Y todo por qué? Porque el
pasaporte uruguayo, a diferencia de la gran mayoría de los pasaportes del
mundo, no solo indica el lugar de nacimiento, sino que además agrega que si
bien el portador del documento cuenta con los derechos de un ciudadano
uruguayo, es de otra nacionalidad. Aparentemente este pequeño detalle –que
durante años fue nada más que una nota – es ahora considerado motivo suficiente
para que otros países desconozcan los derechos del ciudadano uruguayo y le
exijan viajar con un documento de su lugar de nacimiento.
Sin saber cómo, de repente todo se da vuelta. El bullying inocente de la escuela quedó en
el pasado. Viviste toda tu vida acá, tuviste tu infancia, adolescencia,
adultez. Estudiaste, te recibiste, tenés a tus amigos, a tu familia, lloraste
más que otros uruguayos cuando pitaron aquél penal contra Ghana y casi
infartaste cuando el Loco la picó, lloraste de emoción con tus amigos en pleno
viaje de arquitectura cuando Uruguay ganó la copa América en el 2011 y llevaste
con orgullo su bandera por todos lados, y respondiste con el pecho inflado
“Uruguayan” cuando te preguntaron “where are you from”, pero de repente,
mágicamente el Estado te dio la espalda, pues no te protege ni defiende ante
semejante discriminación institucional.
Con el corazón roto, la única alternativa que parece
quedar es buscar a otros que están en tu situación, para buscar juntos, hacer
suficiente ruido hasta que alguien nos pueda escuchar y lograr de alguna manera
que el pasaporte uruguayo remueva esa línea que en los hechos te convierte en
un ciudadano de segunda, un ciudadano con deberes, pero sin derechos. Habrá que
buscar la manera de lograr a nivel legal lo logrado a nivel social, en un país
de migrantes como este, donde tantos como yo hemos echado raíces
inquebrantables, y nos sentimos tan uruguayos como cualquier hijo de españoles
o italianos cuyos abuelos llegaron a estas tierras en el siglo pasado.
Enlaces relacionados:
Comunicado de la Embajada de España - http://www.exteriores.gob.es/Embajadas/MONTEVIDEO/es/Noticias/Paginas/Articulos/20190710_NOT01.aspx